¿Cómo y cuándo obtenemos la posición legal apropiada
delante de Dios?
¿Cuáles son los beneficios de ser miembro de la
familia de Dios?
I.
EXPLICACIÓN Y
BASE BÍBLICA
En las
publicaciones anteriores de este blog hemos hablado del llamado del
evangelio (en el que Dios nos llama a
confiar en Cristo en cuanto a salvación),
de la regeneración (en la que Dios
nos imparte nueva vida espiritual),
y de la conversión (en la que respondemos
al llamado del evangelio con arrepentimiento y fe en Cristo en cuanto a la
salvación).
Pero, ¿Qué de la culpa de nuestro pecado? El llamado
del evangelio nos invita a confiar en Cristo en cuanto al perdón de los
pecados. La regeneración hizo posible que respondiéramos a esa
invitación. En la conversión respondimos confiando en Cristo en cuanto al
perdón de los pecados. El siguiente paso en el proceso de la aplicación a
nosotros de la redención es que Dios responde a
nuestra fe y hace lo que ha prometido; es decir, declara que nuestros pecados
están perdonados. Esta es una declaración legal respecto a nuestra
relación con las leyes de Dios, e indica que estamos completamente perdonados y
ya no somos culpables del castigo.
Una comprensión correcta de la
justificación es absolutamente crucial para la fe cristiana en su totalidad. Una vez que Martín Lutero se dio cuenta de la
verdad de la justificación por la fe sola, se convirtió en creyente y rebosó
con el recién hallado gozo del evangelio.
Lo primordial de la Reforma Protestante fue una
disputa con la Iglesia Católica Romana sobre la justificación. A fin de
salvaguardar la verdad del evangelio para generaciones futuras, debemos
entender la verdad de la justificación. Incluso hoy, una perspectiva verdadera
de la justificación es la línea divisoria entre el evangelio bíblico de
salvación por fe solamente y todos los evangelios falsos de salvación basada en
las buenas obras.
Cuando Pablo da un vistazo general al proceso por el
que Dios nos aplica la salvación, menciona explícitamente la justificación: «A los que predestinó, también los llamó; a los que llamó,
también los justificó; y a los que justificó, también los glorificó» (Romanos
8:30). Como ya explicamos en estudios anteriores, la palabra «llamó» aquí se refiere al llamamiento efectivo del evangelio, que incluye la
regeneración y produce la respuesta del arrepentimiento y la fe (o conversión)
de parte nuestra. Después del llamamiento efectivo y la respuesta que eso
inicia de parte nuestra, el próximo paso en la aplicación de la redención es la
«justificación». Aquí Pablo menciona que es algo que Dios mismo hace: «A los que llamó, también los justificó».
Es más, Pablo muy claramente enseña que esta
justificación viene después de nuestra fe y como respuesta de Dios a nuestra
fe. Dice que Dios es «el que justifica a los que tienen
fe en Jesús» (Romanos 3:26), y que «todos somos
justificados por la fe, y no por las obras que la ley exige» (Romanos
3:28). Dice: «En consecuencia, ya que hemos sido
justificados mediante la fe, tenemos paz con Dios por medio de nuestro Señor
Jesucristo» (Romanos 5:1). Además, «nadie es
justificado por las obras que demanda la ley sino por la fe en Jesucristo»
(Gálatas 2:16).
¿Qué es la justificación? Podemos definirla como
sigue:
La
justificación es un acto legal instantáneo de Dios en el que Él (1)
da nuestros
pecados por perdonados y la justicia de Cristo como perteneciente a nosotros, y (2) nos declara
justos ante sus ojos. Al explicar los elementos de esta
definición, veremos primero la segunda parte de la misma, el aspecto de la
justificación en que Dios «nos declara
justos ante sus ojos». Tratamos en reversa estos asuntos porque el énfasis
del Nuevo Testamento en el uso de la palabra justificación y otros términos
relativos recae en la segunda mitad de la definición, la declaración legal de
parte de Dios. Pero hay también pasajes que muestran que esta declaración se
basa en el hecho de que Dios primero piensa de la justicia como
perteneciéndonos. Así que hay que tratar ambos aspectos, aunque los términos
del Nuevo Testamento para la justificación enfocan la declaración legal de
parte de Dios.
A. La justificación incluye una declaración legal de parte de Dios
El uso de la palabra justificar en la Biblia indica
que la justificación es una declaración legal de parte de Dios. El verbo justificar
en el Nuevo Testamento (gr. dikaioo) tiene varios significados, pero un sentido
muy común es «declarar justo». Por ejemplo, leemos: «Y
todo el pueblo y los publicanos, cuando lo oyeron, justificaron a Dios,
bautizándose con el bautismo de Juan» (Lucas 7:29). Por supuesto, el
pueblo y los publicanos no hicieron que Dios sea justo; eso hubiera sido
imposible. Más bien, declararon que Dios era justo. Este es también el sentido
del término en pasajes en los que el Nuevo Testamento habla de que Dios nos
declara justos (Romanos 3:20 ya que por las obras de la
ley ningún ser humano será justificado delante de él; porque por medio de la
ley es el conocimiento del pecado…,26 con la
mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y
el que justifica al que es de la fe de Jesús…28 Concluimos,
pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley.; 5:1 Justificados,
pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor
Jesucristo; 8:30 Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que
llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también
glorificó; 10:4 porque el fin de la ley es
Cristo, para justicia a todo aquel que cree… 10 Porque
con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para
salvación.; Gálatas 2:16 sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la
ley, sino por la fe de Jesucristo, nosotros también hemos creído en Jesucristo,
para ser justificados por la fe de Cristo y no por las obras de la ley, por
cuanto por las obras de la ley nadie será justificado.; 3:24 De manera que la ley ha sido nuestro ayo, para llevarnos a
Cristo, a fin de que fuésemos justificados por la fe.).
