Los
individuos, incluso creyentes, somos propensos a la melancolía frecuente y
fácilmente somos lanzados incluso más profundamente en ella a través de
patrones de pensamiento indisciplinados o emociones fuera de control.
El
estado al que llegamos es tan triste que yo creo que es necesario dar algunos
consejos específicos escritos especialmente para estas situaciones.
Encuentro
personas que no están familiarizadas con la naturaleza de esta y otras
enfermedades, y que, por consiguiente, deshonran grandemente el nombre de Dios
y llevan la profesión de la fe cristiana al desprecio. Lo hacen al atribuirle
todo el comportamiento y las palabras de las personas melancólicas a las obras
excelentes y excepcionales del Espíritu de Dios. Luego, hacen conclusiones
sobre los métodos y las obras de Dios sobre el alma, así como también, sobre la
naturaleza de influencia que se le ha permitido ejercer al diablo. Otros, han
publicado las profecías, posesiones (demoniacas) y los exorcismos de mujeres
histéricas, especialmente escritos por los frailes.
No categorizo como melancólicos a
quienes están racionalmente arrepentidos por el pecado, conscientes de su
miseria y vigorosamente preocupados por su recuperación y salvación, incluso si
es con una seriedad tan grande como la de los pecadores, en tanto ellos tengan
una razón firme y la imaginación, la fantasía ni el intelecto no estén torcidos
o enfermos.
Por melancolía o depresión quiero decir
una locura enfermiza, dolor o error de la imaginación, y consecuentemente del
entendimiento. Se conoce por medio de estas señales siguientes (no todos suceden en cada caso individual de
depresión).
1. Muchas veces sienten temor sin causa,
o sin causa suficiente. Todo lo que escuchan o ven es capaz de incrementar sus
temores, especialmente si el temor en sí fue el precipitante, y muchas veces lo
es.
2. Su imaginación se equivoca más al
exagerar su pecado, peligro o infelicidad. Cada pecadillo que mencionan con
asombro, como si fuera un pecado atroz. Cada peligro posible lo toman como
probable, y los probables por seguros, cada peligro pequeño por grande, y cada
calamidad por una destrucción total.
3. Son consumados por la tristeza
excesiva: algunos lloran sin saber por qué e incluso piensan que, de alguna
manera, es apropiado. Si llegaran a sonreír o a hablar animadamente, sus
consciencias les reprochan por ello, como si hubieran hecho algo malo.
4. Sus sentimentalismos y prácticas religiosas
enfatizan el duelo y el ascetismo.
5. Se acusan continuamente, trayendo
todo tipo de cargos contra sí mismos, ya sean cosas que escucharon, leyeron, vieron
o pensaron. Se cuestionan en todo lo que hacen, así como una persona polémica
lo hace con otros.
6. Sienten constantemente que Dios los
abandonó y son propensos a la desesperación. Son como un hombre en el desierto,
abandonado por todos sus amigos y sus comodidades, abatidos y desconsolados. Su
pensamiento continuo es: “¡Estoy acabado, acabado, acabado!”.
7. Piensan que el momento de la gracia ha
pasado y que ahora es demasiado tarde para arrepentirse o para hallar
misericordia. Si les habla del tono del evangelio y su ofrecimiento de perdón
gratuito para todo creyente penitente, ellos aún lamentan: “Muy tarde, muy
tarde, mi oportunidad ha pasado”, sin considerar que cada alma que se
arrepiente verdaderamente en esta vida está ciertamente perdonada.
8.
Muchas veces, son tentados a mirar solo los aspectos temerosos en la doctrina
de la predestinación y, completamente fuera de contexto, los usan mal como base
para la desesperación. Ellos razonan que si Dios los ha rechazado (o no los ha
elegido), todo lo que ellos, o el mundo entero, haga no podrá salvarlos.
