} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: LA OBEDIENCIA

lunes, 4 de julio de 2016

LA OBEDIENCIA

  
Es la acción de cumplir la voluntad de quien manda o lo que está dispuesto en una ley o precepto, sea que la orden prescriba una determinada acción o la prohíba.
La idea de la obediencia se expresa en las Escrituras Hebreas con el verbo scha·má`, que significa básicamente “oír” o “escuchar”. Por lo tanto, en algunas ocasiones scha·má` se refiere simplemente a oír o percibir algo por el sentido del oído. (Gé 3:10; 21:26; 34:5.) Pero cuando lo que se habla expresa voluntad, deseo, instrucción o mandato, el sentido de este término hebreo es prestar atención u obedecer al que habla: Adán ‘escuchó’ la voz de su esposa, es decir, accedió a su deseo de que también comiera del fruto prohibido; José rehusó ‘escuchar’ las proposiciones deshonestas de la esposa de Potifar (Gé 39:10); el rey Saúl temió al pueblo y ‘por eso obedeció (escuchó) su voz’, y al hacerlo traspasó la orden de Dios (1Sa 15:24), y la promesa de Jehová a Abrahán concerniente a una descendencia se le concedió debido a que “escuchó” (obedeció) la voz de Jehová y guardó sus mandamientos.  
Se usa la misma palabra hebrea para referirse a que Dios “escucha” u “oye” a los hombres. En este caso el término español “obediencia” no encaja, ya que los hombres no pueden mandar a Dios, sino solo pedirle o suplicarle. Por todo esto, cuando Dios le dijo a Abrahán: “Tocante a Ismael te he oído”, en realidad le estaba diciendo que había dado consideración a su solicitud, que actuaría de acuerdo con ella. (Gé 17:20.) De manera similar, Dios “oyó” o contestó el llamamiento de ciertas personas en tiempos de dificultad o aflicción, y respondió a sus súplicas cuando juzgó conveniente mostrar misericordia.  
Parecido al verbo hebreo scha·má`, el verbo griego hy·pa·kóu·o (el sustantivo correspondiente es hy·pa·ko·e) expresa la idea de obedecer, y significa literalmente “oír desde abajo”, es decir: escuchar bajando la cabeza, escuchar con sumisión o atender (como en Hch 12:13). Otro verbo que transmite el sentido de obediencia es péi·tho, que significa “persuadir”. (Mt 27:20.) En las voces media y pasiva este verbo no solo significa “ser persuadido” (Lu 16:31), “confiar” (Mt 27:43) o “creer” (Hch 17:4), sino también “hacer caso” (Hch 5:40) u “obedecer” (Hch 5:36, 37). De esta palabra se deriva, entre otros términos, la forma negativa a·pei·thé·o, que significa “no creer” (Hch 14:2; 19:9) o “desobedecer” (Jn 3:36).
Todo esto muestra que la obediencia, según se expresa en los idiomas originales de las Escrituras, depende primero de oír, es decir, recibir información o conocimiento , y luego de someterse a la voluntad o deseo del que habla o expresa de otro modo tal voluntad o deseo. La sumisión depende, a su vez, de reconocer la autoridad de esa persona o el derecho de pedir o requerir la respuesta indicada, así como también del deseo o disposición del oyente para satisfacer la voluntad de dicha persona. Como se indica mediante las palabras griegas péi·tho y a·pei·thé·o, la creencia y la confianza también están incluidas en este concepto.

