En la última publicación de este blog había explicado
qué: “El Gozo de la Salvación estará en proporción de mi conducta espiritual que
observe después de mi nuevo nacimiento”.
En los Hechos de los Apóstoles está escrito sobre los
primeros cristianos: Hechos 9:31 Entonces las iglesias
tenían paz por toda Judea, Galilea y Samaria; y eran edificadas, andando en el temor del Señor, y se
acrecentaban fortalecidas por el
Espíritu Santo.
Fortalecidos por el Espíritu Santo el cual les
comunicó derramando el amor de Dios en ellos, tomando las cosas de Cristo y
mostrándoselas, aplicando las bendiciones del pacto y las promesas del
Evangelio a sus almas, siendo dueños de la palabra y las ordenanzas, y hacerlos
útiles para ellos, llevándolos así a la
comunión con el Padre y con el Hijo. En todo lo cual actúa como Consolador
y responde al carácter que tiene y al oficio que desempeña: el amor de Dios,
que dirige y derrama en el corazón, refresca y reaviva el Espíritu de Dios, produce
abundancia de paz, gozo y consuelo: Él
abre y aplica las promesas del pacto y del Evangelio.
Hechos 13; 52 Y los discípulos estaban llenos de gozo y del Espíritu Santo.
Mi estimado lector del blog ¿Ves ahora, en qué
consiste tu equivocación? Cofundes el Gozo
de la Salvación con la Certeza de la
misma, que son dos cosas totalmente diferentes. Cuando, por seguir la voluntad
de tu naturaleza carnal o por espíritu mundano, o por dejarte llevar por la
ira, has entristecido al ESPIRITU SANTO, y por consiguiente has perdido el gozo , entonces creíste haber
perdido también tu Salvación. Pero no es así. Una vez más repito:
Tu Salvación depende de la obra que Cristo hizo PARA TÍ.
La certeza
que puedes tener de Tu Salvación depende de la Palabra de Dios dicha A TÍ.
El gozo
de la Salvación depende de no entristecer al ESPÍRITU SANTO que habita EN TÍ.
Si tú, eres hijo de Dios y entristeces al ESPÍRITU
SANTO, tu comunión con el PADRE y el HIJO quedará de hecho interrumpida, a lo
menos por algún tiempo, y hasta que no reconozcas, te arrepientas y confiese tu
pecado, aquella comunión y el gozo de que va seguida, no te serán
devueltos.
Te voy a poner un ejemplo: “ Tu hijo ha cometido un
acto de desobediencia. Su semblante manifiesta ya que ha hecho algo que no debía.
Media hora antes disfrutaba paseando contigo por el jardín, admirando lo que
tu admirabas, alegrándose con lo que te alegraba, En otras palabras: estaba en comunión
contigo; sus sentimientos y gustos eran comunes con los tuyos. Mas un acto de
desobediencia lo ha cambiado todo, y el niño desobediente ha tenido que sufrir
su castigo, y en su semblante hay la manifestación de la tristeza de su corazón.
Tú le has asegurado que le perdonarías al momento de
confesar su falta; pero su orgullo y terquedad no le permiten hacerlo.
¿Qué ha hecho de la alegría que gozaba media hora
antes? Ha desaparecido por complete. ¿Y por qué causa? Porque la comunión que
existía entre tú y tu hijo se ha interrumpido.
¿Qué ha pasado con el parentesco que existía media
hora antes entre tú y tu hijo? ¿Ha desaparecido también? ¿Se ha roto o se ha
interrumpido? Te aseguro que no.
Su parentesco
contigo depende de su nacimiento.
Su
comunión contigo depende
de su conducta.
El desenlace de esta escena lo prueba. El niñó, con
rendido corazón, te confiesa su culpa sin dejar nada por decir de tal modo que
comprendes que él aborrece la desobediencia y su culpa, como tú mismo, y en
vista de ello lo tomas en brazos y lo cubres de besos.
¡Mira que cambio se ha visto en el rostro del niño! Ha
recobrado el gozo porque ha
recobrado la comunión con su padre.
