Mar 12:13 Y le enviaron algunos de los fariseos y de los herodianos, para que le sorprendiesen en alguna palabra.
Mar 12:14 Viniendo ellos, le dijeron: Maestro, sabemos
que eres hombre veraz, y que no te cuidas de nadie; porque no miras la
apariencia de los hombres, sino que con verdad enseñas el camino de Dios. ¿Es
lícito dar tributo a César, o no? ¿Daremos, o no daremos?
Mar 12:15 Mas él, percibiendo la hipocresía de ellos,
les dijo: ¿Por qué me tentáis? Traedme la moneda para que la vea.
Mar 12:16 Ellos se la trajeron; y les dijo: ¿De quién
es esta imagen y la inscripción? Ellos le dijeron: De César.
Mar 12:17 Respondiendo Jesús, les dijo: Dad a César lo
que es de César, y a Dios lo que es de Dios. Y se maravillaron de él.
Hay toda una historia detrás de esta
astuta pregunta, y una historia bien amarga. Herodes el Grande había gobernado
toda Palestina como un rey dependiente de Roma. Había sido leal a los romanos,
y ellos le habían respetado, y le habían concedido una libertad considerable.
Cuando murió en el año 4 a C. había dividido el reino en tres partes. A Herodes
Antipas le dio Galilea y Perea; a Herodes Felipe le dio el distrito inhóspito
al Nordeste en torno a Traconítide, Iturea y Abilena; a Arquelao le dio el país
del Sur, incluyendo Judasa y Samaria.
Antipas y Felipe se acomodaron pronto, y gobernaron
normalmente bien; pero Arquelao fue un completo fracaso. El resultado fue que
el año 6 d C. los romanos tuvieron que hacerse cargo directamente del gobierno.
La situación era tan insatisfactoria que la parte Sur de Palestina ya no se
pudo dejar como un reino tributario semi-independiente; tuvo que pasar a ser
una provincia gobernada por un procurador.
Las provincias romanas se dividían en dos clases:
las que eran pacíficas y no necesitaban tropas las gobernaba el senado por
medio de procónsules; pero las que eran conflictivas y requerían tropas las
gobernaba directamente el emperador mediante procuradores. El Sur de Palestina
pertenecía naturalmente a la segunda categoría, y el tributo se le pagaba al
emperador.
El primer acto del gobernador, Cirenio, fue hacer un
censo del país a fin de preparar debidamente el cobro de los impuestos y la
administración general. La sección más tranquila de la población lo aceptó como
una necesidad inevitable; pero un cierto Judas el Gaulonita levantó oposición
violenta. Rugió que " el tributo no era en nada mejor que la esclavitud.»
Convocó al pueblo a revelarse, y dijo que Dios los ayudaría solamente si
empleaban toda la violencia de que fueran capaces. Tomó como lema que «Para los
judíos Dios era el único Rey.» Los romanos acabaron con Judas con su
acostumbrada eficacia; pero su grito de guerra no se silenció nunca del todo:
"¡No pagar el tributo a los Romanos!», y se convirtió en el de los
patriotas judíos más fanáticos.
Los tributos que se imponían corrientemente eran de
tres clases.
(i) El
impuesto sobre el terreno, que consistía en una décima parte de todo el
grano, y una quinta del vino y de la fruta. Esto se pagaba parcialmente en
especie, y parcialmente en dinero.
(ii) El
impuesto sobre la renta, que se elevaba al uno por ciento de los ingresos
de la persona.
(iii) El
impuesto personal o de capitación, que se cobraba a todos los varones de 14
a 65 años y todas las mujeres de 12 a 65. Este impuesto personal era un
denarius, aproximadamente 0.05€ por
cabeza. Era el impuesto que todos tenían que pagar simplemente por el
privilegio de existir.
Observemos como hombres de opiniones religiosas
diferentes pueden unirse para hacerle la oposición a Cristo. Leemos, que
los "fariseos y herodianos" se
unieron para pescar a nuestro Señor alguna palabra," y embarazarlo con una
cuestión difícil. Los fariseos eran supersticiosos y formalistas, que no se cuidaban sino de las
ceremonias externas de la religión. Los herodianos eran hombres mundanos, que
despreciaban toda religión, y se
ocupaban más de agradar a los hombres que a Dios. Sin embargo, cuando se
presentó entre ellos un maestro que atacaba las pasiones dominantes de unos
y otros, y no perdonaba ni al formalista
ni al mundano, los vemos haciendo causa común, y uniéndose en un esfuerzo
combinado para cerrarle los labios.