Seguidamente, desarrollan una convicción fuerte de que ellos no están dentro de
los elegidos y están, por consiguiente, una ayuda o esperanza pasada. No
entienden que Dios no elige a nadie simplemente para ser salvo mientras pasa
por alto los medios de gracia. Más bien, Él elige para que ellos crean, se
arrepientan y, como resultado, sean salvos. La elección aplica tanto al fin
como a los medios. Todos los que se arrepientan y elijan a Cristo y una vida
santa son elegidos para la salvación, porque son elegidos para los medios y el
estado de salvación. Si perseveran, disfrutarán de la salvación. Arrepentirse
es la mejor manera de demostrar que uno es elegido.
9. Nunca leen ni escuchan algún ejemplo
miserable sin identificarse con él. Si oyen de Caín, o de faraón, entregados a
la dureza de corazón, o leen que algunos son vasos de ira, preparados para la
destrucción o que tienen ojos y no ven, oídos y no oyen, corazón y no
entienden, ellos piensan: “¡Todo eso se trata de mí!”, o “Esta es justamente mi
situación”. Si oyen de cualquier ejemplo terrible de los juicios de Dios sobre
alguien, o se quema una casa, o alguien está delirando o muere en la
desesperación, ellos piensan que lo mismo les sucederá. La lectura del caso de
Spira provoca o intensifica la depresión en muchos. El escritor ignorante de
este caso describió en realidad una depresión severa que sucedió por pecar
contra la consciencia. Sin embargo, él describe el caso como si fuera una
desesperación imperdonable surgiendo de un intelecto sobrio.
10. Al mismo tiempo, estas personas
piensan que nadie ha compartido un problema similar. He visto muchos casos muy
similares en el curso de unas pocas semanas. Aun así, cada uno dice que nadie
más ha sido como ellos.
11. Son totalmente incapaces de disfrutar
algo. No pueden entender, creer o pensar en nada agradable. Leen todas las
amenazas de la Palabra con una percepción y aplicación preparada. Sin embargo,
leen las promesas una y otra vez sin notarlas, como si no las hubieran leído. O
dicen: “No me pertenecen: mientras más grande sea la misericordia de Dios y las
riquezas de la gracias, más miserable soy por no tener parte en ellas”. Son
como un hombre en dolor o enfermedad permanente, incapaz de regocijarse debido
a la percatación de su dolor. Ven al esposo, la esposa, los amigos, los hijos,
la casa, las posesiones y todo lo demás sin placer alguno, como quien va a ser
ejecutado por alguna clase de crimen.
12. Su consciencia se apresura a
hablarles del pecado y sugiere que los esfuerzos desmoralizadores son
responsabilidades. Sin embargo, son ajenos a todas las responsabilidades que
podrían llevar consuelo. En cuanto al agradecimiento por las misericordias,
alabar a Dios, meditando en su amor y gracia, y en Cristo y sus promesas:
indíquelas tan firmemente como quiera, ellos no ven estas como su
responsabilidad, tampoco hacen esfuerzo consciente alguno para llevarlas a
cabo. Más bien, piensan que estas son responsabilidades de otros, pero
inadecuadas para ellos mismos.
13. Dicen siempre que no pueden creer, y
por lo tanto, piensan que no pueden ser salvos. Esto se debe a que ellos
malinterpretan generalmente la naturaleza de la fe. Consideran que la fe es la
creencia que ellos mismos están perdonados y que están en el favor de Dios, y
por consiguiente, deben ser salvos. Y debido a que no pueden creer esto, lo
cual su enfermedad no les permitirá creer, piensan que no son creyentes. En
contraste, la fe salvadora no es otra cosa sino la creencia de que el evangelio es
cierto, y de que Cristo es el Salvador a quien le confiamos nuestra alma.
Esta
creencia nos hace consentir inmediatamente que Él es nuestro y que nosotros le
pertenecemos, y, de este modo, estamos de acuerdo con el pacto de la gracia.
Sin embargo, incluso cuando ellos están de acuerdo con lo mismo (y darían el
mundo para estar seguros de que Cristo es de ellos y no ser perfectamente
santo), aun así ellos piensan que no creen porque no creen que Él los perdonará
o salvará individualmente.
14. Están infelices y descontentos
consigo mismos como una persona quejosa y obstinada está hacia los demás.
