Salmo 25:5
« Encamíname en tu verdad, y enséñame,
Porque tú eres el Dios de mi salvación;
En ti he esperado todo el día. »
Después de estos cuatro estudios anteriores, vamos a pasar
a la aplicación práctica.
Primero permitidme que insista en este deber de esperar en
Dios todo el día, en algunos casos particulares más, según lo que tengáis que
hacer durante el día, en los asuntos ordinarios del mismo. Somos débiles y
olvidadizos y necesitamos que se nos recuerde nuestro deber, en general, en
toda ocasión para hacerlo, y por tanto, deseo ser un poco pesado, y así recordároslo.
Cuando te reúnes con tu familia por la mañana espera
en Dios para que te dé una bendición sobre ellos, y preséntale una acción de
gracias por las misericordias que vosotros y los vuestros habéis recibido
conjuntamente durante la noche pasada; tú y tu casa tenéis que servir al Señor.
Ve que es por su bondad, de Aquel que es el padre de las familias de los
justos, que estáis juntos, que la voz de gozo y salvación está en vuestras
tiendas, y por tanto, espera en Él para que podáis continuar juntos, para que
podáis corroboraros el uno al otro, para capacitaros a hacer el deber de toda
relación, y prolongar los días de vuestra tranquilidad. En toda la conversación
que tenemos con nuestras familias, la provisión que hacemos por ellas y las
órdenes que damos respecto a las mismas, hemos de esperar en Dios, como el Dios
de todas las familias de Israel. (Jeremías 31:1 En
aquel tiempo, dice Jehová, yo seré por Dios a todas las familias de Israel, y
ellas me serán a mí por pueblo.) Y tengamos la mira puesta en Cristo,
puesto que en Él son bendecidas todas las familias de la tierra.
Cada miembro de la familia que participa en las
misericordias familiares debe esperar en Dios para recibir la gracia, a fin de
contribuir a los deberes de la familia aunque haya desavenencias en las
relaciones familiares, y en vez de tener el espíritu cargado por ella, que sea
un incentivo a esperar en Dios, el cual puede o bien enderezar el agravio o
compensarlo, dándonos la gracia para aguantarlo.
Cuando estás procurando educar a tus hijos o a otros
que haya bajo tu cargo, espera en Dios y su gracia para que ésta haga el
proceso educativo próspero y provechoso. Cuando les instruyes respecto a cosas
de la vida o de la piedad, su vocación general o particular, cuando los envías
a la escuela por la mañana o les mandas respecto a algún asunto durante el día,
espera en Dios para que les dé conocimiento y buena capacidad para sus
negocios. De un modo especial, su negocio principal, porque es Dios quien da
sabiduría. Si son lentos, que esperen en Dios para que El los saque adelante y
les dé su gracia a tiempo, y mientras estás esperando con paciencia en Él, esto
te estimulará a esforzarte con ellos, y asimismo te hará paciente y manso.
Y que los niños y los jóvenes esperen en Dios, en
todos sus esfuerzos diarios, para estar equipados para el servicio de Dios en
su generación. Tú deseas ser un consuelo para los tuyos, ser bueno para algo en
este mundo. Le pides a Dios que te dé un corazón sabio y entendido, como hizo
Salomón, y esperas en Él todo el día, para que puedas todavía crecer en
sabiduría como lo haces en estatura, y en favor de Dios y de los hombres.
Cuando te dedicas a tus negocios o profesión propios,
espera en Dios para tener su presencia contigo. Tus negocios requieren tu
atención constante, cada día, y todo el día, pero tu atención a Dios en tus
actividades diarias ha de ser tan constante como la que das a tus deberes.
Considera la providencia de Dios en toda clase de ocurrencias. Si tienes una
tienda, la abres por la mañana con este pensamiento: Ahora estoy a punto de
hacer mi deber y dependo de Dios para que me bendiga en él. Cuando estás esperando
clientes, espera en Dios para que te dé algo para hacer por él en la vocación u
oficio al que te ha llamado. Aquellos que tú consideras clientes casuales, más
bien deberías llamar clientes providenciales y considerar que el Señor te los
trajo.
Cuando compres y vendas, ve la mirada de Dios que te
está observando, por si eres honrado en tus tratos y no perjudicas a los que
los tienen contigo, y está alerta, esperando, porque Dios instruye no sólo al
que trabaja la tierra, sino al comerciante (Isaías 28:24-26 El que ara para sembrar, ¿arará todo el día?
