} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: EL TRIBUTO A CESAR Y EL TRIBUTO A DIOS

viernes, 23 de julio de 2021

EL TRIBUTO A CESAR Y EL TRIBUTO A DIOS

 

Mar 12:13  Y le enviaron algunos de los fariseos y de los herodianos, para que le sorprendiesen en alguna palabra.

Mar 12:14  Viniendo ellos, le dijeron: Maestro, sabemos que eres hombre veraz, y que no te cuidas de nadie; porque no miras la apariencia de los hombres, sino que con verdad enseñas el camino de Dios. ¿Es lícito dar tributo a César, o no? ¿Daremos, o no daremos?

Mar 12:15  Mas él, percibiendo la hipocresía de ellos, les dijo: ¿Por qué me tentáis? Traedme la moneda para que la vea.

Mar 12:16  Ellos se la trajeron; y les dijo: ¿De quién es esta imagen y la inscripción? Ellos le dijeron: De César.

Mar 12:17  Respondiendo Jesús, les dijo: Dad a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios. Y se maravillaron de él.                   

                               

        Hay toda una historia detrás de esta astuta pregunta, y una historia bien amarga. Herodes el Grande había gobernado toda Palestina como un rey dependiente de Roma. Había sido leal a los romanos, y ellos le habían respetado, y le habían concedido una libertad considerable. Cuando murió en el año 4 a C. había dividido el reino en tres partes. A Herodes Antipas le dio Galilea y Perea; a Herodes Felipe le dio el distrito inhóspito al Nordeste en torno a Traconítide, Iturea y Abilena; a Arquelao le dio el país del Sur, incluyendo Judasa y Samaria.

Antipas y Felipe se acomodaron pronto, y gobernaron normalmente bien; pero Arquelao fue un completo fracaso. El resultado fue que el año 6 d C. los romanos tuvieron que hacerse cargo directamente del gobierno. La situación era tan insatisfactoria que la parte Sur de Palestina ya no se pudo dejar como un reino tributario semi-independiente; tuvo que pasar a ser una provincia gobernada por un procurador.

Las provincias romanas se dividían en dos clases: las que eran pacíficas y no necesitaban tropas las gobernaba el senado por medio de procónsules; pero las que eran conflictivas y requerían tropas las gobernaba directamente el emperador mediante procuradores. El Sur de Palestina pertenecía naturalmente a la segunda categoría, y el tributo se le pagaba al emperador.

El primer acto del gobernador, Cirenio, fue hacer un censo del país a fin de preparar debidamente el cobro de los impuestos y la administración general. La sección más tranquila de la población lo aceptó como una necesidad inevitable; pero un cierto Judas el Gaulonita levantó oposición violenta. Rugió que " el tributo no era en nada mejor que la esclavitud.» Convocó al pueblo a revelarse, y dijo que Dios los ayudaría solamente si empleaban toda la violencia de que fueran capaces. Tomó como lema que «Para los judíos Dios era el único Rey.» Los romanos acabaron con Judas con su acostumbrada eficacia; pero su grito de guerra no se silenció nunca del todo: "¡No pagar el tributo a los Romanos!», y se convirtió en el de los patriotas judíos más fanáticos.

Los tributos que se imponían corrientemente eran de tres clases.

(i) El impuesto sobre el terreno, que consistía en una décima parte de todo el grano, y una quinta del vino y de la fruta. Esto se pagaba parcialmente en especie, y parcialmente en dinero.

(ii) El impuesto sobre la renta, que se elevaba al uno por ciento de los ingresos de la persona.

(iii) El impuesto personal o de capitación, que se cobraba a todos los varones de 14 a 65 años y todas las mujeres de 12 a 65. Este impuesto personal era un denarius, aproximadamente  0.05€ por cabeza. Era el impuesto que todos tenían que pagar simplemente por el privilegio de existir.

Observemos como hombres de opiniones religiosas diferentes pueden unirse para hacerle la oposición a Cristo. Leemos, que los  "fariseos y herodianos" se unieron para pescar a nuestro Señor alguna palabra," y embarazarlo con una cuestión difícil. Los fariseos eran supersticiosos y  formalistas, que no se cuidaban sino de las ceremonias externas de la religión. Los herodianos eran hombres mundanos, que despreciaban toda religión, y se  ocupaban más de agradar a los hombres que a Dios. Sin embargo, cuando se presentó entre ellos un maestro que atacaba las pasiones dominantes de unos y  otros, y no perdonaba ni al formalista ni al mundano, los vemos haciendo causa común, y uniéndose en un esfuerzo combinado para cerrarle los labios.

