La conversión: un volverse.
El
arrepentimiento cambia el proceder incorrecto de la persona, hace que rechace
el mal camino y se determine a emprender un proceder correcto. Al
arrepentimiento genuino le sigue la “conversión”. (Hch 15:3.) Tanto en hebreo
como en griego, los verbos relacionados con la conversión (heb. schuv;
gr. stré·fo; e·pi·stré·fo) significan simplemente “volver; volverse;
retroceder”. (Gé 18:10; Pr 15:1; Jer 18:4; Jn 21:20; Hch 15:36.) Usados en
sentido espiritual, pueden referirse a un apartarse de Dios, y por lo
tanto volverse a un proceder pecaminoso (Nú 14:43; Dt 30:17), o a un volverse a
Dios de un mal camino anterior. (1Re 8:33.)
La
conversión implica más que una simple actitud o expresión verbal; debe haber
“obras propias del arrepentimiento”. (Hch 26:20; Mt 3:8.) Hay que ‘buscar’ a
Jehová e ‘inquirir’ de Él de manera activa, con todo el corazón y el alma. (Dt
4:29; 1Re 8:48; Jer 29:12-14.) Esto significa forzosamente buscar el favor de
Dios ‘escuchando su voz’ según se expresa en su Palabra (Dt 4:30; 30:2, 8),
‘mostrar perspicacia en su apego a la verdad’ por medio de un mejor
entendimiento y aprecio de sus caminos y voluntad (Da 9:13), observar y ‘poner
por obra’ sus mandamientos (Ne 1:9; Dt 30:10; 2Re 23:24, 25), ‘guardar bondad
amorosa y justicia’ y “esperar en Dios constantemente” (Os 12:6), abandonar el
uso de imágenes religiosas o el culto a la criatura para ‘dirigir el corazón
inalterablemente a Jehová y servirle solo a Él’ (1Sa 7:3; Hch 14:11-15; 1Te
1:9, 10) y andar en sus caminos y no en el camino de las naciones (Le 20:23) ni
en el de uno mismo. (Isa 55:6-8.) Las oraciones, los sacrificios, los ayunos y
la observancia de fiestas sagradas carecen de sentido y de valor para Dios a
menos que vayan acompañados de buenas obras, se busque la justicia, se elimine
la opresión y la violencia y se ejerza misericordia. (Isa 1:10-19; 58:3-7; Jer
18:11.)
Esto
exige “un corazón nuevo y un espíritu nuevo” (Eze 18:31); y si una persona
cambia su modo de pensar, sus motivos y su propósito en la vida, tendrá otro
estado de ánimo o disposición, una fuerza moral nueva. El que modifica su
proceder de vida consigue una “nueva personalidad que fue creada conforme a la
voluntad de Dios en verdadera justicia y lealtad” (Ef 4:17-24), libre de
inmoralidad, de codicia y de habla y conducta violentas. (Col 3:5-10;
contrástese con Os 5:4-6.) Para estos, Dios hace que el espíritu de sabiduría
“salga burbujeando”, dándoles a conocer sus palabras. (Pr 1:23; compárese con
2Ti 2:25.)
Por
lo tanto, el arrepentimiento genuino tiene un verdadero impacto, genera fuerza
e impulsa a la persona a ‘volverse’. (Hch 3:19.) Por consiguiente, Jesús pudo
decir al cuerpo de cristianos de Laodicea: “Sé celoso y arrepiéntete”. También
conlleva ‘gran solicitud, librarse de la culpa, temor piadoso, anhelo y
corrección del abuso’ (2Co 7:10, 11), mientras que la falta de interés por
rectificar los males cometidos revela una falta de arrepentimiento verdadero. (
Eze 33:14, 15; Lu 19:8.)
La
expresión “hombre recién convertido”, “neófito” (Mod), significa
literalmente en griego “recién plantado” o “recién crecido” (ne·ó·fy·tos).
(1Ti 3:6.) A tal hombre no se le deberían dar responsabilidades ministeriales
en la congregación para que no “se hinche de orgullo y caiga en el juicio
pronunciado contra el Diablo”.
¿Qué son las “obras
muertas” de las que han de arrepentirse los cristianos?
Hebreos
6:1, 2 muestra que “la doctrina primaria” comprende el “arrepentimiento de
obras muertas, y fe para con Dios”, la enseñanza acerca de bautismos, la
imposición de las manos, la resurrección y el juicio eterno. La expresión
“obras muertas” (que solo se repite en Hebreos 9:14) por lo visto no solo se
refiere a obras pecaminosas de maldad, obras de la carne caída que llevan a una
persona a la muerte (Ro 8:6; Gál 6:8), sino a todas las obras que en sí mismas
están muertas en sentido espiritual, son vanas e infructíferas.
Esto
incluiría obras de autojustificación, esfuerzos humanos por establecer su
propia justicia aparte de Cristo Jesús y su sacrificio de rescate. Por lo
tanto, la observancia formal de la Ley por parte de los líderes religiosos
judíos y de otras personas resultaba ser “obras muertas”, porque carecía del
ingrediente vital de la fe (Ro 9:30-33; 10:2-4), y por eso ellos
tropezaron en lugar de arrepentirse cuando vino Cristo Jesús, el “Agente
Principal” de Dios, “para dar a Israel arrepentimiento y perdón de pecados”.