¿Romperá y quebrará los terrones de la tierra? 25 Cuando ha igualado su superficie, ¿no derrama
el eneldo, siembra el comino, pone el trigo en hileras, y la cebada en el lugar
señalado, y la avena en su borde apropiado? 26
Porque su Dios le instruye, y le enseña lo recto ). Espera la
prudencia que dirige el camino, y con la cual se le promete al hombre bueno que
pondrá en orden sus asuntos; espera su bendición, que es la que enriquece y no
añade tristeza con ella, la ganancia moderada y legal, que se puede esperar como
resultado de la actividad diligente y honrada.
Cualquiera que sea tu oficio y ocupación en los
negocios de la nación, ciudad, el mar, la casa... hazlo todo con el temor de
Dios, dependiendo en Él para hacerlo bien, prósperamente, y con ello te fortificarás
contra todas las tentaciones que se te presentan en el mundo de los negocios;
al esperar en Dios serás librado de los cuidados que van siempre con las muchas
actividades; elevará tu mente de las cosas pequeñas, de los sentidos y del
tiempo; servirás a Dios aun cuando estés activo en las cosas del mundo, y
tendrás a Dios en tu corazón, aun cuando tengas las manos llenas del mundo.
Cuando tomas un libro en las manos, sea la Palabra de
Dios en la Biblia o cualquier otro libro
útil, espera en Dios para que te mande su gracia que te permitirá hacer buen
uso del mismo. Algunos pasan mucho tiempo cada día leyendo, y deseo que ninguno
de vosotros deje pasar el día sin leer algunas porciones de la Escritura, sea
solo o con la familia. Procura que el tiempo que dedicas a leer no sea perdido;
lo es si lees lo que es ocioso, vacío y vano, incluso si lees la palabra de
Dios misma y no prestas atención, para ponerla por obra, o procurar que te sea
de algún beneficio. Espera en Dios, que nos da ayuda para nuestro lema, para hacerla
más útil para ti. El eunuco etíope hizo eso, cuando estaba leyendo en el libro
del profeta Isaías en su carro, y en realidad Dios le envió a uno que podía
entender lo que leía.
De vez en cuando es posible que leas las historias de
los tiempos de antaño. Al familiarizarte con ellas tienes que contemplar a Dios
y esta providencia graciosa y sabia que gobierna al mundo desde antes de que
naciéramos, y preserva la iglesia en ella, y por tanto, aún podemos confiar en
Él para que haga que todo redunde en lo mejor, porque es el antiguo rey de
Israel.
Cuando te sientas a la mesa, espera en Dios. Mira su
mano que dispone y prepara la mesa delante de ti, a pesar de tus enemigos o en
la sociedad de tus enemigos. Revisa con frecuencia la concesión que Dios hizo a
nuestro primer padre Adán, y en él a todos nosotros, de los productos de la
tierra. (Génesis 1:29 Y dijo Dios: He aquí que os he dado toda
planta que da semilla, que está sobre toda la tierra, y todo árbol en que hay
fruto y que da semilla; os serán para comer..) Y la
concesión que más adelante fue hecha a Noé, nuestro segundo padre, y en él a
nosotros. (Génesis 9:3
todo lo que se mueve y vive, os será para
mantenimiento: así como las legumbres y plantas verdes, os lo he dado todo. )
Hemos de comer y beber de modo que sea para la gloria
de Dios, y esperamos en Él en nuestra comida y bebida. Hemos de recibir
nutrición para nuestros cuerpos, a fin de que estemos equipados para servir a
nuestras almas en el servicio de Dios, para su honor en este mundo. Hemos de
disfrutar del amor del pacto en las misericordias corrientes, y gozarnos del
Creador en tanto que usamos lo creado; hemos de depender de la palabra de
bendición de la boca de Dios para que el alimento nos nutra, y si nuestras
provisiones son escasas hemos de compensar su falta con la fe en la promesa de
Dios, y regocijarnos en Él, como el Dios de nuestra salvación, aunque la
higuera no florezca y no haya fruto en la vid.
