Juan_4:35-38
-¿No es verdad que tenéis costumbre de decir: «Todavía faltan cuatro
meses para que llegue la siega»? -les siguió diciendo Jesús a sus discípulos-.
¡Fijaos! Yo os digo que alcéis la mirada para contemplar los campos, porque ya
están blancos para la siega. El cosechador recibe la recompensa de su trabajo,
y almacena un producto que vale para la vida eterna, para que se alegren juntos
el que siembra y el que siega. Aquí se confirma el dicho: «A uno le toca
sembrar, y a otro segar. " Yo os he mandado a segar una cosecha en la que
no habéis labrado. Son otros los que la han labrado, y vosotros os habéis
incorporado a sus labores.
Todo lo
que estaba sucediendo en Samaria Le había dado a Jesús la visión de un mundo
listo para ser cosechado para Dios. Cuando dijo: «Todavía faltan cuatro meses
para que llegue la siega» no tenemos que pensar que estaba refiriéndose a la
época del año que era entonces en Samaria. Si hubiera sido así, habría sido
hacia el mes de enero. No habría hecho aquel calor agotador; y no habría habido
escasez de agua; no se habría necesitado un pozo para encontrarla, porque
habría sido la estación lluviosa, y habría habido abundancia de agua.
Lo que
Jesús está haciendo es citar un refrán. Los judíos dividían el año agrícola en
seis partes, cada una de las cuales duraba dos meses: siembra, invierno,
primavera, cosecha, verano y calor extremo. Jesús está diciendo: " Tenéis
un proverbio: después de sembrar tenéis que esperar por lo menos cuatro meses
hasta que llega la siega.» Y entonces Jesús eleva la mirada. Sicar está en
medio de una región que sigue siendo famosa por sus cereales. La buena tierra
para la agricultura no abundaba en la pedregosa y rocosa Palestina; casi en
ninguna otra parte del país podía uno levantar la mirada y ver los campos
ondulantes de cereales. Jesús recorrió aquellos campos con la mirada,
señalándolos con la mano. «¡Fijaos! -les dijo a Sus discípulos-. Los campos ya
están blancos y listos para la siega. Lo normal es que la cosecha tarde cuatro
meses en crecer y madurar; pero en Samaria ya podéis ver que está lista para la
siega.»
En este
caso Jesús está pensando en el contraste que hay entre la naturaleza y la
gracia. En la cosecha natural, había que sembrar y esperar; pero en Samaria
todo había sucedido con tal divina celeridad que se había sembrado la Palabra y
al momento ya estaba lista la cosecha.
Un famoso
autor de libros de viajes por las tierras bíblicas, hace una sugerencia
especialmente interesante en relación con los campos blancos para la siega. Él
mismo se había sentado en este lugar en que se encuentra el pozo de Jacob; y,
mientras estaba allí descansando, vio salir a la gente de un pueblo y empezar a
subir la colina. Venían en grupos pequeños, y todos llevaban chilabas blancas
que la brisa mecía.
Es posible
que eso fuera lo que sucedió en esta historia, y que Jesús viera a los
samaritanos que venían a conocerle corriendo por los campos y sujetándose las
túnicas con los brazos extendidos para correr mejor, en respuesta al testimonio
de la Samaritana. Y entonces Jesús dijo: "¡Mirad los campos! ¡Fijaos cómo
están ahora! ¡Están blancos para la siega!» La multitud que venía con sus ropas
blancas era la cosecha que Jesús estaba deseando recoger para Dios.
Jesús
siguió diciéndoles que lo increíble había tenido lugar: el sembrador y el
segador se podían alegrar al mismo tiempo. Era algo que nadie podía esperar.
Para los judíos la siembra era triste y laboriosa; era la siega la que era
alegre. «¡Que los que siembran con lágrimas sieguen con gritos de alegría! El
que sale llorando, llevando la preciosa simiente, volverá a casa dando gritos
de alegría, trayendo sus gavillas» (Sal_136:5 s).