La obediencia a Dios es esencial para la vida.
Dios tiene el derecho de exigir la obediencia de todas sus criaturas, que le deben obediencia absoluta como su Hacedor, la Fuente de la que se deriva y depende la vida. (Sl 95:6-8.) Debido a que es el Omnisciente y Todopoderoso Dios, lo que dice merece sumo respeto y atención. Como es propio, un padre humano espera que sus hijos lleven a cabo su palabra, y si un niño es lento en responder, el padre puede decir enfáticamente: “¿Me has oído?”. Con muchísima más razón, el Padre celestial requiere, con todo derecho, atención receptiva y respuesta a sus expresiones.  
No hay sustituto para la obediencia; no se puede conseguir el favor de Dios sin ella. Samuel le dijo al rey Saúl: “¿Se deleita tanto Jehová en ofrendas quemadas y sacrificios como en que se obedezca [forma de scha·má`] la voz de Jehová? ¡Mira! El obedecer [ “escuchar”] es mejor que un sacrificio, el prestar atención que la grasa de carneros”. (1Sa 15:22.) No obedecer es rechazar la palabra de Jehová, demostrar que realmente no se cree, no se confía o no se tiene fe ni en esa palabra ni en su Fuente. Por lo tanto, el que desobedece no es diferente del que practica adivinación o utiliza ídolos.  Las expresiones verbales de asentimiento no significan nada si la acción que se requiere no se lleva a cabo. Además, el no responder muestra descreimiento o falta de respeto a la fuente de la que provienen las instrucciones. (Mt 21:28-32.) Los que se quedan satisfechos tan solo con oír y aceptar mentalmente la verdad de Dios, pero no hacen lo que esta exige, se engañan a sí mismos con razonamiento falso y no reciben ninguna bendición. (Snt 1:22-25.) El Hijo de Dios aclaró que hasta los que hicieran cosas parecidas a las mandadas, pero de un modo o con un motivo incorrecto, nunca conseguirían entrar en el Reino, sino que se les rechazaría completamente. (Mt 7:15-23.)