Cuando visitas a tus amigos o recibes sus visitas,
espera en Dios, séle agradecido por tus amigos y conocidos, de los que recibes
consolación, agradece que tu habitación no sea el desierto o un lugar
solitario, que tengas comodidades no sólo en tus casas, sino también el solaz
de tus vecinos, con los cuales eres libre de poder conversar, y que no eres expulsado
de entre los hombres y hecho una carga y terror a los que te rodean. Que tienes
vestidos no sólo para la necesidad sino para adornarte con decoro, lo cual es
una misericordia, y de la cual no nos hemos de jactar, sino que hemos de tomar
nota que viene de Él. «Te atavié con adornos y puse brazaletes en tus brazos y
collar en tu cuello», dice Ezequiel. De que tengas casas, muebles, diversiones,
no sólo para los tuyos, sino también los amigos, lo cual es una merced que hay
que reconocer a Dios.
Y cuando estamos en compañía de otros, hemos de
esperar en Dios para comportarnos con sabiduría, de modo que podamos hacer
mucho bien a aquellos con quienes conversamos, y no mal. Espera de Dios la
gracia con que nuestra conversación ha de estar sazonada, por medio de la cual
es eliminada y prevenida toda comunicación impropia, y puedas abundar en lo que
es bueno, y usarlo para la edificación, para que dé gracia a los oyentes, para
que tus labios puedan alimentar a muchos.
Cuando das limosna o haces algún acto de caridad,
espera en Dios, hazlo como para Él, da a un discípulo en nombre de un
discípulo, y al pobre porque pertenece a Cristo; no lo hagas por alabanza de
los hombres, sino para la gloria de Dios, con ojo simple y corazón recto, y
entonces tus limosnas, como tus oraciones, cual las de Cornelio, subirán como
un memorial delante de Dios. (Hechos 10:4 El, mirándole fijamente, y atemorizado,
dijo: ¿Qué es, Señor? Y le dijo: Tus oraciones y tus limosnas han subido para
memoria delante de Dios. ) Pide a Dios que acepte lo que haces para el
bien de los otros, para que tus limosnas puedan ser ofrendas. (Hechos 24:17 Pero pasados algunos años, vine a hacer limosnas a mi nación
y presentar ofrendas.) Para que sean olor de suavidad, un sacrificio
aceptable, agradable a Dios. (Filipenses 4:18 Pero todo lo he recibido, y tengo
abundancia; estoy lleno, habiendo recibido de Epafrodito lo que enviasteis;
olor fragante, sacrificio acepto, agradable a Dios)
Tienes que desear la bendición de Dios sobre lo que
das como caridad, a fin de que sea conveniente para aquellos a quienes lo has
dado, y que, aunque lo que has podido dar sea poco, como la viuda que dio dos
blancas, con todo, tienes que desear que la bendición de Dios pueda doblarlo y
que cunda mucho, como la harina del costal y el aceite de la vasija de la
viuda.
Tienes que esperar en Dios para que Él te compense por
lo que entregas en buenas obras, y te recompense en abundancia en la
resurrección de los justos; es más, se te anima a esperar en Él, para que te
devuelva otro tanto ya en esta vida. Es pan echado sobre las aguas, que es
hallado al cabo de muchos días. Y observarás cuidadosamente la providencia de
Dios, que te hará abundante compensación por tus buenas obras, según su
promesa, para que puedas comprender la generosidad del Señor y la fidelidad de
la palabra que ha hablado.
Cuando inquieras sobre cosas que afecten al bienestar
público, espera en Dios. Hazlo siempre mirando a Él, por esta razón, que tú
estás sinceramente interesado en los asuntos de este reino y del mundo, y los
tienes cerca de tu corazón, porque tienes compasión de la humanidad, por las
vidas y almas de los hombres, y especialmente por el pueblo de Dios. Pregunta:
¿Qué noticias? No como los atenienses, sólo para satisfacer su curiosidad, para
pasar una hora ociosa o dos, sino para que puedas saber cómo dirigir tus
oraciones y alabanza, y cómo equilibrar tus esperanzas y temores, y cómo ganar
una comprensión tal de los tiempos que puedas saber qué es lo que tú y los
otros tenéis que hacer.