Así ha acontecido desde el principio del mundo, y podemos ver que lo mismo se repite hoy día. Los formalistas y los mundanos simpatizan muy poco, no  aceptan sus principios respectivos, y se desprecian mutuamente. Pero hay algo que a ambos desagrada más, y es el Evangelio puro de Cristo. De aquí es que  siempre que se presenta una oportunidad de hacerle la oposición al Evangelio, veremos siempre al mundano y al formalista hacer una liga para obrar de  acuerdo. De ellos no debemos esperar misericordia; ninguna mostrarán. No debemos contar con sus divisiones, pues compaginarán siempre una alianza para  resistir a Cristo. El enfoque de los fariseos y los herodianos era muy sutil. Empezaron con adulación. Esa adulación tenía por objeto conseguir dos cosas: disipar las sospechas que pudiera tener Jesús; y comprometerle a dar una respuesta para no perder totalmente Su reputación.

En vista de todas las circunstancias, la cuestión que Le plantearon a Jesús los fariseos y los herodianos era una obra maestra de astucia. Tienen que haber pensado que Le colocarían entre la espada y la pared con un dilema inescapable. Si decía que era legal pagar tributo, habría perdido para siempre Su influencia con el populacho, que Le consideraría un traidor y cobarde. Si decía que no era legal pagar tributo, podían delatarle a los romanos, que Le detendrían por revolucionario. Tienen que haber estado seguros de que Le estaban tendiendo una trampa a Jesús de la que no Se podría escapar. El lazo  había estado bien tendido. Seguramente que en ello vemos la mano astuta y hábil de uno que es más poderoso que el hombre; allí estaba el diablo, la antigua  serpiente.

Jesús les dijo: «Enseñadme un denarius.» Notamos de pasada que Jesús no tenía ni siquiera una moneda. Les preguntó de quién era la imagen que estaba grabada. Sería la de Tiberio, el emperador reinante. Todos los emperadores se llamaban césares. Alrededor de la imagen aparecería el título que declaraba que esta era su moneda: "De Tiberio César, el divino Augusto, hijo de Augusto.» Y, por el otro lado aparecería el título de "Pontifex Maximus», «Sumo sacerdote de la Nación Romana.»

Si queremos que este incidente nos resulte inteligible debemos comprender la opinión que se tenía en la antigüedad de la moneda. En cuanto a la acuñación de moneda, los pueblos antiguos tenían tres principios consecuentes.

(i) La acuñación de moneda era una señal de poder. Cuando uno conquistaba una nación, o se revelaba con éxito, lo primero que hacía era acuñar su propia moneda. Eso de por sí era la garantía definitiva de soberanía y poder.

(ii) En todos los momentos y lugares en que la moneda estuviera en curso, la autoridad del rey se mantenía firme. Los dominios de un rey se medían por el área en que su moneda era de curso oficial.

(iii) Como una moneda tenía la efigie del rey y su inscripción, se reconocía, por lo menos en algún sentido, que era su propiedad personal. La respuesta de Jesús fue por tanto: " Al usar la moneda de Tiberio, vosotros reconocéis de hecho su poder político en vuestra tierra. Aparte totalmente de eso, la moneda es suya, porque lleva su nombre. Al dársela en el tributo le dais lo que ya era suyo de todas maneras. Dádselo; pero recordad que hay una esfera de la vida que pertenece a Dios y no al César.»

Nunca jamás ha establecido nadie un principio más influyente. Mantenía Jesús al mismo tiempo el poder civil y el poder religioso. Esas palabras... daban al poder civil, bajo la protección de la conciencia, un carácter sagrado que no había tenido nunca y cuyos límites no se le habían reconocido nunca, y eran la repudiación del absolutismo y la inauguración de la libertad.» Pero, al mismo tiempo, estas palabras afirmaban los derechos del estado y la libertad de conciencia. Como decía Calderón:

Al rey la hacienda y la vida se ha de dar; pero el honor es patrimonio del alma, y el alma sólo es de Dios.

En general, el Nuevo Testamento establece tres grandes principios en cuanto a la relación del cristiano individual con el Estado.

(i) El Estado ha sido ordenado por Dios. Sin las leyes del Estado, la vida sería un caos. Las personas no pueden vivir juntas a menos que estén de acuerdo en obedecer las leyes de la vida en común. Sin el Estado hay muchos servicios que no se podrían disfrutar. Ninguna persona puede tener su provisión de agua, su propio sistema de alcantarillado y de transporte, su propia organización de seguridad social. El Estado es el origen de muchas de las cosas que hacen vivible la vida.

