Salmo 25:5
« Encamíname en tu verdad, y enséñame,
Porque tú eres el Dios de mi salvación;
En ti he esperado todo el día. »
Hemos
de administrar nuestros negocios diarios para Dios con miras a su providencia, poniéndonos en el lugar que nos corresponde según
nuestra vocación y empleo, y haciendo de su precepto nuestro deber con
diligencia, con miras a tener su bendición, como algo necesario para hacerlo
próspero y apropiado, y para su gloria como nuestro objetivo final. Esto
santifica nuestras acciones comunes ante Dios, las suaviza y nos las hace
agradables. Si Gayo va con sus amigos, de los que se despide, un trecho del
camino, no se trata nada más que de una muestra de cortesía, pero si lo hace de
modo piadoso, en esto les rinde homenaje, porque pertenecen a Cristo y lo hace
por amor a Él, para que haya una oportunidad de comunicación más provechosa con
ellos, y entonces pasa a ser un acto de piedad cristiana (3ª Juan 6 los cuales han dado ante la iglesia testimonio de tu amor; y
harás bien en encaminarlos como es digno de su servicio a Dios, para que
continúen su viaje.). Es una regla general por la cual debemos regirnos
en los negocios de cada día. Todo lo que hagamos, sea de palabra o de hecho,
hagámoslo en el nombre del Señor Jesús (Colosenses 3:17 Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre
del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él), y así, por
medio de nuestro Mediador, esperamos en nuestro Dios.
Esto se recomienda de modo especial a los siervos,
aunque sus empleos sean humildes y estén bajo las órdenes de sus señores según
la carne; con todo, tienen que hacer sus oficios humildes como siervos de
Cristo, como al Señor y no a los hombres; que lo hagan con sinceridad de
corazón como a Cristo, y que sean aceptables a Él, de quien recibirá la
recompensa de la herencia. (Efesios 6:5- 8 Siervos,
obedeced a vuestros amos terrenales con temor y temblor, con sencillez de vuestro
corazón, como a Cristo; 6 no sirviendo
al ojo, como los que quieren agradar a los hombres, sino como siervos de
Cristo, de corazón haciendo la voluntad de Dios; 7 sirviendo de buena voluntad, como al Señor y
no a los hombres, 8 sabiendo que el bien
que cada uno hiciere, ése recibirá del Señor, sea siervo o sea libre.;
Colosenses 3:22- 24 Siervos, obedeced en todo a vuestros amos terrenales, no
sirviendo al ojo, como los que quieren agradar a los hombres, sino con corazón
sincero, temiendo a Dios. 23 Y todo lo
que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres; 24 sabiendo que del Señor recibiréis la
recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís.) Que esperen
en Dios todo el día, cuando están haciendo su trabajo cotidiano, haciéndolo con
fidelidad y a conciencia, para que puedan adornar la doctrina de Dios, nuestro
Salvador, pensando en su gloria, incluso en las cosas ordinarias: trabajan para
ganar el pan, y lo ganan para poder vivir, para que puedan vivir no para ellos
mismos y agradarse, sino para que puedan vivir para Dios y agradarle. Trabajan
para poder llenar el tiempo, y ocupar un lugar en el mundo, y porque Dios, que
nos ha creado y nos mantiene, nos ha asignado que trabajáramos con quietud y
nos ocupáramos de nuestras obligaciones administrando bien el tiempo.
Hemos
de recibir nuestra consolación y bienestar diario de Dios; hemos de esperar en Él como nuestro benefactor, como
los ojos de todas las criaturas esperan en Él para que les dé su comida en
sazón, y lo que les da ellos lo recogen. En Dios esperamos para nuestro
sustento diario, y a Él debemos pedírselo según se nos manda, aunque lo
tengamos en nuestra casa, aunque esté encima de la mesa. Hemos de esperar en Dios
como un derecho del pacto para conseguir permiso para usarlo, para que sea
bendecido, para que nos nutra, para que nos conforte. Es en la palabra y la
oración que esperamos en Dios y guardamos comunión con El, y por medio de
ellas, todo lo creado de Dios es santificado para nosotros (1ª Timoteo 4:4-5 Porque todo lo que Dios creó es bueno, y nada es de
desecharse, si se toma con acción de gracias; 5
porque por la palabra de Dios y por la oración es santificado.), y
sus características y propiedades son cambiadas; para el puro todo es puro; lo
tienen por el pacto, no por la providencia común que hace que lo poco que tiene
el justo sea mejor que las riquezas del malvado, y mucho más valioso y
provechoso.