En lo que se refiere a los asuntos públicos, si son
agradables y prometedores, espera en el Señor para que en Él perfecciones su
obra, y no dependas de tu sabiduría o la fuerza de ningún medio; si son oscuros
y desconsoladores, espera en Dios para prevenir los temores de su pueblo, y que
Él aparezca para hacerse cargo cuando la fuerza de ellos está agotada. En medio
de los más grandes triunfos de la iglesia y las sonrisas optimistas de los hechos,
no hemos de creer innecesario el esperar en Dios, y en medio de los mayores
desastres, cuando los asuntos han sido llevados a un extremo, no hemos de creer
inútil el esperar en Dios, porque las criaturas no pueden pasarse sin Él, y Él
puede ayudarlas aunque ellas no hagan nada.
Cuando vayas de viaje, espera en Dios; ponte bajo su
protección, encomiéndate a su cuidado y confía en que Él pondrá a sus ángeles a
cargo de ti, para que te lleven en sus brazos y acampen sus tiendas alrededor
de ti cuando tú descanses. Mira hasta qué punto estás en deuda con la
providencia por sus bondades respecto a las comodidades y conveniencias de que
estás rodeado cuando viajas. Él es quien te ha puesto en el país en que vives y
no en el desierto de Arabia, sino en un lugar con carreteras seguras y
transitadas, y que, en medio de los terrores de la guerra, las carreteras están
libres; a Él le debes que se te preste servicio, y que cuando salgas y entres
seas preservado; que cuando estás en el extranjero no estés desterrado, sino
que tienes libertad para regresar a tu país, y que cuando estás en tu país no
estás confinado, sino que tienes libertad para ir al extranjero.
Por tanto, debemos mantener nuestros ojos fijos en
Dios cuando partimos y para que Él venga con nosotros donde vayamos; bajo su
cobijo podemos viajar, confiando en que cuida de nosotros, y animarnos con la
idea de que en todos los peligros está con nosotros; y a nuestro regreso
debemos reconocer su bondad, y nuestros huesos deben decir: «¿Señor, quién es
como tú, que guardas nuestros huesos y ninguno de ellos ha sido quebrado?»
Cuando nos retiramos a la soledad para estar solos,
andando en los campos, o nos quedamos en nuestro aposento, debemos esperar en Dios;
todavía debemos mantener nuestra comunión con Él, cuando estamos a solas con
nuestros corazones. Cuando estamos solos no hemos de estar solos, sino que el
Padre debe estar con nosotros y nosotros con Él. Hallaremos tentaciones incluso
en la soledad, de las que necesitamos ser preservados. Satán acechó a nuestro
Salvador cuando estaba solo en el desierto, pero allí tenemos también la
oportunidad, si sabemos cómo usarla, para la contemplación divina devota, que
es la mejor conducta, de manera que nunca estamos menos solos que cuando
estamos solos. Si cuando estamos solos y en silencio, aislados del bullicio y
la conversación tenemos la gracia de llenar aquellos minutos vacíos con
meditaciones piadosas sobre Dios y las cosas divinas, recogeremos los fragmentos
de tiempo que quedan, de modo que no se pierda nada, y así nos hallaremos
esperando en Dios todo el día.
En
segundo lugar, dejadme
usar algunos argumentos para persuadiros de que viváis una vida de comunión con
Dios, esperando en Él todo el día.
Considera que los ojos de Dios están constantemente
sobre ti. Cuando estamos con nuestros superiores y observamos que nos miran,
esto nos mueve a mirarles a ellos. ¿Y no miraremos a Dios, cuyos ojos nos están
contemplando siempre y cuyos párpados prueban a los hijos de los hombres? Él ve
los movimientos de nuestro corazón y ve con placer los movimientos de los
corazones hacia Él, que deberían instarnos a ponerle a Él siempre delante de
nosotros.
El siervo, aunque sea descuidado en otras ocasiones,
cuando está bajo el ojo del amo se hallará en su lugar, cumpliendo con su
deber. No necesitamos más para convencernos de ser diligentes y para hacer
nuestro trabajo con celo que el que el amo nos mire, y entonces nunca nos
distraemos.
El Dios en que esperas es un Dios con el que tienes
cuentas pendientes (Hebreos 4:13 Y no hay cosa creada
que no sea manifiesta en su presencia; antes bien todas las cosas están
desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta.).
