En la última publicación en este blog, finalizaba así: Que no hay
ningún lazo más fuerte que el del parentesco; y que no hay nada tan
delicado como el lazo de la comunión.
Todo el poder y el consejo de la tierra y del infierno
reunidos no pueden anular el primero, mientras que un deseo torpe o una palabra
indebida basta para romper el Segundo.
Si estás entristecido sin saber la causa, humíllate
delante de Dios, y escudriña tus caminos, y cuando hayas descubierto al ladrón
que te roba el gozo, sácalo de una vez a la luz, es decir, confiesa el pecado
a Dios, tu Padre, y júzgate a ti mismo sin la menor reserve por la escasa
vigilancia que habías ejercido sobre tu alma, y que ha permitido entrar al
enemigo si resistencia.
Pero no confundas nunca, nunca, NUNCA, tu Salvación con
el gozo de la misma.
No imagines, sin embargo, que el juicio de Dios sea,
ni un ápice más leve para el pecado del creyente que para el del que no cree. Él
no tiene dos formas de mirar el pecado dependiendo de quien lo cometa. Dios no
puede pasar por alto los pecados del creyente como tampoco pasa por alto los
pecados de aquellos que rechazan a Su Hijo. Pero entre ambos casos hay la gran
diferencia de que los pecados del creyente fueron previstos por Dios, y fueron
cargados sobre el CORDERO (Que Él mismo proveyó) clavado en la cruz del Calvario,
y allí fue vista, discutida y resuelta la gran cuestión de la penalidad del
pecado, desde un punto de vista criminal, cayendo el castigo que merecía el picador
sobre su bendito Sustituto: “quien llevó él mismo
nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando
muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis
sanados”. 1ª Pedro 2; 24. Cristo murió por nuestros pecados, en nuestro
lugar, para que no tuviéramos que sufrir el castigo que merecíamos. A esto se
le llama sacrificio expiatorio. Como fue tipificado por el sumo sacerdote que
llevaba los pecados de las cosas santas del pueblo de Israel, cuando entraba en
el lugar santísimo, y por el chivo expiatorio que llevaba las iniquidades de
todo el pueblo a una tierra deshabitada, tal como fue predicho por el profeta
Isaías. El apóstol explica aquí la naturaleza y el fin de los sufrimientos de
Cristo, que fueron para hacer expiación por los pecados, y que se hicieron al
soportarlos. Lo que Cristo cargó fueron "pecados", incluso toda clase
de pecados, originales y actuales, y todo acto de pecado de su pueblo; y todo
lo que está en pecado, todo lo que le pertenece, surge de él y es su demérito,
como inmundicia, culpa y castigo; y soportó multitud de pecados, aun todas las
iniquidades de todos los elegidos; y era una carga y un peso prodigiosos; y que
nada podría ser más nauseabundo y desagradable para aquel que ama la justicia y
odia la iniquidad: y estos pecados que cargó no eran suyos, ni pecados de los ángeles,
sino de los hombres; y no de todos los hombres, sino de muchos, aun de cuantos
fueron ordenados a vida eterna, por quienes Cristo dio su vida en rescate, a
quienes justifica y lleva a la gloria; nuestros pecados, no sólo los pecados de
los judíos, porque Pedro era judío, y también lo eran aquellos a quienes
escribe, sino también los pecados de los gentiles, los de todo su pueblo, a
quienes salva de sus pecados, siendo heridos. Su "soportación" fue de esta manera:
convirtiéndose en fiador y sustituto de su pueblo, sus pecados le fueron
impuestos por su Padre, es decir, le fueron imputados, fueron contados como
suyos y puestos a su cuenta; y Cristo voluntariamente los tomó sobre sí mismo;
los tomó para sí mismo, como uno puede tomar la deuda de otro y hacerse
responsable de ella; o como un hombre toma una carga y la pone sobre sus
hombros; entonces Cristo tomó nuestros pecados y los "llevó", como
significa la palabra aquí usada, aludiendo a los sacerdotes que llevaban el
sacrificio al altar, y refiriéndose a la elevación de Cristo en la cruz; donde
llevó los pecados de su pueblo, y los llevó, y no se hundió bajo el peso de
ellos, siendo el Dios fuerte, y el hombre de la diestra de Dios, fortalecido
para sí mismo; y así les dio completa satisfacción, al soportar la ira de Dios,
la maldición de la ley y todo el castigo que les correspondía; y así los alejó,
tanto de su pueblo como de la vista de Dios y de su justicia vengativa; y los
quitó hasta donde está el oriente del occidente, y los acabó por completo; y
esto lo hizo Cristo mismo, y no otro, ni por otro, ni con ayuda de otro; no por
medio de un macho cabrío, como el sumo sacerdote, sino por sí mismo; aunque fue
ayudado a llevar su cruz, no tuvo ayuda para llevar nuestros pecados; los
ángeles no pudieron ayudarlo; su Padre estaba lejos de él; no había nadie para
ayudar; su propio brazo le trajo la salvación.