Piense en alguien difícil de complacer, que encuentra errores en todo lo que ve
o escucha, que se ofende con todos y que sospecha de todos a los que ve
murmurando. Así es como una persona deprimida es hacía sí misma: desconfiada,
descontenta y hallando defectos en todo.
15. Son adictos a la soledad y evitan la
compañía en casi todo.
16. Se dan a las reflexiones fijas, y a
los pensamientos observadores y largos que no sirven para nada. En
consecuencia, la meditación y el pensamiento profundo son sus actividades
principales y una gran parte de su enfermedad.
17. Son muy reacios a trabajar en sus
llamados y tienden a la ociosidad, ya sea acostados en la cama o sentados
solos, pensando de manera no beneficiosa.
18. Piensan más que nada en sí mismos:
como piedras de molino que se muelen una a otra en ausencia de grano, así un
pensamiento trae a otro. Sus pensamientos se tratan de sus pensamientos. Cuando
han estado estratégicamente pensando, piensan sobre lo que acaban de pensar.
Generalmente, en raras ocasiones meditan sobre Dios (a menos que estén
airados), el cielo, Cristo, el estado de la iglesia o cualquier cosa externa a
ellos. Más bien, todos sus pensamientos están restringidos y son reflexivos. La
autotortura resume sus pensamientos y sus vidas.
19. Sus pensamientos perplejos son como
lana o seda enredada o como un hombre en un laberinto en el desierto, o uno que
ha perdido el rumbo en la noche. Él busca y va a tientas, y puede restarle
importancia a cualquier cosa. Está aún más desconcertado, confundido y
enredado, lleno de dudas y dificultades de las que no encuentra salida.
20. Sus escrúpulos son interminables: teme
pecar en cada palabra que dice, en cada pensamiento y en cada mirada, en cada
comida que ingiera y en cada artículo de ropa que viste. Si considera cómo
enmendarlos, tiene dudas sobre las soluciones que provee. No se atreve a viajar
ni a quedarse en casa, a hablar ni a quedarse callado. Está obsesionado con
todo, como si él consistiera enteramente de inseguridad contradictoria.
21. En consecuencia, aparece que es
altamente supersticioso y que inventa muchas reglas para sí mismo que Dios
nunca le requirió. Se atrapa a sí mismo con votos y resoluciones innecesarias,
y un ascetismo dañino: “no tocar, no probar, no manejar”. Su “religión” está
tan compuesta de tales responsabilidades externas y autoimpuestas que pasa
muchas horas en este o aquel acto de supuesta devoción: usar estas ropas, pero
rechazar las más bonitas, rechazar las comidas favoritas y muchas cosas
similares. Una gran cantidad del aspecto perfeccionista de la devoción
supersticiosa y ritualista surge de la melancolía, aunque la estructura
eclesiástica de esta comunión deriva del orgullo y la codicia.
22. Tales individuos han perdido el
poder de controlar sus pensamientos por medio de la razón. Si los convence de
que deberían rechazar sus pensamientos auto desconcertantes e improductivos y
dirigir sus pensamientos a otros temas o, simplemente, descansar, ellos no
pueden obedecerle. Están bajo una compulsión o restricción. No pueden expulsar
sus pensamientos molestos; no pueden redirigir su mente; no pueden pensar en el
amor y la misericordia. No pueden pensar en otra cosa que no sea sobre lo que
sí piensan, como un hombre con un dolor de muelas solo puede pensar en su
dolor.
23. Por lo general, después de esta
etapa empeoran progresivamente, volviéndose incapaces de participar en la
oración o en la meditación privada. Sus pensamientos se vuelven desordenados.
Cuando deberían orar o meditar, se van por cientos de tangentes, y no pueden
mantener sus pensamientos fijos en una sola cosa. Esta es la esencia misma de
su enfermedad: una imaginación errónea, confundida, combinada con una razón
débil que no puede controlarla. A veces, el terror los aparta de la oración; no
se atreven a tener esperanza y, por lo tanto, no se atreven a orar.
Generalmente, se atreven a no recibir la Santa Cena. Aquí es cuando están más
asustados. Si la reciben, se llenan de terror, temiendo que la han tomado para
su propia condenación al haberla recibido de manera indigna.
