Filipenses
4:8 Por lo demás, hermanos, todo
lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo
amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de
alabanza, en esto pensad.
Colosenses
3:5 Haced morir, pues, lo terrenal
en vosotros: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y
avaricia, que es idolatría;
Debemos andar en todo los caminos de la virtud y permanecer en ellos;
entonces, sea que nuestra alabanza sea o no de los hombres, será de Dios. La manera de tener al Dios de paz con
nosotros es mantenernos dedicados a nuestro deber, servirle a El, por medio de
la obediencia a su Palabra. Todos nuestros privilegios y la salvación proceden
de la Misericordia gratuita de Dios, pero el goce de ellos depende de nuestra
conducta santa y sincera. Estas son obras de Dios, pertenecientes a Dios, y a
Él solo se deben atribuir y a nadie más, ni hombres, ni palabras ni obras
Lo que dejamos entrar en nuestras mentes determina lo que expresamos
con las palabras y acciones. Pablo nos dice que llenemos nuestras mentes con
pensamientos verdaderos, honesto, justos, puros, amables, de buen nombre,
virtud, dignidad y alabanza.
“Panal de miel son los dichos suaves; suavidad al alma y medicina para
los huesos”
¿Tenemos problemas con
pensamientos impuros y sueños ilusorios?
Examinemos lo que estamos dejando entrar en nuestra mente a través de
la televisión, los libros, la conversación, las películas y las revistas.
Reemplacemos los materiales dañinos con materiales útiles. Sobre todo, leamos
la Palabra de Dios y oremos. Pidamosle a El que nos ayude a concentrarnos en lo
que es bueno y puro. Requiere práctica, pero puede lograrse; el compromiso, la
disciplina diaria y el hábito diario, con la ayuda del Señor nos conducirá seguros.
No es
suficiente escuchar o leer la Palabra de Dios, ni incluso conocerla bien.
Debemos también ponerla en práctica. Qué fácil es escuchar un sermón y
olvidarnos de lo que dijo el predicador. Qué fácil es leer la Biblia y no
pensar en cómo vivir de una manera diferente. Qué fácil es discutir lo que
significa un pasaje y no vivir su significado. Exponernos a la Palabra de Dios
no es suficiente. Ella nos debe conducir a la obediencia.
Es nuestro deber mortificar
nuestros miembros que se inclinan a las cosas de este mundo. Mortificarlos,
matarlos, suprimirlos, como malezas o gusanos que se desparraman y destruyen
todo a su alrededor. Así como las ramas enfermas de un árbol, las malas
prácticas deben ser cortadas antes de que nos destruyan. Debemos hacer cada día
una decisión concienzuda para quitar cualquier cosa que sostenga o alimente
estos deseos y depender del poder del Espíritu Santo. Debemos oponernos
continuamente a todas las obras corruptas sin hacer provisión para los placeres
carnales. Debemos evitar las ocasiones de pecar: la concupiscencia de la carne,
y el amor al mundo; y la codicia que es idolatría; el amor del bien actual y
los placeres externos.
Es necesario mortificar los pecados porque si no los matamos, ellos
nos matarán a nosotros. El evangelio cambia las facultades superiores e
inferiores del alma, y sostiene la regla de la recta razón y de la conciencia
por sobre el apetito y la pasión.
Ahora no hay diferencia de país, de condición o de circunstancia de
vida. Es deber de cada uno ser santo, porque Cristo es el Todo del cristiano,
su único Señor y Salvador, y toda su esperanza y felicidad.
Centrar el interés y las aspiraciones en lo celestial implica
despojarse de determinados vicios y cultivar ciertas virtudes. Los pecados de
indulgencia con la sensualidad; las actitudes erróneas; el lenguaje deshonesto y los prejuicios de la
mente deben morir en nosotros de
una vez por todas. Cristo debe gobernar y convertirse en el centro de las
relaciones y el culto de los hijos de Dios.