Carta inspirada de las Escrituras Griegas
Cristianas. Se cree que la escribió el apóstol Pablo a los cristianos hebreos
de Judea alrededor del año 61 E.C. El
apóstol Pablo tuvo el privilegio de escribir la mayor parte de los libros de
las Escrituras Griegas Cristianas. Recibió visiones sobrenaturales (2Co
12:1-5), y habló muchas lenguas extranjeras mediante la acción del espíritu
santo. (1Co 14:18.)
Pablo
nació en Tarso, importante ciudad de Cilicia. (Hch 21:39; 22:3.) Sus padres eran
hebreos, probablemente de la rama farisaica del judaísmo. (Hch 23:6; Flp 3:5.)
Era ciudadano romano de nacimiento (Hch 22:28), tal vez porque a su padre se le
había concedido la ciudadanía por servicios prestados. Su padre debió enseñarle
el oficio de hacer tiendas de campaña. (Hch 18:3.) Después recibió instrucción
del sabio fariseo Gamaliel en Jerusalén, lo que da a entender que Pablo tenía
todo el conocimiento de la cultura judía del A.T para escribir la CARTA A LOS
HEBREOS. (Hch 22:3; 5:34.) Estaba versado por lo menos en los idiomas griego y
hebreo. (Hch 21:37-40
Para
esos cristianos hebreos la carta fue muy oportuna. Habían transcurrido unos
veintiocho años desde la muerte y resurrección de Jesucristo, y en la primera
parte de ese período los líderes religiosos judíos desencadenaron una
persecución severa contra los judíos cristianos de Jerusalén y Judea, que
resultó en que algunos de ellos muriesen y en la dispersión de la gran mayoría.
(Hch 8:1.) Los que habían sido esparcidos siguieron activos, declarando las
buenas nuevas por dondequiera que iban. (Hch 8:4.) Los apóstoles permanecieron
en Jerusalén y mantuvieron unida la congregación que había quedado en esta
ciudad, una congregación que había crecido aun con oposición tenaz. (Hch 8:14.)
Después, la congregación comenzó a disfrutar de un período de paz. (Hch 9:31.)
Más tarde, Herodes Agripa I hizo matar al apóstol Santiago, el hermano de Juan,
y maltrató a otros miembros de la congregación. (Hch 12:1-5.) Algún tiempo
después, los cristianos de Judea se vieron necesitados de ayuda material,
circunstancia propicia para que los de Acaya y Macedonia (aproximadamente en 55
E.C.) demostraran su amor y unidad enviándoles ayuda. (1Co 16:1-3; 2Co 9:1-5.)
Es obvio que la congregación de Jerusalén había sufrido muchas dificultades.
El propósito de la carta.
La
congregación de Jerusalén se componía casi enteramente de judíos y de antiguos
prosélitos de la religión judía. Muchos de estos habían llegado a conocer la
verdad después del período de persecución enconada. Para cuando se escribió la
carta a los Hebreos, la congregación disfrutaba de una relativa paz, puesto que
Pablo les dijo: “Ustedes todavía no han resistido hasta la sangre”. (Heb 12:4.)
Sin embargo, el que la abierta persecución física hasta la muerte disminuyera
no atenuó la pertinaz oposición de los líderes religiosos judíos. Los nuevos
miembros de la congregación tuvieron que enfrentarse a la oposición tal como lo
habían hecho los demás. Otros aún eran inmaduros; no habían progresado hacia la
madurez como deberían haberlo hecho en vista del tiempo (5:12). La oposición
diaria de los judíos puso a prueba su fe; tuvieron que cultivar la cualidad del
aguante (12:1, 2).
A Jerusalén se le estaba acabando el tiempo.
