El ladrón colgado
del madero.
Por
haber manifestado una cierta medida de fe en Jesús, a este hombre se le
prometió estar en el paraíso. (Lu 23:39-43) Hay quienes han creído que en esta
promesa se le garantiza la vida eterna, pero todas las referencias bíblicas
consideradas hasta ahora no dan lugar a esta conclusión. Aunque es cierto que
al compararse con la conducta inocente de Jesús (Lu 23:41), reconoció lo
impropio de su comportamiento delictivo, no hay nada que indique que llegase a
‘odiar la maldad y a amar la rectitud’. Está claro que en la condición
moribunda en que se hallaba no podía ‘volverse’ y hacer “obras propias del arrepentimiento”;
además, no se había bautizado. (Hch 3:19; 26:20.) Por consiguiente, todo parece
indicar que será al tiempo de su resurrección de entre los muertos cuando
tendrá la oportunidad de dar estos pasos.
¿Cómo puede Dios
“sentir pesar” si es perfecto?
La
mayoría de las veces en las que se utiliza la palabra hebrea na·jám en
el sentido de “sentir pesar” se hace referencia a Jehová Dios. Génesis 6:6, 7
dice que “Jehová sintió pesar por haber hecho a hombres en la tierra, y se
sintió herido en el corazón”, pues la iniquidad de ellos era tan grande que
decidió borrarlos de la superficie del suelo por medio de un diluvio global. Es
imposible que esto signifique que Dios sintió pesar por haber cometido un error
en su obra creativa, pues “perfecta es su actividad”. (Dt 32:4, 5.) El pesar es
lo opuesto a la satisfacción y al regocijo. Por consiguiente, en el caso de
Dios, ha de referirse a que sintió pesar porque, después de haber creado a la
humanidad, se veía obligado a destruirla justificadamente debido a su mala
conducta, con la excepción de Noé y su familia, pues Dios ‘no se deleita en la
muerte de los inicuos’. (Eze 33:11.)
A
este respecto, la Cyclopædia, de M’Clintock y Strong, comenta: “Del
propio Dios se dice que se arrepiente [na·jám, siente pesar]; pero esto
solo es posible entenderlo en el sentido de que modifica su proceder hacia sus
criaturas, bien por haberles otorgado un bien o infligido castigo; no obstante,
esta modificación responde al cambio que se produce en el comportamiento de sus
criaturas. Es así como, en términos humanos, se dice de Dios que se arrepiente”.
Las normas justas de Dios permanecen constantes, estables, inmutables y
sin la más mínima variación. (Mal 3:6; Snt 1:17.) Ninguna circunstancia puede
hacer que cambie de opinión en cuanto a sus normas o que se aparte de ellas o
las abandone. Sin embargo, la actitud y la reacción de sus criaturas
inteligentes para con dichas normas perfectas y cómo las aplica Dios puede ser
buena o mala. Si es buena, agrada a Dios, pero si es mala, le causa pesar. Por
otra parte, la actitud de la criatura puede cambiar de buena a mala y
viceversa, y como Dios no altera sus normas, su complacencia (con las
consecuentes bendiciones) puede convertirse en pesar (con la consecuente
disciplina o castigo) y viceversa. Por lo tanto, sus juicios y decisiones no
están sometidos al capricho, la inconstancia, la inestabilidad o el error.
Nadie puede culpar a Dios de una conducta voluble o excéntrica. (Eze 18:21-30;
33:7-20.)
Un
alfarero puede comenzar a hacer un determinado modelo de vasija, y luego, ‘si
su mano la echa a perder’, hacer otro modelo con la misma arcilla. (Jer 18:3,
4.) Con este ejemplo, Jehová ilustra, no que sea como el alfarero cuya
mano ‘echa a perder la vasija’, sino que tiene autoridad sobre la
humanidad para cambiar el modo de tratarla, ajustándolo a cómo esta responde o
no responde, a su justa misericordia. Se
entiende, entonces, que pueda ‘sentir pesar por la calamidad que haya pensado
ejecutar’ contra una nación o ‘por el bien que se hubiese propuesto hacerle’,
todo dependería de cómo hubiera reaccionado antes esa nación a los tratos de
Dios. (Jer 18:5-10.) Luego, no es que Jehová, el Gran Alfarero, yerre, sino que
la “arcilla” humana sufre una “metamorfosis” (cambio de forma o composición) en
la disposición de su corazón, que ocasiona que Jehová sienta pesar o modifique
de algún modo sus sentimientos.
Esto
es cierto tanto en el caso de personas como de naciones, y el que Jehová diga
de sí mismo que ‘siente pesar’ a causa de que algunos siervos suyos como el
rey Saúl se aparten de la justicia, es prueba de que no predestinó su futuro.
El que Dios sintiese pesar a causa de la
desviación de Saúl no significa que su elección como rey hubiese sido un error
ni que Jehová se hubiese arrepentido de Su acción. Dios debió sentir pesar
porque Saúl, si bien tenía libre albedrío, no aprovechó de la manera debida el
magnífico privilegio que Él le había otorgado ni la oportunidad que le
proporcionaba, y porque, además, el cambio en el comportamiento de Saúl
propició un cambio en cómo le trataba Dios. (1Sa 15:10, 11, 26.)
