} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: LA PAGA DEL RECHAZO

jueves, 22 de julio de 2021

LA PAGA DEL RECHAZO

 

 

Mar 12:1    Entonces comenzó Jesús a decirles por parábolas: Un hombre plantó una viña, la cercó de vallado, cavó un lagar, edificó una torre, y la arrendó a unos labradores, y se fue lejos.

Mar 12:2  Y a su tiempo envió un siervo a los labradores, para que recibiese de éstos del fruto de la viña.

Mar 12:3  Mas ellos, tomándole, le golpearon, y le enviaron con las manos vacías.

Mar 12:4  Volvió a enviarles otro siervo; pero apedreándole, le hirieron en la cabeza, y también le enviaron afrentado.

Mar 12:5  Volvió a enviar otro, y a éste mataron; y a otros muchos, golpeando a unos y matando a otros.

Mar 12:6  Por último, teniendo aún un hijo suyo, amado, lo envió también a ellos, diciendo: Tendrán respeto a mi hijo.

Mar 12:7  Mas aquellos labradores dijeron entre sí: Este es el heredero; venid, matémosle, y la heredad será nuestra.

Mar 12:8  Y tomándole, le mataron, y le echaron fuera de la viña.

Mar 12:9  ¿Qué, pues, hará el señor de la viña? Vendrá, y destruirá a los labradores, y dará su viña a otros.

Mar 12:10  ¿Ni aun esta escritura habéis leído:  La piedra que desecharon los edificadores

 Ha venido a ser cabeza del ángulo;

Mar 12:11  El Señor ha hecho esto, Y es cosa maravillosa a nuestros ojos?

Mar 12:12  Y procuraban prenderle, porque entendían que decía contra ellos aquella parábola; pero temían a la multitud, y dejándole, se fueron.       

 

              Los versículos que tenemos delante de nosotros contienen una parábola histórica. La historia de la nación judía, desde la época en que Israel salió de Egipto  hasta la destrucción de Jerusalén, se nos presenta aquí como reflejada en un espejo. Bajo la figura de la viña y de los labradores, el Señor nos relata la historia  de lo que Dios hizo por su pueblo durante mil  quinientos años. Estudiémosla atentamente, para que podamos aplicárnosla.

Observemos, en primer lugar, la bondad especial de Dios con la iglesia y la nación judía. Les concedió privilegios especiales. Los trató como el hombre hace  con un pedazo de terreno que separa y cerca para plantar en él "una viña." Les dio buenas leyes y ordenanzas. Los estableció en una tierra buena, y por ellos  lanzó da ella siete naciones. Desatendió naciones más grandes y poderosas para hacerles favor. No se ocupó ni de Egipto, ni de Siria, ni de Grecia, ni de  Roma, y difundió sus misericordias como una lluvia de gracias sobre unos pocos millones de habitantes de Palestina. La viña del Señor era la casa de Israel.

Ninguna familia bajo la bóveda de los cielos recibió privilegios tan señalados y distinguidos como la de Abrahán.

Y nosotros, los que vivimos en un país cristiano, ¿podemos decir que no hemos recibido de Dios misericordias especiales? No lo podemos decir. ¿Porque  nuestro país no es pagano, como Corea del Norte o Arabia Saudí? Esto lo debemos a un favor especial de Dios. No es por  nuestra bondad ni por nuestros méritos, sino por la gracia gratuita de Dios, que nuestro país es lo que es entre las naciones. Seamos agradecidos por esas  mercedes, y reconozcamos la mano que nos las envía. No seamos altaneros, sino humildes, no sea que provoquemos a Dios y nos retire sus mercedes.

Observemos, en segundo lugar, la paciencia y longanimidad de Dios con la nación judía. ¿Qué es su larga historia que registra el Viejo Testamento, sino una  larga serie de repetidas provocaciones, y repetidos perdones? Leemos una y otra vez de profetas que le fueron enviados, de apercibimientos que le fueron  dirigidos, y todo casi siempre en vano. Un siervo tras otro aparecieron en la viña de Israel, y demandaron sus frutos; y un siervo y otro fueron "despedidos con  las manos vacías " por los labradores judíos, y la nación no produjo fruto ninguno para gloria de Dios. "Se burlaron de los mensajeros de Dios, despreciaron  las palabras de Él, y maltrataron a sus profetas." 2 Crón. 36.16. Sin embargo, centenares de años transcurrieron antes que "el furor de Dios se despertase  contra su pueblo, cuando ya no había remedio." Nunca hubo un pueblo al que tanta paciencia se mostrara como a Israel.

