Salmo 25:5
« Encamíname en tu verdad, y enséñame,
Porque tú eres el Dios de mi salvación;
En ti he esperado todo el día. »
Cada día es vivir una vida de deleite en Dios, como el amante espera a
la amada. El deseo es el amor en movimiento, como un pájaro sobre el ala; el
deleite es el amor en reposo, como un pájaro en el nido. Aunque nuestro deseo
tiene que seguir siendo hacia Dios, como tenemos que estar deseando más de
Dios, nuestros deleites también tienen que ser en Dios, hasta el punto que no
tenemos que tener ningún otro deseo sino a Dios.
Al creer que es Dios suficiente totalmente, hemos de
estar enteramente satisfechos en Él; nos basta con tenerle a Él. ¿Queremos amar
a Dios? Es un placer para nosotros pensar que haya un Dios así; que Él es tal
como se nos ha revelado, que Él es nuestro Dios por habernos creado y que puede
disponer de nosotros según le plazca, nuestro Dios por el pacto, para disponer
de nosotros según nuestro bien; esto es esperar en nuestro Dios, esperar en Él
con placer.
De una forma u otra el alma tiene aquello de que se
precia, algo en lo cual reposa; y ¿Qué es? ¿Dios o el mundo? ¿En qué ponemos
nuestro orgullo? ¿De qué nos jactamos? Es lo natural en las personas del mundo
que se jacten de la multitud de sus riquezas (Salmo 49:6 Los que confían en sus bienes, Y de la muchedumbre de sus
riquezas se jactan), y de su poder, y del poder de sus manos, que
consideran les han conseguido estas riquezas. Las personas piadosas, por su
parte, se caracterizan en que se enorgullecen de Dios todo el día. (Salmo
44:8.) « En Dios nos
gloriaremos todo el tiempo, Y para siempre alabaremos tu nombre..» Esto es esperar en Dios; tener la vista siempre
sobre Él con una secreta complacencia, como los hombres la tienen en aquello
que es su gloria, en que pueden gloriarse.
¿En qué es que nos complacemos, que abrazamos con la
mayor satisfacción, sobre lo que reclinamos nuestra cabeza y de cuya posesión
nos felicitamos, como si lo tuviéramos todo? El rico mundano, con sus graneros
llenos de trigo dijo a su alma: Huélgate, come, bebe y alégrate. El hombre
piadoso no puede decir palabras así hasta que tiene su corazón lleno de Dios,
de Cristo y de su gracia; y entonces dice: vuelve a tu reposo, oh, alma,
descansa. El alma que ha recibido la gracia reposa en Dios, que es su hogar, y
en Él se complace perpetuamente, y aunque hay muchas cosas en el mundo que la
desazonan, halla todo en el Señor para compensarlo.
Cada día es vivir una vida de dependencia en Dios,
como el niño depende de su padre, en quien tiene confianza, y sobre quien echa
todos sus cuidados. El esperar en Dios es esperar todo el bien que nos llega de
Él, como quien obra todo bien en nosotros y por nosotros, el que nos da toda
buena dádiva y el que nos protege de todo mal. Así lo dice David en el Salmo
62:5. “Alma mía, en Dios solamente reposa, Porque de él
es mi esperanza.”; no miro a otro para el bien que necesito porque sé
que las criaturas, lo creado, son para mí sólo aquello que Él quiere que sean y
nada más, y es Él quien controla todo juicio de los hombres. ¿Levantaremos
nuestros ojos a los montes? ¿Viene de allí nuestro socorro? ¿No va más allá de
las cumbres de las colinas el rocío que suaviza el valle? ¿Iremos más allá, y
levantaremos nuestros ojos a los cielos, a las nubes? ¿Pueden darnos lluvia?
No, si Dios no escucha a los cielos, los cielos no escuchan a la tierra; hemos,
pues, de mirar más allá de los montes, más arriba de los cielos, porque nuestro
socorro viene del Señor. Esto lo reconoció un rey que era un modelo de reyes.
Si el Señor no te ayuda, ¿Cómo podré ayudarte desde el granero o desde el
lagar? Y nuestras expectativas de Dios en tanto que son guiadas por la palabra
que Él ha pronunciado y basadas en ella, tendrían que ser en humilde confianza
y con plena seguridad de fe. Tenemos que saber y estar seguros de que ninguna
palabra de Dios quedará colgando, que las expectativas de los pobres no
perecerán. Las personas del mundo dicen al oro: tú eres mi esperanza; y al oro
fino: tú eres mi confianza; y la riqueza es la fortaleza del rico, pero Dios es
el único refugio y porción del hombre piadoso en la tierra de los vivientes; y
es sólo a Él que dice con confianza: «Tú eres mi esperanza, Tú eres mi
confianza.» Los ojos de todas las criaturas esperan en Él porque es bueno para
todos, pero los ojos de sus santos lo hacen de modo especial porque Él es
también, de un modo peculiar, bueno para Israel, bueno para ellos. Conocen su
nombre y por ello confían en Él y triunfan en Él, como los que saben que no
serán avergonzados de su esperanza.
