La soberanía en la
sociedad
Llegamos
ahora a la soberanía en la esfera de la sociedad. Con esto entendemos, en un
sentido calvinista, que la familia, los negocios, la ciencia, las artes etc.
son todas esferas sociales, que no deben
su existencia al estado, y que no
derivan la ley de su vida de la superioridad del estado, sino que obedecen a una autoridad superior dentro
de su propio seno; una autoridad que gobierna, por la gracia de Dios,
igual como lo hace la soberanía del estado. Esto involucra la antítesis entre
Estado y sociedad, pero bajo la condición de que no entendemos esta sociedad
como un conglomerado sino analizada en sus partes orgánicas, para honrar en
cada una de estas partes el carácter independiente que les pertenece. En este
carácter independiente, necesariamente está involucrada una autoridad superior
especial, y esta autoridad la llamamos la soberanía en las esferas sociales
individuales, para expresar decididamente que estas esferas de la vida social
no tienen nada por encima de ellas excepto Dios, y que el Estado no puede
intervenir aquí, y no tiene nada que mandar en estos dominios. Como
Uds. sienten de una vez, este es el asunto interesante de nuestras libertades
civiles. Aquí es sumamente importante tener en mente la diferencia entre la
vida orgánica de la sociedad y el carácter mecánico del gobierno. Cualquier
cosa entre los hombres que se origina directamente de la Creación, contiene
todos los datos para su desarrollo en la naturaleza humana como tal. Uds.
pueden ver esto en la familia y en la conexión de los lazos sanguíneos. De la
dualidad de hombre y mujer surge el matrimonio. De la existencia original de un
solo hombre y una sola mujer, surge la monogamia. Los niños existen a causa del
poder innato de reproducción. Naturalmente, los niños están conectados entre
ellos como hermanos y hermanas. Y cuando estos hijos, con el tiempo, se casan
también, todas estas conexiones surgen de la relación de sangre y otros lazos
que dominan la entera vida familiar. En todo esto no hay nada mecánico. El
desarrollo es espontáneo, como el del tronco y las ramas de una planta. Es
cierto, el pecado tuvo aquí también una influencia destructora y distorsionó en
una maldición mucho de lo que fue creado para ser bendición. Pero este
efecto fatal del pecado fue detenido por la gracia común. El "amor
libre" y el concubinato pueden tratar de disolver el lazo más sagrado;
pero para la gran mayoría de nuestra raza, el matrimonio sigue siendo el
fundamento de la sociedad humana, y la familia mantiene su posición como esfera
primordial en la sociología. Lo mismo podemos decir de las otras esferas de la
vida. Aunque la naturaleza que nos rodea haya perdido la gloria del paraíso por
causa del pecado, aunque la tierra produzca cardos y espinos para que comamos
nuestro pan en el sudor de nuestra frente, sin embargo la meta principal de
todo esfuerzo humano permanece lo que era antes de la caída: el dominio sobre
la naturaleza. Y este dominio no lo podemos obtener excepto ejerciendo los
poderes que están innatos en la misma naturaleza, por las ordenanzas de la
Creación. En consecuencia, toda ciencia es solamente la aplicación al cosmos,
de los poderes de la investigación y del pensamiento que Dios creó en nosotros;
y las artes no son otra cosa que la productividad natural de las potencias de
nuestra imaginación. Cuando admitimos entonces que el pecado, aunque detenido
por la "gracia común", ha causado muchas modificaciones de estas
distintas expresiones de la vida, modificaciones que se originaron solamente
después de que el paraíso fue perdido, y que desaparecerán otra vez con la
llegada del Reino de gloria - entonces siempre sostenemos que el carácter
fundamental de estas expresiones permanece tal como era originalmente. Todas
ellas juntas forman la vida de la creación, en acuerdo con las ordenanzas de la
creación, y por tanto se desarrollan orgánicamente. Pero el caso es
completamente diferente con los poderes del gobierno. Aunque podemos admitir
que aun sin el pecado, hubiera sido necesario combinar las muchas familias en
una unidad superior, esta unidad hubiera sido internamente envuelta en el Reino
de Dios, quien hubiera gobernado directa y armoniosamente en los corazones de
todos los hombres. Entonces no hubieran existido estados, sino un solo imperio
mundial orgánico, con Dios como su Rey; exactamente lo que es profetizado para
el futuro que nos espera, cuando todo pecado haya desaparecido. Pero es
exactamente esto lo que el pecado ahora ha eliminado de la vida humana. Esta
unidad ya no existe. Este gobierno de Dios ya no prevalece. Un imperio mundial
no puede ni debe establecerse. Este mismo deseo contumaz llevó a la
construcción de la torre de Babel. Así surgieron pueblos y naciones. Estos
pueblos formaron estados. Y sobre estos estados, Dios puso gobiernos. Y así, si