La desobediencia debida al pecado innato.
Dios informó al hombre desde el principio que la obediencia era básica, una cuestión de vida o muerte. (Gé 2:16, 17.) La misma regla aplica a los hijos celestiales de Dios. (1Pe 3:19, 20; Jud 6; Mt 25:41.) La desobediencia voluntaria del hombre perfecto Adán, como cabeza responsable de Eva y progenitor o fuente de vida de la familia humana, le acarreó el pecado y la muerte a toda su descendencia. (Ro 5:12, 19.) De modo que los hombres son por naturaleza “hijos de la desobediencia” e “hijos de la ira”, que no merecen el favor de Dios debido a que infringen Sus justas normas. No resistir esta inclinación inherente a la desobediencia lleva irremisiblemente a la destrucción.  
Jehová Dios ha provisto misericordiosamente los medios para combatir el pecado innato y obtener el perdón de las malas acciones que se deben a la imperfección y no a la desobediencia voluntaria. Por medio de su espíritu santo, Dios suministra la fuerza que hace posible que el pecador se incline a la justicia y produzca buen fruto. (Gál 5:16-24; Tit 3:3-7.) El perdón de los pecados viene por medio de la fe en el sacrificio de rescate de Jesús, y esa fe es en sí misma una restricción para el mal y un estímulo para la obediencia. (1Pe 1:2.) Por ello Pablo se refiere a la “obediencia [escuchar con sumisión] por fe”.   Romanos 10:16-21 muestra que la fe que sigue a lo oído produce obediencia y que el hecho de que el pueblo de Israel ‘fuera desobediente’ (‘fuera incrédulo’) se debió a su falta de fe.   Como la fe verdadera es “la expectativa segura de las cosas que se esperan” y “la demostración evidente de realidades aunque no se contemplen”, y requiere creer que Dios existe y que es “remunerador de los que le buscan solícitamente”, los que tienen fe se sienten movidos a obedecer y confían con seguridad en las bendiciones que la obediencia reporta. (Heb 11:1, 6.)
De modo que Dios no ha comunicado al hombre simplemente una serie de mandatos estrictos como los de un dictador insensible. Dios no desea la clase de obediencia que se consigue de un animal cuando se le pone un freno, ni una obediencia negligente u obligada, como la que incluso los demonios rindieron a Jesús y a sus discípulos (Mr 1:27; Lu 10:17, 20); Él desea una obediencia impulsada por un corazón apreciativo. (Sl 112:1; 119:11, 112; Ro 6:17-19.) Por lo tanto, Jehová acompaña sus expresiones de voluntad y propósito con información útil que apela al sentido de justicia de la persona, a su amor y bondad, inteligencia, raciocinio y sabiduría. (Dt 10:12, 13; Lu 1:17; Ro 12:1, 2.) Los que tienen la actitud de corazón correcta obedecen impulsados por amor. (1Jn 5:2, 3; 2Jn 6.) Además, la veracidad y corrección del mensaje que transmiten los siervos de Dios persuade a los oyentes a obedecer, por lo que el apóstol Pedro habla de “obediencia a la verdad con el cariño fraternal sin hipocresía como resultado”.  
Jehová tuvo gran paciencia con Israel y dijo que ‘madrugaba diariamente’ y enviaba a sus profetas para exhortar y amonestar al pueblo, ‘extendiendo todo el día sus manos hacia un pueblo que era desobediente y respondón’, pero este siguió endureciendo su corazón como piedra de esmeril, rechazando con tozudez la disciplina. (Jer 7:23-28; 11:7, 8; Zac 7:12; Ro 10:21.) Aun antes de la venida del Mesías, los israelitas se esforzaron por establecer la justicia a su manera mediante las obras de la Ley. Su falta de fe y desobediencia a las instrucciones que Dios les dio mediante su Hijo les costó a la mayoría su lugar en el gobierno del Reino, y abrió el camino para que muchos no judíos llegaran a ser parte de la nación escogida del Israel espiritual. (Ro 10:1-4; 11:13-23, 30-32.)
El temor saludable a Dios es fundamental para la obediencia. Reconoce que Dios es omnipotente y que de Él nadie se puede mofar, pues paga a cada uno conforme a sus obras.   La desobediencia consciente a la voluntad revelada de Dios acarrea una “cierta horrenda expectación de juicio”. (Heb 10:26-31.)
En las Escrituras se hallan muchos ejemplos alentadores de obediencia fiel en toda clase de circunstancias y situaciones y ante todo tipo de oposición. El ejemplo supremo es el del propio Hijo de Dios, quien “se humilló y se hizo obediente hasta la muerte, sí, muerte en un madero de tormento”. (Flp 2:8; Heb 5:8.) Su obediencia lo justificó, lo probó justo por sus propios méritos, y de este modo pudo suministrar un sacrificio perfecto para redimir a la humanidad del pecado y la muerte. (Ro 5:18-21.)

Obediencia a otros superiores.
 La posición del Hijo como el Rey nombrado de Dios requiere que todos le obedezcan. (Da 7:13, 14.) Él es “Siló” de la tribu de Judá, aquel ‘a quien pertenece la obediencia de los pueblos’ (Gé 49:10); el profeta semejante a Moisés a quien toda alma tendría que escuchar o sería destruida (Hch 3:22, 23), y el “caudillo y comandante a los grupos nacionales” (Isa 55:3, 4), que fue colocado “muy por encima de todo gobierno y autoridad y poder y señorío” (Ef 1:20, 21), y en el nombre de quien ‘se dobla toda rodilla’ en reconocimiento de la autoridad que ha recibido de Dios. (Flp 2:9-11.) Es el Sumo Sacerdote cuyas instrucciones consiguen la curación y vida eterna para todos los que le escuchan con sumisión. (Heb 5:9, 10; Jn 3:36.) Como principal vocero de Dios, Jesús podía decir que la obediencia a sus dichos constituía el único fundamento sólido sobre el que las personas podían edificar sus esperanzas para el futuro. (Mt 7:24-27.) La obediencia prueba el amor que sus seguidores le tienen y emana de este. (Jn 14:23, 24; 15:10.) Como Dios ha hecho de su Hijo la figura clave en el cumplimiento de todos su propósitos (Ro 16:25-27), la vida depende de la obediencia a “las buenas nuevas acerca de nuestro Señor Jesús”, y esta obediencia implica hacer declaración pública de la fe en él. (2Te 1:8; Ro 10:8-10, 16; 1Pe 4:17.)
Como cabeza de la congregación cristiana, Cristo Jesús delega autoridad en otros, como hizo en el caso de los apóstoles. (2Co 10:8.) Estas personas transmiten las instrucciones del Cabeza de la congregación, por lo que es propio y necesario obedecerles (2Co 10:2-6; Flp 2:12; 2Te 3:4, 9-15), pues tales pastores espirituales “están velando por las almas de ustedes como los que han de rendir cuenta”. (Heb 13:17; 1Pe 5:2-6; compárese con 1Re 3:9.) A estos hombres responsables les regocija la obediencia voluntaria, como la de los cristianos romanos y filipenses, y como la de Filemón, a quien Pablo pudo decir: “Te escribo, pues sé que harás aún más de las cosas que digo”. (Ro 16:19; Flp 2:12, 17; Flm 21.)