Este sentido
es particularmente evidente, por ejemplo, en Romanos 4:5: «mas al que no obra, sino cree en aquel que justifica al
impío, su fe le es contada por justicia. ». Aquí Pablo no puede querer
decir que Dios «hace que el malvado sea justo» (cambiándolo internamente y
haciéndolo moralmente perfecto), porque entonces ellos tendrían méritos u obras
propias en las cuales depender. Más bien quiere decir que Dios declara al
malvado justo ante sus ojos, no basándose en las buenas obras del malvado, sino
en respuesta a su fe. La idea de que la justificación es una declaración legal
es muy evidente también cuando se contrasta la justificación con la
condenación. Pablo dice: «¿Quién acusará a los
escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que condenará? Cristo
es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la
diestra de Dios, el que también intercede por nosotros.?» (Romanos
8:33-34).
«Condenar» a
alguien es declararlo culpable. Lo opuesto de condenación es justificación,
que, en este contexto, quiere decir «declarar
inocente a alguien».
Esto también es evidente por el hecho de que el acto
de Dios de justificar se da como la respuesta de Pablo a la posibilidad de que
alguien lance una acusación contra el pueblo de Dios; tal declaración de culpa
no puede mantenerse frente a la declaración divina de justicia. En este sentido
de «declarar justo» o «declarar inocente», Pablo frecuentemente usa la palabra
para hablar de la justificación que Dios nos da, su declaración de que
nosotros, aunque pecadores culpables, somos justos ante sus ojos.
Es importante martillar que esta
declaración legal en sí misma no cambia
nuestra naturaleza interna o carácter de ninguna manera. En este sentido de «justificar», Dios emite una
declaración legal en cuanto a nosotros.
Por esto los teólogos también han dicho que la
justificación es forense, donde la palabra forense denota que tiene que ver con
procedimientos legales.
John Murray hace una importante distinción entre
regeneración y justificación: La regeneración es un acto de Dios en nosotros;
la
justificación es un veredicto de Dios respecto a nosotros. La
distinción es como la distinción entre el acto de un cirujano y el acto de un
juez. El cirujano, al remover un cáncer interno, hace algo en nosotros. Eso no
es lo que el juez hace; el juez pronuncia un veredicto respecto a nuestra
situación judicial. Si somos inocentes nos declara así. La pureza del evangelio
va unida al reconocimiento de esta distinción. Si se confunde la
justificación con la regeneración o santificación, se abre la puerta a la
perversión del evangelio en su mismo centro. La justificación sigue siendo el
artículo en el que la Iglesia permanece erguida o cae.
1 B. Dios declara que somos justos ante sus ojos
En la declaración legal divina de justificación, Dios específicamente declara que somos justos ante sus
ojos. Esta declaración incluye dos aspectos. Primero, quiere decir que él declara que no tenemos pena que pagar
por el pecado, incluyendo pecados pasados, presentes y futuros.
Después de una larga consideración de la
justificación por la fe sola (Romanos 4:1 al 5:21) y una consideración
parentética del pecado que sigue en la vida cristiana, Pablo vuelve a su
principal argumento en su carta a los romanos y dice lo que es verdad de los
que han sido justificados por la fe: «Ahora, pues, ninguna
condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a
la carne, sino conforme al Espíritu.» (Romanos 8:1).
En este sentido, los que han sido justificados ya no
tienen que pagar por sus pecados. Esto quiere decir que no estamos sujetos a
ninguna acusación que implique culpa o condenación: «¿Quién
acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que
condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que
además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros.?» (Romanos
8:33-34).
En el acto de justificación que Dios efectúa nos concede
pleno perdón de pecados. Pero si Dios meramente nos declarara
perdonados de nuestros pecados, eso no resolvería por completo nuestros
problemas, porque solamente nos haría moralmente neutros ante Dios. Estaríamos
en el estado en que estaba Adán antes de haber hecho algo bueno o malo a vista
de Dios; no tenía culpa delante de Dios, pero tampoco se había ganado ningún
historial de rectitud delante de Dios. Debemos más bien ir de neutralidad moral
a un punto en que tenemos justicia positiva delante de Dios, la justicia de una
vida de perfecta obediencia a él.
Por tanto, el segundo
aspecto de la justificación es que Dios debe declarar no sólo que somos
neutrales ante sus ojos, sino que somos justos ante sus ojos. Es
más, debe declarar que ante Él tenemos los méritos de la justicia perfecta.
