Al decir "Padre nuestro que
estás en los cielos" indica que Dios no solo es majestuoso y santo, sino
también personal y amoroso. El primer renglón de esta oración modelo es una
declaración de alabanza y dedicación a honrar el nombre Santo de Dios. Honramos
el nombre de Dios al usarlo con respeto. Si usamos el nombre de Dios
ligeramente, no tomamos en cuenta la santidad de Dios.
Cuando decimos "Venga tu
reino" es una referencia al reino espiritual. El Reino de Dios fue
anunciado en el pacto con Abraham, está presente en el reinado de Cristo en el
corazón de cada creyente, y será completado cuando la maldad sea destruida y El
establezca nuevos cielos y tierra.
Cuando oramos "Hágase tu
voluntad", no estamos abandonándonos a la suerte, sino que estamos orando
que el propósito perfecto de Dios se cumpla en este mundo como en el más allá.
Que esta incomparable oración fué dada no sólo como modelo sino como forma, se puede entender teniendo en cuenta su propia naturaleza. Si consistiese solamente en sugestiones o direcciones para orar, sería usada meramente como un manual; pero, observando que se trata de una oración real, designada para mostrar cuánto podría ser comprimida la verdadera oración en el mínimo número de palabras.
Que esta incomparable oración fué dada no sólo como modelo sino como forma, se puede entender teniendo en cuenta su propia naturaleza. Si consistiese solamente en sugestiones o direcciones para orar, sería usada meramente como un manual; pero, observando que se trata de una oración real, designada para mostrar cuánto podría ser comprimida la verdadera oración en el mínimo número de palabras.
Las peticiones de la oración del
Señor son siete. Las primeras tres tienen que ver exclusivamente con Dios:
“Santificado sea tu nombre”; “venga tu reino”; “hágase tu voluntad”. Aparecen
en escala descendente, pasando de su propia persona a su manifestación en su reino;
y de su reino a la plena sujeción de sus súbditos, o la plena ejecución de su
voluntad. Las cuatro peticiones restantes tienen que ver con nosotros mismos:
“Danos hoy nuestro pan cotidiano”; “perdónanos nuestras deudas”; “no nos metas
en tentación”; “líbranos del mal”. Pero estas últimas peticiones aparecen en
una escala ascendente, pasando de las necesidades corporales diarias a la
liberación final de todo mal.
En la primera parte expresamos la
cercanía de Dios con respecto a nosotros; en la segunda, su lejanía de
nosotros. Una familiaridad santa y amorosa expresa la primera parte; una
grandiosa reverencia, la segunda. Llamándole “Padre”, expresamos un parentesco
que todos hemos conocido y sentido desde nuestra infancia; pero llamándole
“Padre nuestro que estás en los cielos”, hacemos un contraste entre Él y los
padres que todos conocemos aquí abajo, y por esto elevamos nuestras almas a
aquel “cielo” donde Él mora, y a aquella majestad y gloria que existen allí
como en casa propia. Estas primeras palabras de la oración del Señor, esta
invocación con que comienza, ¡qué brillantez y qué calor arroja sobre toda la
oración, y a qué región tan serena nos conduce al orar, al hijo de Dios que se
acerca a Él!
En todas partes en las
Escrituras, Dios define y señala la fe y el amor y la reverencia y la
obediencia que él espera de los hombres, mediante sus manifestaciones a ellos,
acerca de lo que Él es; tanto para alejar conceptos falsos acerca de Él, como
para que toda la devoción de su pueblo tome la forma y el matiz de su propia
enseñanza.
El reino de Dios es aquel reino
moral y espiritual que el Dios de la gracia está levantando en este mundo
caído, los súbditos del cual somos todos aquellos que de corazón hemos sido
sujetos a su glorioso cetro, y del cual su Hijo Jesús es la gloriosa cabeza. En
su realidad interna este reino existió siempre desde que hubo hombres que
“caminaron con Dios” y “esperaron su salvación”; que estaban “continuamente con
Él, sostenidos por su diestra”, y que aun en el valle de sombra de muerte, no
temían mal alguno, cuando Él estaba con ellos. El advenimiento del Mesías fue un aviso de que el reino visible se acercaba. Su muerte colocó los profundos
cimientos del reino; su ascensión a lo alto, “cautivando la cautividad y
tomando dones para los hombres, y también para los rebeldes, para que habitase
entre ellos el Señor Dios”; y la lluvia pentecostal del Espíritu, mediante la
cual esos dones para los hombres descendieron sobre los rebeldes y el Señor
Dios fué visto en la persona de miles y miles, “habitando” entre los hombres,
fueron aspectos de la gloriosa venida de su reino. Pero todavía está por
llegar, y esta petición, “venga tu reino”, debe continuar mientras exista un
solo súbdito que deba ser introducido en este reino. Pero ¿no se extiende esta
oración más adelante todavía, hasta “la gloria que ha de ser revelada”, hasta
la etapa del reino llamada “el reino eterno de nuestro Señor y Salvador
Jesucristo” ? Quizá no directamente, en vista de que la petición que sigue,
“Sea hecha tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” hace
referencia a este estado presente de imperfección. Sin embargo, la mente rehúsa ser circunscrita por etapas y en el acto de orar, “venga tu reino”,
irresistiblemente extiende las alas de su fe y de su esperanza gozosa hacia la
consumación final y gloriosa del reino de Dios.