Él mismo, que no conoció pecado ni lo conoció, Él por
sí mismo limpió nuestros pecados y los reconcilió, llevándolos; y lo cual hizo.
en su propio cuerpo, y no en el de otro; en aquel cuerpo que su Padre le
preparó, y que tomó de la virgen, y quedó libre de pecado; aunque no con
exclusión de su alma, la cual también fue hecha ofrenda por el pecado, y en la
cual soportó grandes dolores y dolores por el pecado: y todo esto en el árbol;
el árbol maldito, la cruz; que expresa tanto la vergüenza como el dolor de sus
sufrimientos y muerte.
El que rechaza
a CRISTO ha de sufrir el castigo de sus pecados en su cuerpo, en el lago de
fuego, para siempre. Mas cuando el que está salvado cae en falta, la cuestión
del pecado, en su “aspecto criminal”, no puede ser suscitada de Nuevo, ya que
el mismo JUEZ la resolvió de una vez para siempre sobre la cruz; pero la cuestión
de comunión se levanta dentro del alma por EL ESPÍRITU SANTO cuantas veces el
creyente entristece a ese ESPÍRITU.
Estimado lector de este blog, permíteme para concluir,
que me valga de otro sencillo ejemplo que utilicé en una casa de las tierras de
Lemos, donde estaba enseñando todo lo que has leído. Les decía: Me gustaría que
me acompañarais al Puente De Hierro para ver desde allí las aguas del Rio Cabe.
Salimos de la casa de los padres de Alejandra sobre las 23.30 horas. Era una hermosa
noche de luna llena en su perigeo, y parecía brillar con mayor claridad
argentina que de costumbre. Por el camino recogí un guijarro y lo metí en mi
bolsillo. Al llegar a ese Puente, vimos reflejada la luna sobre las aguas del
rio en calma. En esa zona se produce como un especie de laguna. La madre de Alejandra
exclamó “¡Cuan brillante y redonda está la luna esta noche!” Mari Paz dijo: “¡Cuan silenciosa y majestuosamente
sigue su curso!” Apenas acabó de pronunciar estas palabras, cuando arrojé la
piedra a las aguas. Su madre se quejó: ¿Qué ha pasado? ¿Qué es esto?
-Exclamé: ¡La luna se ha hecho pedazos, y sus fragmentos
chocan unos contra otros en el mayor caos! ¡Qué absurdo! dijo Alejandra, ¡la
luna está allá arriba!
-Contesté; ¡La luna no ha sufrido cambio alguno! Sólo
son las circunstancias de las aguas que la reflejan las que han cambiado.
¿Entendéis el ejemplo que os he puesto al venir aquí y
ver la luna en el agua?, continúe diciéndoles.
Escuchad: “Nuestro corazón es como esa laguna de agua
en calma. Cuando en él no damos cabida al pecado, el ESPÍRITU SANTO brilla en
nuestra vida, se hace evidente SU reflejo, toma las perfecciones y glorias de CRISTO
y nos las revela para nuestro consuelo y gozo. Pero en el momento que acogemos
un mal pensamiento, o bien sale de nuestra boca una palabra ociosa, el ESPÍRITU
SANTO empieza “a turbar las aguas”; nuestros sentimientos de felicidad se hacen
añicos, comenzamos a turbarnos, e intranquilizarnos interiormente, hasta que
con ánimo quebrantado delante de Dios confesamos nuestros pecados, causantes de
turbar las aguas de nuestra tranquilidad. Con la confesión se restaura de nuevo el
GOZO de la COMUNIÓN.
