Jeremías 23:29 ¿No es mi palabra como fuego, dice Jehová,
y como martillo que quebranta la piedra?
Colosenses 3:16 La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros,
enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda sabiduría, cantando con gracia
en vuestros corazones al Señor con salmos e himnos y cánticos espirituales
2 Timoteo 3; 16-17
16 Toda la Escritura
es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para
instruir en justicia, 17 a fin de que el
hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra.
Hebreos 4; 12
Porque la palabra de Dios es viva y
eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el
alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos
y las intenciones del corazón.
Un cristiano que no ora es en si mismo una contradicción
Como el niño que nace muerto es un niño muerto, un
creyente profeso que no ora está desprovisto de vida espiritual. La oración es
el respirar de la nueva naturaleza del creyente, como la Palabra de Dios es su
alimento. Cuando el Señor dijo al discípulo de Damasco que Saulo de Tarso se
había convertido de veras, le dijo: « Y el Señor le dijo: Levántate, y vé a la calle que se llama Derecha,
y busca en casa de Judas a uno llamado Saulo, de Tarso; porque he aquí, él
ora, » (Hechos 9: 11). En muchas ocasiones el altivo
fariseo había doblado sus rodillas ante Dios y había cumplido sus «devociones»,
pero esta vez era la primera vez que «oraba». Esta importante distinción debe
ser subrayada en este día de fórmulas sin poder que
tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella; a éstos evita.
(2ª Timoteo 3:5). Aquellos que se contentan
con dirigirse a Dios de modo formal no le conocen; porque « Y
derramaré sobre la casa de David, y sobre los moradores de Jerusalén, espíritu
de gracia y de oración; y mirarán a mí, a quien traspasaron, y llorarán como se
llora por hijo unigénito, afligiéndose por él como quien se aflige por el
primogénito. » (Zacarías 12: 10), no se separan nunca. Dios no
tiene hijos en su familia regenerada que sean mudos. « ¿Y
acaso Dios no hará justicia a sus escogidos, que claman a él día y noche? ¿Se
tardará en responderles?» (Lucas 18:7).
Sí, «claman» a Él, no meramente «rezan» sus oraciones. Pero es probable que el
lector se sorprenda cuando siga leyendo que el autor cree que, probablemente,
el propio pueblo de Dios ¡peca más en sus esfuerzos para orar que en relación
con ningún otro objetivo en que se ocupa! ¡Qué hipocresía hay en la oración,
cuando debería haber sinceridad! ¡Qué exigencias tan presuntuosas, cuando
debería haber sumisión! ¡Qué formalismo, cuando tendría que haber corazones
quebrantados! ¡Cuán poco sentimos realmente los pecados que confesamos, y qué
poco sentido de la profunda necesidad de su misericordia! E incluso cuando Dios
consiente en librarnos de estos pecados, hasta cierto punto, qué frialdad en el
corazón, qué incredulidad, cuánta voluntad propia y autocomplacencia. Los que
no tienen perceptividad para estas cosas son extraños al espíritu de la
santidad. Ahora bien, la Palabra de Dios debería dirigirnos en oración. Por
desgracia, cuán a menudo hacemos que nuestra inclinación carnal sea la que
dirige nuestras peticiones. Las Sagradas Escrituras nos han sido dadas para que
« a fin de que el hombre de
Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra. » (2ª Timoteo 3:17).
Como que debemos « Pero
vosotros, amados, edificándoos sobre vuestra santísima fe, orando en el
Espíritu Santo, » (Judas 20), se sigue que nuestras oraciones tienen
que estar de acuerdo considerando que Él es el autor de ellas. Se sigue también
que según la medida en que la Palabra de Cristo mora en nosotros en « La palabra de Cristo more en abundancia en
vosotros, enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda sabiduría, cantando
con gracia en vuestros corazones al Señor con salmos e himnos y cánticos
espirituales. » (Colosenses 3:16), o escasamente, más (o menos)
estarán nuestras peticiones en armonía con la mente del Espíritu, porque « ¡Generación de víboras! ¿Cómo podéis hablar lo bueno, siendo
malos? Porque de la abundancia del corazón habla la boca. » (Mateo 12:34). En la medida en que atesoramos la
Palabra de Dios en nuestro corazón, y ésta limpia, moldea y gobierna nuestro
hombre interior, serán nuestras oraciones aceptables a la vista de Dios.
