Lucas 5:32 No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al
arrepentimiento.
Romanos 5:12 Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y
por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto
todos pecaron.
No sólo exaltemos al Señor con
nuestros labios, sino démosle el trono de nuestro corazón por medio de la
obediencia; y mientras le adoramos en su trono de la gracia, nunca olvidemos
que Él es Santo. La santidad de Dios es terriblemente aterradora para los pecadores,
pero un consuelo maravilloso para los que hemos nacido de nuevo por fe en
Jesucristo. Todos debemos reverenciar el grande y admirable nombre de Dios
debido a que simboliza su naturaleza, persona y reputación. Sin embargo, el
nombre de Dios se ha usado tan a menudo en conversaciones vulgares, que hemos
perdido de vista su santidad. Cuán fácil es, en la vida diaria, tratar a Dios a
la ligera. Si le llamamos Padre, vivamos de acuerdo con la dignidad del nombre
de la familia. Reverenciemos el nombre de Dios tanto en nuestras palabras como
en nuestra vida diaria.
Dios es perfecto en moral y está separado de la gente y del pecado. No tiene debilidades ni defectos. Para los pecadores, esto es aterrador debido a que todas sus deficiencias y maldades están al descubierto con la luz de su santidad. Dios no puede tolerar, pasar por alto, ni disculpar al pecado. Para los creyentes, la santidad de Dios nos consuela porque, cuando lo adoramos, salimos del lodo del pecado. En la medida que creemos en El, somos santificados.
Dios es perfecto en moral y está separado de la gente y del pecado. No tiene debilidades ni defectos. Para los pecadores, esto es aterrador debido a que todas sus deficiencias y maldades están al descubierto con la luz de su santidad. Dios no puede tolerar, pasar por alto, ni disculpar al pecado. Para los creyentes, la santidad de Dios nos consuela porque, cuando lo adoramos, salimos del lodo del pecado. En la medida que creemos en El, somos santificados.
Dios es Santo por su grandeza exaltada y sublime, por
sus justos juicios y en su misericordia al responder a las oraciones de sus
santos sin comprometer su justicia. Su santidad nos produce exclamaciones de
alabanza y expresiones de intimidad y afecto al Señor. Estas definen el
ambiente en el cual la verdadera adoración se lleva a cabo. Además, la
adoración íntima y personal se acentúa por el diálogo en espíritu de oración.
Aunque Dios perdona, el pecado deja secuelas, para que los seres humanos no olvidemos qué ofensivo es éste para Dios y qué dañino para la humanidad.
Fue un prodigio de la gracia de Cristo que llamara a un publicano para que fuese su discípulo y seguidor. Fue un prodigio de su gracia que el llamado fuese hecho tan eficazmente. Fue un prodigio de su gracia que viniera a llamarnos a nosotros pecadores al arrepentimiento y que nos asegure el perdón. Fue un prodigio de su gracia que soportara con tanta paciencia la contradicción de pecadores contra sí mismo y contra sus discípulos.
El Señor prepara gradualmente a su pueblo para las pruebas por medio de la paciencie; debemos imitar su ejemplo al tratar con los débiles en la fe o con el creyente en tentación.
Los fariseos cubrían su pecado con respetabilidad. Se presentaban en público con apariencia de buenos, al hacer buenas acciones y señalar los pecados de otros. Jesús decidió invertir su tiempo, no con estos líderes religiosos justos, según ellos, sino con gente consciente de su pecado y que no era lo bastante buena para Dios. Para llegar a Dios, cada uno de nosotros debe arrepentirse; y para hacerlo, debe reconocer su pecado.
Aunque Dios perdona, el pecado deja secuelas, para que los seres humanos no olvidemos qué ofensivo es éste para Dios y qué dañino para la humanidad.
Fue un prodigio de la gracia de Cristo que llamara a un publicano para que fuese su discípulo y seguidor. Fue un prodigio de su gracia que el llamado fuese hecho tan eficazmente. Fue un prodigio de su gracia que viniera a llamarnos a nosotros pecadores al arrepentimiento y que nos asegure el perdón. Fue un prodigio de su gracia que soportara con tanta paciencia la contradicción de pecadores contra sí mismo y contra sus discípulos.
El Señor prepara gradualmente a su pueblo para las pruebas por medio de la paciencie; debemos imitar su ejemplo al tratar con los débiles en la fe o con el creyente en tentación.