Cuando nuestro corazón se halla intranquilo, pregunto
yo: ¿Ha sufrido algún cambio la obra de CRISTO? En NINGUNA MANERA. Nuestra Salvación,
por lo tanto, tampoco ha cambiado.
¿Ha cambiado la Palabra de Dios en la Biblia? En absoluto.
Pues entonces la CERTEZA de nuestra Salvación tampoco ha sufrido lo más mínimo.
¿Qué es, pues, lo que ha cambiado? Es la acción del ESPÍRITU SANTO en nosotros
lo que ha cambiado; el cual en vez de tomar de la glorias de CRISTO, y llenar
nuestro corazón del sentimiento de SU dignidad, se entristece en tener que
abandonar este oficio deleitoso para llenar nuestra conciencia del sentimiento
de nuestro pecado y de nuestra indignidad.
El ESPÍRITU SANTO nos priva de nuestro Consuelo y gozo
hasta que no condenemos y resistamos lo que Él condena y resiste. Cuando esto
ha acontecido, la COMUNIÓN con Dios queda nuevamente restablecida.
¡Quiera el SEÑOR concedernos que seamos más y más
celosos de nosotros mismos, a fin de que no demos ocasión de contristar “al ESPÍRITU
SANTO de DIOS, “Y no contristéis al Espíritu Santo de
Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención.” (Efesios
4; 30) El Espíritu Santo es el sello de Dios de que le
pertenecemos y su depósito o arras nos garantiza de que El hará lo prometido.
El Espíritu Santo es un anticipo, un depósito, una firma válida en un contrato.
Su presencia en nuestras vidas ratifica que tenemos una fe genuina y prueba que
somos hijos de Dios. Ahora su poder obra en nosotros la transformación de
nuestras vidas y es un adelanto del cambio total que experimentaremos en la
eternidad.
Mi querido lector y seguidor se este blog, por débil
que sea tu fe, ten la seguridad de que el BENDITO SALVADOR en quien has
depositado tu confianza, JAMÁS cambiará: Hebreos 13:8 Jesucristo es el
mismo ayer, y hoy, y por los siglos.
La OBRA que JESUCRISTO
acabó no cambiará JAMÁS. He entendido que todo lo que
Dios hace será perpetuo; sobre aquello no se añadirá, ni de ello se disminuirá;
y lo hace Dios, para que delante de él teman los hombres. Eclesiastés 3;14
La PALABRA de DIOS JAMÁS cambiará: 1ª Pedro 1; 24-25 “Porque:
Toda
carne es como hierba, Y toda la gloria
del hombre como flor de la hierba.
La
hierba se seca, y la flor se cae; 25 Mas
la palabra del Señor permanece para siempre.
Y esta es la palabra que por el evangelio os
ha sido anunciada.”
Así pues, el objeto de tu fe, el fundamento de tu Salvación
y la base de tu certeza, son por igual ETERNAMENTE INMUTABLES.
El amor que por Él siento es inestable
Y mi gozo mengua o crece sin cesar
Mas la paz que tengo en Dios es inmutable
La Palabra de mi Dios no ha de cambiar
Yo varío; pero Él nunca ha variado
Y jamás el SALVADOR podrá morir
En JESÚS, y no en mi mismo, estoy confiado
Su bondad es la que me ha de bendecir
Permíteme que te pregunte, quizás, por última vez: “ ¿En qué clase estás
viajando?” Vuélvete a DIOS en tu corazón, te ruego y respóndele a ÉL mismo.
Romanos 3:4 De ninguna manera; antes bien sea Dios veraz, y todo hombre
mentiroso; como está escrito: Para que seas justificado en tus palabras, Y
venzas cuando fueres juzgado.
Juan 3:33 El que recibe su testimonio, éste
atestigua que Dios es veraz.
¡Ojalá que la gozosa certeza de poseer esta “Salvación tan grande” llene tu corazón, ahora y “hasta que Jesús venga por segunda vez”
A TI QUE LEES ESTE BLOG, SI DESEAS ALGUNA ACLARACIÓN SOBRE ESTE ESTUDIO (¿En
qué clase viaja usted?) ESTE HUMILDE SERVIDOR DE DIOS, ESTÁ A TU ENTERA
DISPOSICIÓN
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