El Antiguo
Testamento a veces habla de que Dios da a su pueblo tal justicia aunque ellos
no se la hayan ganado. Isaías dice: «En gran manera me
gozaré en Jehová, mi alma se alegrará en mi Dios; porque me vistió con
vestiduras de salvación, me rodeó de manto de justicia, como a novio me atavió,
y como a novia adornada con sus joyas» (Isaías 61:10).
Pero Pablo habla más específicamente de esto en el
Nuevo Testamento. Como una solución a nuestra necesidad de justicia, Pablo nos
dice que «Pero ahora, aparte de la ley, se ha
manifestado la justicia de Dios, testificada por la ley y por los profetas; la
justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen
en él. Porque no hay diferencia, por cuanto todos pecaron, y están destituidos
de la gloria de Dios, siendo justificados gratuitamente por su gracia,
mediante la redención que es en Cristo Jesús, » (Romanos 3:21-24).
Dice: «Porque ¿qué dice la
Escritura? Creyó Abraham a Dios, y le fue contado por justicia.» (Romanos
4:3; citando Génesis 15:6). Esto resultó mediante la obediencia de Cristo,
porque Pablo dice al final de esta extensa consideración de la justificación
por fe que «Porque así como por la desobediencia de un
hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia
de uno, los muchos serán constituidos justos. » (Romanos 5:19).
El segundo
aspecto de la declaración de Dios en la justificación, entonces, es que tenemos
los méritos de perfecta justicia delante de Él. Pero surgen preguntas:
¿Cómo puede Dios declarar que no tenemos pena que pagar por el pecado y que se
nos han acreditado los méritos de justicia perfecta si en realidad somos
culpables de pecado? ¿Cómo puede Dios declarar que no somos culpables sino
justos cuando en verdad somos malvados? Estas preguntas llevan al siguiente
punto.
B. Dios puede declararnos justos porque nos imputa la justicia de Cristo
Cuando decimos que Dios nos imputa la justicia de
Cristo, queremos decir que Dios considera que la justicia de Cristo es nuestra,
o que la considera nuestra. Él «la reconoce» como nuestra. Leemos: « Porque ¿qué dice la Escritura? Creyó
Abraham a Dios, y le fue contado por justicia
» (Romanos 4:3; citando Génesis 15:6). Pablo explica: « mas al que no obra, sino cree en aquel que
justifica al impío, su fe le es contada por justicia. Como también David habla
de la bienaventuranza del hombre a quien Dios atribuye justicia sin obras » (Romanos 4:5-6), De esta manera la justicia de
Cristo llega a ser nuestra. Pablo dice que somos los que recibimos « Pues si por la transgresión de uno solo
reinó la muerte, mucho más reinarán en vida por uno solo, Jesucristo, los
que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia. » (Romanos 5:17).
Esta es la tercera vez al estudiar las doctrinas
bíblicas que hemos encontrado el concepto de imputar culpa o justicia a
alguien. Primero, cuando Adán pecó, se nos
imputó su culpa: Dios Padre la vio como nuestra, y por consiguiente
lo hizo. Segundo, cuando Cristo sufrió y murió
por nuestros pecados, nuestros pecados fueron imputados a Cristo;
Dios los consideró de Cristo, y Cristo pagó el
castigo.
Ahora en la
doctrina de la justificación vemos la imputación por tercera vez. La justicia
de Cristo se nos imputa, y por tanto Dios la acepta como nuestra. No es nuestra
propia justicia, sino la justicia de Cristo que
nos es dada por generosidad. Pablo puede decir entonces que Cristo «
Mas por él estáis vosotros en
Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría,
justificación, santificación y redención » (1 Corintios 1:30 ). Pablo dice además que su meta
es ser hallado en Cristo, « y ser
hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino
la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe; » (Filipenses 3:9 ). Sabe que la justicia que
tiene delante de Dios no es algo que ha logrado por sí mismo; es la justicia
de Dios que llega por medio de Jesucristo (Romanos 3:21-26 Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la
justicia de Dios, testificada por la ley y por los profetas; 22 la justicia de Dios por medio de la fe en
Jesucristo,(I) para todos los que creen en él. Porque no hay diferencia,
23 por cuanto todos pecaron, y están
destituidos de la gloria de Dios, 24 siendo
justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en
Cristo Jesús, 25 a quien Dios
puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, para manifestar su
justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados
pasados, 26 con la mira de manifestar en
este tiempo su justicia, a fin de que él sea el justo, y el que justifica al
que es de la fe de Jesús.).
Es esencial en la médula del evangelio insistir que
Dios nos declara justos o que somos justos no sobre la base de nuestra
verdadera condición de justicia o santidad, sino más bien sobre la base de la
justicia perfecta de Cristo, que Dios considera que nos pertenece.
