Juan 15:11-17
-Os he dicho estas cosas para que tengáis Mi alegría, y vuestra
alegría llegue al colmo. Aquí tenéis Mis instrucciones: Que os améis los unos a
los otros como os he amado Yo. Nadie puede llegar en su amor más allá de dar la
vida por un amigo: vosotros sois Mis amigos, si hacéis lo que Yo os mando. No
digo que sois Mis esclavos, porque un esclavo no sabe lo que su señor tiene
entre manos; digo que sois Mis amigos, porque os he dado a conocer todo lo que
he recibido de Mi Padre. No habéis sido vosotros los que Me habéis escogido a
Mí, sino que he sido Yo el Que os he escogido a vosotros, y os he comisionado
para que salgáis a producir fruto, y del que permanece. Así lo he hecho para
que el Padre os dé todo lo que Le pidáis en Mi nombre. Estas son Mis
instrucciones: que os améis los unos a los otros.
La idea clave
de este pasaje es lo que dice Jesús de que no han sido Sus discípulos los que
Le han escogido a Él, sino Él a Sus discípulos. No hemos sido nosotros los que
hemos escogido a Dios, sino Dios Quien, en Su gracia, Se ha acercado a nosotros
con la llamada y la invitación de Su amor.
De este pasaje
podemos sacar una lista de las cosas para las que Jesús nos ha escogido y
llamado.
Nos ha escogido para la alegría.
Por muy difícil que sea el camino cristiano
es, tanto por su recorrido como por su destino, un camino de alegría. Siempre
hay alegría en hacer lo que es debido. El cristiano es una persona alegre, un
sonriente caballero de Cristo. Un cristiano lúgubre es una contradicción en
términos; y nada ha producido más daño al Cristianismo en toda su historia que
su identificación con las togas negras y las caras largas. Es verdad que el
cristiano es un pecador, pero un pecador redimido; y de ahí su alegría. ¿Cómo
puede dejar de ser feliz una persona que camina por los senderos de la vida con
Jesús?
Nos ha escogido para el amor.
Jesús nos envía al
mundo para que nos amemos los unos a los otros. A veces vivimos como si se nos
hubiera echado al mundo para competir, o para discutir, o hasta para pelearnos
los unos con los otros. Pero el cristiano ha de vivir de tal manera que muestre
lo que quiere decir amar a sus semejantes. Aquí Jesús hace otra de Sus grandes
proclamas. Si Le preguntáramos: "¿Qué derecho tienes Tú a exigirnos que
nos amemos unos a otros?» Su respuesta sería: «Nadie puede llegar a mostrar más
amor que dando la vida por sus amigos: y eso es lo que Yo he hecho.» Muchos les
han dicho a los demás que se amaran, cuando toda la vida de los que lo decían
era una demostración de que eso era lo último que hacían o harían ellos. Jesús
nos dejó un mandamiento que El mismo fue el primero en cumplir. Por eso nos
dice: «Como Yo os he amado.»
Jesús nos ha llamado para que seamos Sus amigos.
Dijo a los Suyos
que ya no los iba a llamar más esclavos, sino amigos. Ahora bien: ese dicho
sería aún más glorioso para los que Se lo oyeron por primera vez que para
nosotros. Dulos, el esclavo, el siervo de Dios, no era un título vergonzoso,
sino del mayor honor. Moisés fue dulos de Dios (Deu_34:5
); y lo mismo Josué (Jos_24:29 ), y
David (Sal_89:20 ). Era un título que
Pablo se sentía orgulloso de usar (Tit_1:1
), lo mismo que Santiago (Stg_1:1 ).
Los más grandes del pasado tenían a gala el ser duloi (plural), esclavos de
Dios. Y Jesús dice: «Yo tengo algo todavía mejor para vosotros: ya no vais a
ser esclavos, sino amigos.» Cristo, desde que vino al mundo, nos ofrece una
confianza con Dios que ni los mayores del pasado se atrevieron a soñar.
La idea de ser
amigo de Dios tiene su trasfondo. Abraham fue el amigo de Dios (Isa_41:8 . Jesús nos llama para que seamos Sus
amigos y los amigos de Dios. Ese es un ofrecimiento tremendo. Quiere decir que
ya no tenemos que mirar a Dios anhelantemente desde lejos. No somos como los
esclavos, que no tienen el menor derecho a entrar a la presencia de su amo; ni
como las multitudes, que sólo consiguen vislumbrar al rey cuando pasa en alguna
ocasión especial. Jesús nos ha introducido en esta intimidad con Dios, Que ya
no es para nosotros un extraño inasequible, sino nuestro Amigo íntimo.
Jesús no
nos escogió sólo para otorgarnos una serie de privilegios tremendos.