(Hch 5:31-33; 10:43; 20:21.) Así también, la observancia de la Ley, como si
todavía estuviese en vigor después de que Cristo la cumplió, resultaría ser “obras
muertas”. (Gál 2:16.) De igual manera, si el móvil verdadero no es el amor a
Dios y al prójimo, todas las obras que se hagan, y que de otro modo pudieran
ser de valor, llegan a ser “obras muertas”. (1Co 13:1-3.) El amor, a su vez,
debe ser “en hecho y verdad”, en armonía con la voluntad y los caminos de Dios
revelados mediante su Palabra. (1Jn 3:18; 5:2, 3; Mt 7:21-23; 15:6-9; Heb
4:12.) El que se vuelve a Dios en fe por medio de Cristo Jesús se arrepiente de
todas las obras clasificadas correctamente como “obras muertas”, y después las
evita, limpiando de este modo su conciencia. (Heb 9:14.)
Excepto
en el caso de Jesús, el bautismo (inmersión en agua) era un símbolo que Dios
proveyó relacionado con el arrepentimiento, tanto por parte de los de la nación
judía, que habían dejado de guardar el pacto que tenían con Dios mientras aún
estaba en vigor, como por parte de las personas de las naciones que se habían
‘vuelto’ para rendir servicio sagrado a Dios. (Mt 3:11; Hch 2:38; 10:45-48;
13:23, 24; 19:4)
Los que no se arrepienten.
La falta de arrepentimiento verdadero fue lo
que llevó a Israel y Judá al exilio, lo que provocó las dos destrucciones de
Jerusalén y por fin el rechazo completo de la nación por parte de Dios. Cuando
se les reprendió, no se volvieron a Dios, sino que continuaron “volviéndose al
proceder popular, como caballo que va lanzándose con ímpetu a la batalla”. (Jer
8:4-6; 2Re 17:12-23; 2Cr 36:11-21; Lu 19:41-44; Mt 21:33-43; 23:37, 38.) Debido
a que en su corazón no deseaban arrepentirse y ‘volverse’, lo que oían y veían
no producía ningún ‘entendimiento ni conocimiento’; había un “velo” sobre sus
corazones. (Isa 6:9, 10; 2Co 3:12-18; 4:3, 4.) Los líderes religiosos y los
profetas infieles, así como las falsas profetisas, contribuyeron a ello
respaldando al pueblo en su mal proceder. (Jer 23:14; Eze 13:17, 22, 23; Mt
23:13, 15.) Las profecías cristianas predijeron que muchos también rechazarían
la acción divina futura de reprender y llamar al arrepentimiento a los hombres,
y que las cosas que estos sufrirían solo los endurecería y amargaría hasta el
punto de blasfemar contra Dios, aunque la causa y raíz de todos sus problemas y
plagas fuera su propio rechazo de los caminos justos de Dios. (Rev 9:20, 21;
16:9, 11.) Esas personas ‘acumulan ira para sí mismos en el día de la
revelación del juicio de Dios’. (Ro 2:5.)
Los que ya no
pueden arrepentirse.
Aquellos
que ‘voluntariosamente practican el pecado’ después de haber recibido el
conocimiento exacto de la verdad ya no pueden arrepentirse, pues han rechazado
el mismísimo propósito por el que murió el Hijo de Dios y por consiguiente se
han unido a las filas de los que le sentenciaron a muerte, de hecho, ‘fijan de
nuevo al Hijo de Dios en el madero para sí mismos y lo exponen a vergüenza
pública’. (Heb 6:4-8; 10:26-29.) Por lo tanto, este proceder constituye un
pecado imperdonable. (Mr 3:28, 29.) Les hubiera sido mejor “no haber conocido
con exactitud la senda de la justicia que, después de haberla conocido con
exactitud, apartarse del santo mandamiento que les fue entregado”. (2Pe
2:20-22.)
Ya
que Adán y Eva eran criaturas perfectas y el mandato que Dios les había dado
era explícito y ambos lo entendieron, es evidente que su pecado fue deliberado
y no se les podía perdonar sobre la base de alguna debilidad humana o
imperfección. Por consiguiente, las palabras que Dios les dirigió después no
ofrecen ninguna invitación al arrepentimiento. (Gé 3:16-24.) Lo mismo le
sucedió a la criatura espíritu que les indujo a la rebelión. Su final y el
final de las otras criaturas angélicas que se unieron a él será el de
destrucción eterna. (Gé 3:14, 15; Mt 25:41.) Judas, aunque imperfecto, había
vivido en estrecha asociación con el propio Hijo de Dios y sin embargo se
volvió traidor; Jesús mismo se refirió a él como “el hijo de destrucción”. (Jn
17:12.) Al apóstata “hombre del desafuero” también se le llama “el hijo de la
destrucción”. (2Te 2:3) Todos los clasificados como “cabras” figurativas en el
tiempo en que Jesús juzgue como rey a la humanidad, también partirán “al
cortamiento eterno” y ya no se les extenderá la oportunidad de arrepentirse.
(Mt 25:33, 41-46.)
La resurrección presupone una oportunidad.
Diferente
sería la perspectiva de ciertas ciudades judías del siglo I que Jesús mencionó
y relacionó con un día de juicio futuro que les atañería. (Mt 10:14, 15;
11:20-24.) La referencia de Jesús significa que al menos algunas personas de
esas ciudades serán resucitadas y que, pese a que su anterior actitud
impenitente hará muy difícil que se arrepientan, tendrán la oportunidad de
manifestar su humilde arrepentimiento y ‘volverse’ para convertirse a Dios por
medio de Cristo. Aquellos que no se arrepientan sufrirán destrucción eterna. Sin embargo, las personas que hoy sigan un
proceder semejante al de los escribas y fariseos, que deliberadamente y con
conocimiento de causa se opusieron a la manifestación del espíritu de Dios por
medio de Cristo, no tendrán oportunidad alguna de resurrección, por lo que no
podrán “huir del juicio del Gehena”. (Mt 23:13, 33; Mr 3:22-30.)
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