Entonces podemos decir, como dijo David en otro sentido: « Porque
¿quién soy yo, y quién es mi pueblo, para que pudiésemos ofrecer
voluntariamente cosas semejantes? Pues todo es tuyo, y de lo recibido de tu
mano te damos » (1ª Crónicas 29:14). Así que la pureza y el poder
de nuestra vida de oración son otro índice por el cual podemos decidir la
extensión de los beneficios que sacamos de la lectura y estudio de las
Escrituras. Si nuestro
estudio de la Biblia, bajo la bendición del Espíritu, no nos resarce del pecado
de la falta de oración, revelándonos el lugar que la oración debe ocupar en
nuestra vida diaria, y en realidad no nos lleva a pasar más tiempo en el lugar
secreto con el Altísimo; si no nos enseña cómo orar de modo más aceptable a
Dios, cómo hacer nuestras sus promesas y reclamarlas, cómo apropiarnos sus
preceptos y hacer de ellos nuestras peticiones, entonces, no sólo no nos ha
servido para enriquecer el alma el tiempo que hemos pasado leyendo y meditando
la Palabra, sino que el mismo conocimiento que hemos adquirido de la letra,
servirá para nuestra condenación en el día venidero. «Sed hacedores de la Palabra, no solamente oidores,
engañándoos a vosotros mismos» (Santiago
1:22). Se aplica a sus amonestaciones a la oración y a todo lo demás.
Veamos ahora ocho
diferentes criterios:
1.
Nos beneficiamos de las Escrituras cuando nos ayudan a comprender la
importancia profunda de la oración.
Es de temer que muchos lectores de la Biblia de hoy (y aun estudiosos) no
tienen convicciones profundas de que una vida de oración definida es
absolutamente necesaria para andar y comunicar con Dios, como lo es para la
liberación del poder del pecado, las seducciones del mundo o los asaltos de
Satán. Si esta convicción realmente poseyera sus corazones, ¿no pasarían más
tiempo con el rostro delante de Dios? Es inútil, si no peor, replicar: «Hay una
gran cantidad de obligaciones que tengo que cumplir y ocupan el tiempo que
usaría para la oración, a pesar de que me gustaría hacerla». Pero, queda el
hecho que cada uno de nosotros pone tiempo aparte para lo que consideramos es
imperativo. ¿Quién vive una vida más activa que la que vivió nuestro Salvador?
A pesar de ello encontró mucho tiempo para la oración. Si verdaderamente
deseamos ser intercesores y hacer súplicas ante Dios y usamos en ello todo el
tiempo disponible que tenemos ahora, El ordenará las cosas de modo que
tendremos más tiempo.
2. La falta de convicción positiva en la
profunda importancia de la oración se evidencia claramente en la vida
corporativa de los cristianos profesos.
Dios ha dicho sencillamente: « y Jesús
les dijo: Escrito está: Mi casa, casa de oración será llamada; mas vosotros la
habéis hecho cueva de ladrones » (Mateo 21:13). Notemos: no «casa de predicación o
de cánticos», sino de oración. Sin embargo, en la gran mayoría de las iglesias,
incluso dentro de la ortodoxia, el ministerio de la oración ha pasado a ser prescindible.
Hay todavía campañas evangelistas, Convenciones de enseñanza de la Biblia, pero
cuán raramente se oye de dos semanas puestas aparte para oraciones especiales.