Esto fue el
núcleo de la diferencia entre el protestantismo y el catolicismo romano en la
Reforma. El protestantismo desde días de Martín Lutero ha insistido en que
la justificación no nos cambia internamente y no es una declaración basada
de alguna manera en bondades nuestras. Si la justificación nos cambiara
internamente y entonces declarara que somos justos basada en lo bueno que de
verdad somos, (1) nunca podríamos ser declarados perfectamente justos en esta
vida, y (2) no habría provisión para el perdón de los pecados pasados
(cometidos antes de que fuéramos cambiados interiormente), y por consiguiente
nunca podríamos tener la confianza que Pablo tiene cuando dice: « Justificados, pues, por la fe, tenemos paz
para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo; » (Romanos 5:1). Si pensáramos que la justificación
se basa en algo que somos internamente, nunca podríamos tener la confianza de
decir con Pablo: « Ahora,
pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no
andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. » (Romanos 8:1). No tendríamos ninguna seguridad de
perdón de Dios, ninguna confianza para acercarnos a él «con corazón sincero y
con la plena seguridad que da la fe» (He 10:22). No podríamos hablar del «
Pues si por la transgresión de
uno solo reinó la muerte, mucho más reinarán en vida por uno solo, Jesucristo,
los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia. » (Romanos 5:17 ), ni decir que « Porque la paga del pecado es muerte, mas
la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro. » (Romanos 6:23).
El concepto tradicional católico romano de la
justificación es muy diferente a este. La Iglesia Católica Romana entiende la
justificación como algo que nos cambia interiormente y nos hace más santos por
dentro. Se puede decir que este concepto entiende la justificación como algo
que se basa no en justicia imputada, sino en justicia inyectada, o sea,
justicia que Dios en realidad pone dentro de nosotros que nos cambia
internamente y en términos de nuestro carácter moral real El resultado de este concepto católico romano
tradicional de la justificación es que las personas no pueden estar seguras de
si están o no en un «estado de gracia» en el que experimentan la aceptación
completa de parte de Dios y su favor. Todavía más, según este concepto la gente
experimenta variados grados de justificación de acuerdo a la medida de justicia
que se les ha inyectado o colocado dentro de ellos. A fin de cuentas, la
consecuencia lógica de esta creencia de la justificación es que nuestra vida
eterna con Dios no se basa en la sola gracia de Dios, sino parcialmente también
en nuestro mérito.
Como dice un teólogo católico romano, «para el
justificado la vida eterna es a la vez una dádiva de gracia que Dios ha prometido
y una recompensa por sus propias buenas obras y méritos. … Las obras salvadoras
son, al mismo tiempo, dádivas de Dios y actos meritorios del hombre».
Asignar de
esta manera mérito salvador a la justicia interna del hombre y a las «buenas
obras» a la larga destruye lo fundamental del evangelio mismo. Eso fue lo que
Martín Lutero vio tan claramente y dio motivo a la Reforma. Cuando las buenas
nuevas del evangelio verdaderamente se volvieron buenas noticias de salvación
totalmente gratuita en Jesucristo, se esparcieron como incendio forestal por el
mundo civilizado. Pero esto fue simplemente una recuperación del evangelio
original, que declara: «La paga del pecado es
muerte, mientras que la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, nuestro
Señor» (Romanos 6:23), e insiste que « Ahora,
pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no
andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu » (Romanos 8:1).
D. La justificación nos viene por entero por la gracia de Dios y no a
cuenta de mérito en nosotros mismos
Después que Pablo explica en Romanos 1:18 al 3:20 que nadie podrá jamás justificarse
delante de Dios («ya que por las obras de la ley ningún
ser humano será justificado delante de él; porque por medio de la ley es el conocimiento
del pecado », Romanos 3:20), pasa
a explicar que « por cuanto
todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, siendo justificados
gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, » (Romanos 3:23-24).
La «gracia» de Dios quiere decir «favor inmerecido»
que nos concede. Debido a que somos completamente incapaces de ganarnos el
favor de Dios, la única manera en que nos podían declarar justos es que
Dios gratuitamente proveyera salvación para nosotros por gracia, totalmente
aparte de nuestras obras. Pablo explica: « Porque por gracia sois salvos por
medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por
obras, para que nadie se gloríe. » (Efesios
2:8-9; Tito 3:7 para que justificados por su gracia, viniésemos a ser herederos conforme a la esperanza de la
vida eterna.). Se pone la gracia en claro contraste con las obras o
méritos como la razón por la que Dios está dispuesto a justificarnos. Dios no
tenía ninguna obligación de imputarle a Cristo nuestro pecado, ni de imputarnos
a nosotros la justicia de Cristo; fue sólo debido a su favor que no
merecíamos que hizo esto.
Por esta
razón Lutero y los demás reformadores insistieron en que la justificación viene por la gracia sola, no por gracia más
méritos de parte nuestra. Esto fue en distinción de la enseñanza católica
romana de que somos justificados por la gracia de Dios más algo de mérito que
logramos a medida que nos hacemos aptos para recibir la gracia de la
justificación y a medida que crecemos en este estado de gracia mediante
nuestras buenas obras.