Cuando
el profeta Samuel pronunció la decisión adversa de Dios contra Saúl, dijo: “La
Excelencia de Israel no resultará falso, y no sentirá pesar, pues Él no es
hombre terrestre para que sienta pesar”. (1Sa 15:28, 29.) La persona humana
suele faltar a su palabra, incumplir sus promesas o los términos de sus acuerdos.
Por ser imperfecto, incurre en errores de juicio de los que luego se
arrepiente. Dios jamás obra así. (Sl 132:11; Isa 45:23, 24; 55:10, 11.)
Por
ejemplo: el pacto postdiluviano de Dios con “toda carne” garantizó sin
condiciones que nunca se repetirá un diluvio de aguas sobre toda la Tierra. (Gé
9:8-17.) Por consiguiente, no existe posibilidad alguna de que Dios cambie de
parecer respecto a ese pacto o se arrepienta de haberlo hecho. De igual manera,
cuando Dios hizo el pacto abrahámico, “intervino con un juramento”, que sirvió
de “garantía legal”, con el fin de “demostrar más abundantemente a los
herederos de la promesa la inmutabilidad de su consejo”; su promesa y su
juramento son, por lo tanto, “dos cosas inmutables en las cuales es imposible
que Dios mienta”. (Heb 6:13-18.) Así mismo, el pacto juramentado que Dios ha
hecho con su hijo para un sacerdocio como el de Melquisedec se halla entre
aquello por lo que Dios “no sentirá pesar”. (Heb 7:20, 21; Sl 110:4)
Ahora
bien, hay que tener en cuenta que cuando Dios hace una promesa o establece un
pacto, puede fijar los términos o condiciones que la otra parte debe
satisfacer. Le prometió a la nación de Israel que llegaría a ser su “propiedad
especial”, “un reino de sacerdotes y una nación santa”, si obedecía
estrictamente su voz y guardaba el pacto. (Éx 19:5, 6.) Dios se atuvo a lo
pactado, pero Israel no: violó el pacto repetidas veces. (Mal 3:6, 7; compárese
con Ne 9:16-19, 26-31.) Por consiguiente, cuando Dios por fin invalidó aquel
pacto, pudo hacerlo con todo derecho, pues la responsabilidad por el
incumplimiento de su promesa recaía en su totalidad sobre los israelitas,
quienes lo habían pasado por alto. (Mt 21:43; Heb 8:7-9.)
También
es cierto que Dios puede ‘sentir pesar’ y ‘volverse’ de infligir castigo
cuando, una vez que ha advertido a los transgresores de lo que se propone
hacer, se produce en estos un cambio de actitud y comportamiento. (Dt 13:17; Sl
90:13.) Al obrar así, ellos se vuelven a Dios y Dios ‘se vuelve’ a ellos. (Zac
8:3; Mal 3:7.) En lugar de ‘afligirse’, Dios se regocija, ya que no encuentra
satisfacción en dar muerte a los pecadores. (Lu 15:10; Eze 18:32.) Sin jamás
alejarse de sus normas justas, Dios les extiende ayuda para que les sea posible
volver a Él; les infunde el ánimo para hacerlo. Con bondad, les invita a
regresar, ‘extendiendo sus manos’ y diciéndoles por medio de sus representantes:
“Vuélvanse, por favor, para que yo no les cause calamidad a ustedes”. “No
hagan, por favor, esta clase de cosa detestable que he odiado.” (Isa 65:1, 2;
Jer 25:5, 6; 44:4, 5.) Les concede suficiente tiempo para cambiar y manifiesta gran paciencia y longanimidad, pues “no
desea que ninguno sea destruido; más bien, desea que todos alcancen el
arrepentimiento”. (2Pe 3:8, 9; Ro 2:4, 5.) Según lo ha considerado conveniente,
Dios ha hecho que su mensaje haya ido acompañado de obras poderosas, o
milagros, a fin de acreditar el carácter divino de la comisión delegada a sus
mensajeros y fortalecer la fe de los oyentes. (Hch 9:32-35.) Cuando no ha
habido respuesta a su mensaje, ha empleado la disciplina: ha retirado su favor
y protección, de modo que ha dejado que los impenitentes sufran privaciones,
hambre y opresión por parte de sus enemigos. Esta medida divina puede dar lugar
a que estas personas recobren el buen juicio y el debido temor a Dios o que
reconozcan que su proceder era estúpido, y su sentido de valores, equivocado.
(2Cr 33:10-13; Ne 9:28, 29; Am 4:6-11.)
Sin
embargo, la paciencia de Dios tiene un límite, y cuando este se alcanza, ‘se
cansa de sentir pesar’; es entonces cuando su decisión de infligir castigo
llega a ser irreversible. (Jer 15:6, 7; 23:19, 20; Le 26:14-33.) Deja de solo
“pensar” o “formar” calamidad contra los transgresores (Jer 18:11; 26:3-6),
pues su decisión es inamovible. (2Re 23:24-27; Isa 43:13; Jer 4:28; Sof 3:8)
La
predisposición de Dios de perdonar a los que se arrepienten, así como de
misericordiosamente mantener expedita la vía hacia la consecución de su perdón a
pesar de sus reiteradas ofensas, es para todos sus siervos un ejemplo notable
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