Y ¿qué beneficio proporcionan estas «Convenciones de la Biblia» a las iglesias
si su vida de oración no es reforzada? Pero, cuando el Espíritu de Dios aplica
con poder en nuestros corazones palabras como: «Velad y
orad, para que no entréis en tentación» (Marcos
14: 38); «En toda suplicación y ruego y acción
de gracias sean notorias vuestras peticiones delante de Dios» (Filipenses 4:6); «Perseverad
en la oración, velando en ella con acción de gracias» (Colosenses 4:2), entonces nos beneficiamos de las
Escrituras.
3.
Nos beneficiamos de las Escrituras cuando nos hacen sentir que no sabemos
bastante cómo orar. « Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en
nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero
el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles. » (Romanos 8:26).
¡Cuán pocos cristianos creen esto verdaderamente! La idea más común es que la
gente sabe bastante bien lo que debe pedir, sólo que son descuidados o son
malos, y dejan de orar por lo que saben bien que es su deber. Pero, este
concepto discrepa por completo de la declaración inspirada de Romanos 8:26.
Hay que observar que esta afirmación que humilla a la carne, no se hace sobre
los hombres en general, sino de los santos de Dios en particular, entre los
cuales el apóstol no vacila en incluirse el mismo: «No sabemos lo que hemos
de pedir como conviene». Si ésta es la condición del hombre regenerado,
mucho peor será la de no regenerado. Con todo, una cosa es leer y asentir mentalmente lo que dice el
versículo, y otra tener una comprensión de experiencia, porque para que el
corazón sienta lo que Dios requiere de nosotros. El mismo debe obrarlo
en nosotros y por medio de nosotros. Digo mis oraciones con frecuencia, Pero,
¿oro en verdad? Y van los deseos de mi corazón, ¿Conforme a las palabras? Lo
mismo serviría arrodillarme Y adorar a una piedra, Que ofrecer a Dios como
plegaria Nada más que palabras, Y labios que se mueven.
El cristiano no puede orar a menos que el Espíritu
Santo se lo haga posible, lo mismo que no puede crear un mundo. Esto ha de ser
así, porque la oración real es una necesidad sentida que ha sido despertada en
nosotros por el Espíritu, de modo que pedimos a Dios, en el nombre de Cristo,
aquello que está de acuerdo con su santa voluntad. «Y
ésta es la confianza que tenemos ante él, que si pedirnos alguna cosa conforme
a su voluntad, él nos oye» (1ª Juan 5:14).
Pero, el pedir algo que no es conforme a la voluntad de Dios no es orar, sino
atrevimiento. Es verdad que Dios nos revela su voluntad, y la podemos conocer a
través de su Palabra, sin embargo, no es de la manera que un libro de cocina
nos da recetas culinarias para la preparación de platos. Las Escrituras
frecuentemente enumeran principios que requieren un continuo ejercicio del corazón
y ayuda divina para que veamos su aplicación a los diferentes casos y
circunstancias. De modo que nos beneficiamos de las Escrituras cuando
aprendemos en ellas nuestra profunda necesidad de clamar «Señor, enséñanos a orar» (Lucas
11: 1) y nos vemos constreñidos a pedirle a El espíritu de oración.
4. Nos beneficiamos de las Escrituras
cuando nos damos más cuenta de nuestra necesidad de la ayuda del Espíritu.