(Es digno de observar que el 7 de octubre de 1997
quince notables católico romanos se unieron a dieciocho líderes evangélicos
para firmar un documento llamado «La dádiva de la salvación» en el que
conjuntamente declararon: Convenimos en que la justificación no se gana por
ninguna buena obra o méritos propios; es por entero dádiva de Dios, conferida
por la pura gracia del Padre, de su amor que nos da en su Hijo, quien sufrió
por nosotros y resucitó de los muertos para nuestra justificación.… En
la justificación Dios, en base sólo a la justicia de Cristo, nos declara que ya
no somos sus enemigos rebeldes sino sus amigos perdonados, y por virtud de su
declaración es así. El Nuevo Testamento deja en claro que la dádiva de la
justificación se recibe por fe. … Entendemos que lo que aquí se afirma está de
acuerdo con lo que las tradiciones de La Reforma han querido indicar por
justificación por la fe sola (sola fide). (Christianity Today, 8 de diciembre
de 1997, pp. 35-37).
En un análisis
inicial, estas palabras parecen afirmar una comprensión de la justificación por
justicia imputada que se recibe por la fe sola, y por tanto esto parece ser una
declaración por la que podemos en verdad estar agradecidos. Si en verdad esto
señala completo acuerdo entre evangélicos influyentes y católico romanos sobre
la doctrina de la justificación, tendría significación histórica. Podemos
esperar que una declaración de esta clase pueda ganar el asentimiento de otros
líderes dentro de la Iglesia Católica Romana y eso indicaría un apartarse de lo
que en esta sección es denominada la posición católico romana tradicional. Vea
«Appeal to Fellow Evangelicals», disponible en Alliance of Confessing
Evangelicals, 1716 Spruce Street, Philadelphia, PA 19103, (215) 546-3696 ó
www.alliancenet.org. 5.Ludwig Ott, Fundamentals of Catholic Dogma, ed. James
Canon Bastible, trad. Patrick Lynch, Herder, St. Louis, 1955, p. 264)
E. Dios nos justifica por nuestra fe en Cristo
1.La fe es un instrumento para obtener justificación, pero no tiene mérito en sí misma. Cuando empezamos
este capítulo notamos que la justificación viene mediante la fe que salva.
Pablo deja bien clara esta secuencia cuando dice: « sabiendo que el hombre no es justificado
por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo, nosotros también
hemos creído en Jesucristo, para ser justificados por la fe de Cristo y
no por las obras de la ley, por cuanto por las obras de la ley nadie será
justificado » (Gálatas 2:16). Aquí Pablo
indica que la fe viene primero y es con el propósito de ser justificados.
También dice que a Cristo «se recibe por la fe»
y que Dios es «el que justifica a los que tienen fe en Jesús» (Romanos
3:25,26). Todo el capítulo 4 de Romanos es una defensa del hecho de que somos
justificados por fe, no por obras, tal como Abraham y David lo fueron. Pablo
dice: « Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo; » (Romanos 5:1)
La Biblia nunca dice que somos justificados
debido a la bondad inherente de nuestra fe, como si nuestra fe tuviera mérito
delante de Dios. Nunca nos permite pensar que nuestra fe en sí misma nos gana
favor ante Dios. Más bien la Biblia dice que somos justificados «mediante»
nuestra fe, en el sentido de que la fe es un don de Dios y el instrumento
mediante el cual se nos da la justificación, pero en ningún caso es una
actividad que nos gana mérito o favor ante Dios. Más bien, somos justificados
solamente gracias a los méritos de la obra de Cristo (Romanos 5:17-19 Pues si por la transgresión de uno solo reinó la muerte,
mucho más reinarán en vida por uno solo, Jesucristo, los que reciben la
abundancia de la gracia y del don de la justicia. 18 Así que, como por la transgresión de uno vino
la condenación a todos los hombres, de la misma manera por la justicia de uno
vino a todos los hombres la justificación de vida. 19 Porque así como por la desobediencia de un
hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia
de uno, los muchos serán constituidos justos.).
2. ¿Por qué Dios escogió la fe como el instrumento para que
recibamos la justificación?
Pero quizá nos preguntemos por qué Dios escogió la
fe para que fuera la actitud del corazón por la que obtendríamos la
justificación. ¿Por qué no podía Dios haber decidido dar la justificación a
todos los que sinceramente mostraran amor, gozo, contentamiento, humildad o
sabiduría? ¿Por qué Dios escogió la fe como el medio por el que recibiríamos
justificación? Aparentemente es porque la fe es la única actitud de corazón que
es exactamente lo opuesto de depender de nosotros mismos. Cuando vamos a Cristo por fe, esencialmente decimos: «¡Me
rindo! Ya no voy a depender de mí
mismo ni de mis buenas obras. Sé que
nunca puedo justificarme delante de Dios. Por consiguiente, Jesús, confío en ti y dependo completamente en que
tú me darás una posición de justo delante de Dios». En esta manera, la fe es lo opuesto de confiar en nosotros mismos,
y por tanto es la actitud que perfectamente encaja en una salvación que no
depende para nada de nuestros propios méritos, sino que es por entero un
regalo, una dádiva de la gracia de Dios. Pablo explica esto cuando dice: «
Por tanto, es por fe, para que sea por gracia, a fin de que la promesa sea firme para
toda su descendencia; no solamente para la que es de la ley, sino
también para la que es de la fe de Abraham, el cual es padre de todos nosotros » (Romanos 4:16).
