} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: ARREPENTIMIENTO 2

sábado, 2 de julio de 2016

ARREPENTIMIENTO 2


Captar el sentido con el corazón.
Por consiguiente, para que exista arrepentimiento, primero debe haber un corazón receptivo que posibilite el que la persona vea y escuche con entendimiento. (Isa 6:9, 10; Mt 13:13-15; Hch 28:26, 27.) La mente puede percibir y recoger lo que el oído escucha y el ojo ve, pero es mucho más importante que la persona que se arrepiente ‘capte el sentido “la idea”, Jn 12:40] de ello con el corazón’. (Mt 13:15; Hch 28:27.) De esa manera no solo se produce un reconocimiento intelectual del proceder pecaminoso, sino también una respuesta apreciativa, desde el corazón. Para los que ya conocen a Dios, tal vez solo sea necesario ‘hacer volver a su corazón’ el conocimiento de Dios y de sus mandamientos (Dt 4:39; compárese con Pr 24:32; Isa 44:18-20) con el fin de ‘recobrar el juicio’. (1Re 8:47.) Si tienen una recta motivación de corazón, serán capaces de ‘rehacer su mente y probar para sí mismos la buena, acepta y perfecta voluntad de Dios’. (Ro 12:2.)
Si una persona tiene fe y amor a Dios en su corazón, sentirá un pesar sincero y tristeza debido a su mal proceder. El aprecio por la bondad y la grandeza de Dios hará que los transgresores sientan un profundo remordimiento por haber ofendido Su nombre. (Job 42:1-6.) Por otra parte, el amor al prójimo les hará lamentar el daño que han causado a otros, el mal ejemplo que han puesto y quizás hasta la manera de manchar la reputación del pueblo de Dios ante los de afuera. Dichos transgresores buscan el perdón porque desean honrar el nombre de Dios y trabajar para el bien de su prójimo. (1Re 8:33, 34; Sl 25:7-11; 51:11-15; Da 9:18, 19.) Arrepentidos, se sienten “quebrantados de corazón”, ‘aplastados y de espíritu humilde’ (Sl 34:18; 51:17; Isa 57:15), están ‘contritos de espíritu y tiemblan ante la palabra de Dios’ (Isa 66:2), palabra que hace un llamamiento hacia el arrepentimiento, y, en realidad, ‘van retemblando a Jehová y a su bondad’. (Os 3:5.) Cuando David obró tontamente al ordenar un censo, su “corazón  empezó a darle golpes”. (2Sa 24:10.)
Por consiguiente, es necesario que haya un rechazo definitivo, que se sienta un odio de corazón y una gran repugnancia por el mal proceder. (Sl 97:10; 101:3; 119:104; Ro 12:9; compárese con Heb 1:9; Jud 23.) Esto es así porque “el temor de Jehová significa odiar lo malo”, y eso incluye odiar el ensalzamiento propio, el orgullo, el mal camino y la boca perversa. (Pr 8:13; 4:24.) Además, tiene que haber amor a la justicia y una firme determinación de adherirse a partir de entonces a un proceder justo. Sin este odio a lo que es malo y amor a la justicia, el arrepentimiento no tendría ninguna fuerza genuina que llevara a la verdadera conversión. Debido a esto, aunque el rey Rehoboam se humilló ante la expresión de la cólera de Jehová, después “hizo lo que era malo, porque no había establecido firmemente su corazón en buscar a Jehová”. (2Cr 12:12-14; compárese con Os 6:4-6.)