Ni el apóstol Pablo ni los de la congregación de Jerusalén sabían cuándo
llegaría la predicha desolación, pero Dios sí lo sabía. (Lu 21:20-24; Da 9:24,
27.) La situación requeriría que todos aquellos cristianos estuvieran alerta y
mostraran fe a fin de huir de Jerusalén cuando la viesen cercada de ejércitos
acampados. La congregación necesitaba fortalecerse para afrontar esos
trascendentales acontecimientos. Según la tradición, solo cinco años después de
escribirse esta carta las tropas de Cestio Galo atacaron la ciudad y luego se
retiraron. Cuatro años más tarde, los romanos comandados por el general Tito
arrasaron Jerusalén y su templo. Sin embargo, Jehová había dado a sus siervos
con antelación el consejo inspirado que necesitaban.
Oposición
de los judíos.
Valiéndose de la difamación, los líderes
religiosos judíos habían hecho todo lo posible por agitar el odio contra los
seguidores de Cristo. Su determinación de luchar contra el cristianismo con
toda arma a su alcance quedó demostrada por sus acciones, según se registra en
Hechos 22:22; 23:12-15, 23, 24; 24:1-4; 25:1-3. Tanto ellos como sus apoyadores
hostigaban constantemente a los cristianos con argumentos que tenían como
objetivo quebrantar su lealtad a Cristo. Atacaban al cristianismo con lo que a
un judío le podría parecer razonamiento de peso y difícil de rebatir.
En ese tiempo el judaísmo tenía mucho que
ofrecer en lo referente a cosas materiales, tangibles, y ornato exterior. Estas
cosas —dirían los judíos— demostraban que el judaísmo era superior y que el
cristianismo era una simpleza. Habían llegado a decirle a Jesús que la nación
tenía por padre a Abrahán, a quien le habían sido dadas las promesas.
(Jn 8:33, 39.) Moisés, a quien Dios habló “boca a boca”, fue el gran
siervo y profeta de Dios. (Nú 12:7, 8.) Los judíos tenían la Ley y las
palabras de los profetas desde el principio. ¿No identificaba esta
mismísima antigüedad al judaísmo como la religión verdadera?, argüían
los judíos. En la inauguración del pacto de la Ley, Dios había hablado por
medio de ángeles, pues la Ley fue transmitida mediante ángeles a través
del mediador Moisés. (Hch 7:53; Gál 3:19.) En esa ocasión, Dios efectuó una
impresionante demostración de poder al hacer temblar el monte Sinaí con
el fuerte sonido del cuerno, humo, truenos y relámpagos. (Éx 19:16-19; 20:18;
Heb 12:18-21.)
Además de todos estos antecedentes, aún
permanecía el magnífico templo con su sacerdocio instituido por
Jehová, que desempeñaba sus deberes diariamente con muchos sacrificios.
Junto a estas cosas estaban la riqueza de las vestiduras sacerdotales y
el esplendor de los servicios que se realizaban en el templo. ‘¿No había
ordenado Jehová que los sacrificios por el pecado se llevasen al santuario? ¿Y
no entraba el sumo sacerdote, el descendiente de Aarón, el propio
hermano de Moisés en el Santísimo el Día de Expiación, con un sacrificio
por los pecados de toda la nación? En esta ocasión, ¿no se acercaba de manera
representativa a la mismísima presencia de Dios?’, quizás argumentaran
los judíos. (Le 16.) ‘Además, ¿no era el reino la posesión de los
judíos, con aquel (el Mesías que aún tenía que venir, según ellos) que se
sentaría sobre el trono en Jerusalén para gobernar?’
Si la carta a los Hebreos se escribió para
proporcionar a los cristianos respuestas a objeciones reales que planteaban los
judíos, esto quería decir que aquellos enemigos del cristianismo argüían en los
siguientes términos: ¿Qué tenía esta nueva “herejía” que pudiera señalarse como
prueba de su autenticidad y del favor de Dios? ¿Dónde estaban su templo y su
sacerdocio? De hecho, ¿dónde estaba su líder? ¿Fue este —Jesús, un galileo,
hijo de un carpintero, sin ninguna educación rabínica— de alguna importancia
entre los líderes de la nación durante su vida? ¿Y no había muerto una muerte
ignominiosa? ¿Dónde estaba su reino? ¿Y quiénes eran sus apóstoles y
seguidores? Simples pescadores y recaudadores de impuestos. Por otra parte, ¿a
quiénes atraía mayormente el cristianismo? A las personas pobres y humildes de
la tierra, y aún peor, a gentiles incircuncisos, que no eran de la descendencia
de Abrahán. ¿Por qué debería alguien confiar en este Jesús, que había sido
ejecutado por blasfemo y sedicioso? ¿Por qué escuchar a sus discípulos, hombres
iletrados y del vulgo? (Hch 4:13.)