(ii) Ninguna persona puede aceptar todos los beneficios que le otorga el Estado sin aceptar sus responsabilidades. No cabe duda que el gobierno romano trajo al mundo antiguo una sensación de seguridad que no había tenido nunca antes. En su mayor parte, excepto en ciertas áreas especiales, los mares estaban limpios de piratas, y las carreteras de bandoleros; las guerras civiles habían cedido el paso a la paz, y las tiranías caprichosas a la justicia imparcial romana. Como escribió E. J. Goodspeed: " Fue la gloria del Imperio Romano el traer la paz a un mundo en conflicto. Bajo su autoridad, las regiones de Asia menor y del Oriente gozaron de tranquilidad y seguridad en una medida y por un tiempo desconocido antes, y probablemente después. Esto era la pax romana. Los provincianos, bajo el gobierno de Roma, se encontraban en posición para llevar a cabo sus negocios, proveer para sus familias, mandar sus cartas y hacer sus viajes con seguridad gracias a la mano poderosa de Roma.» Sigue siendo verdad que ninguno puede recibir honradamente todos los beneficios que confiere el vivir en un Estado y sacudirse todas las responsabilidades de la ciudadanía.

(iii) Pero hay un límite. La moneda tenía la imagen del César, y por consiguiente pertenecía al César. El ser humano tiene la imagen de Dios -Dios le creó a Su propia imagen (Gen_1:23); y por tanto pertenece a Dios.

  Para una iglesia perseguida en el Imperio Romano, tendría un significado más profundo, aunque Marcos no lo menciona. Si el César pide lo que le pertenece a Dios, y no a él, ellos por razones de conciencia no se lo podían dar. De manera que muchos cristianos murieron por rehusar dar una pizca de incienso a la estatua del César. De la misma manera, algunos cristianos sufren en nuestro día al rehusar inclinarse ante las efigies de emperadores, dictadores y presidentes. No podemos adorar a personas, partidos, o naciones, sino solamente a Dios.

Haríamos bien en recordar que de todas las cuestiones que han dejado perplejos a los cristianos, ninguna ha resultado ser tan intrincada y embarazosa, como lo  que los fariseos y herodianos propusieron en este caso. Qué es lo que se debe dar a César, y qué a Dios; cuales son los limitas de los derechos de la iglesia, y  en donde comienzan los derechos del estado ; que pretensiones civiles y cuales espirituales son legítimas; todos estos son problemas profundos y enredados  que ha sido difícil para los cristianos desatar, y casi imposible resolver. Oremos a Dios por vernos libres de ellos. Nunca sufre más la causa de Cristo como  cuando el diablo logra arrastrar las iglesias a pleitos y cuestiones con el poder civil. En tales luchas se pierde un tiempo precioso, se emplean mal las fuerzas,  los ministros se distraen de la obra que es propia de ellos, sufren las almas, y una victoria que la iglesia gane resulta ser poco menos que una derrota. "Señor,  danos paz en nuestros días," es una plegaria de mucha significación, y que debería siempre encontrarse en los labios de los cristianos.

Que esta decisión magistral nos enseñe este gran principio, que el verdadero Cristianismo no tiene que intervenir nunca con la obediencia que se debe tributar  a los poderes civiles. Tan lejos está que así sea, que la verdadera religión de Cristo debe formar súbditos pacíficos, leales, y fieles, que consideren a los  poderes existentes como "ordenados por Dios," y someterse a sus reglamentos y ordenanzas mientras la ley está vigente, aunque no los aprueben del todo. Si  la ley de la tierra y la ley de Dios estuvieren en oposición, no hay duda que su conducta es obvia: deben obedecer a Dios antes que a los hombres; como los  tres mancebos, aunque sirvan a un rey pagano, no deben prosternarse ante un ídolo. Como Daniel, aunque se sometan a un gobierno tiránico, no deben  suspender sus oraciones para hacerse agradables a los que mandan.

Pidamos a menudo en nuestras oraciones provisión más abundante de ese espíritu de sabiduría que mora tan profusamente  en nuestro bendito Señor. Muchos son los males que a la iglesia de Cristo se le han originado a consecuencia de las ideas  torcidas respecto a las posiciones relativas que ocupan el gobierno de Dios y el civil. Muchos son los rompimientos y  muchas las divisiones que se han ocasionado por no haberse formado una idea exacta de sus derechos respectivos. Feliz el  que recuerda la decisión de nuestro Señor en este pasaje, la entiende bien, y la aplica apropiadamente a las circunstancias  de la época en que vive.

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