Primero, que nos haga conocer nuestras verdaderas necesidades. Tomemos, por
ejemplo, nuestras necesidades materiales. Con cuánta frecuencia nos hallamos en
una situación externa difícil; las cosas nos oprimen, y deseamos ser librados
de estas tribulaciones y dificultades. Sin duda, pensamos que aquí sabemos
«qué» es lo que tenemos que pedir. De ninguna manera y, al contrario, la verdad
es que a pesar de nuestros deseos de alivio, somos tan ignorantes, nuestro
discernimiento está tan embotado, que (incluso cuando se trata de una
conciencia acostumbrada) no sabemos qué clase de sumisión a su agrado Dios
puede requerir, o cómo podemos santificar estas aflicciones para nuestro bien
interior. Por tanto, Dios considera las peticiones de muchos que claman
pidiendo ayuda sobre cosas externas «aullidos», y no clamar a Él con el corazón
Y no clamaron a
mí con su corazón cuando gritaban sobre sus camas; para el trigo y el mosto se
congregaron, se rebelaron contra mi (Oseas
7:14). « Porque ¿quién
sabe cuál es el bien del hombre en la vida, todos los días de la vida de su
vanidad, los cuales él pasa como sombra? Porque ¿quién enseñará al hombre qué
será después de él debajo del sol? »
(Eclesiastés 6:12). Ah, la sabiduría
celestial es necesaria para enseñarnos sobre nuestras «necesidades» temporales,
a fin de hacer de ellas un asunto de oración según la mente de Dios. Quizá
puedan añadirse unas pocas palabras a lo que ya se ha dicho. Podemos pedir
sobre cosas temporales escrituralmente (Mateo 6:11,
El pan nuestro de cada día,
dánoslo hoy. etc.), pero con una
triple limitación. Primero, de modo incidental y no de modo primario, porque no
son éstas las cosas de las que se preocupan los cristianos de modo principal (Mateo 6:33 Mas buscad
primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán
añadidas.). Las cosas que deben buscarse primero y sobre todo, son las
cosas celestiales y eternas (Colosenses 3:l Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de
arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios.), mucho más
importantes y valiosas que las temporales. Segundo, de modo subordinado, como
medio para un fin. El buscar cosas materiales de Dios no ha de ser a fin de
conseguir satisfacción, sino como una ayuda para agradarle más. Tercero, de
modo sumiso, no imperioso, porque esto sería el pecado de presunción. Además,
no sabemos si el que se nos concediera gracia sobre algo temporal contribuiría
realmente a nuestro bienestar supremo (Salmo 106:18
Y se encendió fuego en su
junta; La llama quemó a los impíos) y por tanto debemos dejarle a Dios que decida.
Tenemos necesidades interiores también, además de las exteriores. Algunas
pueden ser discernidas a la luz de la conciencia, tales como la culpa y la
impureza del pecado, los pecados contra la luz y la naturaleza y la simple
letra de la ley. Sin embargo, el conocimiento que tenemos de nosotros mismos
por medio de la conciencia es tan oscuro y confuso que, aparte del Espíritu, no
somos capaces de descubrir la verdadera fuente de purificación. Las cosas sobre
las cuales los creyentes tienen que tratar primariamente con Dios en sus
súplicas son la disposición de su alma, o sea espiritual. Por eso, David no estaba
satisfecho con confesar las transgresiones que conocía y su pecado original (Salmo 51:1-5 Ten piedad de mí, oh
Dios, conforme a tu misericordia; Conforme a la multitud de tus piedades borra
mis rebeliones. 2 Lávame más y más de mi
maldad, Y límpiame de mi pecado. 3 Porque
yo reconozco mis rebeliones, Y mi pecado está siempre delante de mí. 4 Contra ti, contra ti solo he pecado, Y he
hecho lo malo delante de tus ojos; Para
que seas reconocido justo en tu palabra, Y tenido por puro en tu juicio. 5 He aquí, en maldad he sido formado, Y en
pecado me concibió mi madre.), sino que dándose cuenta de que no puede
entender bien sus propios errores, desea ser limpiado de los «errores ocultos»
(Salmo 19:12 ¿Quién podrá entender sus propios errores? Líbrame de los que me son ocultos. ); pero le pide también a Dios que emprenda una
búsqueda de su corazón para encontrar lo que pueda escapársele (Salmo 139:23,24 Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; Pruébame y conoce mis
pensamientos; 24 Y ve si hay en mí
camino de perversidad, Y guíame en el camino eterno. ), sabiendo que Dios requiere principalmente «verdad
en lo íntimo» (Salmo 51: 6 He aquí, tú amas la
verdad en lo íntimo, Y en lo secreto me has hecho comprender sabiduría.)