24. De este modo, desarrollan una evasión
poderosa de toda obligación con la religión. El temor y la desesperación hacen
que se acerquen a la oración, la predicación y la lectura de la Biblia de la
misma manera que un oso siendo llevado a la hoguera. Luego, ellos concluyen que
odian a Dios y a la devoción, atribuyendo los efectos de su enfermedad a sus
almas. Irónicamente, aquellos que son devotos prefieren ser liberados de todos
sus pecados y ser perfectamente santos que tener todas las riquezas o el honor
del mundo.
25. Generalmente, están preocupados con
pensamientos intensos y de presión que, estando muy desorganizados, solo
compiten entre ellos y se contradicen. Experimentan esto como si algo estuviera
hablando en su interior, y como si sus propios pensamientos violentos fueran
alegatos e impulsos de alguien más. Por lo tanto, tienden a atribuirles todas
sus fantasías a algún acto extraordinario del diablo o del Espíritu de Dios. Se
expresan en palabras como estas: “Lo pusieron en mi corazón”, o “Me dijeron que
tenía que hacer algo. Luego, me dijeron que no tenía que hacerlo, y ¡me dijeron
que tenía que hacer algo más!”. Experimentan sus propios pensamientos casi como
voces audibles diciendo lo que ellos mismos están en realidad pensando.
26. Cuando la depresión se vuelve
intensa, estos individuos son afligidos frecuentemente con tentaciones
espantosas, blasfemas, en contra de Dios, de Cristo o de la Escritura, y en contra
de la inmortalidad del alma. Esto viene parcialmente de sus temores, lo que los
hace permanecer, a pesar de sí mismos, en lo que más temen, del mismo modo en
que la sangre naturalmente fluye de una herida. El dolor mismo de sus temores
atrae sus pensamientos hacia lo que temen. Como uno que anhela desesperadamente
dormir y teme ser incapaz de poder dormirse está condenado a mantenerse
despierto por esos mismos temores y deseos, así que los temores y los anhelos
de la melancolía están en desacuerdo. Además, la mezquindad del diablo está
claramente interfiriendo aquí, así como también él está aprovechando, por medio
de esta enfermedad, para tentarlos y afligirlos, y para mostrar su odio por
Dios, por Cristo, por la Escritura y por ellos. Pues así como puede tentar más
fácilmente a una persona colérica a la ira; a una persona flemática, sensual a
la pereza; y a una persona sanguínea o de temperamento caliente, a la lujuria y
a la inmoralidad; de la misma manera, una persona melancólica deprimida es más
fácilmente tentada a tener pensamientos de blasfemia, infidelidad y
desesperación. Muchas veces, tales personas sienten una urgencia intensa, como
si fueran impulsados internamente, a decir palabras blasfemas o tontas. No
tienen paz hasta haber cedido a tales impulsos. Otros, ceden a la tentación de
estar callados, y cuando lo han hecho, están tentados a desesperarse
completamente porque han cometido un pecado muy grande. Cuando el diablo
obtiene esta ventaja sobre ellos, continúa sus esfuerzos en su contra.
27. Ante esto, se sienten más tentados a
pensar que han cometido el pecado contra el Espíritu Santo, sin entender cuál
es ese pecado, pero aún temerosos de haberlo cometido debido a que es un pecado
muy temible. Por lo menos, piensan que no serán perdonados. No reconocen que la
tentación es una cosa, pero que el pecado es otra, y que nadie tiene menos
razón de temer a ser condenado por su pecado que aquel que está menos dispuesto
a cometerlo y que más lo odia. Nadie puede estar menos dispuesto a cometer
pecado que estas pobres almas con respecto a los pensamientos horribles y
blasfemos de que se quejan.
28. A causa de esos pensamientos,
algunos de ellos llegan a pensar que están endemoniados. Si tan solo entra en
su mente la manera en que una persona poseída actúa, el simple poder de la
sugestión hará que se comporten igual. He conocido personas que juran,
maldicen, blasfeman e imitan una voz extraña interior, pensando que fue el
diablo en ellos el que lo hacía. Sin embargo, pocos llegan a este extremo.