Y nosotros también, los que vivimos en este país afortunado ¿no tenemos que agradecer a Dios su largo sufrimiento? No hay duda que tememos motivos  sobrados para decir que nuestro Señor es paciente. No nos trata cual nuestros pecados merecen, ni nos da el pago según son nuestras iniquidades. Bastantes  veces lo hemos provocado a retirar nuestro candelero y a tratarnos como lo hizo con Tiro, Babilonia, y Roma. Sin embargo, aún continúan su longanimidad y  su amorosa bondad. No presumamos demasiado de su bondad. Que de sus misericordias salga para nosotros un grito que nos llame a producir frutos, y a  esforzarnos en abundar en esa rectitud que solo exalta y eleva a las naciones. Prov. 14.34. Que todas las familias de esta tierra comprendan que son  responsables a Dios, y entonces veremos a toda la nación publicando sus alabanzas.

Observemos, en tercer lugar, la dureza y maldad de la humana naturaleza, tal como la muestra la historia del pueblo judío.

Difícil es imaginar una prueba más convincente de esta verdad, que el resumen de la conducta que observó Israel con los mensajeros de Dios, y que nuestro  Señor bosqueja en esta parábola. Les envió en vano profeta tras profeta; milagros y milagros tuvieron lugar ante sus ojos sin producir ningún efecto duradero.

El mismo Hijo de Dios, manifiesto en la carne, habitó entre ellos y "se apoderaron de Él, y le mataron..

No hay verdad que menos se acepte y se crea que "la completa maldad " del corazón humano. Consideremos esta parábola siempre como una de las pruebas  permanentes de dicha verdad. Veamos en ella lo que los hombres pueden hacer, en el completo goce de los privilegios que la religión confiere, rodeados de  profecías y milagros, y en la presencia del Hijo mismo de Dios. "El espíritu carnal es enemistad contra Dios." Rom. 8.7. Nunca los hombres vieron a Dios cara  a cara, sino cuando Jesús se hizo hombre, y vivió en la tierra. Lo vieron santo, inocente, puro, haciendo bien por do quiera que iba; sin embargo, no quisieron  recibirlo, se rebelaron contra El, y al fin le dieron muerte. Borremos de nuestra alma la idea de la bondad innata de nuestros corazones, o de nuestra rectitud  natural. Abandonemos la opinión tan común que un hombre se hace cristiano tan solo con ver y saber lo que es bueno. Grande es el experimento que se hizo  con la nación judía. Nosotros también, como Israel, podríamos presenciar milagros, y tener profetas entre nosotros, y, como para Israel, ser todo eso inútil para  nosotros. Solo el Espíritu de Dios puede cambiar los corazones. "Necesario nos es nacer otra vez." Juan 3.7.

Observemos, por último, que pueden los hombres sentir el aguijón de la conciencia, y continuar, no obstante, en su impenitencia. Los judíos, a quienes nuestro  Señor dirigió la solemne parábola histórica de que nos venimos ocupando, vieron claramente que a ellos se aplicaba. Comprendieron que ellos y sus  progenitores eran los labradores a quienes se había arrendado la viña, y que debían dar cuentas a Dios de sus productos. Comprendieron que ellos y sus  antepasados eran los labradores perversos, que habían rehusado pagar al Señor de la viña lo que se le debía, y que habían " maltratado vergonzosamente" a sus  siervos, "golpeando a unos, y matando a otros." Sobre todo bien sabían que estaban tramando el postrer acto que había de coronar sus maldades, y que la  parábola describía. Estaban pensando asesinar al Hijo amado, "arrojarlo fuera de la viña." Todo esto lo sabían perfectamente bien. "Sabían que había dicho esa  parábola contra ellos. "Pero aunque lo sabían, no se arrepintieron; aunque por sus conciencias estaban convictos, continuaban endurecidos en sus pecados.

Que este hecho terrible nos haga ver, que la creencia y la convicción no son suficientes para salvar el alma. Posible es que  sepamos que hacemos mal, que no podamos negarlo, y que, no obstante, nos apeguemos con obstinación a nuestros  pecados, y perezcamos en el infierno. Mudar el corazón y la voluntad es lo que todos necesitamos. Oremos fervorosamente  por conseguirlo, y no descansemos hasta lograrlo, pues sin ese cambio no veremos nunca cristianos ni lograremos ir al  cielo. Sin él atravesaremos la existencia, sabiendo, como los judíos, que somos malos, pero, como los judíos, perseverando  en nuestra conducta, y muriendo en nuestros pecados.

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