} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: CÓMO TERMINAR EL DÍA CON DIOS (final)

jueves, 22 de febrero de 2024

CÓMO TERMINAR EL DÍA CON DIOS (final)

 

Salmo 4:8

«En paz me acostaré, y asimismo dormiré; Porque solo Tú, Jehová, me haces vivir confiado.»


Tú, Señor, sólo me haces habitar seguro; sugiriendo que su protección y seguridad se debían únicamente al poder y la presencia de Dios; y esa era la razón de la tranquilidad de su mente, y de la razón por la que dormía tan tranquilamente durante las vigilias nocturnas

Tercero. Habiéndonos acostado en paz, estamos dispuestos para dormir. Me acostaré y dormiré. Dormir por dormir es el rasgo del holgazán, pero el sueño que restaura nuestras fuerzas es una misericordia igual al alimento, y por ella tenemos que estar agradecidos. Y podemos disponernos a dormir con estos pensamientos. Nuestros cuerpos requieren descanso y alivio, pues se cansan, incluso sin hacer nada o casi nada. El hombre, a diferencia de los animales, anda derecho, pero nosotros no podemos permanecer así durante mucho tiempo. Al cabo de pocas horas hemos de renunciar a este privilegio, ya que nos es imposible continuar despiertos, y hemos de echarnos. Que el sabio no se gloríe en su sabiduría, ni el fuerte en su fuerza, puesto que ambos yacen una cuarta parte de su vida totalmente privados del uso de su fuerza o de su sabiduría, débiles e inertes. Qué lástima perder tanto tiempo durmiendo, incapaces de servir a Dios o al prójimo, de hacer obra alguna de piedad o de caridad. Por ello muchos desean pasar durmiendo tan poco tiempo como pueden, y se avivan para redimir el tiempo mientras están despiertos, y desean llegar al día en que no hay sueño, sino que como los ángeles de Dios no descansarán de día ni de noche haciendo la bendita obra de alabar a Dios.

El Buen Amo a quien servimos nos deja tiempo para dormir y nos proporciona lo conveniente para ello, y hace que el sueño nos renueve y vivifique. Dios, pues, tiene consideración para nuestro cuerpo y es conveniente que lo presentemos como sacrificio vivo a Él, y con él le glorifiquemos. El sueño es prometido a los santos: «Por demás es que os levantéis de madrugada, y vayáis tarde a reposar, Y que comáis pan de dolores; Pues que a su amado dará Dios el sueño» (Salmo 127:2.) ¡Que diferencia entre el sueño del pecador, a un paso del infierno, y el sueño que Dios da a sus amados! ¡Cuán triste es el caso de aquellos de cuyos ojos huye el sueño a causa de dolor del cuerpo o inquietud de la mente, y que esperan noches de insomnio y que dicen al acostarse: ¿Cuándo nos levantaremos?!

Al pensar que cierto rey francés empleaba como tortura a sus súbditos protestantes, para que renunciaran a su religión, el privarles del sueño por la violencia, nos damos cuenta de la necesidad inexorable del sueño y sentiremos compasión por aquellos que, por alguna razón, se ven privados de su consuelo, y oraremos por ellos. ¡Cuán desagradecidos somos a Dios al permitir que el sueño nos impida a veces hacer lo bueno! El holgazán pierde a veces la hora de oración por la mañana o renuncia a ella por la noche, o cuando hemos dormido durante el servicio de Dios, como Eutico cuando Pablo predicaba, o como los discípulos en la agonía de Cristo en Getsemaní. Los que quieren dormir y no pueden, pueden pensar en las ocasiones en que habrían querido estar despiertos y durmiendo.