La
superioridad del sistema de cosas cristiano.
Algunos de los cristianos inmaduros
posiblemente habían descuidado su salvación mediante Cristo. (Heb 2:1-4.) O
puede que los judíos incrédulos que los rodeaban hubieran influido en ellos. El
apóstol Pablo acudió en su ayuda con un argumento magistral, y haciendo uso de
las Escrituras en las que los judíos afirmaban creer, mostró de manera
irrefutable la superioridad del sistema de cosas cristiano y del sacerdocio y
la gobernación real de Jesucristo. Demostró bíblicamente que Jesucristo es el Hijo
de Dios, que es mayor que los ángeles (1:4-6), Abrahán (7:1-7), Moisés
(3:1-6) y los profetas (1:1, 2). De hecho, es el heredero nombrado de
todas las cosas, coronado de gloria y honra, y nombrado sobre las obras de las
manos de Jehová (1:2; 2:7-9).
El sacerdocio de Cristo es muy superior al
aarónico de la tribu de Leví. No depende de una herencia pecaminosa, sino de un
juramento divino. (Heb 6:13-20; 7:5-17, 20-28.) ¿Por qué, entonces, soportó
tales dificultades y tuvo una muerte dolorosa? Porque, según se había predicho,
esto sería esencial para la salvación de la humanidad y lo capacitaría para
ejercer de sumo sacerdote y ser la persona a quien Dios sujetaría todas las
cosas (2:8-10; 9:27, 28; compárese con Isa 53:12). A fin de emancipar a todos
aquellos que por temor a la muerte estaban en esclavitud, tenía que llegar a
ser carne y sangre, y morir. Por medio de su muerte puede reducir a la nada al
Diablo, algo que ningún sacerdote humano podía hacer (2:14-16). Debido a que ha
pasado por estos sufrimientos, ha llegado a ser un sumo sacerdote probado en
todo respecto que puede condolerse de nuestras debilidades y auxiliarnos (2:17,
18; 4:15).
Además, arguye el apóstol, este Sumo Sacerdote
“[pasó] por los cielos” y compareció ante la mismísima presencia de Dios, no en
una simple tienda terrestre o edificio que solamente era un símbolo de
realidades celestiales. (Heb 4:14; 8:1; 9:9, 10, 24.) Solo tuvo que comparecer
una vez con su sacrificio perfecto, sin pecado, y no vez tras vez (7:26-28;
9:25-28). No tiene sucesores, como los sacerdotes aarónicos, sino que vive por
siempre a fin de salvar completamente a aquellos a los que ministra (7:15-17,
23-25). Cristo es Mediador del pacto mejor que Jeremías predijo, gracias al
cual se consigue un verdadero perdón de los pecados y una conciencia limpia,
algo que la Ley nunca pudo lograr. Las Diez Palabras, las leyes básicas del
pacto de la Ley, se escribieron sobre piedra, la ley del nuevo pacto, sobre
corazones. Esta palabra profética de Jehová pronunciada por Jeremías hizo que
el pacto de la Ley quedase obsoleto, un pacto que se desvanecería con el tiempo
(8:6-13; Jer 31:31-34; Dt 4:13; 10:4).