me permiten la expresión, no es una cabeza natural que haya crecido
orgánicamente desde el cuerpo de los pueblos, sino una cabeza mecánica, que
desde afuera fue puesta sobre el tronco de la nación. Solo un remedio para una
condición equivocada. Un palo puesto al lado de la planta para mantenerla
parada, porque sin este palo caería al suelo por su debilidad. La
característica principal del gobierno es el poder sobre vida y muerte. Según el
testimonio apostólico, el gobierno lleva la espada, y esta espada tiene un
triple significado. Es la espada de la justicia, para ejercer el castigo
corporal sobre el criminal. Es la espada de la guerra para defender la honra,
los derechos y los intereses del estado contra sus enemigos. Y es la espada del
orden, para contrarrestar cualquier rebelión. Lutero y sus co-reformadores
señalaron correctamente que la institución propia, y la investidura plena del
gobierno con poder, surgieron solamente después del diluvio, cuando Dios ordenó
que la pena capital caiga sobre aquel que derramase sangre humana. El derecho
de quitar una vida pertenece solamente a Aquel que puede dar la vida, o sea, a
Dios; y por tanto nadie en la tierra tiene esta autoridad, excepto Dios mismo se
la haya dado. En esta perspectiva, el derecho romano que concedió el derecho
sobre vida y muerte al padre y al amo de esclavos, está a un nivel mucho
inferior a la ley de Moisés, que no conoce la pena capital excepto por orden
del gobierno. El deber supremo del gobierno entonces es la justicia, y en
segundo lugar tiene que cuidar al pueblo como una unidad; en el interior, para
que esta unidad se refuerce y no sea rota; y en el exterior, para que la
existencia nacional no sufra daño. La consecuencia de todo esto es que por un
lado, en una nación surge todo tipo de vida orgánica, desde sus esferas
sociales; pero que muy por encima de estas, se observa la fuerza mecánica
unificadora del gobierno. De allí surge toda fricción y conflicto. Pues el
gobierno siempre se inclina a invadir la vida social con su autoridad mecánica,
a sojuzgarla y a arreglarla mecánicamente. Pero por el otro lado, la vida
social siempre se esfuerza para sacudir la autoridad del gobierno, como al
presente donde estos esfuerzos culminan en la democracia social y en el
anarquismo, que ambos no son otra cosa que la subversión total de la
institución de la autoridad. Pero dejando de lado estos dos extremos, podemos
decir que toda vida saludable de pueblos o naciones era siempre la consecuencia
histórica de la lucha entre estos dos poderes. Fue el "gobierno
constitucional" que intentó más firmemente reglamentar la relación mutua
entre los dos. Y en esta lucha, el calvinismo fue el primero al asumir su
posición. En la misma medida como honró la autoridad del gobierno, instituido
por Dios, exaltó también esta segunda soberanía, que fue implantada por Dios en
la esfera social, en acuerdo con las ordenanzas de la creación. El calvinismo
exigió para ambos la independencia en su propia esfera y una reglamentación de
la relación entre ambos, no por el ejecutivo, sino bajo la ley. Y con esta
exigencia seria, el calvinismo generó la idea fundamental de la ley pública
constitucional. El testimonio histórico es irrefutable, que la ley
constitucional no floreció en estados católicos romanos ni en luteranos, sino
entre las naciones calvinistas. La idea fundamental es que la soberanía de
Dios, al descender sobre los hombres, se separa en dos esferas. Por un lado, la
esfera mecánica de la autoridad del Estado, y por el otro lado la esfera
orgánica de la autoridad de los círculos sociales. Y en estas ambas esferas, su
autoridad inherente es soberana, o sea, no tiene nada encima de sí excepto
Dios. Ahora, en cuanto a la autoridad del gobierno, no necesitamos más
explicación; pero sí en cuanto a la autoridad orgánica social. En ningún lugar
podemos discernir más claramente el carácter dominante de esta autoridad social
orgánica, que en las ciencias. En la introducción a una edición de las
"Sentencias" de Lombardo y de la "Suma Teológica" de Tomás
Aquino, el tomista erudito escribió: "La obra de Lombardo gobernó ciento
cincuenta años y produjo a Tomás, y después de él, la "Suma" de Tomás
ha gobernado todo Europa durante cinco siglos y ha generado a todos los teólogos
subsecuentes." - Aun admitiendo que este lenguaje es demasiado audaz, la
idea que se expresa es correcta. El dominio de hombres como Aristóteles y
Platón, Lombardo y Tomás, Lutero y Calvino, Kant y Darwin, se extiende, para
cada uno de ellos, sobre épocas. El genio es un poder soberano; forma escuelas;
reclama para sí los espíritus de los hombres, con una fuerza irresistible; y
ejerce una influencia inmensurable sobre toda la condición de la vida humana. Esta
soberanía del genio es un don de Dios que uno puede tener solo por Su gracia.