No hay incentivo más poderoso para hacernos procurar
que lo que tengamos lo consigamos honradamente y lo usemos con sobriedad y
demos a Dios el mérito de ello, que esta consideración; que todo lo que tenemos
procede de la mano de Dios y nos es confiado como a un mayordomo, y por lo
tanto, tenemos que dar cuenta de ello. Si tenemos este pensamiento como un hilo
de oro, que enlaza todas las comodidades del día, que nos hace ver que son
dones de Dios, cada bocado, cada sorbo, cada resuello, y que cada paso que
damos, todo, se lo debemos a su misericordia, esto nos guardará esperando
continuamente en Dios, como la caballería en el pesebre espera en su amo, y nos
causará un doble placer cuando disfrutemos de ello. Dios nos enviará sus
misericordias renovadas, cada día, de la cantera de su compasión, nuevas cada
mañana, y por tanto, no es una vez a la semana que esperamos en Él, como los
que van al mercado a adquirir provisiones para la semana, sino que tenemos que
esperar en Él cada día, para aquel día, como los que viven al día.
Hemos
de resistir nuestras tentaciones cotidianas y hacer nuestros deberes diarios en
la fuerza de su gracia.
Cada día acarrea sus tentaciones; nuestro Maestro lo sabía cuando nos enseñó
que tal como oramos para nuestro sustento diario, debemos también pedir que no
seamos llevados a la tentación. No hay asunto del que nos ocupamos ni diversión
de que participamos que no tenga en sí sus trampas y acechanzas; Satán nos
acecha en ellas, y se esfuerza para arrastrarnos al pecado; ahora bien, el
pecado es el gran mal del cual tendríamos que guardarnos constantemente, como
hacía Nehemías (6:13 Porque fue sobornado para hacerme
temer así, y que pecase, y les sirviera de mal nombre con que fuera yo infamado.)
Y
no tenemos manera de asegurarnos contra ello sino esperando en Dios todo el
día; no sólo debemos ponernos bajo la protección de su gracia por la mañana,
sino que hemos de permanecer bajo su cobijo, y debemos proseguir adelante sólo
dependiendo en esta gracia que se nos ha dicho será suficiente para nosotros,
para que no seamos tentados más allá de lo que podamos resistir.
Nuestro esperar en Dios nos proporciona los mejores
argumentos de que hacer uso para resistir las tentaciones con fuerza, según el
día. Sed fuertes en el Señor y en la fuerza de su potencia, y entonces
esperaremos en el Señor todo el día.
Tenemos el deber y la oportunidad de hablar buenas
palabras y hacer buenas obras, y hemos de darnos cuenta y confesar que no nos
bastamos por nosotros mismos para hacer nada bueno, ni aun de tener un buen
pensamiento; por tanto, debemos esperar en el Señor para recibir la luz y el
fuego, la sabiduría y el celo que nos son necesarios para cumplir con nuestro
deber del día para que, por su gracia, podamos ser fortificados contra toda
palabra y obra mala, y ser provistos de obras y palabras buenas. De la plenitud
que hay en Jesucristo hemos de sacar constantemente, por fe, gracia sobre
gracia, gracia para todos los ejercicios y actividades piadosas, gracia para
tener ayuda en tiempo de necesidad. Hemos de esperar esta gracia, hemos de
seguirla, cumplir con las operaciones de la misma y ser receptivos a la misma
como la cera al sello.
Hemos
de llevar nuestras aflicciones diarias con sumisión a su voluntad. Tenemos que esperar tribulaciones en la carne, una
cosa u otra que va a ocurrir que nos duela, algo en nuestras relaciones,
sucesos referentes a la familia o amigos, o a la vocación, todos ello a causa
de aflicción. Quizá tengamos cada día dolor corporal o enfermedad, o alguna
cruz o contrariedad en nuestros asuntos. En todo ello hemos de esperar en Dios.
Cristo requiere de todos sus discípulos que lleven su cruz cada día. No nos
hemos de cargar por nuestra propia decisión cruces sobre las espaldas, pero
hemos de aceptarlas cuando Dios las pone allí, y no tratar de evadir nuestro
deber. No basta con llevar la cruz, hemos de cargárnosla, hemos de acomodarnos
a ella y estar conformes con la voluntad de Dios en ella. No diciendo: esto es
un mal y tengo que soportarlo, no puedo evitarlo, sino esto es un mal y lo
llevaré porque ésta es la voluntad de Dios.
