} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: JUZGANDO CON AMOR

domingo, 23 de agosto de 2015

JUZGANDO CON AMOR

Santiago 4:12  Uno solo es el dador de la ley, que puede salvar y perder; pero tú, ¿quién eres para que juzgues a otro?

Mateo 7:1  No juzguéis, para que no seáis juzgados.


Cristo no prohíbe la crítica, ni la expresión de opiniones, ni que condenemos lo que está mal hecho. Lo que prohíbe es la censura implacable que pasa por alto las faltas propias mientras se asume el papel de supremo juez de los pecados de los demás.
Jesús dice que debemos examinar nuestras motivaciones y conductas en vez de criticar a los demás. Lo que nos molesta en otros son con frecuencia los hábitos que no nos gustan en nosotros mismos. Nuestros malos hábitos y moldes de conducta indómitos son los que queremos cambiar en otros. ¿Si vemos fácil magnificar las faltas de otros y no fijarnos en las nuestras? Si estamos a punto de criticar a alguien, veamos si no merecemos la misma crítica. Júzguemonos primero y luego perdonemos con amor a nuestro prójimo y ayúdemoslo.
La declaración de Jesús "No juzguéis" se refiere a la crítica y actitud de juicio con que se derriba a otros a fin de ponerse encima uno mismo. No es una condenación de cualquier crítica, sino un llamado a discernir antes de ser negativo. Jesús mandó a desenmascarar a los falsos maestros. Pablo enseñó claramente que debiéramos ejercitar disciplina en la iglesia y confiar en que Dios tendrá la última palabra. “Juzgar” aquí no quiere decir exactamente pronunciar juicio condenatorio, ni se refiere al acto sencillo de juzgar, ya sea en un sentido favorable o en un sentido contrario. El contexto da a entender claramente que lo que aquí se condena es aquella disposición de mirar desfavorablemente el carácter y las acciones de otras personas, la que nos lleva invariablemente a pronunciar contra ellos juicios temerarios, injustos y desagradables. Sin duda alguna, aquí se habla de los juicios así pronunciados; pero lo que el Señor está atacando, es el espíritu de donde saltan tales juicios. Con tal de que evitemos este espíritu desagradable, no sólo somos autorizados para juzgar sobre el carácter y las obras de algún hermano, sino que en el ejercicio de las necesarias distinciones nos vemos obligados a hacerlo para nuestro gobierno propio. Es sólo la violación de la ley del amor que se practica al juzgar severamente, lo que aquí se condena. Y el argumento contra ello: “para que no seáis juzgados” confirma esto: “para que vuestro carácter y actos no sean atacados con la misma severidad”; es decir en el gran día. 
El juicio severo que hayamos pronunciado contra otros, se volverá contra nosotros en el día cuando Dios ha de juzgar los secretos íntimos de los hombres por medio de Jesucristo. Pero, como en muchos otros casos, el hecho de juzgar severamente recibe aun aquí en la tierra su propio castigo bajo la administración divina. Nos retiramos del contacto directo con aquellas personas que sistemáticamente pronuncian juicios severos contra otros, pensando naturalmente que seremos nosotros las próximas víctimas, y nos sentimos impelidos en defensa propia, cuando somos expuestos a la censura, a devolver al atacante sus propias censuras. Hay juicios que son legítimos y que Dios los ordena, pero aquí se condena una actitud de crítica y de creerse perfecto.
Nuestros labios deben estar gobernados por la ley de la bondad, la verdad y la justicia. Los cristianos somos hermanos. Quebrantar los mandamientos de Dios es hablar mal de ellos y juzgarlos, como si nos pusieran una restricción demasiado grande. Tenemos la ley de Dios, que es regla para todo; no presumamos de poner nuestras propias nociones y opiniones como regla a los que nos rodean, y tengamos cuidado de no ser condenados por el Señor.
El que juzga a otro para condenarlo es culpable de asumir las prerrogativas que sólo pertenecen a Dios. Hay uno solo que es a la vez Legislador y Juez, es decir el que puede salvar y destruir”. Vale decir que Dios solo es Legislador y Juez, porque Él solo puede ejecutar sus sentencias; nuestra incapacidad en este respecto demuestra nuestra presunción al tratar de obrar como jueces, como si fuésemos dioses.
Aquí hay una buena regla para los que juzgan: primero refórmate a ti mismo.