} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: CÓMO PASAR EL DÍA CON DIOS (cuarta parte)

jueves, 8 de febrero de 2024

CÓMO PASAR EL DÍA CON DIOS (cuarta parte)


Salmo 25:5

« Encamíname en tu verdad, y enséñame,

 Porque tú eres el Dios de mi salvación;

 En ti he esperado todo el día. »

 

Hemos de administrar nuestros negocios diarios para Dios con miras a su providencia, poniéndonos en el lugar que nos corresponde según nuestra vocación y empleo, y haciendo de su precepto nuestro deber con diligencia, con miras a tener su bendición, como algo necesario para hacerlo próspero y apropiado, y para su gloria como nuestro objetivo final. Esto santifica nuestras acciones comunes ante Dios, las suaviza y nos las hace agradables. Si Gayo va con sus amigos, de los que se despide, un trecho del camino, no se trata nada más que de una muestra de cortesía, pero si lo hace de modo piadoso, en esto les rinde homenaje, porque pertenecen a Cristo y lo hace por amor a Él, para que haya una oportunidad de comunicación más provechosa con ellos, y entonces pasa a ser un acto de piedad cristiana (3ª Juan 6 los cuales han dado ante la iglesia testimonio de tu amor; y harás bien en encaminarlos como es digno de su servicio a Dios, para que continúen su viaje.). Es una regla general por la cual debemos regirnos en los negocios de cada día. Todo lo que hagamos, sea de palabra o de hecho, hagámoslo en el nombre del Señor Jesús (Colosenses 3:17 Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él), y así, por medio de nuestro Mediador, esperamos en nuestro Dios.

Esto se recomienda de modo especial a los siervos, aunque sus empleos sean humildes y estén bajo las órdenes de sus señores según la carne; con todo, tienen que hacer sus oficios humildes como siervos de Cristo, como al Señor y no a los hombres; que lo hagan con sinceridad de corazón como a Cristo, y que sean aceptables a Él, de quien recibirá la recompensa de la herencia. (Efesios 6:5- 8 Siervos, obedeced a vuestros amos terrenales con temor y temblor, con sencillez de vuestro corazón, como a Cristo; 6  no sirviendo al ojo, como los que quieren agradar a los hombres, sino como siervos de Cristo, de corazón haciendo la voluntad de Dios; 7  sirviendo de buena voluntad, como al Señor y no a los hombres, 8  sabiendo que el bien que cada uno hiciere, ése recibirá del Señor, sea siervo o sea libre.; Colosenses 3:22- 24  Siervos, obedeced en todo a vuestros amos terrenales, no sirviendo al ojo, como los que quieren agradar a los hombres, sino con corazón sincero, temiendo a Dios. 23  Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres; 24  sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís.) Que esperen en Dios todo el día, cuando están haciendo su trabajo cotidiano, haciéndolo con fidelidad y a conciencia, para que puedan adornar la doctrina de Dios, nuestro Salvador, pensando en su gloria, incluso en las cosas ordinarias: trabajan para ganar el pan, y lo ganan para poder vivir, para que puedan vivir no para ellos mismos y agradarse, sino para que puedan vivir para Dios y agradarle. Trabajan para poder llenar el tiempo, y ocupar un lugar en el mundo, y porque Dios, que nos ha creado y nos mantiene, nos ha asignado que trabajáramos con quietud y nos ocupáramos de nuestras obligaciones administrando bien el tiempo.

Hemos de recibir nuestra consolación y bienestar diario de Dios; hemos de esperar en Él como nuestro benefactor, como los ojos de todas las criaturas esperan en Él para que les dé su comida en sazón, y lo que les da ellos lo recogen. En Dios esperamos para nuestro sustento diario, y a Él debemos pedírselo según se nos manda, aunque lo tengamos en nuestra casa, aunque esté encima de la mesa. Hemos de esperar en Dios como un derecho del pacto para conseguir permiso para usarlo, para que sea bendecido, para que nos nutra, para que nos conforte. Es en la palabra y la oración que esperamos en Dios y guardamos comunión con El, y por medio de ellas, todo lo creado de Dios es santificado para nosotros (1ª Timoteo 4:4-5 Porque todo lo que Dios creó es bueno, y nada es de desecharse, si se toma con acción de gracias; 5  porque por la palabra de Dios y por la oración es santificado.), y sus características y propiedades son cambiadas; para el puro todo es puro; lo tienen por el pacto, no por la providencia común que hace que lo poco que tiene el justo sea mejor que las riquezas del malvado, y mucho más valioso y provechoso.