Es verdad, continúa diciendo el escritor de
Hebreos, que en Sinaí se produjo una sobrecogedora manifestación de poder, que
demostraba que Dios aprobaba el pacto de la Ley. Sin embargo, Dios dio un
testimonio aún más convincente cuando se inauguró el nuevo pacto, con señales,
portentos y obras poderosas y la distribución de espíritu santo a todos los
miembros de la congregación que se hallaban reunidos. (Heb 2:2-4; compárese con
Hch 2:1-4.) Respecto a la gobernación real de Cristo, explica que su trono está
en los cielos, mucho más alto que el de los reyes de la línea de David que se
sentaban sobre el trono de la Jerusalén terrestre. (Heb 1:9.) Dios es el
fundamento del trono de Cristo, y su reino no puede ser sacudido como lo fue el
reino de Jerusalén en el año 607 a. E.C. (1:8; 12:28). Además, Dios ha reunido
a su pueblo, los cristianos ungidos, ante algo mucho más imponente que la
manifestación milagrosa que hubo en el monte Sinaí, el monte Sión celestial, y
no solo pondrá en conmoción la Tierra, sino también el cielo (12:18-27).
La carta a los Hebreos es de un gran valor
para los cristianos. Sin ella no estarían claras muchas de las realidades
concernientes a Cristo que estaban prefiguradas en la Ley. Por ejemplo, gracias
a las Escrituras Hebreas, los judíos sabían que cuando el sumo sacerdote
entraba en el Santísimo del santuario a favor del pueblo, les representaba
delante de Jehová. Pero nunca se enfrentaron a esta realidad: algún día el
verdadero Sumo Sacerdote comparecería en persona en los cielos ante la
mismísima presencia de Jehová. Además, si solo leyésemos las Escrituras
Hebreas, ¿cómo podríamos entender el profundo significado que tiene el relato
del encuentro de Abrahán con Melquisedec o lo que tipificó este rey-sacerdote?
Por supuesto, estos son solo dos ejemplos de las muchas realidades que se
perciben al leer esta carta.
La fe que esta carta inspira ayuda a los
cristianos a asirse de su esperanza sobre la base de “la demostración evidente
de realidades aunque no se contemplen”. (Heb 11:1.) En un tiempo en el que
muchas personas confían en sus antecedentes históricos, en la riqueza material
y el poder de las organizaciones humanas, en el esplendor de los ritos y de las
ceremonias, y buscan la sabiduría de este mundo en vez de la de Dios, la carta
a los Hebreos es una ayuda estimable que hace al hombre de Dios ‘enteramente
competente y equipado para toda buena obra’. (2Ti 3:16, 17.)
Escritor; cuándo y dónde se
escribió.
La carta a los Hebreos suele atribuirse al
apóstol Pablo; en este sentido se expresaron algunos escritores del siglo I
E.C. El Papiro de Chester Beatty núm. 2 (P46) (de aproximadamente 200 E.C.)
contiene la carta a los Hebreos entre nueve de las cartas de Pablo, y se la
menciona entre las “catorce cartas de Pablo el apóstol” en “El canon de
Atanasio”, del siglo IV E.C.
El escritor de Hebreos no menciona su nombre
en la carta; en cualquier caso, aunque todas las demás cartas de Pablo lo
llevan, el que no figure en esta no lo descarta como escritor. El contenido de
la carta señala fehacientemente a Pablo como su escritor y a Italia
—probablemente Roma—, como el lugar donde la escribió. (Heb 13:24.) Pablo estuvo
en prisión por primera vez en Roma seguramente durante los años 59 a 61 E.C.
Timoteo estuvo con él, y el apóstol lo menciona en sus cartas a los Filipenses,
a los Colosenses y a Filemón, todas ellas escritas desde Roma durante ese
período. (Flp 1:1; 2:19; Col 1:1, 2; Flm 1:1.) Esta circunstancia concuerda con
la observación que se hace en Hebreos 13:23 respecto a la puesta en libertad de
Timoteo y al deseo del escritor de visitar pronto Jerusalén.
La carta se escribió antes de la destrucción
de Jerusalén en el año 70 E.C., pues el templo todavía existía y, según se ve
por el argumento de la carta, aún estaba en uso. El comentario de Pablo
respecto a la liberación de Timoteo permite determinar que se escribió unos
nueve años antes, es decir, en 61 E.C., cuando se cree que Pablo fue puesto en
libertad de su primera reclusión. (Heb 13:23.)
