} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: CURADOS PARA SIEMPRE

sábado, 22 de agosto de 2015

CURADOS PARA SIEMPRE

 Juan 3:14  Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto,(A) así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado,
 15  para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.


Jesucristo vino a salvarnos sanándonos, como los hijos de Israel, picados por serpientes ardientes fueron curados y vivieron al mirar a la serpiente de bronce. Cuando los israelitas vagaban por el desierto, Dios envió una plaga de serpientes para castigarlos por su actitud rebelde.
Los sentenciados a muerte por causa de la mordedura de serpientes podían curarse al obedecer a Dios y mirar a la serpiente de bronce que se levantó, creyendo que El podría sanarlos si lo hacían. El veneno de las serpientes ardientes, corriendo por las venas de los israelitas rebeldes, estaba extendiendo la muerte por el campamento, emblema vivo de la condición perecedera de los hombres a causa del pecado. En ambos casos el remedio fue provisto divinamente, la manera de curación asombrosamente se parecía a la de la enfermedad. Mordidos por serpientes, por serpiente son sanados. Mordidos por “serpientes ardientes”, serpientes probablemente, de cuero con pintas coloradas, el instrumento de curación es una serpiente de bronce o cobre, que tenía a la distancia la misma apariencia. 
Así en la redención, como por el hombre vino la muerte, por el Hombre también viene la vida: Hombre también “en semejanza de carne de pecado”, no diferenciándose en nada externo y aparente de aquellos que, llenos del veneno de la serpiente, estaban por perecer. Pero así como la serpiente levantada no tenía nada del veneno del cual la gente que era mordida por serpientes estaba muriendo, así mientras toda la familia humana estaba pereciendo por la mortal herida inflingida por la vieja serpiente, “el Segundo Hombre”, que subió por encima de la humanidad con “salud en sus alas”, era sin mancha ni arruga, o cosa semejante. En ambos casos el remedio es exhibido visiblemente; en el un caso sobre un palo alto, en el otro sobre la cruz, para “atraer a sí todos los hombres”. En ambos casos se efectúa la curación dirigiéndose el ojo al Remedio levantado; en el un caso el ojo corporal, en el otro la mirada del alma que “cree en Él”, como en aquella proclamación antigua: “Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra”. Los dos métodos son tropiezos a la razón humana. 
¿Qué podría ser más improbable a un israelita pensador que el que el veneno mortífero saliese de su cuerpo simplemente mediante una mirada a un reptil de bronce? Semejante tropiezo a los judíos y a los griegos locura era la fe en el Nazareno crucificado como un modo de liberación de la perdición eterna. Sin embargo, en ambos casos es igualmente racional y bien fundada la autoridad para esperar una curación. Así como la serpiente de bronce fué la ordenanza de Dios para la curación de todo israelita que era mordido por la serpiente, así lo es Cristo para la salvación de cada pecador; sin embargo la una era ordenanza puramente arbitraria, la otra divinamente adaptada a las complicadas dolencias del hombre. En ambos casos es igual la eficacia. Así como una simple mirada a la serpiente, por distante y débil que fuera, traía la curación instantánea, así una fe real en el Señor Jesús, por más trémula, por más distante que sea, siempre que sea real la fe, trae sanidad segura e instantánea al alma que está por perecer. De la misma manera, son iguales los resultados de la desobediencia en ambos casos. Sin duda, muchos de los israelitas que fueron mordidos, aun cuando su caso era doloroso, se pusieron a razonar antes que obedecer, y a reflexionar sobre lo absurdo que era esperar que la mordedura de una serpiente viva fuese sanada con sólo mirar un pedazo de metal en forma de serpiente, y reflexionarlo hasta morir.
Mirar a Jesús en busca de salvación tiene los mismos efectos. Dios nos preparó este modo de ser salvos de los efectos mortíferos de la "mordedura" del pecado. Podemos ver en esto la naturaleza mortal y destructora del pecado. Podemos preguntar a conciencias vivificadas, preguntemos a pecadores condenados, quienes dirán que, por encantadoras que sean las seducciones del pecado, al final muerde como serpiente. Vemos también el único remedio poderoso contra esta enfermedad fatal. Cristo nos es propuesto claramente en el evangelio. Aquel a quien ofendimos es nuestra Paz, y la manera de solicitar la curación es creer. Si alguien hasta ahora toma livianamente la enfermedad del pecado o el método de curación de Cristo, y no recibe a Cristo en las condiciones que Él pone, su ruina pende sobre su cabeza. Él dijo: Mirad y sed salvos, mirad y vivid; alzad los ojos de la fe a Cristo crucificado. Mientras no tengamos la gracia para hacer esto, no seremos curados, sino seguiremos heridos por los aguijones de Satanás, y en estado moribundo.
Jesucristo vino a salvarnos perdonándonos, para que no muriéramos por la sentencia de la ley. He aquí el evangelio, la verdadera, la buena nueva. He aquí al amor de Dios al dar a su Hijo por el mundo. Tanto amó Dios al mundo, tan verdaderamente, tan ricamente. 
¡Mirad y maravillaos, que el gran Dios ame a un mundo tan indigno! 
Aquí, también, está el gran deber del evangelio: creer en Jesucristo. Habiéndolo dado Dios para que fuera nuestro Profeta, Sacerdote y Rey, nosotros debemos darnos para ser gobernados y enseñados, y salvados por Él. He aquí el gran beneficio del evangelio, que quienquiera que crea en Cristo no perecerá mas tendrá vida eterna. Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo mismo, y de ese modo, lo salvaba. No podía ser salvado sino por medio de Él; en ningún otro hay salvación.
De todo esto se muestra la dicha del creyente verdadero: el que cree en Cristo no es condenado. Aunque ha sido un gran pecador, no se le trata según lo que merecen sus pecados.