Tenemos ahora un día menos para vivir que cuando nos despertamos por la mañana; el hilo del tiempo se va enrollando; la arena va descendiendo a medida que pasa el tiempo y la eternidad se acerca; nuestros días pasan más rápidamente que la lanzadera del tejedor, que va y vuelve en un instante. ¿Y qué hacemos con el tiempo? ¿Qué diremos al dar cuenta de él? ¡Ojala que nos acostáramos siempre pensando en la muerte, para que esto nos ayudara a redimirlo! Voy a dormir para la gloria de Dios, como al hacer todo lo demás. Para que mi cuerpo sea más apto para servir al alma, y esté mejor dispuesto para el servicio de Dios mañana. Así, las acciones comunes han de estar dirigidas a nuestro gran objetivo; son hechos en forma piadosa y puestas a nuestra cuenta; son santificadas. Para el que es puro todas las cosas son puras, y sea que estemos despiertos o durmamos, vivimos juntos con Cristo (1Tesalonicenses 5:10 quien murió por nosotros para que ya sea que velemos, o que durmamos, vivamos juntamente con él.)

 Me encomiendo ahora a tu gracia, Señor. Es bueno dormir, habiéndonos entregado a ti, cuerpo, alma y espíritu. «Vuelve al descanso de Dios, ¡oh, alma!, que te he mostrado sus  bondades.» Nos encomendamos a Él al dormir, como dijo David en el Salmo 31:5: En tu mano encomiendo mi espíritu; Tú me has redimido, oh Jehová, Dios de verdad. Como hizo Esteban: Señor Jesús, recibe mi espíritu. El dormir parece la muerte, y a veces es su puerta de entrada: muchos no se despiertan después de haberse dormido. Y que cuando me despierte esté todavía con Dios. Que el paréntesis del sueño no quiebre el hilo de la comunión con Dios, sino que se resuma al despertar. Que mis pensamientos al despertar vuelvan a Dios, sin haberse perdido durante la noche. Que con ellos esté mi corazón sazonado todo el día. Y que pueda entrar en un descanso mucho mejor que el descanso en que estoy entrando ahora.

El apóstol habla de un descanso en que entraremos los que hemos creído, el pueblo de Dios (Hebreos 4:9  Por tanto, queda un reposo para el pueblo de Dios.). Los creyentes tenemos descanso del pecado en este mundo, tenemos a Cristo y el pacto de la gracia, y también el descanso de la otra vida, el gozo con el Señor en toda su plenitud.

Cuarto. Hemos de hacer todo esto en una dependencia confiada en Dios y su poder, su providencia y su gracia. Por tanto me acuesto en paz y me dispongo al sueño, porque el Señor me guarda. David ve los ojos de Jehová sobre él cuando se retira a su aposento, en la oscuridad, y cuando nadie más le ve. Ve su mano protectora que le libra de mal y le mantiene seguro. Es por medio del poder de la providencia de Dios que estamos seguros durante la noche. Es Él que preserva al hombre y a la bestia (Salmo 36:6Tu justicia es como los montes de Dios, Tus juicios, abismo grande. Oh Jehová, al hombre y al animal conservas), que sostiene todas las cosas por la palabra de su poder. La muerte pronto habría destruido a todos si Dios no protegiera a las criaturas contra sus flechas que vuelan en todas direcciones. Nosotros no podemos verlas, pero estamos expuestos a ellas en la noche. Nuestros cuerpos llevan consigo la simiente de todas las enfermedades; la muerte está trabajando siempre en nosotros, una cosa minúscula puede interrumpir sea la circulación de la sangre o el resuello, y viene el fin, y ya no nos despertamos. El pecado nos somete a otros riesgos; asesinatos durante el sueño; muchos mueren en sus camas en incendios; y lo peor, la malicia de los espíritus malignos que procuran devorarnos. Nosotros no podemos protegernos, ni nuestros amigos, no podemos prever lo que se nos echa encima, y por tanto, cómo guardarnos. Cuando el sueño cae sobre nosotros somos totalmente indefensos. Nuestros amigos duermen también. Es, pues, la providencia de Dios la que nos protege durante la noche. Es una valla como la que rodeaba a Job, que ni el mismo Satán puede penetrar ni halla brecha alguna en ella. Hay una protección secreta para el pueblo de Dios, escondido en su pabellón, en el secreto de su tabernáculo, bajo la protección de su promesa (Salmo 37:5 Encomienda a Jehová tu camino, Y confía en él; y él hará.), son suyos y Él los guarda como la niña de su ojo (Salmo 17:8 Guárdame como a la niña de tus ojos; Escóndeme bajo la sombra de tus alas). Él los rodea como las montañas rodean a Jerusalén (Salmo 125:2 Como Jerusalén tiene montes alrededor de ella, Así Jehová está alrededor de su pueblo Desde ahora y para siempre.). Él protege su habitación como las tiendas de Israel en el desierto. «Y creará Jehová sobre toda la morada del monte de Sion, y sobre los lugares de sus convocaciones, nube y oscuridad de día, y de noche resplandor de fuego que eche llamas; porque sobre toda gloria habrá un dosel.» (Isaías 4:5.) Así bendice Dios las habitaciones de los justos, para que no caiga sobre ellos ningún verdadero mal, ni ninguna plaga se les acerque. Este cuidado de la divina providencia sobre nosotros y nuestras familias, de las que dependemos, es tal que cualquier provisión que hagamos nosotros para nuestra seguridad no será suficiente a menos que haya bendición de Dios sobre ella, a menos que el Señor guarde la ciudad, en vano velan sus guardas. La casa nunca está bastante bien construida, las puertas y ventanas nunca están bastante bien atrancadas, los siervos nunca vigilan bastante a menos que el que guarda a Israel, que no se duerme ni descansa, se haga cargo de su seguridad, y si Él es el protector, «De la destrucción y del hambre te reirás, Y no temerás de las fieras del campo; 23  Pues aun con las piedras del campo tendrás tu pacto, Y las fieras del campo estarán en paz contigo. 24  Sabrás que hay paz en tu tienda; Visitarás tu morada, y nada te faltará» (Job 5:22-24).