Cuando David pecó tan gravemente en el caso de la
mujer de Urías, no dijo:” Vuélveme tu Salvación”, sino: "Vuélveme el GOZO de tu Salvación”.(Salmo 51;12)
Mi querido lector, puedes entender ahora con meridiana
claridad que cuando el creyente cae en el pecado, la comunión con el PADRE está
temporalmente interrumpida, y falta el
gozo hasta que con corazón contrito se vuelve al PADRE y le confiesa sus
pecados.
Entonces, fiándose en la Palabra de Dios, sabe que es
perdonado de nuevo; porque su Palabra declara terminantemente que: "Si confesamos nuestros pecados ÉL ES FIEL Y JUSTO para que
nos perdone nuestros pecados y nos limpie de toda maldad” (1ª Juan 1; 9)
La confesión
tiene el propósito de librarnos para que disfrutemos de la comunión con Cristo.
Un hombre que verdaderamente confiesa su pecado es aquel a quien el Espíritu de
Dios ha convencido de ello y le ha mostrado su extrema pecaminosidad. Esto
debiera darnos tranquilidad de conciencia y calmar nuestras inquietudes. Pero
muchos cristianos no entienden cómo funciona eso. Se sienten tan culpables que
confiesan los mismos pecados una y otra vez, y luego se preguntan si habrían
olvidado algo. Otros cristianos creen que Dios perdona cuando uno confiesa sus
pecados, pero si mueren con pecados no perdonados podrían estar perdido para
siempre. Estos cristianos no entienden que Dios quiere perdonarnos. Permitió
que su Hijo amado muriera a fin de ofrecernos su perdón. Cuando acudimos a
Cristo, El nos perdona todos los pecados cometidos o que alguna vez
cometeremos. No necesitamos confesar los pecados del pasado otra vez y no
necesitamos temer que nos echará fuera si nuestra vida no está perfectamente
limpia. Desde luego que deseamos confesar nuestros pecados en forma continua,
pero no porque pensemos que las faltas que cometemos nos harán perder nuestra
salvación. Nuestra relación con Cristo es segura. Sin embargo, debemos confesar nuestros pecados para que
podamos disfrutar al máximo de nuestra comunión y gozo con El.
La verdadera confesión también implica la decisión de
no seguir pecando. No confesamos genuinamente nuestros pecados delante de Dios
si planeamos cometer el pecado otra vez y buscamos un perdón temporal. Debemos
orar pidiendo fortaleza para derrotar la tentación la próxima vez que aparezca.
Nadie puede acercarse a Dios sin encontrarlo dispuesto
a hacer todo lo que es apropiado para un Dios al perdonar a los transgresores;
nadie que, de hecho, no reciba el perdón si se arrepiente, cree y confiesa;
nadie que no encuentre que Dios es justo con su Hijo en la alianza de la
redención, al perdonar y salvar a todos los que ponen su confianza en los
méritos de su sacrificio.
Y para limpiarnos de toda injusticia: perdonando todo
lo pasado, tratándonos como si fuéramos justos y, en última instancia,
eliminando todas las manchas de culpa del alma.
Proverbios 28:13 El que encubre
sus pecados no prosperará; Mas el que los confiesa y se aparta alcanzará
misericordia.
Es propio de la naturaleza humana esconder el pecado o
pasarlo por alto y calificarlo como errores. Sin embargo, es difícil aprender
de un error que no se reconoce. ¿Y qué hay de bueno en un error si no nos
enseña algo? Para aprender de un error necesitamos admitirlo, confesarlo,
analizarlo y llevar a cabo los ajustes necesarios para que no vuelva a suceder
otra vez. Todos cometemos errores, pero solo los tontos los repiten. Hay algo
en nosotros que se niega fuertemente a admitir que estamos equivocados. De ahí
que admiremos a quienes con franqueza y sencillez admiten sus errores y
pecados. Estas personas tienen una autoestima muy sólida. No siempre tienen que
tener la razón para sentirse bien con ellas mismas. Esté dispuesto a
reconsiderar, a admitir que está equivocado y a cambiar sus planes cuando sea
necesario. Y recuerde, el primer paso hacia el perdón es la confesión.
Pues bien, lector de este blog, si has nacido de nuevo
ten siempre presente estas dos cosas: Que
no hay ningún lazo más fuerte que el del parentesco; y que no hay nada
tan delicado como el lazo de la comunión.
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