El cristiano que sigue a su
Señor imita su vida y obedece sus mandamientos. Tomar la cruz significa
llevarla hasta el lugar donde nos van a matar cada día al llamado del
Señor de tomar la cruz, indicando una renuncia progresiva y continua al egoísmo
de una vida centrada en uno mismo.
Muchos
galileos murieron a manos de los romanos. Aplicado a los discípulos, esto
implica identificarse por completo con el mensaje de Cristo, incluso si
significa la muerte. Debemos negar nuestros deseos egoístas, usar tiempo y
dinero y elegir el camino tomando en cuenta a Cristo. Hoy en día esta forma de
vida es costosa, pero a la larga vale la pena el dolor y el esfuerzo.
La gente
está dispuesta a pagar un alto precio por algo que valora. ¿Sorprende que Jesús
demandara este tipo de entrega de quienes decidieran seguirlo? Hay, al menos,
tres condiciones que debe cumplir el que quiera seguir a Jesús: Estar dispuesto
a negarse a sí mismo, llevar su cruz y dar su vida. Todo lo demás es un
servicio superficial, solo de palabras.
Si esta
vida es lo más importante para usted, hará cualquier cosa para protegerla. No
hará nada que ponga en peligro su seguridad, salud o comodidad. En cambio, si
para usted seguir a Jesús es lo más importante, quizás se halle en lugares
inseguros, insanos e incómodos. Enfrentará la muerte, pero no temerá porque
sabe que Jesús lo resucitará a la vida eterna. Ninguna cosa material compensa
la pérdida de la vida eterna. Los discípulos de Jesús no deben usar su vida
terrenal para su propio placer, sino que deben gastarla sirviendo a Dios y a
los demás.
Se nos prohíbe investigar por
curiosidad en los consejos secretos de Dios y dar opiniones personales al
respecto. Pero se nos dirige y estimula a que escudriñemos diligentemente en
aquello que Dios ha dado a conocer por medio de su Palabra en la Biblia. Él no
ha retenido nada que sea provechoso para nosotros, sino sólo lo que es bueno
que ignoremos. El fin de toda revelación divina no es darnos temas curiosos de
especulación y discusión, sino que podamos hacer todas las palabras de esta ley y ser bendecidos en nuestro
obrar. La Biblia revela claramente esto; más allá de esto no
pueden ir provechosamente los
hombres. Por esta luz uno puede vivir y morir cómodamente y ser feliz para
siempre.
Hay ciertas cosas que Dios decidió
no revelarnos, posiblemente por las siguientes razones: nuestras mentes finitas no pueden entender
los aspectos infinitos del universo de Dios y su naturaleza; algunas cosas no necesitamos conocerlas
hasta que seamos más maduros; y como
Dios es Infinito y Omnisciente, es simplemente imposible para nosotros saber
todo lo que El hace. Este versículo muestra que a pesar de que Dios no nos ha
dicho todo lo que hay sobre la obediencia a El, nos ha dicho bastante. Así, la
desobediencia proviene de un acto de la voluntad, no por una falta de
conocimiento. A través de la Palabra de Dios en la Biblia sabemos lo suficiente
para ser salvos por fe y servirle. No debemos usar las limitaciones de nuestro
conocimiento como una excusa para rechazar su guía en nuestra vida.
La historia escrita de las relaciones
providenciales de Dios para con Israel, nos presenta una combinación
maravillosa de “bondad” y severidad”. Gran parte de ella está envuelta en
misterio demasiado profundo para que lo sondeen nuestras facultades limitadas;
pero, por la sabiduría comprensiva manifestada en aquellas porciones que han
sido reveladas a nosotros, estamos preparados para entrar al espíritu completo
de la admiración: “¡Cuán incomprensibles son sus juicios, e inescrutables sus caminos!”
Los que recibimos la doctrina
de Cristo como divina, y habiendo sido iluminados por el Espíritu Santo, hemos
mirado bien en ella, no sólo viendo la clara historia de Cristo, y a éste
crucificado, sino los profundos y admirables designios de la sabiduría divina.
Es el misterio hecho manifiesto a los santos, aunque anteriormente escondido
del mundo pagano; sólo se le mostró en tipos oscuros y profecías distantes,
pero ahora es revelado y dado a conocer por el Espíritu de Dios.
Jesucristo es el Señor de
gloria, título demasiado grande para toda criatura. Hay muchas cosas que la
gente no haría si conociera la sabiduría de Dios en la gran obra de la
redención. Hay cosas que Dios ha preparado para los que le aman, y le esperan,
cosas que los sentidos no pueden descubrir, que ninguna enseñanza puede
transmitir a nuestros oídos, ni pueden aún entrar a nuestros corazones. Debemos
tomarlas como están en las Escrituras, como quiso Dios revelárnoslas.
No podemos imaginar todo lo que
Dios tiene reservado para nosotros en esta vida y en la eternidad. Creará un
cielo nuevo y una tierra nueva, y viviremos con El para siempre.
Mientras tanto, el Espíritu
Santo nos consuela y guía. Al saber el futuro maravilloso y eterno que nos
espera, nos da esperanza y valor para seguir adelante en esta vida, para
tolerar las dificultades y evitar que cedamos a la tentación. Este mundo no es
todo lo que es. Lo mejor aún está por venir.
Dos
elementos son necesarios para conocer las cosas de Dios: una revelación de Dios
a través del Espíritu, y una respuesta espiritual apropiada del ser humano.
Igual que
los pensamientos de cada uno sólo uno mismo los conoce (y el Señor) así lo que
está en la mente de Dios sólo lo conoce el Espíritu Santo. Dios ha escogido
revelarse en Jesucristo, y el Espíritu Santo ha traído esta revelación de
Cristo a la iglesia por medio de los apóstoles.
El
Espíritu responde al espíritu, no a la mente. El Espíritu Santo interpreta las
cosas espirituales a la gente espiritual. Por las vías a través de las cuales
la Palabra de Dios nos ha sido dada en la Biblia, al comunicarnos el Espíritu “ideas”
espirituales por medio de las “palabras”
espirituales específicas que escoge para cada uno de nosotros; aunque oigamos
lo mismo no todos recibiremos la misma exhortación.
Desde el
punto de vista espiritual, la gente está dividida en tres categorías, lo cual aclara
cómo la revelación de la Cruz es recibida del lado humano:
El
hombre natural, no regenerado y alejado del Espíritu, no siente
aprecio por el evangelio.
El hombre espiritual, regenerado y en
posesión de madurez espiritual, como los que están libres de inclinaciones
sectarias, tiene una naturaleza que responde a la verdad, y los incrédulos lo
encuentran difícil de comprender.
El hombre carnal, regenerado, pero viviendo de
forma parecida a los que no lo son, es un creyente de comportamiento infantil,
como se ve en los celosos con un espíritu sectario; una vida cristiana
inmadura, que mira por lo suyo, con un pie en sus cosas materiales, carente de
amor fraternal, más preocupado por las opiniones humanas que por estar en
comunión con los hermanos en Cristo.
Tú que lees
esto, ¿en qué categoría te encuentras? Puedes predicar aún en tu carnalidad y
preparar mensajes que llegan a emocionar, pero se quedan ahí nada más; no van
más allá de esas cuatro paredes; ya sabes la razón.
No hace mucho
leí, mientras estudiaba biografías de hombres de la Reforma, como había
predicadores que desde el púlpito lanzaban unos tremendos mensajes bíblicos que
llegaban a la gente; pero que no debían
bajarse nunca, porque las vidas que llevaban los hacían incompetentes para
subirse de nuevo a predicar.