Por eso los reformadores, desde Martín Lutero en
adelante fueron tan firmes en su insistencia de que la justificación no viene
por fe más algunos méritos o buenas obras de parte nuestra, sino sólo por la fe sola. « Habéis sido salvados gratuitamente por la fe; y esto no es cosa vuestra, es un don de Dios; no se debe a las obras, para que nadie se llene de vanidad. » (Efesios 2:8-9). Pablo repetidamente dice que «
Porque por las obras de la ley no será justificado mortal alguno delante de él; pues por la ley tenemos solamente el conocimiento del pecado. (Romanos
3:20); y la misma idea se repite en Gálatas 2:16 pero
sabemos que nadie se justifica
por las obras de la ley, sino
por la fe en Jesucristo; nosotros creemos en Cristo Jesús para ser justificados por la fe de Cristo, no por las obras de la ley; porque nadie será justificado; 3:11 Es claro que nadie se
justifica ante Dios por la ley, porque el
justo vivirá gracias a la fe.;
5:4 Los que queréis ser
justificados por la ley quedáis
desligados de Cristo y separados de
la gracia..
3. ¿Qué quiere decir Santiago al decir que somos justificados
por las obras?
Pero,
¿armoniza esto con la epístola de Santiago? ¿Qué puede querer expresar Santiago
cuando dice: «Vosotros veis, pues, que el hombre es
justificado por las obras, y no solamente por la fe» (Santiago 2:24)?
Aquí debemos darnos cuenta de que Santiago está usando la palabra justificado
en un sentido diferente del que Pablo la usa.
Al principio de este capítulo notamos que la palabra
justificar tiene varios significados, y que un sentido significativo es
«declarar que se es justo», pero también debemos notar que la palabra griega
dikaioo también puede significar «demostrar o mostrar que se es justo». Por
ejemplo, Jesús les dijo a los fariseos: « Entonces les dijo: Vosotros sois los que os justificáis a vosotros
mismos delante de los hombres; mas Dios conoce vuestros corazones; porque lo
que los hombres tienen por sublime, delante de Dios es abominación » (Lucas 16:15).
El punto aquí no era que los fariseos iban por todas
partes haciendo declaraciones legales de que «no eran culpables» delante de
Dios, sino más bien que siempre andaban intentando mostrar a otros que eran
justos por sus propias obras externas. Jesús sabía que la verdad era
distinta, y «Dios conoce los corazones». De modo similar, el maestro de la ley
que puso a prueba a Jesús preguntándole qué debía hacer para heredar la vida
eterna respondió bien a la primera pregunta de Jesús. Pero cuando Jesús le
dijo: «Haz esto, y vivirás», el hombre no quedó satisfecho. Lucas nos dice: «Pero él quería justificarse, así que le preguntó a Jesús: Y
le dijo: Bien has respondido; haz esto, y vivirás. Pero él, queriendo
justificarse a sí mismo, dijo a Jesús: ¿Y quién es mi prójimo? (Lucas
10:28-29). El hombre no estaba deseando dar un pronunciamiento legal de que no
era culpable ante Dios; más bien, estaba deseando «mostrarse a sí mismo como
justo» ante otros que lo estaban oyendo.
Otros ejemplos de la palabra justificar en el
sentido de «mostrar que se es justo» las puede hallar en Mateo 11:19 Vino el Hijo del Hombre, que come y bebe, y dicen: He aquí un
hombre comilón, y bebedor de vino, amigo de publicanos y de pecadores. Pero la
sabiduría es justificada por sus hijos.; Lucas 7:35 Mas la sabiduría es justificada por todos
sus hijos. y Romanos 3:4 De
ninguna manera; antes bien sea Dios veraz, y todo hombre mentiroso; como está
escrito: Para que seas justificado en tus palabras, Y venzas cuando fueres
juzgado.
Nuestra interpretación de Santiago depende no sólo
del hecho de que «mostrar que se es justo» es una acepción aceptable de la palabra
justificarse, sino también en consideración a que este sentido encaja bien con
el propósito primario de Santiago en esta sección. Santiago está preocupado por
mostrar que el mero asentimiento intelectual al
evangelio es una «fe» que no es fe. Desea razonar en
contra de los que dicen que tienen fe pero no dan muestras de cambio en su modo
de vivir. Dice: « Pero alguno dirá: Tú tienes fe, y yo
tengo obras. Muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por mis
obras. » (Santiago 2:18), « Porque como el cuerpo sin espíritu está muerto, así también la fe
sin obras está muerta. » (Santiago 2:26). Santiago está simplemente diciendo aquí
que la «fe» que no tiene resultados u «obras» no es fe real en ningún sentido;
es una fe «muerta». No está negando la clara enseñanza de Pablo de que la
justificación (en el sentido de declaración de una posición legal y correcta
delante de Dios) es por fe sola sin las obras de la ley; está sencillamente
afirmando una verdad diferente; es decir, que la «justificación» en el sentido
de una exhibición externa de que uno es justo ocurre solamente cuando vemos
evidencia en la vida de una persona.