Cada día es vivir una vida de devoción a Dios, como
el siervo sirve a su amo dispuesto a observar su voluntad y hacer su trabajo, y
en todo tiene en cuenta su honor y sus intereses. El esperar en Dios es estar
atento de modo completo y sin reservas en su santa y sabia dirección, sus
disposiciones, y estar alegremente conforme en ellas y cumplirlas. El siervo
que sirve a su amo no escoge la manera en que lo hace, sino que sigue a su amo
paso a paso; de esta forma tenemos que servir a Dios, como los que no tienen
voluntad suya propia, sino sólo la de Él, y se esfuerzan para amoldarse a ella.
El carácter de los redimidos del Señor es que siguen al Cordero donde quiera
que va, con una fe y obediencia implícitas. Así como los ojos del siervo miran
la mano de su amo, nuestros ojos deben mirar al Señor para hacer lo que nos
manda. «Padre, hágase tu voluntad; Señor, sea hecha tu voluntad.»
El siervo sirve a su maestro no sólo para prestarle
servicio, sino para hacerle honor; y así hemos de servir a Dios para que
podamos ser motivo de alabanza a Él. Su gloria debe ser nuestro objetivo
último, al cual hemos de dedicar todo lo que somos, tenemos y hacemos; hemos de
llevar su marca, esperar en sus atrios, y seguir sus movimientos, como sus
siervos, con miras a que Él sea glorificado en todas las cosas.
El esperar en Dios es hacer de su voluntad nuestra
regla. El hacer de su voluntad expresada en el precepto la regla de nuestra
conducta y hacer todo deber nuestro pensando en ella. Hemos de esperar en Él
para recibir sus órdenes, decididos a cumplirlas por más que a veces
contradigan nuestras inclinaciones corruptas o nuestros intereses seculares.
Hemos de esperar en Él, como los santos ángeles que contemplan siempre la faz
de su Padre, como todos los que están a su disposición, preparados a ejecutar
la menor sugerencia de su voluntad. Así pues, hemos de hacer la voluntad de
Dios, como la hacen los ángeles en el cielo, ministros suyos de su agrado,
siempre alrededor del trono para hacerla, nunca apartados de él.
David ruega aquí que Dios quiera mostrarle su
camino, y guiarle, y enseñarle, y guardarle, y enviarle a su deber; y así el
texto viene como un ruego a poner en vigor la petición, «porque en Ti espero
todo el día», listo para recibir la ley de tu boca, y en todo observar tus
órdenes. Y luego implica esto; que sólo pueden esperar ser enseñados de Dios
aquellos que están dispuestos y preparados a hacerla como se les dice. Si
alguno quiere hacer su voluntad, si está resuelto en la fuerza de su gracia a
ejecutarla, conocerá cuál es esta voluntad. David ruega: «Señor, dame
entendimiento», y luego se dice a sí mismo: «Guardaré tu ley, sí, la observaré»
como el siervo espera en su señor. Los que van a la casa de Jehová con la
expectativa de que Él les enseñará sus caminos deben hacerlo con la humilde
resolución de que caminarán por sus sendas. (Isaías 2:3 Y vendrán muchos pueblos, y dirán: Venid, y subamos al monte de Jehová, a
la casa del Dios de Jacob; y nos enseñará sus caminos, y caminaremos por sus
sendas. Porque de Sion saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra de Jehová.)
Señor, que la columna de nube y de fuego vaya delante de mí, porque estoy
totalmente decidido a seguirla, y así a esperar en mi Dios todo el día.
El hacer de la voluntad de su providencia la regla
de nuestra paciencia y soportar toda aflicción con miras a hacerla. Sabemos que
es Dios quien ejecuta todas las cosas por nosotros, y Él lleva a cabo lo que
nos es asignado; estamos seguros de que todo lo que hace Dios está bien, y
redundará para bien de aquellos que le aman; con miras a esto tendríamos que
estar de acuerdo y ajustamos a toda la voluntad de Dios. El esperar en el Señor
es decir: Es el Señor, que Él haga conmigo como bien le pareciere, puesto que
no hay nada que le parezca bueno a Él que no lo sea realmente. Y así lo veremos
cuando podamos contemplar esta obra bajo plena luz, es decir: No como yo
quiero, sino como Tú quieres. ¿Por qué tendría que ser según mi opinión? Con
ello llevamos nuestra mente a una condición en que podemos conservar la calma y
tranquilidad por más que ocurran cosas que nos las harían perder.
Y por ello hemos de sobrellevar la aflicción, sea lo
que sea, porque es la voluntad de Dios; es lo que Él ha destinado o permitido,
Aquel que obra según el consejo de su propia voluntad. Esto es la paciencia
cristiana: quedé mudo y no abrí mi boca, no porque no hubiera servido de nada
el quejarme, sino porque Tú lo hiciste y por tanto yo no tenía razón de
hacerlo. Y esto nos reconciliará con toda aflicción, sea la que sea, pues
siempre está dentro de la voluntad de Dios, y en consecuencia, no sólo debemos
permanecer en silencio porque se trata de la soberanía de su voluntad, ¡ay de
aquel que se enfrenta con su hacedor!, sino que debemos estar satisfechos debido
a la sabiduría y bondad de ello. Cualquiera que sea la disposición de la
providencia de Dios sobre aquellos que esperan en Él, hemos de estar seguros de
que así como no quiere su daño, tampoco los perjudica; es más, deben decir,
como el salmista, que incluso cuando era acosado todo el día y disciplinado
cada mañana, decía que Dios era bueno, y por tanto, como Job: «Aunque me
matare, en Él esperaré.»
No hay comentarios:
Publicar un comentario