Salmo 5; 3
«¡Oh, Jehová, de mañana oirás mi voz; de
mañana me presentaré delante de ti, y esperaré!»
Estimado lector
mira, ve el sol, como un esposo que sale de su tálamo, que se alegra cual
atleta corriendo su carrera, observa lo brillantes que son sus rayos, cuan
dulces sus sonrisas, cuan fuerte su influencia. Y si no hay lenguaje o tribu
que no pueda captar la voz de estos predicadores naturales que proclaman la
gloria a Dios, es lástima que haya algunas lenguas en que no se oiga la voz de
los adoradores de Dios haciéndose eco al canto de estos predicadores naturales,
y adscribiendo gloria a Aquel que hace que la mañana y la noche se regocijen.
Pero hagan lo que quieran los demás, y que Dios oiga nuestra voz por la mañana,
y por la mañana dirijámosle nuestras alabanzas. Por la mañana tenemos o
deberíamos tener nuevos pensamientos sobre Dios y meditación dulce en su nombre,
y tendríamos que ofrecérselos en oración. Conforme al ejemplo de David, ¿hemos
venido recordando a Dios en nuestra cama, y meditando durante las noches de
vela? ¿Podemos decir, cuando nos levantamos, todavía estoy con Dios? Si es así,
tenemos algo que llevar al trono de la gracia con las palabras de nuestra boca
para ofrecer a Dios las meditaciones de nuestro corazón, y esto será para Él un
sacrificio de olor suave. Si el corazón ha estado puliendo un bello canto, que
nuestra lengua lo recite al Rey, nuestro Dios. (Salmo 45:1 Rebosa mi corazón
palabra buena; Dirijo al rey mi canto; Mi lengua es pluma de escribiente muy
ligero.) Tenemos la Palabra de Dios con la cual conversar, y tendríamos
que leer de ella una porción cada mañana: por medio de ella Dios nos habla, y
en ella tendríamos que meditar de día y de noche; si lo hacemos, nos enviará al
trono de la gracia, y nos proveerá buenos mensajes para entregar allí. Si Dios,
por la mañana, con su gracia, nos dirige su palabra, de modo que nos llegue al
corazón, esto dará por resultado que dirijamos nuestra oración a Él. Por la
mañana es más que probable que tengamos causa para reflexionar sobre los muchos
pensamientos vanos y pecaminosos en que nuestra mente se ha ocupado durante la
noche, y a causa de esto es necesario que nos dirijamos a Dios en oración por
la mañana, pidiendo perdón por ellos. Las palabras de la oración dominical
parecen apropiadas de modo especial para la mañana, porque nos enseñan a pedir
nuestro pan cotidiano, y también hemos de pedir: Padre, perdónanos nuestras
deudas, porque como en el apresuramiento del día incurrimos en culpa por nuestras
palabras y acciones irregulares, lo mismo hacemos en la soledad de la noche, a
causa de nuestra imaginación corrompida y nuestra fantasía sin gobierno y no
santificada. Es cierto, el pensamiento del necio es pecado. (Proverbios 24:9 El pensamiento del necio es pecado, Y abominación a los
hombres el escarnecedor.) Los pensamientos necios son pecaminosos, y
¡cuántos de estos vanos pensamientos se alojan dentro de nosotros!; su nombre
es legión, pues son muchos. ¿Quién puede entender estos errores? Son más
numerosos que los cabellos de nuestra cabeza. Leemos de algunos que imaginan el
mal en sus camas y cuando llega la mañana lo practican. (Miqueas 2:1 ¡Ay de los que en sus camas piensan iniquidad y maquinan el
mal, y cuando llega la mañana lo ejecutan, porque tienen en su mano el poder!)
¡Con qué frecuencia, por la noche, la mente se inquieta y desconfía con dudas y
preocupaciones, pensamientos ambiciosos, contaminados, livianos, impertinentes,
instigados y fermentados por la malicia y la venganza, y, en todo caso, muy
lejos de la piedad debida. Del corazón proceden los malos pensamientos que hay
en nosotros, y por todas partes los llevamos, porque su fuente está en nosotros
y fluye de modo natural. Sí, en la multitud de sueños y desvaríos, como en las
muchas palabras, hay mucha vanidad. (Eclesiastés 5:2 No
te des prisa con tu boca, ni tu corazón se apresure a proferir palabra delante
de Dios; porque Dios está en el cielo, y tú sobre la tierra; por tanto, sean
pocas tus palabras.) ¿Y nos atrevemos a salir sin haber renovado nuestro
arrepentimiento, para el que hemos acumulado material todo el día y toda la
noche? ¿No queremos confesarlo a Aquel que conoce nuestros corazones, nuestros
descarríos, nuestras rebeliones, nuestras retractaciones, para hacer las paces
en la sangre de Cristo y orar, para que perdone los pensamientos de nuestro
corazón? No podemos ir con tranquilidad a hacernos cargo de las tareas del día
con una carga de pecado del que no nos hemos arrepentido y que no ha sido
perdonado. Por la mañana nos preparamos para la obra del día, y por tanto,
procuramos por medio de la oración buscar la presencia y la bendición de Dios;
se nos dice que podemos ir con confianza al trono de la gracia, no sólo para
pedir que se nos perdone aquello en que hemos faltado, sino para pedir gracia,
que nos ayude en todo tiempo de necesidad. Y ¿qué momento hay que no sea un
momento de necesidad para nosotros? Y por tanto, ¿qué mañana debería pasar sin
oración? Leemos de «las cosas que han sido ordenadas conforme al rito para cada
día» (Esdras 3:4 Celebraron asimismo la fiesta solemne
de los tabernáculos, como está escrito, y holocaustos cada día por orden
conforme al rito, cada cosa en su día;), y es por esto que vamos a Dios
cada mañana para orar, para la graciosa concesión de su providencia respecto a
nosotros y las operaciones de gracia del Espíritu.