Así ha acontecido desde el principio del mundo, y
podemos ver que lo mismo se repite hoy día. Los formalistas y los mundanos
simpatizan muy poco, no aceptan sus
principios respectivos, y se desprecian mutuamente. Pero hay algo que a ambos
desagrada más, y es el Evangelio puro de Cristo. De aquí es que siempre que se presenta una oportunidad de
hacerle la oposición al Evangelio, veremos siempre al mundano y al formalista
hacer una liga para obrar de acuerdo. De
ellos no debemos esperar misericordia; ninguna mostrarán. No debemos contar con
sus divisiones, pues compaginarán siempre una alianza para resistir a Cristo. El enfoque de los fariseos
y los herodianos era muy sutil. Empezaron con adulación. Esa adulación tenía
por objeto conseguir dos cosas: disipar las sospechas que pudiera tener Jesús;
y comprometerle a dar una respuesta para no perder totalmente Su reputación.
En vista de todas las circunstancias, la cuestión
que Le plantearon a Jesús los fariseos y los herodianos era una obra maestra de
astucia. Tienen que haber pensado que Le colocarían entre la espada y la pared
con un dilema inescapable. Si decía que era legal pagar tributo, habría perdido
para siempre Su influencia con el populacho, que Le consideraría un traidor y
cobarde. Si decía que no era legal pagar tributo, podían delatarle a los romanos,
que Le detendrían por revolucionario. Tienen que haber estado seguros de que Le
estaban tendiendo una trampa a Jesús de la que no Se podría escapar. El lazo había
estado bien tendido. Seguramente que en ello vemos la mano astuta y hábil de
uno que es más poderoso que el hombre; allí estaba el diablo, la antigua serpiente.
Jesús les dijo: «Enseñadme un denarius.» Notamos de
pasada que Jesús no tenía ni siquiera una moneda. Les preguntó de quién era la
imagen que estaba grabada. Sería la de Tiberio, el emperador reinante. Todos
los emperadores se llamaban césares. Alrededor de la imagen aparecería el
título que declaraba que esta era su moneda: "De Tiberio César, el divino
Augusto, hijo de Augusto.» Y, por el otro lado aparecería el título de
"Pontifex Maximus», «Sumo sacerdote de la Nación Romana.»
Si queremos que este incidente nos resulte
inteligible debemos comprender la opinión que se tenía en la antigüedad de la
moneda. En cuanto a la acuñación de moneda, los pueblos antiguos tenían tres
principios consecuentes.
(i) La
acuñación de moneda era una señal de poder. Cuando uno conquistaba una
nación, o se revelaba con éxito, lo primero que hacía era acuñar su propia
moneda. Eso de por sí era la garantía definitiva de soberanía y poder.
(ii) En todos
los momentos y lugares en que la moneda estuviera en curso, la autoridad del
rey se mantenía firme. Los dominios de un rey se medían por el área en que su
moneda era de curso oficial.
(iii) Como
una moneda tenía la efigie del rey y su inscripción, se reconocía, por lo menos
en algún sentido, que era su propiedad personal. La respuesta de Jesús fue
por tanto: " Al usar la moneda de Tiberio, vosotros reconocéis de hecho su
poder político en vuestra tierra. Aparte totalmente de eso, la moneda es suya,
porque lleva su nombre. Al dársela en el tributo le dais lo que ya era suyo de
todas maneras. Dádselo; pero recordad
que hay una esfera de la vida que pertenece a Dios y no al César.»
Nunca jamás ha
establecido nadie un principio más influyente.
Mantenía Jesús al mismo tiempo el poder civil y el poder religioso. Esas
palabras... daban al poder civil, bajo la protección de la conciencia, un carácter
sagrado que no había tenido nunca y cuyos límites no se le habían reconocido
nunca, y eran la repudiación del absolutismo y la inauguración de la libertad.»
Pero, al mismo tiempo, estas palabras afirmaban los derechos del estado y la
libertad de conciencia. Como decía Calderón:
Al rey la hacienda y la vida se ha de dar; pero el
honor es patrimonio del alma, y el alma sólo es de Dios.
En general, el
Nuevo Testamento establece tres grandes principios en cuanto a la relación del
cristiano individual con el Estado.
(i) El Estado
ha sido ordenado por Dios. Sin las leyes del Estado, la vida sería un caos.
Las personas no pueden vivir juntas a menos que estén de acuerdo en obedecer
las leyes de la vida en común. Sin el Estado hay muchos servicios que no se podrían
disfrutar. Ninguna persona puede tener su provisión de agua, su propio sistema
de alcantarillado y de transporte, su propia organización de seguridad social. El Estado es el origen de muchas de las
cosas que hacen vivible la vida.