. Así que en vista de (1ª Corintios 2:10-12 Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque
el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios. 11 Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas
del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie
conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios. 12 Y nosotros no hemos recibido el espíritu del
mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos
ha concedido) deberíamos buscar la ayuda del Espíritu para que podamos
pedir de modo aceptable a Dios.
5. Estamos beneficiándonos de las Escrituras
cuando el Espíritu nos enseña el recto propósito de la oración. Dios ha establecido la ordenanza de la oración por
lo menos con un triple designio. Primero, que el Dios Trino sea honrado, porque
la oración es un acto de adoración, rendición de homenaje; al Padre como Dador,
en el nombre del Hijo por medio del cual únicamente podemos acercarnos a Él, a
través del poder que nos impulsa. y dirige del Espíritu Santo. Segundo: para
humillar nuestros corazones, porque la oración está ordenada para traernos a un
lugar de dependencia, para desarrollar en nosotros un sentimiento de nuestra
insignificancia, al admitir que sin el Señor no podernos hacer nada, y que somos
como mendigos pidiendo todo lo que somos y tenemos. Pero, cuán débilmente se
cumple esto (si es que :se cumple) en nosotros, hasta que el Espíritu nos lleva
de la mano, quita nuestro orgullo, y da a Dios el verdadero lugar en nuestros
corazones y pensamientos. Tercero, como un medio de obtener para nosotros
mismos las cosas buenas que pedimos. Es de temer que una de las principales
razones por las que muchas oraciones quedan sin contestar es que tenemos un
objetivo equivocado o sin valor. Nuestro Salvador dice: «Pedid y recibiréis» (Mateo 7:7);
pero Santiago afirma de algunos que «Pedís y no
recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites». (Santiago 4;3). El orar pidiendo algo, pero no de
modo expreso con miras a aquello para lo cual Dios lo ha designado, es «pedir
mal»; y por tanto sin propósito eficaz. Toda la confianza que tenemos en
nuestra propia sabiduría e integridad, si se nos deja proseguir nuestros
objetivos nunca se ajustará a la voluntad de Dios. Hasta que el Espíritu
restringe a la carne en nosotros, nuestros afectos propios naturales
desordenados interfieren con nuestras súplicas, á las hacen inservibles. «Todo lo que hacéis, hace lo para la gloria de Dios» (1ª Corintios 10:31), sin embargo, nadie excepto el
Espíritu puede hacer que nos subordinemos en nuestros deseos a la gloria de
Dios.
6.
Nos beneficiamos de las Escrituras cuando nos enseñan a reclamar las promesas
de Dios. La oración debe ser
hecha con fe (Romanos 10: 14 ¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual
no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin
haber quien les predique? ), de lo
contrario Dios no la escuchará. Ahora bien, la fe tiene respeto a las promesas
de Dios (Hebreos 4:1 Temamos,
pues, no sea que permaneciendo aún la promesa de entrar en su reposo, alguno de
vosotros parezca no haberlo alcanzado. ; Romanos 4:21 plenamente
convencido de que era también poderoso para hacer todo lo que había prometido;);
si, por tanto, no comprendemos qué es lo que Dios ha prometido, no podemos
orar. «Las cosas secretas pertenecen a Jehová, nuestro Dios» (Deuteronomio 29:29 Las
cosas ocultas pertenecen a Yahvéh, nuestro Dios; pero las manifiestas son para
nosotros y para nuestros hijos por siempre, para que practiquemos todas las
disposiciones de esta ley.), pero la
declaración de su voluntad y la revelación de su gracia nos pertenecen, y son
nuestra regla. No hay nada que podamos necesitar que Dios no se haya
comprometido a proporcionárnoslo, si bien de tal forma y bajo tales