Tenemos familias a las que debemos cuidar, quizás, y
hemos de proveer para ellas. Presentémoslas, pues, cada mañana en oración ante
Dios, encomendándolas al cuidado y gobierno de su gracia, y así las ponemos de
modo efectivo bajo la protección y cuidado de su providencia. El santo Job se
levantaba temprano por la mañana y ofrecía holocaustos conforme al número de
sus hijos. (Job 1:5 Y acontecía que habiendo pasado en
turno los días del convite, Job enviaba y los santificaba, y se levantaba de
mañana y ofrecía holocaustos conforme al número de todos ellos. Porque decía
Job: Quizá habrán pecado mis hijos, y habrán blasfemado contra Dios en sus
corazones. De esta manera hacía todos los días.) Así conseguimos que la
bendición descanse sobre nuestros hogares. Cuando nos dedicamos a nuestras
actividades: miremos a Dios, en primer lugar, esperando que nos dé sabiduría y
gracia para ejecutarlas bien, en el temor de Dios y que permanezcamos con Él; y
entonces podemos pedirle con fe que nos prospere y nos acreciente, nos
fortalezca, que nos sostenga en las fatigas y nos dirija y nos dé consuelo en
estas tareas. Tenemos jornadas que hacer, quizás así pidamos a Dios que su
presencia nos acompañe, y no vayamos donde no podamos esperar que nos acompañe.
Quizá tengamos oportunidades de hacer o conseguir algo bueno: pidamos a Dios
que nos dé un corazón a la altura de lo que hay en nuestras manos, que nos dé
habilidad, voluntad y valor para mejorarlo. Cada día tiene sus tentaciones,
algunas, quizá, las podemos prever, pero muchas no nos las imaginamos y en
ellas se pone a prueba nuestra sinceridad a Dios; que no seamos llevados a la
tentación, sino guardados de todas ellas; que cualquier relación o compañía en
que entremos sea una oportunidad para que hagamos bien y no perjudiquemos, para
conseguir bien y no ser dañado por los otros. No sabemos lo que nos traerá el
día; no sabemos las noticias que nos traerá la mañana, o lo que puede sucedemos
antes de la noche, y por tanto, tenemos que pedir a Dios que nos dé gracia para
llevar a cabo los deberes y dificultades que no podemos prever, así como las
que vemos; que nuestra fuerza sea suficiente para mantenernos en conformidad
con toda la voluntad de Dios, según sea cada día. Hallaremos que basta para
cada día su propio afán, y por tanto, así como es locura el pensar y apenarnos
por los sucesos de mañana, es de sabios pensar en los de hoy, para que sea
suficiente para aquel día y para sus deberes la provisión de la divina gracia
que necesitemos; para toda obra o palabra buena y para fortificarnos contra
toda obra o palabra mala; para no decir, pensar o hacer nada durante el día que
pueda ser causa de que deseemos no haberlo pensado, dicho o hecho.
Aplicación práctica de todo lo expuesto:
Primero:
Que estas palabras nos recuerden nuestras omisiones, porque éstas son pecado y
han de venir a juicio. ¡Cuántas veces nuestro culto matutino ha sido olvidado o
ha sido rendido con descuido! La obra, o bien no ha sido hecha, o ha sido hecha
con doblez; o bien no se presentó sacrificio, y si se hizo, ha sido el
perniquebrado, el cojo, el enfermo, o bien no ha habido oración o no ha sido
dirigida propiamente, y por tanto, no se ha elevado. Hemos tenido las
misericordias de la mañana, Dios no ha fallado en su compasión y nos ha cuidado
como Padre, no obstante, no hemos hecho el servicio matutino, sino que hemos
faltado de modo vergonzoso al deber de hijos suyos. Humillémonos verdaderamente
delante de Dios esta mañana por nuestros pecados y locura de haberle privado,
con frecuencia, del honor del culto matutino, y a nosotros mismos de sus
beneficios. Dios se había llegado a nuestra despensa pensando hallar fruto,
pero no lo halló, o no halló casi nada, estuvo escuchando, pero no le
hablábamos a Él o no le hablábamos bien. Con alguna excusa minúscula lo hemos
dejado y cuando se ha interrumpido la costumbre, la conciencia se ha
entumecido, nos hemos ido enfriando y probablemente la hemos abandonado del
todo.