Aquí hay
algo escondido bajo la superficie. Los judíos soñaban con la edad de oro, la
era por venir, la edad de Dios, cuando el mundo sería todo de Dios, cuando
habrían desaparecido el pecado y el dolor, y Dios reinaría supremo. Amós
pintaba el cuadro de la siguiente manera: "He aquí vienen días, dice el
Señor, en que el que ara alcanzará al segador, y el pisador de las uvas al que
lleve la simiente» (Amo_9:13 ).
«Vuestra trilla alcanzará a la vendimia, y la vendimia alcanzará a la
sementera» Lev_26:5 ). Era parte del sueño de la edad dorada el
que la siembra y la siega, la sementera y la recolección estarían tan próximas
que se pisarían los talones. Habría tal fertilidad que los viejos largos días
de espera se habrían terminado. Podemos advertir lo que Jesús está apuntando
gentilmente. Sus palabras no son ni más ni menos que la proclamación de que,
con Él, la edad dorada ha amanecido; el esperado tiempo de Dios está presente:
el tiempo en que se anuncia la Palabra y se siembra la semilla y la cosecha
está lista para la recolección.
Había otra enseñanza en aquella situación, y Jesús la conocía bien:
«Hay otro proverbio -les dijo- que es igualmente cierto: «Uno siembra y otro
siega.»» Y de allí procedió a hacer dos aplicaciones prácticas.
(a) Les dijo a Sus
discípulos que recogerían una cosecha que se habría producido sin su
colaboración. Quería decir que Él estaba sembrando la semilla; que en Su Cruz,
por encima de todo, se sembraría la semilla del amor y del poder de Dios, y que
llegaría el día cuando Sus discípulos salieran por el mundo a recoger la
cosecha que Su vida y muerte habrían sembrado.
(b) Les dijo a Sus discípulos que llegaría el día
cuando ellos sembrarían y otros
recogerían. Llegaría el día en que la Iglesia Cristiana enviaría evangelistas;
ellos no verían la cosecha; algunos morirían mártires; pero la sangre de los
mártires sería la semilla de la Iglesia. Es como si dijera: «Algún día
labraréis, y no veréis el resultado. Algún día sembraréis y desapareceréis de la
escena antes que haya granado la cosecha. ¡No tengáis miedo! ¡No os desaniméis!
La siembra no será en vano, ni se perderá la semilla. Otros verán la cosecha
que no se os concedió ver a vosotros.»
Se hace notar una oportunidad.
La cosecha
está esperando que la recojan para Dios. Hay momentos de la Historia en los que
la gente está extraña y curiosamente sensible a Dios; o, como decía Ortega, en
que «Dios está a la vista». ¡Qué tragedia sería que la Iglesia de Cristo dejara
de recoger Su cosecha en ese tiempo!
Todos los
nacidos de nuevo recibimos las oportunidades que Dios ha preparado de antemano
para predicar a muchas almas que la vida ha maltratado.
Se hace notar un desafío.
A
muchos se les concede sembrar, pero no segar. Muchos ministerios tienen éxito,
no porque tengan fuerza ni mérito, sino por alguna persona santa que vivió y
predicó y murió y dejó una influencia que se hizo mayor en su ausencia que en
su presencia. Muchos tienen que trabajar sin ver el resultado de sus labores. Ningún trabajo ni ninguna empresa que se
emprenden para Cristo será un fracaso. Si nosotros no vemos el resultado de
nuestros esfuerzos, otros lo verán. No cabe el desánimo en la vida cristiana.
Al
visitar a una ciudad grande ¿qué vemos? ¿Solamente los rascacielos, muchos
vehículos y toda clase de mercancía? ¿Vemos a la gente como pecadores perdidos,
como almas preciosas? Hch_18:10.
¡Maranatha! ¡Si, ven Señor Jesús!
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