1 Juan 2:1 Hijitos míos, estas cosas os escribo para que
no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a
Jesucristo el justo.
2 Y él es la propiciación por nuestros pecados;
y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo.
Aunque el propósito de Juan es
mantener a sus lectores alejados del pecado, él sabe que en algún momento
pueden sucumbir ante la tentación. En su gracia, Dios ha hecho una doble
provisión para restaurar a los cristianos que han pecado. Primero, ha nombrado
a Jesús como abogado para interceder por los pecadores; el perdón es seguro
porque Jesús es justo. Segundo, Dios ha enviado a Jesús como propiciación por
nuestros pecados. La obediencia a los mandamientos prueba nuestro conocimiento
de Dios. El amor genuino a Dios y una verdadera relación con Él, deben
evidenciarse en la lealtad que le profesamos.
Juan emplea la expresión "hijitos" de una forma paternal y afectuosa. No está menospreciando a sus lectores sino mostrándoles afecto. Juan en ese momento era muy anciano, había empleado gran parte de su vida en el ministerio y muchos de sus lectores eran sus hijos espirituales.
Tenemos un Abogado para con el Padre; uno que ha prometido, y es plenamente capaz de defender a cada uno que solicite perdón y salvación en su nombre, dependiendo de que Él abogue por ellos. Él es “Jesús”, el Salvador, y “Cristo”, el Mesías, el Ungido. Él solo es “el Justo”, que recibió su naturaleza libre de pecado, y como fiador nuestro obedeció perfectamente la ley de Dios, y así cumplió toda justicia. Todos los hombres de todo país, y a través de sucesivas generaciones, están invitados a ir a Dios a través de esta expiación absolutamente suficiente y por este camino nuevo y vivo. El evangelio, cuando se comprende y recibe correctamente, pone el corazón en contra de todo pecado y contra su práctica permitida; y al mismo tiempo, da un bendito alivio a las conciencias heridas de los que hemos pecado.
Juan emplea la expresión "hijitos" de una forma paternal y afectuosa. No está menospreciando a sus lectores sino mostrándoles afecto. Juan en ese momento era muy anciano, había empleado gran parte de su vida en el ministerio y muchos de sus lectores eran sus hijos espirituales.
Tenemos un Abogado para con el Padre; uno que ha prometido, y es plenamente capaz de defender a cada uno que solicite perdón y salvación en su nombre, dependiendo de que Él abogue por ellos. Él es “Jesús”, el Salvador, y “Cristo”, el Mesías, el Ungido. Él solo es “el Justo”, que recibió su naturaleza libre de pecado, y como fiador nuestro obedeció perfectamente la ley de Dios, y así cumplió toda justicia. Todos los hombres de todo país, y a través de sucesivas generaciones, están invitados a ir a Dios a través de esta expiación absolutamente suficiente y por este camino nuevo y vivo. El evangelio, cuando se comprende y recibe correctamente, pone el corazón en contra de todo pecado y contra su práctica permitida; y al mismo tiempo, da un bendito alivio a las conciencias heridas de los que hemos pecado.
A las personas que nos sentimos culpables y condenados
Juan nos ofrece confianza. Sabemos que hemos pecado, y Satanás (llamado
"acusador de nuestros hermanos" en Apocalipsis 12:10) está exigiendo
la pena de muerte. Cuando nos sintamos de esa manera, no perdamos la esperanza.
El mejor abogado defensor del universo está a cargo de nuestra causa.
Jesucristo, nuestro defensor, es el Hijo del Juez. Ya sufrió el castigo en
nuestro lugar. Nosotros no debemos intentarlo otra vez porque ya nuestro nombre
no está en la lista de los encausados. Unidos con Cristo, estamos tan seguros
como El. No temamos pedirle que se haga cargo de nuestro caso; El ya obtuvo la
victoria (Romanos 8:33-34; Hebreos 7:24-25). Jesucristo es el sacrificio
expiatorio por nuestros pecados. El puede presentarse delante de Dios como
nuestro mediador porque su muerte satisfizo la ira de Dios contra el pecado y
pagó la pena de muerte por ellos. De esa manera, Cristo satisface los
requisitos de Dios y quita nuestros pecados. En El somos perdonados y purificados.
Algunas veces tenemos dificultad para perdonar a
alguien que nos ha ofendido. ¡Imaginémonos cuán difícil debe ser tener que
decir a cada persona que estamos dispuestos a perdonarla sin importar lo que
hagan! Eso es lo que hizo Dios en la persona de Jesucristo. Nadie, sin importar
lo que haya hecho, está fuera de la esperanza del perdón. Lo único que tenemos
que hacer es volvernos a Jesucristo y entregarle nuestra vida.
“Si alguno peca (si cae en algún pecado; no “si practica el pecado.”), mientras que lo aborrece y lo condena, no tema de acudir en seguida a Dios, el Juez, para confesarlo, porque “abogado tenemos para con él.” Está hablando de los pecados ocasionales del creyente, de debilidad a causa del engaño y malicia de Satanás. La intercesión es la bendición de la familia de Dios; concede otras bendiciones a buenos y a malos, pero la justificación, la santificación, la continua intercesión y la paz, las da solamente a sus hijos. Cristo es nuestro Intercesor en el cielo; y en su ausencia, acá en la tierra el Espíritu Santo es el otro Intercesor en nosotros. La intercesión de Cristo es inseparable de la consolación y la obra del Espíritu Santo en nosotros, como el espíritu de la oración intercesora.
El Padre, al levantarlo (a Jesucristo) de los muertos y colocarlo a su diestra, ha aceptado una vez por todas la reclamación de Cristo a nuestro favor. Por tanto las acusaciones del diablo contra los hijos de Dios son vanas. “La justicia de Cristo está de nuestra parte; porque la justicia de Dios es, en Cristo, nuestra.”
“Si alguno peca (si cae en algún pecado; no “si practica el pecado.”), mientras que lo aborrece y lo condena, no tema de acudir en seguida a Dios, el Juez, para confesarlo, porque “abogado tenemos para con él.” Está hablando de los pecados ocasionales del creyente, de debilidad a causa del engaño y malicia de Satanás. La intercesión es la bendición de la familia de Dios; concede otras bendiciones a buenos y a malos, pero la justificación, la santificación, la continua intercesión y la paz, las da solamente a sus hijos. Cristo es nuestro Intercesor en el cielo; y en su ausencia, acá en la tierra el Espíritu Santo es el otro Intercesor en nosotros. La intercesión de Cristo es inseparable de la consolación y la obra del Espíritu Santo en nosotros, como el espíritu de la oración intercesora.
El Padre, al levantarlo (a Jesucristo) de los muertos y colocarlo a su diestra, ha aceptado una vez por todas la reclamación de Cristo a nuestro favor. Por tanto las acusaciones del diablo contra los hijos de Dios son vanas. “La justicia de Cristo está de nuestra parte; porque la justicia de Dios es, en Cristo, nuestra.”