limitaciones que aseguren que será para nuestro bien y nos serán útiles. Por
otra parte, nada hay que Dios haya prometido, que no tengamos necesidad de
ello, o que de una manera u otra no nos afecte como miembros del cuerpo místico
de Cristo. Por ello, cuanto mejor estemos familiarizados con las promesas
divinas, y cuanto más comprendamos sus bondades, gracia y misericordia
preparadas y propuestas en ellas, mejor equipados estamos para orar de modo
aceptable. Algunas de las promesas de Dios son generales más bien que
específicas; algunas son condicionales, otras incondicionales, algunas se
cumplen en esta vida, otras en la vida venidera. Tampoco podemos nosotros
discernir por nuestra cuenta qué promesa es más apropiada para nuestro caso
particular y la situación presente, o cómo apropiarla por fe y reclamarla
rectamente de Dios. Por tanto, se nos dice de modo explícito: «Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino
el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoce las cosas de
Dios, sino el Espíritu de Dios. Y nosotros no hemos recibido el espíritu del
mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos
ha otorgado gratuitamente.» (1ª Corintios
2:11,12). Si alguien contestara: si se requiere tanto para que una
oración sea aceptable, si no podemos presentar peticiones a Dios con menos
molestia de la que se indica, habrá pocos que quieran persistir durante algún
tiempo en este deber», lo único que podríamos decirle es que esta persona no
tiene la menor idea de lo que es orar ni parece tener interés en saberlo.
7. Nos beneficiamos de las Escrituras cuando
nos llevan a una completa sumisión a Dios. Como se dijo antes, uno de los propósitos divinos al
establecer la oración como una ordenanza es para ayudarnos a sentirnos
humildes. Esto se muestra exteriormente cuando doblamos las rodillas ante el
Señor. La oración es un reconocimiento de nuestra impotencia, un mirar a Dios
de quien esperamos ayuda. Es admitir su suficiencia para suplir nuestra
necesidad. Es el hacer conocidas nuestras «peticiones»
(Filipenses 4:6) a Dios; pero peticiones es
algo muy distinto de «requerimientos». «El
trono de la gracia no existe para que nosotros podamos acudir a él para obtener
satisfacciones de nuestras pasiones» (Wm. Gurnall).
Hemos
de presentar nuestro caso delante de Dios, pero dejar que su sabiduría superior
prescriba la forma de decidirlo. No debe haber intentos de imposición, ni
podemos «reclamar» nada de Dios, porque somos como mendigos dependientes de su
misericordia. En todas nuestras peticiones debemos añadir: «Sin embargo, hágase
tu voluntad, no la mía». Pero, ¿no puede la fe presentar a Dios sus promesas y
esperar una respuesta? Ciertamente; pero debe ser la respuesta de Dios. Pablo
pidió a Dios que le quitara la espina de la carne tres veces; pero en vez de
hacerlo el Señor le dio gracia para sobrellevarla (2ª
Corintios 12). Muchas de las promesas de Dios son generales, en vez de
personales. Ha prometido pastores, maestros Y evangelistas a su Iglesia, y con
todo hay muchos grupos de creyentes que languidecen por falta de ellos. Algunas
de las promesas de Dios son indefinidas y generales en vez de absolutas y
universales: como por ejemplo, en Efesios 6:2,3 «Honra
a tu padre y a tu madre» (éste es un primer mandamiento vinculado a una
promesa), 3 «para que todo te vaya bien
y vivas largos años sobre la tierra».
Dios no se ha obligado a dar nada de modo
específico, a conceder la cosa particular que pedimos, incluso cuando pedimos
con fe. Además, Él se reserva el derecho de decidir el momento y sazón para
concedernos sus misericordias. « Buscad a
Yahvéh, pobres todos del país, que cumplís sus mandamientos. Buscad la
justicia, buscad la humildad; quizá podáis quedar al abrigo en el día de la ira
de Yahvéh..» (Sofonías 2:3).