Hemos
de considerar cada aflicción que nos viene de nuestro Padre celestial, y, detrás de ella, la mano correctora, y por tanto,
hemos de esperar en Él para conocer la causa que la ha motivado y la falta por
la que somos disciplinados con aquella aflicción, para que podamos aprender de
esta aflicción y con ello llegar a ser partícipes de su santidad. Hemos de
prestar atención a todas las acciones de la providencia, tener la vista sobre
nuestro Padre cuando frunce el ceño, para descubrir lo que piensa y qué pauta
de obediencia hemos de aprender por las cosas que sufrimos.
Hemos de esperar en Dios para que nos dé
sostén para nuestras cargas. Hemos de ponernos en los brazos eternos y
quedarnos en ellos, que están extendidos para los hijos de Dios cuando la vara
de Dios los visita. Y hemos de esperar ser librados; no hemos de tratar de
escabullimos por métodos pecaminosos ni buscar alivio en otras criaturas, sino
esperar en el Señor hasta que tenga misericordia de nosotros, contentos con la
carga hasta que Dios nos la quita y nos alivia en su misericordia (Salmo 123:2 He aquí, como los ojos de los siervos miran a la mano de sus
señores, Y como los ojos de la sierva a la mano de su señora, Así nuestros ojos
miran a Jehová nuestro Dios, Hasta que tenga misericordia de nosotros.).
Si la aflicción dura hemos de seguir esperando en Dios, aun cuando esconda su
rostro (Isaías 8:17 Esperaré, pues, a Jehová, el cual
escondió su rostro de la casa de Jacob, y en él confiaré.), esperando
que sólo sea «un arranque de ira que dure un momento» (Isaías 54:7- 8 Por un breve momento te abandoné, pero te recogeré con
grandes misericordias. 8 Con un poco de
ira escondí mi rostro de ti por un momento; pero con misericordia eterna tendré
compasión de ti, dijo Jehová tu Redentor).
Hemos
de esperar las noticias y sucesos de cada día con una resignación animosa y
total a la providencia divina.
Mientras estamos en este mundo estamos esperando bienes y temiendo males, no
sabemos lo que nos traerá un día o una noche (Proverbios 27:1 No te jactes del día de mañana; Porque no sabes qué dará de
sí el día), pero nos traerá algo, y nosotros somos propensos a pensar en
vano sobre cosas futuras, que acontecen de modo muy distinto a como nos las
habíamos imaginado. Ahora bien, en todas nuestras perspectivas debemos esperar
en Dios.
¿Estamos esperando buenas noticias, un buen resultado
de algo? Esperemos en Dios como el dador del bien que esperamos y estemos
preparados para tomarlo de su mano y recibirlo con el afecto apropiado cuando
viene a nosotros en el camino de la misericordia. Cuando esperamos algún bien,
es sólo de la bondad, poder y sabiduría de Dios que debemos esperarlo. Y por
tanto nuestras esperanzas deben ser humildes y sencillas y reguladas por su
voluntad. Lo que Dios nos ha prometido es lo que podemos prometernos a nosotros
mismos, y no más. Si esperamos así en Dios, en todas nuestras esperanzas, en
caso de que se demoren, no nos quebrantaría el corazón, aunque sufra una
decepción, porque el Dios en que esperamos va a hacer que al final redunde todo
para nuestro bien, pero cuando se cumple el deseo para conseguir el cual hemos
estado esperando en el Señor, vemos que viene de su amor, y será árbol de vida.
(Proverbios 13:12. La esperanza que se demora es
tormento del corazón; Pero árbol de vida
es el deseo cumplido.)
¿Tememos recibir malas noticias, sucesos penosos y un
resultado desagradable de un asunto pendiente? Esperemos en Dios para que nos
libre de todos nuestros temores, de las cosas que tememos y de los temores
mismos. (Salmo 34:4 Busqué a Jehová, y él me oyó, Y me
libró de todos mis temores.) Cuando Job temía a su hermano Esaú, y tenía
buenas razones, para temerle esperaba en Dios, y le presentó sus temores y
consiguió ser librado. Cuando esté espantado —dice David—, confiaré en Ti,
esperaré en Ti, y esto afirmará mi corazón, lo fortalecerá y lo pondrá por
encima del temor de las malas noticias.
Si estamos en suspense, entre temor y esperanza,
prevaleciendo a veces la una, a veces la otra, esperemos en Dios, ya que es a
Dios a quien pertenecen las cuestiones de vida o muerte, de bien y mal; de Él
procede nuestro juicio y el de todo hombre, y tranquilicémonos en una sosega-da
expectativa del suceso, sea el que sea, con la decisión de acomodarnos al
mismo: espera lo mejor, y prepárate para lo peor, y luego, acepta lo que Dios
te envía.
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