PUNTOS SOBRESALIENTES DE HEBREOS
Excepcional tratado que fortaleció a los
cristianos hebreos y los preparó para ayudar a sus coterráneos sinceros durante
los últimos años del sistema judío
Debió escribirla el apóstol Pablo menos de una
década antes de la destrucción de Jerusalén en 70 E.C.
La exaltada posición del
Hijo de Dios
(1:1–3:6)
Él es el único Hijo, heredero nombrado,
representación exacta del mismo ser del Padre, mediante quien se sustentan
todas las cosas
En comparación con el Hijo, los ángeles solo
son siervos. El Padre llama “mi hijo” únicamente a él, el Primogénito a quien
incluso los ángeles rinden homenaje; de él, no de los ángeles, puede decirse
que su gobernación real descansa en Dios, quien es su trono; su permanencia
supera la de los cielos y la Tierra, que fueron hechos mediante él, y está a la
diestra del Padre
Si la Ley entregada mediante ángeles no podía
desobedecerse impunemente, lo que Dios ha hablado mediante su Hijo, que es
superior a los ángeles, merece atención extraordinaria
Aunque Jesucristo fue inferior a los ángeles
mientras vivió como hombre, después fue ensalzado y se le concedió autoridad
sobre la tierra habitada por venir
Moisés fue un servidor en la casa de Dios,
pero Jesucristo está sobre toda la casa
Aún es posible entrar en el
descanso de Dios
(3:7–4:13)
Debido a la desobediencia y falta de fe, los
israelitas que salieron de Egipto no entraron en el descanso de Dios
Los cristianos pueden entrar en ese descanso
si evitan la desobediencia de Israel y se esfuerzan por seguir un proceder de
fidelidad
La palabra viva, que promete la entrada en el
descanso de Dios, es más aguda que una espada y divide (por cómo se responde a
ella) lo que la persona aparenta como alma, de lo que realmente es en su
espíritu
La superioridad del
sacerdocio de Cristo y del nuevo pacto (4:14–10:31)
Debido a que Jesucristo fue probado en todos
los respectos y permaneció sin pecado, como sumo sacerdote puede condolerse de
los pecadores y tratarlos con compasión
Es sacerdote por nombramiento divino a la
manera de Melquisedec, cuyo sacerdocio fue mayor que el levítico
A diferencia de los sacerdotes levitas de la
familia de Aarón, Jesucristo posee una vida indestructible, por lo que no
necesita sucesores para continuar su obra salvadora; como no tiene pecado, no
tiene que ofrecer sacrificios por sí mismo; ofreció su propio cuerpo, no el de
animales, y entró, no en un santuario terrestre, sino en el cielo mismo, con el
valor de su sangre derramada, y de este modo dio validez al nuevo pacto
El nuevo pacto, mediado por Jesús, es superior
al de la Ley porque los que se hallan bajo él tienen las leyes de Dios en su
corazón y gozan de un verdadero perdón de pecados
El agradecimiento por estos beneficios
impulsará a los cristianos a hacer declaración pública de su esperanza y a
reunirse con asiduidad
La fe es esencial para
agradar a Dios
(10:32–12:29)
Jehová no se complace en los que no tienen fe
y se retraen de Él en vez de aguantar para recibir lo que ha prometido
La fe ejemplar de quienes mantuvieron
integridad desde Abel en adelante anima a aguantar en la carrera cristiana, al
mismo tiempo que se considera con sumo cuidado el ejemplo intachable de
Jesucristo bajo sufrimiento
El sufrimiento que Dios permite que padezcan
los cristianos fieles puede considerarse como una forma de disciplina, que
produce el fruto pacífico de la justicia
Exhortaciones para mantener
un proceder de fidelidad
(13:1-25)
Manifiesten amor fraternal, sean
hospitalarios, recuerden a los creyentes que sufren, mantengan honorable el
matrimonio y estén contentos con las cosas presentes, confiados en la ayuda de
Jehová imiten la fe de aquellos que llevan la delantera y no sucumban a
enseñanzas falsas
Estén dispuestos a soportar vituperio como
Cristo; ofrezcan siempre a Dios sacrificio de alabanza mediante él
Sean obedientes a los que llevan la delantera
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