29. Algunos que sí experimentan delirio
escuchan voces y ven luces y apariciones, y creen que el velo se abre ante
ellos, y que alguien se encuentra y conversa con ellos. Es, sin embargo,
solamente el error de un cerebro que falla y de la imaginación desordenada.
30.
Muchos de ellos llegan a cansarse de la vida en sí debido a las perplejidades
constantes y agotadoras de su mente, y aun así, permanecen con temor a morir.
Algunos deciden matarse de hambre; otros son fuertemente tentados a suicidarse,
y son afligidos con la tentación tan implacablemente que no pueden ir a ninguna
parte sin sentir como si algo en su interior los provoca y les dice: “¡Hazlo,
hazlo!”. Con el tiempo, muchas pobres almas ceden y se suicidan.
31. Muchos otros sufren temores fijos y falsos
de llevar carencia, pobreza y miseria a su familia; de encarcelamiento o
deportación; o de que alguien los matará. Ellos creen que a cualquiera que ven
murmurando está tramando asesinarlos.
32. Algunos determinan no decir ni una
palabra, y entonces, permanecen en decidido silencio.
33. Todos ellos son intrincados y tercos
en sus opiniones, y no se les puede convencer de lo contrario, sin importar
cuán irracionales sean.
34. Pocos de ellos responden
positivamente a cualquier razón, persuasión o consejo. Si parece satisfacerlos,
aquietarlos y animarlos por el momento, al día siguiente estarán igual de mal
que antes. La naturaleza de su enfermedad es pensar de la manera en que lo
hacen. Sus pensamientos no están curados porque la enfermedad subyacente en sí permanece
sin curar.
35. Sin embargo, en toda esta angustia,
algunos de ellos creerán que están deprimidos, y detestan que se les diga.
Insisten en que es simplemente una sensación racional de infelicidad debido a
que Dios los abandonó y están bajo la ira pesada de Él. Por lo tanto,
difícilmente pueden ser persuadidos de tomar algún medicamento o de usar otros
medios para la curación de su cuerpo. Sostienen que están bien, confiados de
que solo es su alma la que está afligida. Este es el caso miserable de estas
personas desafortunadas, para ser enormemente compadecidas y no despreciadas
por nadie.
He hablado aquí solamente de lo que yo mismo
he observado y sabido frecuentemente. Que nadie menosprecie a estos individuos;
personas de toda clase caen en esta miseria: educados y analfabetas, altos y
bajos, buenos y malos, así como algunos que vivieron previamente en un egoísmo
y sensualidad decadentes hasta que Dios hizo que se dieran cuenta de su
estupidez.
Las causas de la melancolía son:
(1) más comúnmente por alguna pérdida
temporal, sufrimiento, dolor o preocupación que los ha afectado muy
profundamente
(2) un temor excesivo a situaciones
comunes aunque peligrosas
(3) trabajo o pensamiento intelectual
demasiado agotador e incesante, que ha confundido y fatigado la imaginación muy
intensamente
(4) temores, muy profundos o muy constantes, y
pensamientos serios, apasionados, y preocupaciones sobre el peligro del alma
(5) Las predisposiciones principales para ello
(de hecho, las causas principales) son una fragilidad de la facultad y la
razón, aunada a las emociones fuertes (que muchas veces se hallan en las
mujeres y en quienes les aparecen naturalmente)
(6) Finalmente, en algunos casos, la
melancolía es introducida por algún pecado atroz, que los culpables no soportan
ni recordarlo una vez que su consciencia ha despertado finalmente. Cuando el
curso natural de esta enfermedad está muy avanzado, el consejo para las
personas afectadas es inútil porque ellas no tienen racionalidad ni libertad
para implementarlo. Más bien, son los amigos más cercanos a ellos los que
necesitan consejería. Sin embargo, al menos al inicio, la mayoría de personas
siguen teniendo algún poder de razonamiento, así que a continuación doy
instrucciones aquí para el beneficio de ellas.
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