No es sujeto a nadie y es responsable solo ante El mismo. El mismo fenómeno se
observa en la esfera de las artes. Cada maestro es un rey en el Palacio del
Arte, no por la ley de la herencia ni por elección, sino solamente por la
gracia de Dios. Y estos maestros también imponen autoridad, y no son sujetos a
nadie, sino gobiernan sobre todo y al fin reciben homenaje de todos por su
superioridad artística. Y lo mismo podemos decir del poder soberano de la
personalidad. No hay igualdad de personas. Hay personas débiles, con la mente
estrecha, cuya envergadura no es mayor que la de un gorrión común; pero hay
también caracteres amplios, imponentes, que vuelan como águilas. Ellos
gobiernan en su propia esfera, no importa si la gente se aleja de ellos o los
sabotea, al contrario, crecen más grandes por más oposición que tienen. Y este
proceso se lleva a cabo en todas las esferas de la vida. En el trabajo del
mecánico, en la tienda, en el comercio, en alta mar, en la esfera de caridad y
filantropía. En todo lugar, uno es más poderoso que el otro, por su
personalidad, su talento y las circunstancias. En todo lugar se ejerce dominio;
pero es un dominio que trabaja orgánicamente, no por investidura del Estado,
sino por la soberanía de la vida misma. En relación con ello, y sobre el mismo
fundamento como la superioridad orgánica, existe también la soberanía de la
esfera.
La
universidad ejerce un dominio científico; la academia de bellas artes tiene
poder sobre las artes; las corporaciones ejercen dominio técnico; las empresas
gobiernan sobre el trabajo - y cada una de estas esferas es consciente del
poder de juicio independiente exclusivo, y de acción autoritativa, dentro de su
propia esfera de operación. Detrás de estas esferas orgánicas, con soberanía
intelectual, estética y técnica, se abre la esfera de la familia, con su
derecho del matrimonio, paz doméstica, educación y posesión; y también en esta
esfera la cabeza natural es consciente de que ejerce una autoridad inherente - no
porque el gobierno lo permite, sino porque Dios lo impuso. La autoridad
paternal está arraigada en la misma sangre de la vida, y es proclamada en el
quinto Mandamiento. Y finalmente podemos comentar también que la vida social de
ciudades y pueblos forma una esfera de existencia que surge de las mismas
necesidades de la vida, y que por tanto tiene que ser autónoma.
En
muchas diferentes direcciones vemos entonces que la soberanía en la propia
esfera de uno, se afirma:
1. en la esfera social, por superioridad personal,
2.
en la esfera corporativa de universidades, asociaciones, etc.
3.
en la esfera doméstica de la familia y vida marital,
Y 4. en la autonomía comunal.
En
todas estas cuatro esferas, el gobierno del Estado no puede imponer sus leyes,
sino tiene que reverenciar la ley innata de la vida. Dios gobierna en estas
esferas, por sus "virtuosos" escogidos, tan supremo y soberano como
Él ejerce dominio en la esfera del Estado por sus magistrados escogidos.
Obligado por su propio mandato, entonces, el gobierno no debe ignorar ni
modificar ni irrumpir en el mandato divino bajo el cual están las esferas
sociales. La soberanía del gobierno, dada por la gracia de Dios, es aquí puesta
de un lado y limitada, por causa de Dios, por otra soberanía que es igualmente divina
en su origen. Ni la vida de la ciencia ni de las artes, ni de la agricultura,
ni de la industria, ni del comercio, ni de la navegación, ni de la familia, ni
de las relaciones humanas, deben ser forzadas a acomodarse a la gracia del
gobierno. El Estado no debe nunca convertirse en un pulpo que ahoga la vida
entera. El Estado tiene que ocupar su propio lugar, sobre su propia raíz, entre
todos los otros árboles del bosque, y así tiene que honrar y mantener toda
forma de vida que crece independientemente en su propia autonomía sagrada.
¿Significa esto que el Estado no tiene ningún derecho en absoluto de interferir
en estas esferas autónomas de la vida? De ninguna manera.