Tristeza piadosa, no como la del mundo.
En la segunda carta que Pablo escribe a los corintios, el apóstol hace referencia a la “tristeza de manera piadosa” que estos expresaron como resultado de la reprensión que les había dado en la primera carta. (2Co 7:8-13.) Había ‘sentido pesar’ (me·ta·mé·lo·mai) por haberles tenido que escribir con tanta severidad y como consecuencia haberles causado dolor, pero dejó de sentirlo al ver que su reprensión había producido en ellos tristeza piadosa, una tristeza que les había llevado a un arrepentimiento sincero (me·tá·noi·a) de su actitud y proceder incorrectos. Sabía que el dolor que les había causado había obrado para su bien y no les haría ningún “daño”. La tristeza que conducía al arrepentimiento no era algo por lo que ellos tuvieran que sentir pesar, pues les mantenía en el camino de la salvación, evitando que reincidieran o apostataran, y les daba la esperanza de vida eterna. Contrasta esta tristeza con “la tristeza del mundo  produce muerte”, tristeza que no se deriva de la fe y del amor que se le tiene a Dios y a la justicia, sino que nace del fracaso, la decepción, la pérdida, el castigo por el mal y la vergüenza ( Pr 5:3-14, 22, 23; 25:8-10), y suele dar lugar a amargura, resentimiento y envidia, por lo que no conduce a beneficio duradero alguno, ni a mejoras ni a una esperanza genuina. (Pr 1:24-32; 1Te 4:13, 14.) La tristeza del mundo se lamenta por las consecuencias desagradables del pecado, pero no por el pecado en sí ni por el oprobio que este le ocasiona al nombre de Dios. (Isa 65:13-15; Jer 6:13-15, 22-26; Rev 18:9-11, 15, 17-19; contrástese con Eze 9:4.)
El caso de Caín sirve de ejemplo, pues fue la primera persona a la que Dios instó al arrepentimiento. Lo instó, advirtiéndole que se dirigiese “a hacer lo bueno”, para que el pecado no llegase a dominarlo. Sin embargo, en lugar de arrepentirse de su odio asesino, Caín dejó que este lo impulsara a matar a su hermano. Cuando Dios lo interrogó, respondió con evasivas y solo manifestó algún pesar al escuchar la sentencia que recayó sobre él, un pesar debido a la severidad del castigo, no al mal cometido. (Gé 4:5-14.) Al obrar de ese modo, demostró que se ‘originaba del inicuo’. (1Jn 3:12.)
También manifestó la tristeza propia del mundo Esaú, cuando supo que su hermano Jacob había recibido la bendición de primogénito (derecho que él había vendido desdeñosamente a Jacob). (Gé 25:29-34.) Esaú clamó “de una manera extremadamente fuerte y amarga”, buscando con lágrimas un “arrepentimiento” (me·tá·noi·a), no el suyo, sino un “cambio de parecer” de su padre. (Gé 27:34; Heb 12:17, NTI.) Sintió pesar por la pérdida, no por la actitud materialista que le hizo ‘despreciar la primogenitura’. (Gé 25:34.)
Después de haber traicionado a Jesús, Judas “sintió remordimiento [forma de me·ta·mé·lo·mai]”, intentó devolver el soborno que había concertado y después se ahorcó. (Mt 27:3-5.) Por lo visto le abrumó la monstruosidad de su delito y probablemente también la espantosa seguridad de que recibiría el juicio divino. (Heb 10:26, 27, 31; Snt 2:19.) Sintió remordimiento por su culpabilidad, abatimiento, desesperación, pero no hay nada que muestre que expresara la tristeza piadosa que genera arrepentimiento (me·tá·noi·a). Para confesar su pecado no buscó a Dios, sino a los líderes judíos, y es probable que les devolviera el dinero con la idea equivocada de que así atenuaría hasta cierto grado su delito. (Snt 5:3, 4; Eze 7:19.) Al delito de traición y de contribuir a la muerte de un hombre inocente, añadió el de suicidio. Su proceder está en marcado contraste con el de Pedro, cuyo amargo llanto después de haber negado a su Señor fue el reflejo de su arrepentimiento de corazón, lo que hizo posible que se le restableciese. (Mt 26:75; Lu 22:31, 32.)
Como puede verse, el pesar, el remordimiento y las lágrimas no son en sí mismos pruebas de arrepentimiento genuino; el factor determinante es el motivo del corazón. Oseas dice que Jehová denunció a Israel debido a que en su aflicción “no clamaron a Él por socorro con su corazón, aunque siguieron aullando en sus camas. A causa de su grano y vino dulce siguieron holgazaneando. Y procedieron a regresar, no a nada más elevado”. Era el egoísmo lo que estaba detrás de su ruego por alivio en tiempo de calamidad, y si se les concedía ese alivio, no aprovechaban la oportunidad para mejorar su relación con Dios adhiriéndose más estrechamente a sus elevadas normas (compárese con Isa 55:8-11); eran como un “arco flojo” que nunca da en el blanco. (Os 7:14-16; compárese con Sl 78:57; Snt 4:3.) El ayuno, el llanto y el plañir eran manifestaciones válidas, pero solo si los arrepentidos ‘rasgaban sus corazones’ y no simplemente sus prendas de vestir. (Joe 2:12, 13)

La confesión del mal.
La persona arrepentida se humilla y busca el rostro de Dios (2Cr 7:13, 14; 33:10-13; Snt 4:6-10), suplicando su perdón. (Mt 6:12.) No es como el fariseo santurrón de la ilustración de Jesús, sino como el recaudador de impuestos a quien describió golpeándose el pecho y diciendo: “Oh Dios, sé benévolo para conmigo, que soy pecador”. (Lu 18:9-14.) El apóstol Juan dice: “Si hacemos la declaración: ‘No tenemos pecado’, a nosotros mismos nos estamos extraviando y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonarnos nuestros pecados y limpiarnos de toda injusticia”. (1Jn 1:8, 9.) “El que encubre sus transgresiones no tendrá éxito, pero al que las confiesa y las deja se le mostrará misericordia.” (Sl 32:3-5; Jos 7:19-26; 1Ti 5:24.)
La oración que pronunció el profeta Daniel y que se halla en Daniel 9:15-19 es un modelo de confesión sincera, en la que la principal preocupación es el buen nombre de Jehová y la súplica se basa, no en “nuestros actos justos, sino según tus muchas misericordias”. Véase, además, la humilde confesión del hijo pródigo. (Lu 15:17-21.) Las personas arrepentidas sinceramente ‘elevan a Dios su corazón y las palmas de sus manos’, para confesarle sus transgresiones y buscar Su perdón. (Lam 3:40-42.)

Confesar los pecados los unos a los otros.
El discípulo Santiago aconseja: “Confiesen abiertamente sus pecados unos a otros y oren unos por otros, para que sean sanados”. (Snt 5:16.) Esta confesión no significa que algún humano tenga que servir como “ayudante “abogado”, NC” para el hombre delante de Dios, ya que solo Cristo desempeña ese papel en virtud de su sacrificio propiciatorio. (1Jn 2:1, 2.) Los humanos no son capaces de enderezar por sí mismos el mal que hayan cometido contra Dios, ni a favor suyo ni a favor de otros, ya que no pueden proporcionar la expiación necesaria. (Sl 49:7, 8.) No obstante, los cristianos pueden ayudarse los unos a los otros, y aunque sus oraciones a favor de sus hermanos no afecten la manera de aplicar Dios la justicia (ya que solo el rescate de Cristo sirve para perdonar los pecados), sí pueden servir para pedir a Dios que Él dé la ayuda y la fuerza necesarias al que ha pecado y busca dicha ayuda.


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