} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: REFLEXIÓN DEL DÍA. 17 AGOSTO

lunes, 17 de agosto de 2015

REFLEXIÓN DEL DÍA. 17 AGOSTO

Romanos 5:20  Pero la ley se introdujo para que el pecado abundase; mas cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia;
 21  para que así como el pecado reinó para muerte, así también la gracia reine por la justicia para vida eterna mediante Jesucristo, Señor nuestro.


Como pecador, separado de Dios, veo la Ley desde abajo, similar a una escalera que debe subirse para llegar a Dios. Quizás haya intentado subirla en más de una oportunidad, solo para caer al piso cada vez que alcanzaba uno o dos peldaños. O a lo mejor me parecía tan abrumadora la escarpada escalera que nunca me decidí siquiera a iniciar su ascenso. En cualquier caso, ¡qué alivio poder ver a Jesús con los brazos abiertos ofreciéndome pasar por encima de la escalera de la Ley y llevarme directamente a Dios!
Una vez que Jesús nos eleva hasta la presencia de Dios, somos libres para obedecer: por amor, no por necesidad, y mediante el poder de Dios, no el nuestro. Sabemos que si nos tambaleamos, no caeremos al suelo. Los brazos amorosos de Cristo no nos dejarán caer y nos sostendrán.
Por Cristo y su justicia tenemos más privilegios, y más grandes que los que perdimos por la ofensa de Adán. La ley moral mostraba que eran pecaminosos muchos pensamientos, temperamentos, palabras y acciones, de modo que así se multiplicaban las transgresiones. No fue que se hiciera abundar más el pecado, sino dejando al descubierto su pecaminosidad, como al dejar que entre una luz más clara a una habitación, deja al descubierto el polvo y la suciedad que había ahí desde antes, pero que no se veían. El pecado de Adán, y el efecto de la corrupción en nosotros, son la abundancia de aquella ofensa que se volvió evidente al entrar la ley. Los terrores de la ley endulzan más aun los consuelos del evangelio. Así, pues, Dios Espíritu Santo nos entregó una verdad más importante, llena de consuelo, apta para nuestra necesidad de pecadores. Por más cosas que alguien pueda tener por encima de otro, cada hombre es un pecador contra Dios, está condenado por la ley y necesita perdón. No puede hacerse de una mezcla de pecado y santidad esa justicia que es para justificar. No puede haber derecho a la recompensa eterna sin la justicia pura e inmaculada: esperémosla ni más ni menos que de la justicia de Cristo.
La vida como un estado de gozo en el favor de Dios, de completa comunión con él, y de voluntaria sujeción a Él se mancha desde el momento en que el pecado tiene contacto con la criatura; en aquel sentido, la amenaza de que: “En el día que comieres de él de cierto morirás,” se puso en efecto inmediato en el caso de Adán cuando cayó, y desde entonces estuvo “muerto mientras vivía.” Y en esta condición ha vivido toda su descendencia desde su nacimiento. La separación del alma y el cuerpo en la muerte temporal lleva “la destrucción” del pecador a otro grado más, poniendo fin a su conexión con aquel mundo del cual extraía una existencia placentera mas no bendecida, e introduciéndole en la presencia del Juez primeramente como un alma desincorporada, pero al fin en el cuerpo también, en una condición perdurable para ser castigado y éste es el estado final, con eterna destrucción de la presencia del Señor, y de la gloria de su poder.” Esta extinción final en alma y cuerpo de todo lo que constituye la vida, pero con un eterno conocimiento de una existencia manchada es, en un sentido más amplio y más terrible, “¡LA MUERTE!” 
Sólo la gracia de Dios manifestada por su Hijo brinda un conocimiento perpetuo de la VIDA.