El
Estado tiene el triple derecho y deber:
1.
donde diferentes esferas entran en conflicto, de obligarlas a respetar
mutuamente sus límites;
2.
de defender a los individuos y a los más débiles, en estas esferas, contra el
abuso de poder de los demás,
Y
3. de obligar a todos a llevar cargas personales y financieras para el
mantenimiento de la unidad natural del Estado.
Sin
embargo, en estos casos, la decisión no puede tomarla unilateralmente el
gobierno. La Ley tiene que indicar los derechos de cada uno; y el derecho de
los ciudadanos sobre sus propios bolsillos tiene que permanecer como fortaleza
invencible contra el abuso de poder de parte del gobierno. Y exactamente aquí
está el punto de partida para esta cooperación de la soberanía del gobierno con
la soberanía de la esfera social, que es reglamentada en la Constitución. Según
el orden de las cosas en su tiempo, esto era para Calvino la doctrina de los
"magistrados inferiores". La institución de la caballería, los
derechos de la ciudad, los derechos de las corporaciones y mucho más, llevó al
establecimiento de "estados" sociales, con su propia autoridad civil.
Por eso, Calvino deseaba que la ley sea elaborada en cooperación entre estos y
los magistrados superiores. Desde aquel tiempo, estas relaciones medievales se
han vuelto totalmente anticuadas. Estas corporaciones u órdenes sociales ya no
tienen el poder de gobernar. Su lugar ha sido tomado por el parlamento o una
institución parecida de representantes. Ahora es el deber de estas asambleas,
de mantener los derechos y libertades populares, de todos y en el nombre de
todos, con el gobierno y si es necesario en contra del gobierno. El parlamento
debe ser una defensa unida, mejor que la resistencia individual, para
simplificar la construcción y operación de las instituciones del Estado y para
acelerar sus funciones. Pero en cualquier modificación, es esencialmente el
antiguo plan calvinista, asegurar que el pueblo tenga en todas sus clases y
órdenes, en todos sus círculos y esferas, en todas sus instituciones
corporativas e independientes, una influencia legal y ordenada en la elaboración
de la ley y en el rumbo del gobierno, en un sentido democrático saludable. Y la
única diferencia de opinión consiste en la pregunta importante si debemos
continuar con la solución presente de los derechos especiales de estas esferas
sociales en el derecho de voto individual, o si se debe poner a su lado un
derecho de voto corporativo, que permitiría a los diferentes círculos presentar
una defensa separada. En el presente, surge una nueva tendencia de organización
en las esferas de comercio e industria, y también en el trabajo, y aun desde
Francia se escuchan voces que claman por conceder un derecho al voto a estas
organizaciones. Personalmente estaría a favor de un tal cambio, con tal que su
aplicación no sea parcial ni mucho menos exclusiva; pero no quiero perderme en
estos asuntos marginales. Que sea suficiente haber demostrado que el calvinismo
protesta contra la omnipotencia del Estado; contra el concepto horrible de que
no existe ningún derecho por encima y más allá de la ley existente; y contra el
orgullo del absolutismo que no reconoce ningún derecho constitucional excepto
por un favor del príncipe. Estos tres conceptos, que encuentran tanto suelo
fértil en la ascendencia del panteísmo, son la muerte para nuestras libertades
civiles. Y es el mérito del calvinismo haber levantado un dique contra este río
absolutista, no apelando a la fuerza popular, ni a la alucinación de la
grandeza humana, sino deduciendo estos derechos y estas libertades de la vida
social desde la misma fuente de donde fluye la autoridad del gobierno: de la
soberanía absoluta de Dios. Desde esta única fuente, en Dios, se deriva la
soberanía en la esfera individual, en la familia y en todo círculo social, tan
directamente como se deriva de ella la autoridad del Estado. Entonces, estos
dos tienen que llegar a una comprensión, y ambos tienen la misma obligación
sagrada de mantener su autoridad soberana dada por Dios y servir con ella a la
majestad de Dios. Por tanto, una nación que entrega a la soberanía del Estado
los derechos sobre la familia, o una universidad que le entrega los derechos
sobre la ciencia, es igualmente culpable ante Dios como una nación que se
levanta contra la autoridad del gobierno. Y por tanto, la lucha por la libertad
no solo es permisible, sino es incluso un deber para cada individuo en su
propia esfera. Y esto no de la manera como se hizo en la Revolución Francesa,
donde se puso a Dios de un lado y se puso al hombre sobre el trono de la
omnipotencia de Dios; sino al contrario, haciendo que todos los hombres,
incluido los gobernantes, se inclinen en la humildad más profunda ante la
majestad del Dios Todopoderoso.
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