Por el hecho de que «quizá» Dios me conceda una misericordia temporal
determinada, es mi deber presentarme ante El y pedirla, sin embargo, debo estar
sumiso a su voluntad para la concesión de la misma.
8. Estamos
beneficiándonos de las Escrituras cuando la oración se vuelve un gozo real y
profundo. El mero «decir nuestras oraciones» cada
mañana y noche es una tarea pesada, un deber que debe ser cumplido que nos hace
dar un suspiro de alivio cuando hemos terminado. Pero el presentarnos realmente
ante la presencia de Dios, para contemplar la gloriosa luz de su faz, para
estar en comunión con El en el propiciatorio, es un anticipo de la
bienaventuranza eterna que nos aguarda en el cielo. Quien es bendecido con esta
experiencia dice con el salmista: «El acercarme a Dios
es el bien». (Salmo 73:8.) Sí, bien
para el corazón, porque le da paz; bien para la fe, porque la fortalece; bien
para el alma, porque la bendice. Es la falta de esta comunión del alma con Dios
que se halla a la raíz de la falta de respuesta a nuestras oraciones: « Si en el Señor pones tu gozo, te dará él lo que pidan tus deseos..»
(Salmo 37:4.) ¿Qué es lo que, bajo la
bendición del Espíritu, produce este gozo en la oración?
Primero,
es el deleite del corazón en Dios como el Objeto de la oración, y
particularmente el reconocer y comprender que Dios es nuestro Padre. Así que,
cuando los discípulos pidieron al Señor Jesús que les enseñara a orar, dijo: «Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los
cielos.» Y luego: «Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el
cual clama: ¡Abba, o sea, Padre!» (Gálatas
4:6), que incluye un deleite filial, santo en Dios, como los hijos
tienen deleite en sus padres cuando se dirigen con afecto a ellos. Y de nuevo,
en Efesios 2:18, se nos dice para fortalecer la fe y consuelo de nuestros
corazones: «Porque por medio de él los unos y los otros
tenemos acceso por un mismo Espíritu al Padre.» ¡Qué paz, qué seguridad,
qué libertad da esto al alma: saber que nos acercamos a nuestro Padre!
Segundo.
El gozo en la oración es incrementado porque el corazón capta el alma y
contempla a Dios en el trono de gracia: una vista o perspectiva, no por
imaginación de la carne, sino por iluminación espiritual, porque es por fe que
« Por la fe dejó a Egipto, no temiendo la ira del rey; porque se
sostuvo como viendo al Invisible. » (Hebreos 11:27); la fe es «la
evidencia de las cosas que no se ven» (Hebreos
11: l), hace evidente y presente su objeto propio a los ojos de los que
creen. Esta visión de Dios en su «trono» tiene que conmover el alma. Por tanto
se nos exhorta: «Acerquémonos, pues, confiadamente al
trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno
socorro» (Hebreos 4:16).
Tercero. Del versículo anterior sacamos
también que la libertad y el deleite en la oración son estimulados por ver que,
Dios, por medio de Jesucristo, está dispuesto a dispensarnos gracia y
misericordia a los pecadores suplicantes. No tenemos que vencer ninguna
resistencia suya. Dios está más dispuesto a dar que nosotros a recibir. Así se
le presenta en Isaías 30:18: «Con todo esto, Jehová aguardará para otorgaros su gracia.» Sí,
Dios aguardará a que le busquemos; aguardará a que los fieles echen mano de su
disposición para bendecir. Su oído está siempre atento al clamor del justo. Por
tanto «acerquémonos con corazón sincero, en plena
certidumbre de fe» (Hebreos 10:22); «sean presentadas vuestras peticiones delante de Dios,
mediante oración y ruego con acción de gracias y la paz de Dios, que sobrepasa
a todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en
Cristo Jesús» (Filipenses 4:6, 7).
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