Todas las cosas, incluso los pensamientos y los intentos del corazón, están
descubiertas ante los ojos de Aquel con quien tenemos tratos: con quien tenemos
que ver, con quien tenemos palabras, que tiene algo que decirnos, o, como
algunos lo leen, con quien tenemos cuentas; hay una cuenta entre nosotros y Él
y se refiere a todo lo que hacemos cada día; tiene que ver con esta cuenta
entre Él y nosotros para que sea hecho en la sangre de Cristo, que es quien
salda la cuenta. Si consideramos cuánto dedicamos a Dios cada día tendríamos
más diligencia y cuidado en la forma en que esperamos en Él.
El Dios en quien nosotros hemos de esperar está
esperando continuamente para darnos su gracia; está siempre bendiciéndonos,
siempre colmándonos de bondades, de beneficios, y no deja pasar ninguna
oportunidad para mostrarnos sus cuidados cuando nos hallamos en peligro; nos
abastece cuando necesitamos; se muestra tierno cuando estamos apenados. Su
providencia nos da lo que necesitamos cada día, (Isaías 30:18 Por
tanto, Jehová esperará para tener piedad de vosotros, y por tanto, será
exaltado teniendo de vosotros misericordia; porque Jehová es Dios justo;
bienaventurados todos los que confían en él. ), para preservar nuestra entrada y nuestra salida,
para aliviarnos y socorrernos en el momento oportuno, que es visible en el
monte del Señor. Su gracia está aguardando todo el día para ayudarnos en la
necesidad, según lo que ocurre durante el día. Si Dios está dispuesto y se
ofrece a hacernos bien, ¿nos retraeremos nosotros de prestarle servicios?
Si esperamos en Dios, sus santos ángeles serán
enviados para guardarnos. Todos ellos son espíritus mensajeros para ministrar
para el bien de los herederos de la salvación, y nos ayudan en muchas más
maneras de las que nos damos cuenta. ¡Qué honor y qué privilegio el que los
ángeles nos vigilen y guarden; el ser llevados en sus brazos; el ser rodeados
por sus tiendas; qué seguridad es el ser defendidos por estos buenos espíritus
en contra de la malicia de los espíritus malos! Este honor lo tienen todos los
que esperan en Dios todo el día.
Esta vida de comunión con Dios y de espera constante
en Él es un cielo en la tierra. Es hacer la obra de los cielos y la voluntad de
Dios, como la hacen los que están en el cielo, cuya ocupación es contemplar
constantemente la faz de nuestro Padre. Es un anticipo de la bienaventuranza
del cielo, es una preparación y un preludio al mismo; es tener nuestra
presencia en el cielo, de donde esperamos el Salvador. Al verle como nuestro
Salvador le vemos como nuestro guía en la vida, y ello muestra que nuestros corazones
están allí, y tenemos buena base para esperar que nosotros estaremos allí
pronto.
En
tercer lugar, y para
terminar, vamos a considerar algunas cosas que tenemos que hacer para que podamos
esperar a Dios todo el día.
Ve a Dios en todo lo creado, ve su poder y sabiduría
en lo que son las criaturas y donde están colocadas, en su bondad y en su
utilidad. Mira alrededor y ve la gran variedad de maravillas, la abundancia de
bienestar que nos rodea, y deja que cada cosa te lleve al que es la fuente del
ser, el dador de todo bien; nuestra fuente está en Él y de Él fluye nuestra
corriente; esto nos hará esperar en él, puesto que todo lo creado es para
nosotros lo que Él quiere que sea. Así, las mismas cosas que apartan a un
corazón carnal de Dios serán las que nos atraerán a Él, y como todas sus obras
le alaban, sus santos tendrán en adelante ocasión continua de bendecirle.
Se dice que los judíos devotos de antaño tenían la
costumbre de dar la gloria a Dios por todo aquello en que se deleitaban; cuando
olían una flor se dice que bendecían al que había hecho su fragancia; si comían
un pedazo de pan, bendecían al que había puesto en el poder para darnos fuerza.
Si en todo vemos la gracia del Señor y saboreamos la satisfacción de su
abundancia, nos sentiremos constantemente empujados a depender de Él, como el
niño se abraza al pecho de su madre y se nutre de él.
Ve que la criatura no es nada sin Dios; cuanto más nos
damos cuenta de la vanidad y vacío del mundo, y de nuestros goces en él, y su
incapacidad total para hacernos felices, más nos unimos a Dios, y más
íntimamente estamos en tratos con Él para poder hallar satisfacción en el Padre
de los espíritus, a quien hemos buscado en vano en las cosas de los sentidos.