Para parafrasear, Santiago está diciendo que la
persona «demuestra que es justa por sus obras y no por su fe sola». Esto es
algo con lo que Pablo ciertamente estaría de acuerdo (2 Corintios 13:5 Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe; probaos a
vosotros mismos. ¿O no os conocéis a vosotros mismos, que Jesucristo está en
vosotros, a menos que estéis reprobados?; Gálatas 5:19-24 Y manifiestas son las obras de la carne,
que son: adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, 20 idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos,
celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, 21 envidias, homicidios, borracheras, orgías, y
cosas semejantes a estas; acerca de las cuales os amonesto, como ya os lo he
dicho antes, que los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios. 22 Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz,
paciencia, benignidad, bondad, fe, 23
mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley. 24 Pero los que son de Cristo han crucificado la
carne con sus pasiones y deseos ).
4. Implicaciones prácticas de la justificación solo por la fe.
Las implicaciones prácticas de la doctrina de
justificación por la fe sola son muy significativas. Primero, esta doctrina nos
permite ofrecer esperanza genuina a los inconversos que saben que nunca podrían
por ellos mismos lograr ser justos delante de Dios. Si la salvación es un
regalo que se recibe solo por la fe, cualquiera que oye el evangelio puede
esperar que la vida eterna se ofrezca por gracia y que se puede obtener.
Segundo, esta doctrina nos da confianza de que Dios nunca nos hará pagar por
los pecados que han sido perdonados sobre la base de los méritos de Cristo.
Por supuesto, podemos continuar sufriendo las consecuencias ordinarias del
pecado (el alcohólico que deja de emborracharse puede seguir sufriendo de
debilidad física por el resto de su vida, y el ladrón que es justificado puede
ser que con todo tenga que ir a la cárcel a pagar sus delitos).
Es más, Dios
puede disciplinarnos si continuamos actuando en desobediencia a Él (Hebreos
12:5-11 y habéis ya olvidado la exhortación que como a
hijos se os dirige, diciendo: Hijo mío, no menosprecies la disciplina del Señor,
Ni desmayes cuando eres reprendido por él; 6
Porque el Señor al que ama, disciplina, Y azota a todo el que recibe por
hijo. 7 Si soportáis la disciplina, Dios
os trata como a hijos; porque ¿qué hijo es aquel a quien el padre no
disciplina? 8 Pero si se os deja sin
disciplina, de la cual todos han sido participantes, entonces sois bastardos, y
no hijos. 9 Por otra parte, tuvimos a
nuestros padres terrenales que nos disciplinaban, y los venerábamos. ¿Por qué
no obedeceremos mucho mejor al Padre de los espíritus, y viviremos? 10 Y aquéllos, ciertamente por pocos días nos
disciplinaban como a ellos les parecía, pero éste para lo que nos es
provechoso, para que participemos de su santidad. 11 Es verdad que ninguna disciplina al presente
parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de
justicia a los que en ella han sido ejercitados.), y lo haría por amor y
para nuestro propio bien.
Pero Dios nunca puede vengarse ni se vengará de
nosotros por pecados pasados, ni nos hará pagar la pena que merecemos por
ellos, ni nos castigará con ira y con el propósito de hacernos daño. « Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en
Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. »
(Romanos 8:1). Esta verdad debe darnos un gran sentido de gozo y confianza ante
Dios de que él nos ha aceptado y de que podemos estar ante él no como
«culpables» sino «justos» para siempre.
F. Adopción
Además de la justificación, hay otro asombroso
privilegio que Dios nos da en el momento en que llegamos a ser creyentes: el
privilegio de la adopción.
Podemos definir la adopción como sigue: La adopción
es un acto de Dios en el cual él nos hace miembros de su familia.
Aunque la adopción es un privilegio que se nos da en el momento en que nos
convertimos en creyentes (Juan 1:12 Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les
dio potestad de ser hechos hijos de Dios ;
Gálatas 3:26 pues todos sois hijos de Dios por la fe en
Cristo Jesús; 1 Juan 3:1-2 Mirad cuál amor nos
ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo no
nos conoce, porque no le conoció a él. 2
Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que
hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a
él, porque le veremos tal como él es), no es lo mismo que la
justificación ni que la regeneración.
Por ejemplo, Dios podía habernos dado justificación
sin los privilegios de la adopción en su familia, porque podía habernos
perdonado nuestros pecados y habernos dado una posición legal correcta delante
de Él sin hacernos sus hijos. De modo similar, podía habernos hecho vivir
espiritualmente mediante la regeneración sin habernos hecho miembros de su
familia con los privilegios especiales de miembros de su familia; los ángeles,
por ejemplo, evidentemente caen en esa categoría. La enseñanza bíblica de la
adopción enfatiza mucho más las relaciones personales que la salvación nos da
con Dios y con su pueblo. Juan menciona la adopción al principio de su
evangelio, en donde dice: «A todos los que le
recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos
de Dios» (Juan 1:12, ). Los que no creen en Cristo, por el contrario, no
son hijos de Dios ni son adoptados en su familia, sino que son « entre los cuales también todos nosotros
vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de
la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo
mismo que los demás. » (Efesios
2:3), e”en los cuales anduvisteis en otro tiempo,
siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del
aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia”, «
Nadie os engañe con palabras
vanas, porque por estas cosas viene la ira de Dios sobre los hijos de
desobediencia. » (Efesios 2:2; 5:6 ).