Los fariseos cubrían su pecado con respetabilidad. Se presentaban en público con apariencia de buenos, al hacer buenas acciones y señalar los pecados de otros. Jesús decidió invertir su tiempo, no con estos líderes religiosos justos, según ellos, sino con gente consciente de su pecado y que no era lo bastante buena para Dios. Para llegar a Dios, cada uno de nosotros debe arrepentirse; y para hacerlo, debe reconocer su pecado.
¿Cómo pueden declararnos culpables por algo que Adán
hizo miles de años atrás? Muchos piensan que no es justo que Dios nos juzgue
por el pecado de Adán. Sin embargo confirmamos nuestra solidaridad con Adán
cada vez que pecamos. Estamos hechos del mismo material, con tendencia a
rebelarnos, y los pecados que cometemos nos condenan. Debido a que somos
pecadores, no necesitamos imparcialidad sino misericordia.
Adán peca, su naturaleza se vuelve culpable y corrupta y así pasa a sus hijos, nosotros. Así todos pecamos en él. La muerte es por el pecado, porque la muerte es la paga del pecado. Entonces entró toda esa miseria que es la suerte debida al pecado: la muerte temporal, espiritual, y eterna. Si Adán no hubiera pecado no hubiera muerto, pero la sentencia de muerte fue dictada como sobre un criminal; pasó a todos los hombres como una enfermedad infecciosa de la que nadie escapa. Como prueba de nuestra unión con Adán, y de nuestra parte en aquella primera transgresión, vemos que el pecado prevaleció en el mundo por mucho tiempo antes que se diera la ley de Moisés. La muerte reinó ese largo tiempo, no sólo sobre los adultos que pecaban voluntariamente, sino también sobre multitud de infantes, cosa que muestra que ellos habían caído bajo la condena en Adán, y que el pecado de Adán se extendió a toda su posteridad. Era una figura o tipo del que iba a venir como Garantía del nuevo pacto para todos los que estemos emparentados con Él. La desobediencia de Adán trajo el pecado a toda la raza humana, resultando en muerte física y espiritual para todos. Así la muerte alcanza a todo individuo de la familia humana, como la pena que a él mismo le corresponde “Así también por un hombre entró la justicia en el mundo, y por la justicia, la vida.” El acto de un hombre introdujo el pecado en el mundo y la pena de muerte sobre la raza humana. Por otro lado, la obediencia de un hombre contradijo este hecho y puso la justicia y la vida eterna a disposición de la humanidad. Adán representó a toda la humanidad atrapada por el pecado y la muerte. Jesucristo representa a una nueva humanidad caracterizada por la justicia y la vida. Recibimos las consecuencias del acto de Adán al nacer, y las del sacrificio de Cristo a través de la obediencia y la fe.
Adán peca, su naturaleza se vuelve culpable y corrupta y así pasa a sus hijos, nosotros. Así todos pecamos en él. La muerte es por el pecado, porque la muerte es la paga del pecado. Entonces entró toda esa miseria que es la suerte debida al pecado: la muerte temporal, espiritual, y eterna. Si Adán no hubiera pecado no hubiera muerto, pero la sentencia de muerte fue dictada como sobre un criminal; pasó a todos los hombres como una enfermedad infecciosa de la que nadie escapa. Como prueba de nuestra unión con Adán, y de nuestra parte en aquella primera transgresión, vemos que el pecado prevaleció en el mundo por mucho tiempo antes que se diera la ley de Moisés. La muerte reinó ese largo tiempo, no sólo sobre los adultos que pecaban voluntariamente, sino también sobre multitud de infantes, cosa que muestra que ellos habían caído bajo la condena en Adán, y que el pecado de Adán se extendió a toda su posteridad. Era una figura o tipo del que iba a venir como Garantía del nuevo pacto para todos los que estemos emparentados con Él. La desobediencia de Adán trajo el pecado a toda la raza humana, resultando en muerte física y espiritual para todos. Así la muerte alcanza a todo individuo de la familia humana, como la pena que a él mismo le corresponde “Así también por un hombre entró la justicia en el mundo, y por la justicia, la vida.” El acto de un hombre introdujo el pecado en el mundo y la pena de muerte sobre la raza humana. Por otro lado, la obediencia de un hombre contradijo este hecho y puso la justicia y la vida eterna a disposición de la humanidad. Adán representó a toda la humanidad atrapada por el pecado y la muerte. Jesucristo representa a una nueva humanidad caracterizada por la justicia y la vida. Recibimos las consecuencias del acto de Adán al nacer, y las del sacrificio de Cristo a través de la obediencia y la fe.
Si
tú que lees esto aún estás en pecado, arrepiéntete y recibe a Jesucristo como
Salvador y Señor para recibir el regalo de la salvación.