Segundo: Os ruego que escuchéis una palabra de exhortación
respecto a esto. Sé bien cuál será la influencia que tendrá sobre la
prosperidad de vuestras almas el ser constantes y sinceros en el culto del
privado, y por tanto, permitidme que haga énfasis en él con toda premura; que
Dios tenga oportunidad de oír de vosotros cada mañana; que cada mañana dirijáis
a Él vuestra oración, y que miréis hacia Él. Tomad a conciencia vuestro culto
privado y mantenedlo, no ya porque ha pasado a ser una costumbre que habéis
recibido de vuestros padres o porque es un deber que habéis recibido orden de
guardar del Señor. Dedicadle el rato estipulado y sed fieles al mismo. Que los
que han vivido hasta ahora en descuido total, se persuadan, a partir de ahora,
a considerarlo como la parte más deleitosa de su consuelo diario, como el deber
más necesario en sus negocios cotidianos, y que sea su placer constante y su
cuidado permanente. No hay persona que tenga uso de razón que pueda pretender
ser una excepción de este deber; lo que se dice de algunos se dice de todos:
Orad, orad; continuad en oración y velad en ella. Los ricos no están tan
obligados a trabajar con sus manos como los pobres; los pobres no tienen tanta
obligación a dar limosna como los ricos, pero ambos están obligados igualmente
a la oración. Los ricos no están por encima de la necesidad de hacerlo, ni los pobres
por debajo de ser aceptados por Dios en ella. Nunca es demasiado pronto para
que los jóvenes aprendan a orar, y aquellos a quienes los muchos años han
enseñado sabiduría, al final de sus días, obrarán como necios si creen que ya
no tienen necesidad de orar. Que ninguno diga que no puede orar. Si estuvieras
a punto de perecer de hambre mendigarías la comida, si no hubiera otro remedio,
y si ves que eres vencido por razón del pecado, ¿no puedes pedir gracia y
misericordia? ¿No eres cristiano? No digas que no puedes orar, porque esto es
tan absurdo como que un soldado dijera que no puede manejar la espada o que un
carpintero no puede manejar el hacha. ¿A qué has sido llamado en la comunión de
Cristo sino a tener por medio de Él comunión con Dios? Si no puedes orar tan
bien como otros, ora tan bien como puedas, y Dios te aceptará. Que ninguno diga
que no tiene tiempo para la oración por la mañana, porque puedes hallarlo para
otras cosas que no son tan necesarias; es mejor que le quites tiempo al sueño, que
no que te falte tiempo para la oración. Y ¿en qué forma puedes emplear el
tiempo mejor y con mayor satisfacción y provecho? Todos los negocios del día
prosperarán mejor si los empiezas con Dios. Que nadie diga que no tiene un
lugar conveniente para la oración a solas. Isaac se retiraba al campo para
orar; y el salmista estaba sólo con Dios en un rincón de su terrado. Si no
puedes conseguir toda la soledad que deseas, no por eso has de dejar de orar;
sólo la ostentación es reprochable, no el que te vean orar si no puedes
evitarlo. Sé diligente en tu culto secreto, y no seas
perezoso en él, sino ferviente en espíritu, sirviendo al Señor. Procura que no
degenere en formalidad; que te acostumbres simplemente. Procura cumplir tu
deber con solemnidad. Sé íntimo con Dios; no basta con que digas tus oraciones,
es necesario que ores fervientemente, como hizo Elías (Santiago 5:17 Elías era hombre sujeto a pasiones semejantes a las
nuestras, y oró fervientemente para que no lloviese, y no llovió sobre la
tierra por tres años y seis meses). Aprende a esforzarte en la oración,
como Epafras (Colosenses 4:12 Os saluda Epafras, el
cual es uno de vosotros, siervo de Cristo, siempre rogando encarecidamente por
vosotros en sus oraciones, para que estéis firmes, perfectos y completos en
todo lo que Dios quiere.), y verás que la diligencia en este deber es la
que enriquece. Dios no considera la longitud de nuestras oraciones, sino que
Dios requiere la verdad en lo íntimo, y la oración del justo es su deleite.
Cuando has orado considera que ello te ocupa y te anima a servir a Dios y a
confiar en Él; que el consuelo y el beneficio de tus devociones no sea como la
nube mañanera que pasa y se va, sino como la luz de la aurora que va en aumento
hasta que el día es perfecto.
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