Es por el poder de la gracia de Dios que podemos considerarnos seguros, y de esta gracia dependemos continuamente. El temor del peligro, aunque sea sin base, resulta tan pernicioso como si fuera justificado. Y por tanto, para completar la merced de hacernos morar seguros, es un requisito que la gracia de Dios nos libre de nuestros temores (Salmo 34:4 Busqué a Jehová, y él me oyó, Y me libró de todos mis temores), así como de las cosas mismas de las que tenemos miedo; de las sombras que nos aterrorizan, así como de los males reales. Si por la gracia de Dios podemos mantener la conciencia libre de ofensa y preservamos nuestra integridad, si hemos eliminado la iniquidad y no hemos permitido que la maldad habite en nuestro tabernáculo, entonces levantaremos nuestros rostros sin mancha, y seremos fuertes, y nada temeremos (Job 11:14-15 Si alguna iniquidad hubiere en tu mano, y la echares de ti, Y no consintieres que more en tu casa la injusticia, 15  Entonces levantarás tu rostro limpio de mancha, Y serás fuerte, y nada temerás), porque el temor viene con el pecado y se va con él. Si nuestro corazón no nos condena, tenemos confianza en Dios y en los hombres, y vivimos en seguridad, porque nada nos puede dañar, sino el pecado, de todo lo que nos puede dañar el pecado es el aguijón, y por tanto, si el pecado ha sido perdonado no hemos de temer nada.

Si por la gracia de Dios hemos podido vivir por la fe, la fe que pone a Dios siempre delante de nosotros, la fe que nos aplica las promesas y las pone delante del trono de gracia, la fe que purifica el corazón vence al mundo y apaga los dardos del maligno, la fe que realiza cosas nunca vistas y que es la sustancia y evidencia de ellas. Si actuamos gobernados por esta gracia podemos vivir seguros y desafiar a la misma muerte y todos sus terrores: ¿Dónde está! oh, muerte!, tu aguijón? Esta fe no sólo puede acallar todos los temores, sino que abre nuestros labios en santo triunfo, porque si Dios es con nosotros, ¿quién es contra nosotros? Echémonos a descansar en paz y durmamos, no en la fuerza de la resolución natural contra el temor, o con argumentos racionales contra él, sino por depender de la gracia de Dios que obra la fe en nosotros y nos llena de la obra de fe. El que tal hace va a dormir como un cristiano, bajo la sombra de las alas divinas, y será para nosotros una anticipación del morir en la fe, porque la misma fe que nos lleva a través de la corta muerta del sueño, nos llevará a través del largo sueño de la muerte.

