Mar 11:27 Volvieron entonces a Jerusalén; y andando él
por el templo, vinieron a él los principales sacerdotes, los escribas y los
ancianos,
Mar 11:28 y le dijeron: ¿Con qué autoridad haces estas
cosas, y quién te dio autoridad para hacer estas cosas?
Mar 11:29 Jesús, respondiendo, les dijo: Os haré yo
también una pregunta; respondedme, y os diré con qué autoridad hago estas
cosas.
Mar 11:30 El bautismo de Juan, ¿era del cielo, o de los
hombres? Respondedme.
Mar 11:31 Entonces ellos discutían entre sí, diciendo:
Si decimos, del cielo, dirá: ¿Por qué, pues, no le creísteis?
Mar 11:32 ¿Y si decimos, de los hombres...? Pero temían
al pueblo, pues todos tenían a Juan como un verdadero profeta.
Mar 11:33 Así que, respondiendo, dijeron a Jesús: No
sabemos. Entonces respondiendo Jesús, les dijo: Tampoco yo os digo con qué
autoridad hago estas cosas.
En el
recinto del Templo había dos claustros famosos, uno hacia el Este y otro al
lado Sur del Atrio de los Gentiles. El del Este se llamaba el Pórtico de
Salomón. Era una arcada impresionante hecha de columnas corintias de 10 metros
de altura. El del Sur era todavía más espléndido. Se llamaba el Claustro Real.
Estaba formado por cuatro hileras de columnas de mármol blanco, cada una de las
cuales tenía dos metros de diámetro y ocho metros de altura. Había 162
columnas. Era corriente que los rabinos y los maestros se pasearan por estos
atrios enseñando al mismo tiempo. Casi todas las grandes ciudades de los
tiempos antiguos tenían estos claustros. Protegían del sol y del viento y la
lluvia, y de hecho era en estos lugares donde se enseñaba la mayor parte de las
ideas religiosas y filosóficas. Una de las escuelas de pensamiento más famosas
de la antigüedad fue la de los estoicos. Recibieron su nombre del hecho de que
Zenón, su fundador, enseñaba mientras se paseaba por el Stoá Poikilé, el
Pórtico Pintado, de Atenas. La palabra stoá quiere decir pórtico o arcada, y
los estoicos eran la escuela del Porche. Fue en estos claustros del Templo
donde Jesús estuvo paseando y enseñando.
En el primer
lugar, en el versículo de este texto, vemos cuanta ceguedad espiritual puede
existir en los corazones de los que ocupan puestos eclesiásticos elevados.
Vemos "a los principales de los
sacerdotes, escribas y ancianos " dirigiéndose a nuestro Señor, y
suscitando dificultades y objeciones en su camino.
Sabemos que estos hombres eran maestros acreditados
y gobernadores de la iglesia judaica; que eran considerados fuentes y
manantiales de los conocimientos religiosos.
La mayor parte de ellos habían sido ordenados en regla para ocupar el puesto
que tenían, y podían trazar sus órdenes sacerdotales en una descendencia regular desde Aarón. Y, sin
embargo, vemos a estos mismos hombres, en el momento en que debían ser maestros
de los demás, llenos de preocupaciones
contra la verdad, y ser enemigos acérrimos del Mesías.
Estas cosas se han escrito para enseñar a los
cristianos que no deben fiarse demasiado de hombres que han sido ordenados. No
deben considerar a los ministros como si
fueran papas, ni mirarlos como infalibles. Ninguna iglesia puede conferir con
las órdenes infalibilidad, ya sea la iglesia episcopal, la presbiteriana, o la evangélica. Lo que menos
podemos decir respecto a obispos, ministros y diáconos, es que son de carne y
hueso, y que pueden errar, tanto en
doctrinas como en prácticas, lo mismo que los príncipes de los sacerdotes y que
los ancianos de los Judíos. Sus actos y
su enseñanza deben comprobarse con la
palabra de Dios. Debemos seguirlos en cuanto ellos siguen las Escrituras
y no más lejos. No hay más que un Sacerdote y Obispo
de las almas que nunca se equivoca, y
ese es el Señor Jesucristo. En El solo no hay debilidad, ni equivocación, ni
asomo de flaqueza. Aprendamos a apoyarnos más
por completo en El. "No llamemos 'Padre' a ningún hombre
en la tierra." Mateo 23.9. Que si así obramos, nunca nos veremos engañados.
Observemos, en segundo lugar, como la envidia y la
incredulidad impelen a los hombres a desacreditar las comisiones de los que trabajan
en la causa de Dios.
