} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: NUEVOS EN CRISTO POR LA GRACIA DE DIOS

jueves, 17 de septiembre de 2015

NUEVOS EN CRISTO POR LA GRACIA DE DIOS

Juan 1:12  Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios;
Romanos 8:17  Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos
glorificados.                                                 

La salvación no es una habilidad o poder inherente al ser humano, sino que es un privilegio otorgado por Dios gratuitamente. El nuevo nacimiento no acontece por descendencia física, esfuerzo o voluntad humanos, sino a través del poder de Dios.
Todos los que aceptamos a Cristo como Señor y Salvador de nuestras vidas renacemos espiritualmente y recibimos nueva vida de Dios. A través de la fe en Cristo, este nuevo nacimiento nos cambia desde adentro, reacondicionando nuestras actitudes, deseos y motivos. El nacimiento hace que uno esté vivo físicamente y permite ser parte de la familia. Al nacer de Dios, formamos parte de su familia. Esta frase describe la naturaleza y el carácter de los que nacemos en la familia de Dios por creer en Cristo.
Si estás leyendo esta meditación matutina, te pregunto ¿Has pedido que Cristo te haga una nueva persona? Este nuevo comienzo está a disposición de todo aquel que cree en Cristo.
Nada revela con mayor plenitud las tinieblas de la mente de los hombres que cuando aparece la Luz de Cristo por medio de la Palabra de Dios en la Biblia.. Cristo es la Luz verdadera; esa gran Luz que merece ser llamada así. Por su Espíritu y gracia ilumina a todos los que estamos iluminados para salvación; y los que no están iluminados por Él, perecen en las tinieblas. Cristo estuvo en el mundo cuando asumió nuestra naturaleza y habitó entre nosotros. El Hijo del Altísimo estuvo aquí en este mundo inferior. Estuvo en el mundo, pero no era del mundo. Vino a salvar a un mundo perdido, porque era un mundo de Su propia hechura. Sin embargo, el mundo no le conoció. Cuando venga como Juez, el mundo le conocerá. Muchos dicen que son de Cristo, aunque no lo reciben porque no dejan sus pecados ni permiten que Él reine sobre ellos. No viven en el temor de Dios.
Todos los hijos de Dios somos nacidos de nuevo. Este nuevo nacimiento es por medio de la Palabra de Dios, y por el Espíritu de Dios en cuanto a Autor. Por su presencia divina Cristo siempre estuvo en el mundo, pero, ahora que iba a llegar el cumplimiento del tiempo, Él fue, de otra manera, Dios manifestado en la carne. Aunque tuvo en la forma de siervo, en cuanto a las circunstancias externas, respecto de la gracia su forma fue la del Hijo de Dios cuya gloria divina se revela en la santidad de su doctrina y en sus milagros. Fue lleno de gracia, completamente aceptable a su Padre, por tanto, apto para interceder por nosotros; y lleno de verdad, plenamente consciente de las cosas que iba a revelar.
Si el Espíritu está en nosotros, Cristo está en nosotros. Él habita en el corazón por fe. La gracia en el alma es su nueva naturaleza; el alma está viva para Dios y ha comenzado su santa felicidad que durará para siempre. La justicia imputada de Cristo asegura al alma, la mejor parte, de la muerte. De esto vemos cuán grande es nuestro deber de andar, no en busca de la carne, sino en pos del Espíritu. Si alguien vive habitualmente conforme a las lujurias corruptas, ciertamente perecerá en sus pecados, profese lo que profese. 
¿Y puede una vida mundana presente, digna por un momento, ser comparada con el premio noble de nuestro supremo llamamiento? 
Entonces, por el Espíritu esforcémonos más y más en mortificar la carne.
La regeneración por el Espíritu Santo trae al alma una vida nueva y divina, aunque su estado sea débil. Los hijos de Dios tenemos al Espíritu para que obre en nosotros la disposición de hijos; no tenemos el espíritu de servidumbre, bajo el cual estaba la Iglesia del Antiguo Testamento, por la oscuridad de esa dispensación. El Espíritu de adopción no estaba, entonces, plenamente derramado. Y, se refiere al espíritu de servidumbre, al cual estaban sujetos muchos santos en su conversión.
Muchos se jactan de tener paz en sí mismos, a quienes Dios no les ha dado paz; pero los santificados, tienen el Espíritu de Dios que da testimonio a sus espíritus que les da paz a su alma.
Cuando uno acepta a Cristo, gana todos los privilegios y responsabilidades de un hijo en la familia de Dios. Uno de estos privilegios notables es recibir la dirección del Espíritu Santo. Quizás no sintamos siempre que pertenecemos a Dios, pero el Espíritu Santo es nuestro testigo. Su presencia en nosotros nos recuerda quiénes somos, y nos anima con su amor divino
Aunque ahora podemos parecer perdedores por Cristo, al final no seremos, no podemos ser, perdedores para Él.
Ya no somos esclavos temerosos y viles. Ahora somos hijos del Amo, Cristo. ¡Qué privilegio! Debido a que somos hijos de Dios, disfrutamos de grandes riquezas como coherederos. Dios ya nos ha dado sus mejores regalos: su Hijo, perdón, vida eterna; y nos anima a pedirle todo lo que necesitemos.
Identificarse uno con Jesús tiene un precio. Junto con las grandes riquezas que menciona, Pablo habla de los sufrimientos que los cristianos enfrentaremos. 
¿Qué clase de sufrimientos serán?
Para los creyentes del primer siglo hubo consecuencias sociales y económicas, y muchos enfrentaron persecución y muerte. Nosotros también debemos pagar un precio por seguir a Jesús. En muchos lugares del mundo actual, los cristianos enfrentan presiones tan severas como las de los primeros seguidores de Cristo. Aun en países donde el cristianismo se tolera o alienta, los cristianos no debemos bajar la guardia. Lo peor está por venir. Cuando la iglesia se acomoda, mira para otro lado y pierde su " primr amor", necesita entonces persecucion para que sea purgada de tanta cizaña. Vivir como Cristo lo hizo (servir a otros, ceder nuestros derechos, resistir las presiones para conformarse al mundo) siempre exige un precio. Nada que suframos, sin embargo, podrá compararse al gran precio que Jesús pagó por nosotros para salvarnos.
La Escritura indica a menudo que Dios guía a sus hijos a través del sufrimiento antes que alcancemos su gloria.
¿Estamos dispuestos a dar nuestra vida por la fe en Cristo? No respondas; seremos probados.