Obediencia a los padres y esposos.
Los padres tienen el derecho natural dado por Dios de que sus hijos los obedezcan. (Pr 23:22.) La obediencia de Jacob a sus padres debió ser una de las razones por las que Jehová ‘amó a Jacob pero odió a Esaú’. (Mal 1:2, 3; Gé 28:7.) Jesús se sometió de niño a sus padres terrestres. (Lu 2:51.) El apóstol Pablo aconseja a los hijos que sean “obedientes a sus padres en todo”. Debe recordarse que la carta iba dirigida a cristianos, de modo que “todo” no incluye mandatos que puedan resultar en desobediencia a la palabra del Padre celestial, Jehová Dios, pues esto no sería “agradable” al Señor. (Col 3:20; Ef 6:1.) La desobediencia a los padres no se considera asunto de poca importancia en las Escrituras, y bajo la Ley la desobediencia persistente se castigaba con la pena capital. (Dt 21:18-21; Pr 30:17; Ro 1:30, 32; 2Ti 3:2.)
La jefatura del varón también exige que las esposas sean obedientes a sus esposos “en todo”, y se cita a Sara como ejemplo que imitar. (Ef 5:21-33; 1Pe 3:1-6.) Como en el caso anterior, la jefatura y la autoridad del esposo no son supremas, sino que van después de las de Dios y Cristo. (1Co 11:3.)

A amos y gobiernos.
De igual manera, se exhorta a los esclavos a que obedezcan a sus amos “en todo”, no para servir al ojo, sino como esclavos de Cristo, con temor de Jehová. (Col 3:22-25; Ef 6:5-8.) Aquellos esclavos que sufrían podían tomar como ejemplo a Cristo Jesús, como también podían hacer las esposas cristianas en circunstancias similares. (1Pe 2:18-25; 3:1.) La autoridad de sus amos era relativa, no absoluta; de modo que los esclavos cristianos podían obedecer “en todo” lo que no estaba en conflicto con la voluntad y mandatos de Dios.
Finalmente, se debe dar obediencia a los gobiernos y autoridades terrestres (Tit 3:1), pues Dios les ha permitido existir e incluso rendir algunos servicios a su pueblo. De modo que los cristianos tenemos que ‘pagar a César las cosas de César’. (Mr 12:14-17.) La razón que nos obliga a obedecer las leyes de César y a pagar los impuestos no es el temor a la “espada” de castigo del César, sino la conciencia cristiana. (Ro 13:1-7.) Como la conciencia es el factor decisivo, la sumisión cristiana a los gobiernos obviamente se limita a todo lo que no contravenga la ley de Dios. Por esta razón, cuando los gobernantes ordenaron a los apóstoles que dejaran de llevar a cabo la comisión divina de predicar, estos respondieron sin paliativos: “Tenemos que obedecer a Dios como gobernante más bien que a los hombres”. (Hch 5:27-29, 32; 4:18-20.)


¡Maranatha! ¡Sí, ven Señor Jesús!

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