No hay incentivo más poderoso para hacernos procurar que lo que tengamos lo consigamos honradamente y lo usemos con sobriedad y demos a Dios el mérito de ello, que esta consideración; que todo lo que tenemos procede de la mano de Dios y nos es confiado como a un mayordomo, y por lo tanto, tenemos que dar cuenta de ello. Si tenemos este pensamiento como un hilo de oro, que enlaza todas las comodidades del día, que nos hace ver que son dones de Dios, cada bocado, cada sorbo, cada resuello, y que cada paso que damos, todo, se lo debemos a su misericordia, esto nos guardará esperando continuamente en Dios, como la caballería en el pesebre espera en su amo, y nos causará un doble placer cuando disfrutemos de ello. Dios nos enviará sus misericordias renovadas, cada día, de la cantera de su compasión, nuevas cada mañana, y por tanto, no es una vez a la semana que esperamos en Él, como los que van al mercado a adquirir provisiones para la semana, sino que tenemos que esperar en Él cada día, para aquel día, como los que viven al día.

Hemos de resistir nuestras tentaciones cotidianas y hacer nuestros deberes diarios en la fuerza de su gracia. Cada día acarrea sus tentaciones; nuestro Maestro lo sabía cuando nos enseñó que tal como oramos para nuestro sustento diario, debemos también pedir que no seamos llevados a la tentación. No hay asunto del que nos ocupamos ni diversión de que participamos que no tenga en sí sus trampas y acechanzas; Satán nos acecha en ellas, y se esfuerza para arrastrarnos al pecado; ahora bien, el pecado es el gran mal del cual tendríamos que guardarnos constantemente, como hacía Nehemías (6:13 Porque fue sobornado para hacerme temer así, y que pecase, y les sirviera de mal nombre con que fuera yo infamado.)   Y no tenemos manera de asegurarnos contra ello sino esperando en Dios todo el día; no sólo debemos ponernos bajo la protección de su gracia por la mañana, sino que hemos de permanecer bajo su cobijo, y debemos proseguir adelante sólo dependiendo en esta gracia que se nos ha dicho será suficiente para nosotros, para que no seamos tentados más allá de lo que podamos resistir.

Nuestro esperar en Dios nos proporciona los mejores argumentos de que hacer uso para resistir las tentaciones con fuerza, según el día. Sed fuertes en el Señor y en la fuerza de su potencia, y entonces esperaremos en el Señor todo el día.

Tenemos el deber y la oportunidad de hablar buenas palabras y hacer buenas obras, y hemos de darnos cuenta y confesar que no nos bastamos por nosotros mismos para hacer nada bueno, ni aun de tener un buen pensamiento; por tanto, debemos esperar en el Señor para recibir la luz y el fuego, la sabiduría y el celo que nos son necesarios para cumplir con nuestro deber del día para que, por su gracia, podamos ser fortificados contra toda palabra y obra mala, y ser provistos de obras y palabras buenas. De la plenitud que hay en Jesucristo hemos de sacar constantemente, por fe, gracia sobre gracia, gracia para todos los ejercicios y actividades piadosas, gracia para tener ayuda en tiempo de necesidad. Hemos de esperar esta gracia, hemos de seguirla, cumplir con las operaciones de la misma y ser receptivos a la misma como la cera al sello.

Hemos de llevar nuestras aflicciones diarias con sumisión a su voluntad. Tenemos que esperar tribulaciones en la carne, una cosa u otra que va a ocurrir que nos duela, algo en nuestras relaciones, sucesos referentes a la familia o amigos, o a la vocación, todos ello a causa de aflicción. Quizá tengamos cada día dolor corporal o enfermedad, o alguna cruz o contrariedad en nuestros asuntos. En todo ello hemos de esperar en Dios. Cristo requiere de todos sus discípulos que lleven su cruz cada día. No nos hemos de cargar por nuestra propia decisión cruces sobre las espaldas, pero hemos de aceptarlas cuando Dios las pone allí, y no tratar de evadir nuestro deber. No basta con llevar la cruz, hemos de cargárnosla, hemos de acomodarnos a ella y estar conformes con la voluntad de Dios en ella. No diciendo: esto es un mal y tengo que soportarlo, no puedo evitarlo, sino esto es un mal y lo llevaré porque ésta es la voluntad de Dios.