(ii) Ninguna
persona puede aceptar todos los beneficios que le otorga el Estado sin aceptar
sus responsabilidades. No cabe duda que el gobierno romano trajo al mundo
antiguo una sensación de seguridad que no había tenido nunca antes. En su mayor
parte, excepto en ciertas áreas especiales, los mares estaban limpios de
piratas, y las carreteras de bandoleros; las guerras civiles habían cedido el
paso a la paz, y las tiranías caprichosas a la justicia imparcial romana. Como
escribió E. J. Goodspeed: " Fue la gloria del Imperio Romano el traer la
paz a un mundo en conflicto. Bajo su autoridad, las regiones de Asia menor y
del Oriente gozaron de tranquilidad y seguridad en una medida y por un tiempo
desconocido antes, y probablemente después. Esto era la pax romana. Los
provincianos, bajo el gobierno de Roma, se encontraban en posición para llevar
a cabo sus negocios, proveer para sus familias, mandar sus cartas y hacer sus
viajes con seguridad gracias a la mano poderosa de Roma.» Sigue siendo verdad
que ninguno puede recibir honradamente todos los beneficios que confiere el
vivir en un Estado y sacudirse todas las responsabilidades de la ciudadanía.
(iii) Pero
hay un límite. La moneda tenía
la imagen del César, y por consiguiente pertenecía al César. El ser humano
tiene la imagen de Dios -Dios le creó a Su propia imagen (Gen_1:23); y por
tanto pertenece a Dios.
Para una iglesia perseguida en el Imperio
Romano, tendría un significado más profundo, aunque Marcos no lo menciona. Si
el César pide lo que le pertenece a Dios, y no a él, ellos por razones de
conciencia no se lo podían dar. De manera que muchos cristianos murieron por
rehusar dar una pizca de incienso a la estatua del César. De la misma manera,
algunos cristianos sufren en nuestro día al rehusar inclinarse ante las efigies
de emperadores, dictadores y presidentes. No podemos adorar a personas,
partidos, o naciones, sino solamente a Dios.
Haríamos bien en recordar que de todas las
cuestiones que han dejado perplejos a los cristianos, ninguna ha resultado ser
tan intrincada y embarazosa, como lo que
los fariseos y herodianos propusieron en este caso. Qué es lo que se debe dar a
César, y qué a Dios; cuales son los limitas de los derechos de la iglesia,
y en donde comienzan los derechos del
estado ; que pretensiones civiles y cuales espirituales son legítimas; todos
estos son problemas profundos y enredados que ha sido difícil para los cristianos
desatar, y casi imposible resolver. Oremos a Dios por vernos libres de ellos.
Nunca sufre más la causa de Cristo como
cuando el diablo logra arrastrar las iglesias a pleitos y cuestiones con
el poder civil. En tales luchas se pierde un tiempo precioso, se emplean mal
las fuerzas, los ministros se distraen
de la obra que es propia de ellos, sufren las almas, y una victoria que la
iglesia gane resulta ser poco menos que una derrota. "Señor, danos paz en nuestros días," es una
plegaria de mucha significación, y que debería siempre encontrarse en los
labios de los cristianos.
Que esta decisión magistral nos enseñe este gran
principio, que el verdadero Cristianismo no tiene que intervenir nunca con la
obediencia que se debe tributar a los
poderes civiles. Tan lejos está que así sea, que la verdadera religión de
Cristo debe formar súbditos pacíficos, leales, y fieles, que consideren a
los poderes existentes como
"ordenados por Dios," y someterse a sus reglamentos y ordenanzas
mientras la ley está vigente, aunque no los aprueben del todo. Si la ley de la tierra y la ley de Dios
estuvieren en oposición, no hay duda que su conducta es obvia: deben obedecer a Dios antes que a los
hombres; como los tres mancebos,
aunque sirvan a un rey pagano, no deben prosternarse ante un ídolo. Como
Daniel, aunque se sometan a un gobierno tiránico, no deben suspender sus oraciones para hacerse
agradables a los que mandan.
Pidamos a menudo en nuestras oraciones provisión más
abundante de ese espíritu de sabiduría que mora tan profusamente en nuestro bendito Señor. Muchos son los
males que a la iglesia de Cristo se le han originado a consecuencia de las
ideas torcidas respecto a las posiciones
relativas que ocupan el gobierno de Dios y el civil. Muchos son los
rompimientos y muchas las divisiones que
se han ocasionado por no haberse formado una idea exacta de sus derechos
respectivos. Feliz el que recuerda la
decisión de nuestro Señor en este pasaje, la entiende bien, y la aplica
apropiadamente a las circunstancias de
la época en que vive.
No hay comentarios:
Publicar un comentario