¡Qué locura es el cortejar a las criaturas, hacer antesala a su puerta, de
donde seremos enviados con las manos vacías, cuando podemos acudir al mismo
Creador, el cual es rico en misericordia para con todos los que le invocan,
lleno, rico, gratuito, fiel. ¿Qué podemos esperar de la vanidad? ¿Por qué hemos
de apoyarnos en cañas cascadas, cuando tenemos la roca de los siglos, el
fundamento seguro de nuestras esperanzas? ¿Y por qué hemos de sacar nada de
cisternas rotas, cuando tenemos a Dios, fuente de toda consolación y fundamento
de nuestros gozos?
Vive
por fe en el Señor Jesucristo.
No podemos con confianza esperar en Dios si no es por medio de un Mediador,
porque es a través de su Hijo que Dios nos habla y nos escucha; todo lo que
pasa entre un justo Dios y los pobres pecadores tiene que pasar por las manos
de Jesús, que nos pone en contacto; es en la faz del ungido que Dios nos mira,
y en la faz de Jesús contemplamos la gloria y gracia de Dios; es por medio de
Cristo que tenemos acceso a Dios, y nuestras oraciones son escuchadas, y por
tanto, tenemos que hacer mención de su justicia, y sólo de ella; y en esta
espera habitual hemos de estar todo el día viviendo en Dios, dependiendo de Él,
que siempre aparece en la presencia de Dios por nosotros; siempre está
dispuesto a presentarnos a Él.
Expresa con frecuencia y seriamente tu piedad. Al
esperar en Dios hemos de hablarle con frecuencia, hemos de usar toda clase de
ocasiones para hablarle, y cuando no tengamos oportunidad de dirigirnos
solemnemente a Él, aceptará nuestra comunicación improvisada y espontánea por
proceder de un corazón sincero. En esto David esperaba en Dios todo el día,
como vemos en el Salmo 25; 1: «A Ti, oh, Jehová,
levantaré mi alma;» A Ti me dirigiré en tanto que respire. Deberíamos
pedir brevemente perdón por nuestros pecados, fuerza contra corrupción,
victoria contra la tentación, y no lo haremos en vano. Esto es lo que podemos
llamar orar sin cesar, orar siempre; no es la longitud de las palabras de la
oración lo que Dios mira, sino la sinceridad del corazón, y ésta será aceptada,
aunque la oración sea corta y los gemidos no puedan ser oídos.
Espera en Dios cada día, como si el día en que estás
pudiera ser el último, que no lo sabes. En el momento menos pensado puede venir
el Hijo del Hombre, y por tanto, no podemos estar seguros ninguna mañana de que
vamos a vivir hasta la noche de aquel día. Sabemos de muchos que han sido
arrebatados de repente, lo cual nos dice cuan santa debería ser nuestra
conducta y nuestra piedad. Aunque no podemos decirlo, tenemos que vivir como si
supiéramos que el día que hemos empezado hubiera de ser el último, y además,
porque no sabemos el día en que vendrá el Señor y, por tanto, estamos en
necesidad de esperar en Él. ¿En quién tienen que esperar las criaturas mortales
sino en un Dios vivo?
La muerte nos llevará a todos a Dios para ser juzgados
por Él; llevará todos sus santos a Él para verle y gozar de Él; a Él nos
apresuramos, con Él esperamos estar para siempre, por lo que hemos de cultivar nuestros
tratos con El. Si pensáramos más en la muerte entraríamos en conversación más
frecuente con Dios; nuestro morir diario es una buena razón para adorarle a
diario y, por tanto, doquiera que estemos, procuremos estar cerca de Dios,
porque no sabemos dónde nos encontraremos con la muerte; Enoc andaba con Dios y
fue transportado al cielo sin morir; y esto nos proporcionará lo que
permanecerá con nosotros en el otro lado de la muerte y de la tumba. Si
seguimos esperando en Dios cada día y todo el día, aumentará nuestra
experiencia, y por tanto, estaremos más familiarizados con el gran misterio de
la comunión con Dios, y así nuestros últimos días serán los mejores, nuestras
últimas obras serán las mejores, y nuestro consuelo será dulce; en
consideración a ello tomamos el consejo del apóstol (Oseas 12:6): «Tú, pues, vuélvete a tu Dios; guarda misericordia y juicio, y
espera siempre en tu Dios.»
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