Hemos de considerar cada aflicción que nos viene de nuestro Padre celestial, y, detrás de ella, la mano correctora, y por tanto, hemos de esperar en Él para conocer la causa que la ha motivado y la falta por la que somos disciplinados con aquella aflicción, para que podamos aprender de esta aflicción y con ello llegar a ser partícipes de su santidad. Hemos de prestar atención a todas las acciones de la providencia, tener la vista sobre nuestro Padre cuando frunce el ceño, para descubrir lo que piensa y qué pauta de obediencia hemos de aprender por las cosas que sufrimos.

 Hemos de esperar en Dios para que nos dé sostén para nuestras cargas. Hemos de ponernos en los brazos eternos y quedarnos en ellos, que están extendidos para los hijos de Dios cuando la vara de Dios los visita. Y hemos de esperar ser librados; no hemos de tratar de escabullimos por métodos pecaminosos ni buscar alivio en otras criaturas, sino esperar en el Señor hasta que tenga misericordia de nosotros, contentos con la carga hasta que Dios nos la quita y nos alivia en su misericordia (Salmo 123:2 He aquí, como los ojos de los siervos miran a la mano de sus señores, Y como los ojos de la sierva a la mano de su señora, Así nuestros ojos miran a Jehová nuestro Dios, Hasta que tenga misericordia de nosotros.). Si la aflicción dura hemos de seguir esperando en Dios, aun cuando esconda su rostro (Isaías 8:17 Esperaré, pues, a Jehová, el cual escondió su rostro de la casa de Jacob, y en él confiaré.), esperando que sólo sea «un arranque de ira que dure un momento» (Isaías 54:7- 8 Por un breve momento te abandoné, pero te recogeré con grandes misericordias. 8  Con un poco de ira escondí mi rostro de ti por un momento; pero con misericordia eterna tendré compasión de ti, dijo Jehová tu Redentor).

Hemos de esperar las noticias y sucesos de cada día con una resignación animosa y total a la providencia divina. Mientras estamos en este mundo estamos esperando bienes y temiendo males, no sabemos lo que nos traerá un día o una noche (Proverbios 27:1 No te jactes del día de mañana; Porque no sabes qué dará de sí el día), pero nos traerá algo, y nosotros somos propensos a pensar en vano sobre cosas futuras, que acontecen de modo muy distinto a como nos las habíamos imaginado. Ahora bien, en todas nuestras perspectivas debemos esperar en Dios.

¿Estamos esperando buenas noticias, un buen resultado de algo? Esperemos en Dios como el dador del bien que esperamos y estemos preparados para tomarlo de su mano y recibirlo con el afecto apropiado cuando viene a nosotros en el camino de la misericordia. Cuando esperamos algún bien, es sólo de la bondad, poder y sabiduría de Dios que debemos esperarlo. Y por tanto nuestras esperanzas deben ser humildes y sencillas y reguladas por su voluntad. Lo que Dios nos ha prometido es lo que podemos prometernos a nosotros mismos, y no más. Si esperamos así en Dios, en todas nuestras esperanzas, en caso de que se demoren, no nos quebrantaría el corazón, aunque sufra una decepción, porque el Dios en que esperamos va a hacer que al final redunde todo para nuestro bien, pero cuando se cumple el deseo para conseguir el cual hemos estado esperando en el Señor, vemos que viene de su amor, y será árbol de vida. (Proverbios 13:12. La esperanza que se demora es tormento del corazón;  Pero árbol de vida es el deseo cumplido.)

¿Tememos recibir malas noticias, sucesos penosos y un resultado desagradable de un asunto pendiente? Esperemos en Dios para que nos libre de todos nuestros temores, de las cosas que tememos y de los temores mismos. (Salmo 34:4 Busqué a Jehová, y él me oyó, Y me libró de todos mis temores.) Cuando Job temía a su hermano Esaú, y tenía buenas razones, para temerle esperaba en Dios, y le presentó sus temores y consiguió ser librado. Cuando esté espantado —dice David—, confiaré en Ti, esperaré en Ti, y esto afirmará mi corazón, lo fortalecerá y lo pondrá por encima del temor de las malas noticias.

Si estamos en suspense, entre temor y esperanza, prevaleciendo a veces la una, a veces la otra, esperemos en Dios, ya que es a Dios a quien pertenecen las cuestiones de vida o muerte, de bien y mal; de Él procede nuestro juicio y el de todo hombre, y tranquilicémonos en una sosega-da expectativa del suceso, sea el que sea, con la decisión de acomodarnos al mismo: espera lo mejor, y prepárate para lo peor, y luego, acepta lo que Dios te envía.

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