Nos llamó para
que fuéramos Sus socios. Un esclavo no puede ser nunca un socio; la ley griega
le definía como una herramienta viva. Su amo no compartía con él sus
pensamientos. El esclavo tenía que hacer lo que se le mandara, sin discusión ni
demora. Pero Jesús dijo: «Vosotros no sois Mis esclavos, sino Mis socios. Os he
dicho todo lo que hay, lo que estoy tratando de hacer y por qué. Os he dicho
todo lo que Dios Me ha dicho.» Jesús nos ha hecho el honor de hacernos Sus
socios en Su obra. Nos ha comunicado Su pensamiento, y nos ha abierto Su
corazón. La gran opción que se nos presenta es aceptar. o rehusar colaborar con
Jesús en la obra de llevarle el mundo a Dios.
Jesús
nos escogió como Sus embajadores.
«Yo os he escogido dijo, para enviaros.» No nos ha escogido para
que vivamos una vida retirada del mundo, sino para que Le representemos en el
mundo. Jesús nos escogió, primero, para que
viniéramos a Él, y luego, para que saliéramos al mundo. Y ese debe ser el
esquema y ritmo diario de nuestra vida.
Jesús nos escogió para que fuéramos Su publicidad.
Nos escogió
para que nos pusiéramos a dar fruto, y un fruto que resistiera la prueba
del tiempo. La manera de extender el Cristianismo es siendo cristianos. La
manera de traer a otros a la fe cristiana es mostrarles el fruto de la vida
cristiana. Jesús nos envía, no a hacer cristianos a base de discutir, y menos a
base de meter miedo, sino atrayéndolos con nuestro ejemplo; viviendo de tal
manera que el fruto sea tan maravilloso que otros lo quieran para sí mismos.
Jesús nos
escogió para que fuéramos miembros privilegiados de la familia de Dios.
Nos escogió para
que el Padre nos diera todo lo que Le pidiéramos en Su nombre. Aquí nos
encontramos otra vez ante uno de esos grandes dichos acerca de la oración que
debemos entender rectamente. Si lo pensamos superficialmente, suena como si el
cristiano pudiera pedir lo que le diera la gana, y recibirlo. No nos vendrá mal
aclarar el significado . El Nuevo Testamento establece ciertas leyes sobre la
oración.
(a)
La oración tiene que hacerse con fe (Stg_5:15
).
Está claro que Dios
no se compromete a contestar cuando la oración no es más que un formulismo, una
repetición rutinaria de cosas que no se sienten, un cumplimiento -«cumplo y
miento» religioso. Cuando la oración es de pena no puede ser efectiva. No tiene
sentido pedirle a Dios que nos cambie si no creemos que es posible cambiar.
Para pedir con efectividad hay que tener una fe inalterable en el amor
todopoderoso de Dios.
(b)
La oración tiene que hacerse en el nombre de
Cristo.
No podemos pedir cosas que sabemos que Jesús no aprueba. No podemos
pedir que se nos entregue alguna persona o cosa prohibida; no podemos pedir que
se haga realidad alguna ambición personal cuando eso supone que alguien tenga
que sufrir por ello. No podemos pedir la venganza de nuestros enemigos en el
nombre de Uno Que es amor. Siempre que tratemos de convertir la oración en algo
que nos permita realizar nuestras ambiciones y satisfacer nuestros deseos tiene
que ser ineficaz por fuerza, porque no es oración.
(c)
La oración debe incluir siempre: «Hágase Tu
voluntad."
Cuando oramos debemos empezar por darnos
cuenta de que nunca sabemos más que Dios. La esencia de la oración no es
pedirle a Dios: «Cambia Tu voluntad», sino «Haz Tu voluntad.» A menudo, la
oración auténtica debe ser, no que Dios nos envíe las cosas que nosotros
queremos, sino que nos capacite para aceptar lo que Él quiera enviarnos.
(d)
La oración nunca debe ser egoísta.
Casi de pasada, Jesús dijo una cosa muy esclarecedora. Dijo que, si
dos personas estuvieran de acuerdo en pedir algo en Su nombre, se les
concedería (Mat_18:19 ). No
debemos tomar esto con un literalismo mecánico, porque entonces querría decir
que, si podemos hacer que muchas personas se pongan de acuerdo en lo que van a
pedir, lo conseguirían. Lo que quiere decir es que nadie debe orar
pensando exclusivamente en sus propias necesidades y preferencias. Para poner
un ejemplo muy simple: el que va de vacaciones puede que pida que no llueva,
cuando el granjero está pidiendo lluvia. Cuando oramos, debemos preguntarnos,
no sólo si lo que pedimos es para nuestro bien, sino si lo es también para los
demás. La tentación que nos puede asaltar cuando oramos es no tener en cuenta
absolutamente a nadie más que a nosotros mismos.
Jesús nos ha escogido para que seamos miembros
privilegiados de la familia de Dios. Podemos y debemos llevarle todo a Dios en
oración; pero, cuando lo hayamos hecho, debemos aceptar la respuesta que Dios
nos envíe en Su perfecta sabiduría y perfecto amor. Y cuanto más amemos a Dios,
tanto más fácil nos resultará.
¡Maranatha!
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