Aunque los judíos que rechazaron a Cristo trataron
de aducir que Dios era su Padre (Juan 8:41 Vosotros
hacéis las obras de vuestro padre. Entonces le dijeron: Nosotros no somos
nacidos de fornicación; un padre tenemos, que es Dios), «
Jesús entonces les dijo: Si
vuestro padre fuese Dios, ciertamente me amaríais; porque yo de Dios he salido,
y he venido; pues no he venido de mí mismo, sino que él me envió. … Vosotros sois de vuestro
padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. El ha sido
homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay
verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre
de mentira. » (Juan 8:42-44).
Las epístolas del Nuevo Testamento dan testimonio
repetido del hecho de que ahora somos hijos de Dios en un sentido especial,
miembros de su familia. Pablo dice: «Porque todos los
que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Y ustedes no
recibieron un espíritu que de nuevo los esclavice al miedo, sino el Espíritu
que los adopta como hijos y les permite clamar: “¡Abba! ¡Padre!” El Espíritu
mismo le asegura a nuestro espíritu que somos hijos de Dios. Y si somos hijos,
somos herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, pues si ahora
sufrimos con él, también tendremos parte con él en su gloria» (Romanos
8:14-17). Pero si somos hijos de Dios, ¿no estamos entonces emparentados unos
con otros como familiares? Claro que sí. Es más, esta adopción en la familia de
Dios nos hace a todos partícipes en una familia que incluye también a los
judíos creyentes del Antiguo Testamento, porque Pablo dice que somos también
hijos de Abraham: «Tampoco por ser descendientes de
Abraham son todos hijos suyos. Al contrario: “Tu descendencia se establecerá
por medio de Isaac”. En otras palabras, los hijos de Dios no son los
descendientes naturales; más bien, se considera descendencia de Abraham a los
hijos de la promesa» (Romanos 9:7-8). Luego les explica a los gálatas: «Ustedes, hermanos, al igual que Isaac, son hijos por la
promesa. … no somos hijos de la esclava sino de la libre» (Gálatas
4:28,31; 1 Pedro 3:6 como
Sara obedecía a Abraham, llamándole señor; de la cual vosotras habéis venido a
ser hijas, si hacéis el bien, sin temer ninguna amenaza, en donde Pedro ve a las mujeres creyentes como
hijas de Sara en el nuevo pacto).
Pablo explica que este estatus de adopción como
hijos de Dios no se realizó por completo en el antiguo pacto. Dice que: «Antes de venir esta fe, la ley nos tenía presos. … Así que la
ley vino a ser nuestro guía encargado de conducirnos a Cristo, para que
fuéramos justificados por la fe. Pero ahora que ha llegado la fe, ya no estamos
sujetos al guía. Todos ustedes son hijos de Dios mediante la fe en Cristo Jesús»
(Gálatas 3:23-26). Esto no es decir que el Antiguo Testamento omitió por
completo hablar de Dios como nuestro Padre, porque Dios en efecto se llama a sí
mismo Padre de los hijos de Israel, y los llama sus hijos en varios lugares
(Salmos 103:13 Como el padre se compadece de los hijos,
Se compadece Jehová de los que le temen. ; Isaías 43:6-7 Diré al norte: Da acá; y al sur: No detengas; trae de lejos
mis hijos, y mis hijas de los confines de la tierra, 7 todos los llamados
de mi nombre; para gloria mía los he creado, los formé y los hice.; Malaquías
1:6 El hijo honra al padre, y el siervo a su señor. Si,
pues, soy yo padre, ¿dónde está mi honra? y si soy señor, ¿dónde está mi temor?
dice Jehová de los ejércitos a vosotros, oh sacerdotes, que menospreciáis mi
nombre. Y decís: ¿En qué hemos menospreciado tu nombre?; 2:10 ¿No tenemos todos un mismo padre? ¿No nos ha creado un mismo
Dios? ¿Por qué, pues, nos portamos deslealmente el uno contra el otro,
profanando el pacto de nuestros padres?).
Pero aunque había una conciencia de Dios como Padre
en el pueblo de Israel, los plenos beneficios y privilegios de la membresía en
la familia de Dios, y la plena realización de esa membresía, no fueron
efectivos sino cuando Cristo vino y el Espíritu del Hijo de Dios se derramó en
nuestros corazones y dio testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de
Dios. Aunque el Nuevo Testamento dice que ahora somos hijos de Dios (1 Juan 3:2
Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha
manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste,
seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es.), debemos
también observar que hay otro sentido en el que nuestra adopción todavía es
futura porque no recibiremos los plenos beneficios y privilegios de adopción
sino cuando Cristo vuelva y tengamos nuevos cuerpos resucitados. Pablo habla de
este sentido posterior y más pleno de la adopción cuando dice: «Y no sólo ella, sino también nosotros mismos, que tenemos las
primicias del Espíritu, gemimos interiormente, mientras aguardamos nuestra
adopción como hijos, es decir, la redención de nuestro cuerpo» (Romanos
8:23).
Aquí Pablo ve
la recepción de los nuevos cuerpos resucitados como el cumplimiento de nuestros
privilegios de adopción, tanto que puede referirse a esto como nuestra
«adopción como hijos».
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