2 Corintios 5:17 De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las
cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.
1 Juan 4:19 Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero.
Los cristianos somos nuevas criaturas desde nuestro interior. El
Espíritu Santo nos da vida nueva y ya no seremos los mismos jamás. No hemos
sido reformados, rehabilitados o reeducados; hemos nacido de nuevo, somos una
nueva creación, viviendo en unión vital con Cristo. Convertirnos no es
meramente dar la vuelta a una hoja nueva, sino empezar una vida nueva bajo un
nuevo Maestro. Así como Cristo ha entrado en su nueva vida celestial mediante
su resurrección y ascensión, así todos los que estamos “en Cristo”, es decir,
unidos a Él por fe como el pámpano está en la vid, somos nuevas criaturas. La
transformación llevada a cabo en la vida del pecador, que ahora está en Cristo,
es ejemplo de una nueva creación. Esta “novedad” se ve tanto en el cambio de
perspectiva en cuanto a los demás como
en el cambio de una vida centrada en uno mismo a una vida de interés en otros.
Nuestra relación con Cristo modifica todos los aspectos de la vida.
El hombre renovado actúa sobre la base de principios nuevos, por
reglas nuevas, con finalidades nuevas y con compañía nueva, la de Cristo. El
creyente es creado de nuevo; su corazón no es sólo enderezado; le es dado un
corazón nuevo. Es hechura de Dios, creado en Cristo Jesús para buenas obras.
Aunque es el mismo como hombre, ha cambiado su carácter y conducta. Estas
palabras deben significar más que una reforma superficial. El hombre que antes
no veía belleza en el Salvador para desearlo, ahora le ama por sobre todas las
cosas.
El corazón del que no está regenerado está lleno de enemistad contra
Dios, y Dios está justamente ofendido con él. Pero puede haber reconciliación.
Nuestro Dios ofendido nos ha reconciliado consigo por Jesucristo.
Por la inspiración de Dios fueron escritas las Escrituras, que son la
palabra de reconciliación; mostrando que había sido hecha la paz por la cruz, y
cómo podemos interesarnos en ella. Aunque no puede perder por la guerra ni
ganar por la paz, aun así Dios ruega a los pecadores que echen a un lado su
enemistad, y acepten la salvación que Él ofrece. Cristo no conoció pecado. Fue
hecho pecado; no pecador, sino pecado, una ofrenda por el pecado, un sacrificio
por el pecado. El objetivo y la intención de todo esto era que nosotros
pudiésemos ser hechos justicia de Dios en Él, pudiésemos ser justificados gratuitamente
por la gracia de Dios por medio de la redención que es en Cristo Jesús.
Poseer el amor de Dios produce confianza en Él y amor por los
creyentes. Aquel que conoce este amor no teme enfrentar a Dios en el juicio. Se comparan posiciones, no caracteres. Jesús
complace a Dios siendo su Hijo, y nosotros somos hijos de Dios aceptables a Él.
El amor de Dios es la fuente
de todo amor humano, y se esparce como el fuego. Al amar a sus hijos, El
enciende una llama en sus corazones. Como respuesta, ellos aman a otros, los
que son aceptados por el amor de Dios por medio de ellos.
El verdadero amor a Dios asegura a los creyentes del amor de Dios por
ellos. El amor nos enseña a sufrir por Él y con Él; por tanto, podemos confiar
que también seremos glorificados con Él.
Debemos distinguir entre el temor de Dios y tenerle miedo; el temor de
Dios comprende alta consideración y veneración por Dios. La obediencia y las
buenas obras hechas a partir del principio del amor, no son como el esfuerzo
servil de uno que trabaja sin voluntad por miedo a la ira del amo. Son como las
de un hijo obediente que sirve a un padre amado que beneficia a sus hermanos y
las hace voluntariamente. Señal de que nuestro amor dista mucho de ser perfecto
si son muchas nuestras dudas, temores y aprensiones de Dios. Que el cielo y la
tierra se asombren por Su amor. Él envió Su palabra a invitar a los pecadores a
participar de esta gran salvación. Que ellos tengan el consuelo del cambio
feliz obrado en ellos mientras le dan a Él la gloria.
El amor de Dios en Cristo, en los corazones de los cristianos por el
Espíritu de adopción, es la prueba grande de la conversión. Esta debe ser
probada por sus efectos en nuestros temperamentos, y en nuestras conductas para
con los hermanos. Si un hombre dice amar a Dios y, sin embargo, se permite ira
o venganza, o muestra una disposición egoísta, el tal por sus hechos niega lo
que dice creer. Pero si es evidente que nuestra enemistad natural está cambiada
en afecto y gratitud, bendigamos el nombre de nuestro Dios por este sello y
primicia de dicha eterna. Entonces nos diferenciamos de los profesos falsos que
pretenden amar a Dios a quien no han visto pero odian a sus hermanos a los que
han visto.