 Mi querido lector, veamos ahora como aplicar a nuestra vida todo lo estudiado:

 Primero. Consideremos hasta qué punto nos preocupamos de llevar nuestra religión con nosotros dondequiera que vamos, y de tenerla siempre a nuestra mano derecha, porque en todo momento tenemos ocasión para ella, al acostarnos, al levantarnos, al salir y al entrar, y los que son cristianos verdaderamente son los que no confinan su religión a las lunas nuevas  o domingos, sino que llevan su influencia en todas las acciones y ocurrencias comunes de la vida cotidiana. Hemos de sentarnos a la mesa y echarnos a la cama y levantarnos con la vista en la providencia y promesa de Dios. De esta manera viviremos una vida de comunión con Dios, aunque estemos viviendo normalmente en este mundo. Y para hacer esto es necesario que tengamos un principio vivo en nuestros corazones, un principio de gracia, que como un manantial de agua viva esté manando continuamente para vida eterna. (Juan 4:14  mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna) Es necesario, asimismo, que vigilemos nuestros corazones, y los guardemos con diligencia, y que seamos estrictos con sus movimientos y que nuestros pensamientos estén bajo mano, con más rigor, me temo, de lo que ocurre con la mayoría de los cristianos. Hemos de procurar tener provisiones constantes de la gracia divina, y mantenernos en unión con Cristo para que por la fe podamos participar de la raíz y de la grosura de la oliva continuamente.

En segundo lugar, hemos de ver que la vida de los cristianos buenos está escondida, y no se ve bajo la observación del mundo. La parte más importante se halla entre Dios y el alma, en la disposición de su espíritu, y en la obra realizada en su corazón en su secreto, de todo lo cual ningún ojo puede ver nada, excepto Aquel que es todo ojo. Justamente son llamados los santos, los escondidos de Dios, y su secreto está con ellos porque tienen comida que el mundo no conoce, y gozos y penas y cuitas de los que un extraño no tiene idea. Grande es el misterio de la piedad. Y ésta es una buena razón por la que debemos considerarnos jueces incompetentes cuando hemos de juzgarnos unos a otros, porque no conocemos el corazón del otro, ni somos testigos de lo que ocurre en su intimidad. Es de temer que hay muchos cuya religión yace en la superficie, como un espectáculo de feria en la carne, y quizá con gran ruido, y con todo, son extraños a la comunión secreta con Dios, en la cual consiste gran parte del poder de la piedad. Y por otra parte, es de esperar, que hay muchos que no se distinguen en nada observable por su profesión religiosa, sino que pasan sin que el mundo los note, y con todo, conversan mucho con Dios en la soledad, y andan con Él a un nivel constante de devoción y conducta de modo regular. El reino de Dios no es observable. Muchos empresarios prosperan en negocios que no son observables al público. Es apropiado, pues, que el juicio del hombre proceda del Señor, que es el que conoce los corazones y ve en lo secreto.

En tercer lugar, fíjate hasta qué punto se perjudican a sí mismos los que continúan bajo el dominio de una mente vana y carnal, y viven sin Dios en el mundo. Mucho me temo que de los tales se puede decir que el secreto de la comunión con Dios es algo desconocido, y que están dispuestos a decir de sus ministros, cuando éstos les hablan de ella, que están hablando en parábolas. Se acuestan y se levantan, salen y entran, en constante búsqueda de los beneficios o los placeres del mundo, pero Dios no está en sus pensamientos, ni en mucho ni en poco; viven de Él, de sus dones, pero no le tienen en cuenta, ni confiesan su dependencia de Él, ni se preocupan de asegurarse su favor. Los que viven una vida así, en un plano meramente animal, no sólo desprecian a Dios, sino que se causan mucho daño a sí mismos; dependen de ellos mismos, y se privan de los consuelos más valiosos de que se puede disfrutar a este lado del cielo. ¿Qué paz pueden tener los que no tienen paz con Dios? ¿Qué satisfacción pueden sacar de sus esperanzas si no están edificadas sobre el fundamento eterno de Dios? ¿O en sus gozos, que no se derivan de la fuente de la vida y de la vida eterna? ¡Oh, que pudieran ser sabios y recordar a su Creador y Benefactor!