Esos príncipes de los sacerdotes y esos ancianos no
podían negar la realidad de los milagros misericordiosos de nuestro Señor. No
podían decir que su enseñanza era
contraria a las Santas Escrituras, ni que su vida era pecadora. ¿Qué hicieron
pues? Dijeron que no tenía títulos ningunos a que se le prestara atención, y le preguntaron con qué autoridad
obraba. "¿Con que autoridad haces estas cosas? ¿Y quién te ha dado esta
autoridad? Esperaban colocar a
Jesús en un dilema. Si contestaba que estaba actuando bajo Su propia autoridad
podrían muy bien arrestarle por actuar como un megalómano antes de que les
pusiera en más aprietos. Si decía que estaba actuando bajo la autoridad de
Dios, podrían muy bien arrestarle por un obvio delito de blasfemia sobre la
base de que Dios nunca le daría a ninguna persona autoridad para crear un
disturbio en los atrios de Su propia Casa. Jesús vio con toda claridad el
dilema en que trataban de envolverle, y Su respuesta los colocó a ellos en un
dilema que era todavía peor.
No puede
haber duda ninguna, que en términos
generales, todos los que se dedican a enseñar, deberían ser nombrados siguiendo
ciertas reglas. El mismo S. Pablo declara que
nuestro mismo Señor obró de esa manera, en referencia al carácter
sacerdotal: "Ni nadie toma para sí mismo esta
honra, sino el que es llamado de Dios, como
lo fue Aarón." Heb. 5.18
En esto erraron evidentemente los judíos de la
época del ministerio terrestre de nuestro Señor, y en ese error los han seguido
desgraciadamente muchos hasta en el día
presente.
Guardémonos de ese espíritu estrecho, principalmente
en esta época en que vivimos. Es incuestionable que no debemos menospreciar el
orden y la disciplina de la iglesia;
tiene en ella tanto valor como en un ejército. Pero no vayamos a imaginarnos
que Dios está obligado absolutamente a no valerse sino de hombres que han sido ordenados. No debemos olvidar
que puede haber un llamamiento interno del Espíritu Santo sin ningún
llamamiento externo de parte del hombre,
no menos que a la inversa, llamamiento humano sin ningún llamamiento
interno del Espíritu Santo. La primera investigación que debe hacerse es esta:
" ¿Está un hombre por Cristo, o
contra Él? ¿Qué enseña? ¿Cómo vive? ¿Hace bien?" Si estas preguntas pueden
responderse satisfactoriamente, demos gracias a Dios, y regocijémonos. Debemos recordar que el
médico es inútil, por elevado que sea su grado y por bueno que sea a título, si
no cura ; y un soldado es también
inútil, por bien vestido y disciplinado que esté, si no le hace frente
al enemigo, el día de la batalla. El mejor doctor es el que cura, y el mejor
soldado el que sabe batirse.
Observemos, finalmente, a qué deshonestidad y a que
errores pueden ser arrastrados los incrédulos por sus preocupaciones contra la
verdad. Los príncipes de los sacerdotes
y los ancianos no se atrevieron a contestar la pregunta de nuestro Señor
respecto al bautismo de Juan. No se atrevieron a decir que era "de
los hombres," porque temían al
pueblo; ni a confesar que era "del cielo," porque comprendieron que
nuestro Señor les hubiera dicho, " ¿Por qué no lo creísteis? Daba muy claro testimonio de mí." ¿Qué
hicieron pues? Dijeron una mentira intencional. Dijeron, "No podemos
decirlo..
Es un hecho muy triste, que esa falta de honradez no
es poco común entre los inconversos. Hay muchísimos que evaden los llamamientos
que se dirigen a su conciencia con
respuestas que son falsas. Cuando se ven apremiados a ocuparse de sus almas,
dicen cosas que saben bien que no son exactas. Aman el mundo y sus propios caminos, y como los enemigos de
nuestro Señor están determinados a no ceder, pero como ellos también se
avergüenzan de decir la verdad; y así es
que responden a las exhortaciones a arrepentirse y a decidirse con falsas
excusas. Uno pretende que "no puede entender" las doctrinas del
Evangelio; otro asegura que
verdaderamente "trata" de servir a Dios, pero que no hace progresos;
un tercero declara que desea mucho servir a Cristo, pero que "no
tiene tiempo." Estos no son
generalmente sino efugios miserables. Como regla general, son tan infundados
como la respuesta del sacerdote, "No podemos contestar..
Toda la escena es un ejemplo gráfico de lo que les
sucede a las personas que se niegan a enfrentarse con la verdad. Tienen que
retorcerse y dar vueltas y acabar por enredarse en una situación en la que
están tan desesperadamente involucrados que no tienen nada que decir.
La verdad
pura es que debemos ir con mucho tiento antes de dar crédito a las razones que
alegan los inconversos para no servir a
Cristo. Podemos estar seguros que cuando dicen, "No podemos," lo que
quieren decir con su corazón, es, "No
queremos." ¡Que bendición tan grande es tener franqueza y usar de
verdad en cuestiones religiosas! Que se decida una vez un hombre a vivir según la luz que ha
recibido, y a obrar según su conocimiento, y pronto conocerá cual es la
doctrina de Cristo, y se apartará del
mundo. Juan 7.17. La perdición de muchos consiste simplemente en esto, que se
manejan deshonestamente con sus propias
almas, y son falsos con ellos mismos. Alegan supuestas dificultades como
motivos de no servir a Cristo, mientras
que en realidad " aman las tinieblas más que la luz," y no tienen
deseo verdadero de cambiar. Juan 3.19.
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