Que
así como su voluntad es hecha en el cielo, con tanta alegría, tan constante y
tan perfectamente, así también sea hecha en la tierra. Pero acaso alguno
preguntará: ¿Ocurrirá esto alguna vez? Contestamos: Si los “nuevos cielos” y la
“nueva tierra” han de ser solamente nuestro actual sistema material purificado
por el fuego y transfigurado, claro que sí. Pero nos inclinamos a pensar que la
aspiración en esta hermosa súplica no tiene referencia directa a un
cumplimiento orgánico semejante, y no es más que el anhelo espontáneo e
irresistible del alma renovada, puesto en palabras, de ver toda la tierra
habitada en plena conformidad con la voluntad de Dios. No es necesario saber si
eso sucederá alguna vez, o si puede suceder, para que se pueda ofrecer esta
oración. Ella debe dar salida a sus santos deseos, y esto no es más que la
atrevida y simple expresión de ellos
Dios tiene planes buenos, agradables y perfectos para sus hijos. El quiere transformarnos en un pueblo con una mente renovada, vivos para honrarle y obedecerle. Debido a que El solo quiere lo mejor para nosotros y por haber dado a su Hijo para que tengamos vida nueva, deberíamos ofrecernos con gozo en sacrificio vivo para su servicio.No hemos de estar conformes con la conducta y costumbres de este mundo, que por lo general son egocéntricas y a menudo corruptas. Muchos cristianos dicen sabiamente que la conducta mundana se extralimita demasiado. Nuestro rechazo a formar parte del mundo, sin embargo, debe ir más allá del nivel de conducta y costumbres. Es posible evitar muchas de las costumbres mundanas sin dejar de ser orgullosos, codiciosos, egoístas, obstinados y arrogantes. Solo cuando el Espíritu Santo renueva, reeduca y reorienta nuestra mente somos en verdad transformados. Solo cuando obedecemos, por esa gracia que nos capacita para hacerlo, la Palabra de Dios en la Biblia actúa con su poder. Solo cuando por convicción damos el primer paso, Dios Padre da el segundo paso actuando su poder en nosotros. Solo cuando Dios ve nuestro corazón dispuesto, sin doblez, comienza, el Espíritu Santo que mora en nostros satisfecho a bendecir nuestra vida.
Dios tiene planes buenos, agradables y perfectos para sus hijos. El quiere transformarnos en un pueblo con una mente renovada, vivos para honrarle y obedecerle. Debido a que El solo quiere lo mejor para nosotros y por haber dado a su Hijo para que tengamos vida nueva, deberíamos ofrecernos con gozo en sacrificio vivo para su servicio.No hemos de estar conformes con la conducta y costumbres de este mundo, que por lo general son egocéntricas y a menudo corruptas. Muchos cristianos dicen sabiamente que la conducta mundana se extralimita demasiado. Nuestro rechazo a formar parte del mundo, sin embargo, debe ir más allá del nivel de conducta y costumbres. Es posible evitar muchas de las costumbres mundanas sin dejar de ser orgullosos, codiciosos, egoístas, obstinados y arrogantes. Solo cuando el Espíritu Santo renueva, reeduca y reorienta nuestra mente somos en verdad transformados. Solo cuando obedecemos, por esa gracia que nos capacita para hacerlo, la Palabra de Dios en la Biblia actúa con su poder. Solo cuando por convicción damos el primer paso, Dios Padre da el segundo paso actuando su poder en nosotros. Solo cuando Dios ve nuestro corazón dispuesto, sin doblez, comienza, el Espíritu Santo que mora en nostros satisfecho a bendecir nuestra vida.