 En cuarto lugar, ve lo agradables y sosegadas que podrían ser las vidas de los que forman el pueblo de Dios si no fuera por sus propias faltas. Hay algunos que temen a Dios y obran justicia, y son aceptados por el Señor, pero andan con la cabeza caída y desconsolados todo el día, llenos de cuitas y temores y quejas, y en continua inquietud, y es porque no viven la vida de deleite en Dios y dependencia de Él, que podrían y deberían vivir. Dios ha provisto para que puedan morar en paz y sosiego, pero no hacen uso de esta provisión preparada para ellos. ¡Oh! Si todos los que parecen tener conciencia y temen al pecado pudieran mostrar contento y no temer nada; si todos los que llaman Padre a Dios y procuran agradarle y mantenerse en su amor pudieran aprender a echar sus cargas sobre Él y encomendarse a Él como Padre. Él escogerá nuestra herencia y sabe lo que es mejor para nosotros. Tú, Señor, contestarás por mí. Esto es lo que he dicho con frecuencia y a lo que me atengo. Que la vida santa celestial basada en el servicio de Dios y en comunión con Él es la vida más placentera y satisfactoria que se puede vivir en este mundo.

En quinto lugar, procura hallar la mejor preparación que podemos hacer para los cambios que pueden ocurrir en éste, nuestro estado presente, la cual es el mantenernos en trato y comunión constante con Dios, el mantener conversación con Él diariamente, el guardar los momentos apropiados para invocarle, para que cuando llega la tribulación pueda hallar las ruedas de la oración ligeras. Y luego, que podamos ir a Dios con humilde confianza y esperar ayuda rápida cuando entremos en aflicción si no hemos sido extrañados para con Dios en otras ocasiones, sino que en nuestra paz y prosperidad nuestros ojos han estado dirigidos a Él. Incluso cuando llegamos al mayor grado de santa seguridad y serenidad, y nos acostamos en paz, todavía hemos de esperar problemas de la carne. Nuestra seguridad no debe estar fundada en la estabilidad de la criatura; si es así, nos engañamos y acumulamos tribulaciones para el futuro. No hemos de confiar en nosotros mismos, sino en la fidelidad de Dios que es inmutable. Nuestro Maestro nos ha dicho que en el mundo tendremos tribulación, mucha tribulación, y que tenemos que contar con ello, y que sólo en El podemos tener paz. Pero si cada día es para nosotros, como debería ser, un día de reposo en el Señor, y de comunión con Él, nada nos puede ocurrir ningún día que nos trastorne por grave que sea.

En sexto lugar, asegúrate también de cuál es la mejor preparación que puedes hacer para el mundo inmutable que se halla delante de nosotros. Sabemos que Dios nos llevará hasta la muerte, y nuestro interés principal es estar preparados para ella. Ésta debería ser nuestra preocupación de cada día, el estar preparados para nuestro último día, y lo mejor que podemos hacer para nosotros con miras a la muerte es el retirarnos con frecuencia para la comunión con Dios, el desprendernos más y más de este mundo que hemos de dejar al morir, y familiarizarnos más con el otro al que seremos llevados después de la muerte. Al ir a nuestra cama, como si fuera nuestra tumba, haremos que la muerte nos sea familiar, y será tan fácil para nosotros cerrar los ojos y morir como el cerrarlos en paz y dormir. Esperamos que Dios nos llevará al cielo, y al mantener la comunión diaria con Dios, nos hacemos más y más aptos para participar de esta herencia y aclimatarnos a la atmósfera del cielo. Es indudable que todos los que van a ir al cielo después empiezan su cielo ya aquí y tienen sus corazones allí; si, pues, entramos en el reposo espiritual cada noche, esto será una garantía de nuestro bienaventurado descanso en los brazos del amor divino, en aquel mundo en que el día y la noche dejarán de existir, y ahora no dejaremos ni día ni noche de alabar a Aquel que es y será nuestro descanso eterno.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario