} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: CÓMO PASAR EL DÍA CON DIOS (tercera parte)

miércoles, 7 de febrero de 2024

CÓMO PASAR EL DÍA CON DIOS (tercera parte)


Salmo 25:5

« Encamíname en tu verdad, y enséñame,

 Porque tú eres el Dios de mi salvación;

 En ti he esperado todo el día. »

 

 

         Podríamos ampliar este deber de esperar en Dios citando otras expresiones de la Escritura que hablan de lo mismo, y que también hacen énfasis sobre el homenaje que debemos a Dios y la comunión que hemos de tener interés en conservar con Él. Verdaderamente nuestra comunión es con el Padre y con el Hijo Jesucristo.

«A Jehová he puesto siempre delante de mí; Porque está a mi diestra, no seré conmovido.» (Salmo 16:8.) Es esperar en Él como a alguien que está cerca de nosotros, alguien siempre a nuestra diestra, y que tiene su mirada sobre nosotros, dondequiera que estemos y hagamos lo que hagamos; es más, como a uno en quien vivimos, nos movemos y somos, ante el cual somos responsables. Esto es impartido en nosotros como el gran principio de la obediencia del Evangelio: «Era Abram de edad de noventa y nueve años, cuando le apareció Jehová y le dijo: Yo soy el Dios Todopoderoso; anda delante de mí y sé perfecto» Génesis 17;1. En esto consiste la rectitud que es nuestra perfección evangélica; en andar en todo tiempo delante de Dios y en procurar ser aprobados por Él.

Es tener nuestros ojos siempre dirigidos al Señor, como se nos dice aquí.” Mis ojos están siempre hacia Jehová, Porque él sacará mis pies de la red”. (Salmo 25:15.) Aunque no podemos verle, por razón de la distancia y la oscuridad, con todo, podemos mirar hacia Él, hacia el lugar en que reside su honor, como aquellos que desean el conocimiento y voluntad suyas, y lo dirigen todo a su honor como el blanco al que apuntan, esforzándose en esto para que, presentes o ausentes, puedan ser aceptados por Él. El esperar en Él es seguirle con nuestros ojos en todas aquellas cosas que Él se complace en manifestarnos, y admitir los descubrimientos de su ser y perfecciones.

Es reconocer a Dios en todos sus caminos. “Reconócelo en todos tus caminos,Y él enderezará tus veredas” (Proverbios 3:6), en todas las acciones de la vida, y en todos los asuntos de la vida hemos de andar de su mano y seguir en sus pasos. En todas nuestras empresas hemos de esperar en Él para conseguir su dirección y ser prosperados, y por fe y oración encomendarle nuestro camino, y hemos de llevarle con nosotros dondequiera que vayamos. Si tu presencia no ha de ir con nosotros no nos muevas de aquí. En todas nuestras consolaciones hemos de ver su mano que nos las proporciona, y en todas nuestras cruces hemos de ver la misma mano poniéndolas sobre nosotros para que podamos aprender a recibir lo bueno y lo malo, y bendecir la mano del Señor, tanto por lo que da como por lo que quita.

Es seguir al Señor plenamente como hizo Caleb. “Pero a mi siervo Caleb, por cuanto hubo en él otro espíritu, y decidió ir en pos de mí, yo le meteré en la tierra donde entró, y su descendencia la tendrá en posesión.” (Números 14:24.) Es poner por obra las palabras del Señor; respetar todos sus mandamientos y procurar poner por obra toda su voluntad.

Dondequiera que Dios nos guíe, yendo delante de nosotros, hemos de seguirle como hijos queridos; hemos de seguir al Cordero y tomarle por nuestro guía dondequiera que vaya.

Esto es esperar en Dios, y aquellos que lo hacen pueden esperarle alegremente porque aparecerá sin falta a su debido tiempo para su gozo, y esta palabra de Salomón les será aplicable: «Quien cuida la higuera comerá su fruto,Y el que mira por los intereses de su señor, tendrá honra..» (Proverbios 27:18.) Porque Cristo ha dicho: «Donde yo estoy, allí estará mi servidor.» En cuanto a lo segundo: Habiendo mostrado lo que es esperar en Dios, voy a continuación a mostrar que hemos de hacerlo cada día.

Hemos de esperar en nuestro Dios cada día. Ésta es una obra de cada día que debe ser hecha en su día porque el deber de cada día lo requiere. Los servidores en las cortes de los príncipes tienen sus semanas y meses de servicio asignados, y están obligados a servir sólo en ciertas ocasiones. Pero los siervos de Dios nunca están fuera de servicio: todos los días de nuestro tiempo designado, el tiempo de nuestro trabajo y nuestra campaña aquí en la tierra, hemos de esperar (Job 14:14 Si el hombre muriere, ¿volverá a vivir? Todos los días de mi edad esperaré, Hasta que venga mi liberación), y no esperar o desear ser dados de alta de servicio hasta que lleguemos al cielo, donde estaremos sirviendo a Dios, como hacen los ángeles, más cerca y constantemente.

Hemos de esperar en Dios cada día. Tanto los domingos como los días de entre semana. El día del Señor fue instituido y designado con el propósito de acudir a los atrios de la casa de Dios para servirle y esperar en Él allí, para darle gloria, recibir órdenes y favores de Él. Sus ministros deben servir en su ministerio (Romanos 12:7 o si de servicio, en servir; o el que enseña, en la enseñanza;), y el pueblo debe esperar en Él también, diciendo como Cornelio de sí mismo y de sus amigos:  Hechos 10:33. Así que luego envié por ti; y tú has hecho bien en venir. Ahora, pues, todos nosotros estamos aquí en la presencia de Dios, para oír todo lo que Dios te ha mandado. Es para el honor de Dios, para ayudar a llenar las asambleas de aquellos que esperan y sirven en el estrado de su trono, para aumentar su número. Todo el tiempo del día del Señor, excepto el que se emplea en obras de necesidad y de misericordia, debe ser empleado en esperar y servir a Dios. Los cristianos son sacerdotes espirituales, y como tales, su ocupación es servir en la casa de Dios las horas designadas.

Pero esto no es suficiente; hemos de esperar en Dios durante la semana porque cada día de la semana queremos sus misericordias y tenemos trabajo que hacer para Él. Nuestro esperar en Él en los deberes públicos religiosos el primer día de la semana, está planeado para establecernos y equiparnos para la comunión con Él durante la semana que sigue, de modo que no respondemos a las intenciones del Día del Señor a menos que perduren en nosotros las impresiones del mismo, y entren con nosotros en los negocios de la semana, y permanezcan siempre en la imaginación de los pensamientos de nuestro corazón. Así, de un domingo al otro, y de una nueva luna a la otra, hemos de mantenernos en un marco de gracia y santidad. Tiene que ser así en el Espíritu del Día del Señor, para andar en el Espíritu toda la semana.

Tanto en los días de ocio como en los de actividad hemos de estar esperando en Dios. Algunos días de nuestra vida serán días de trabajo y de prisas cuando se nos exige diligencia en nuestra vocación, pero no hemos de pensar que esto haya de ser una excusa válida de nuestro constante esperar en Dios. Aunque nuestras manos estén ocupadas en sus tareas, nuestro corazón puede estar esperando en Dios por medio de una inclinación habitual hacia Él, a su providencia como nuestra guía, y a su gloria como nuestro fin en nuestros negocios del mundo, y por ello nosotros debemos permanecer con Él en ellos. «Por demás es que os levantéis de madrugada, y vayáis tarde a reposar, Y que comáis pan de dolores; Pues que a su amado dará Dios el sueño.» (Salmo 127:2), la labor es en vano, es trabajo tirado al fuego.

Algunos días en la vida descansamos de nuestros asuntos y tomamos un recreo. Muchos tenéis vuestro tiempo para diversión, pero cuando ponéis aparte otros negocios, este esperar en Dios no puede ser puesto de lado. Cuando tú pones a prueba la alegría, como hizo Salomón, y dices que quieres gozar un poco del placer, con todo, la sabiduría debe permanecer contigo (Eclesiastés 2:1, 3 Dije yo en mi corazón: Ven ahora, te probaré con alegría, y gozarás de bienes. Mas he aquí esto también era vanidad//Propuse en mi corazón agasajar mi carne con vino, y que anduviese mi corazón en sabiduría, con retención de la necedad, hasta ver cuál fuese el bien de los hijos de los hombres, en el cual se ocuparan debajo del cielo todos los días de su vida.), que tus ojos se levanten a Dios, y procura que no pierdas la comunión con Él por causa de lo que tú llamas una conversación agradable con tus amigos. Tanto si es un día de la semana o un día de descanso, no hallaremos nada como el esperar en Dios para iluminar la tarea y endulzar el reposo. De modo que tanto si tenemos mucho que hacer o poco, en el mundo, todavía tenemos que seguir esperando en Dios para ser preservados de la tentación que acecha a los dos.

Tanto en los días de prosperidad como en los de adversidad tenemos que esperar en Dios. ¿Nos sonríe y nos festeja el mundo? A pesar de ello no nos olvidemos de Él para rendirle tributo y atención. Por más que tengamos mucha riqueza de este mundo no podemos decir que no tenemos necesidad de Dios ni ocasión para hacer uso de él, imitando en eso a David que se atrevió a decir, en su prosperidad, que nunca sería conmovido, pero pronto se dio cuenta de su error cuando Dios le escondió el rostro y entró en tribulaciones. (Salmo 30:6 En mi prosperidad dije yo: No seré jamás conmovido,.) Cuando nuestros asuntos prosperan y Dios pone prosperidad en nuestras manos, hemos de esperar en Dios como nuestro dueño y confesar nuestras obligaciones a Él. Hemos de esperar en la bondad y gracia de Dios para usar lo que tenemos en el mundo con miras a los fines para los que se nos ha confiado, sabiendo que tenemos que rendir cuentas y que esto será pronto. Y por más que tengamos buenas cosas de este mundo y que se nos haya provisto de ellas en abundancia para que disfrutemos, todavía tenemos que esperar en Dios para que nos dé cosas mejores, no sólo de las que el mundo da, sino de las que Él mismo da en este mundo. Señor, no me basta con esta porción.

Y cuando el mundo frunce el cejo sobre nosotros y las cosas nos van al revés no tenemos por qué inquietarnos de su ceño, o asustarnos, y por ello apartarnos de esperar en Dios, sino más bien ser llevados a ello. Las aflicciones nos son enviadas con este objetivo para llevarnos al trono de la gracia, para enseñarnos a orar, y para hacer la palabra de la gracia de Dios más preciosa para nosotros. En el día de nuestra aflicción hemos de esperar en Dios para que nos dé el consuelo que será suficiente para compensar nuestra pena. Job, estando en lágrimas, caía sobre su rostro y adoraba a Dios, tanto cuando le quitaba lo que tenía como cuando le añadía. En el día de nuestro terror debemos esperar en Dios para recibir el ánimo suficiente para apaciguar el miedo. Josafat, en su angustia, esperó en Dios y no esperó en vano, pues su corazón fue corroborado al hacerlo; y lo mismo ocurrió a David, con frecuencia, que hizo la resolución que fue un ancla para su alma: En tiempo de temor en ti confiaré.

Tanto en los días de la juventud como de la ancianidad tenemos que estar esperando en Dios. Los que son jóvenes deben empezar a hacerlo desde muy temprano: el niño Samuel ministraba al Señor, y en la historia de la Escritura se pone un énfasis particular en el honor de hacerlo, y Cristo se complació sobremanera con los hosanas de los niños que le esperaban cuando cabalgaba en triunfo hacia Jerusalén. Cuando Salomón, en su juventud, después de su acceso al trono, esperaba que Dios le diera sabiduría, se nos dice que agradaba al Señor. «Anda y clama a los oídos de Jerusalén, diciendo: Así dice Jehová: Me he acordado de ti, de la fidelidad de tu juventud, del amor de tu desposorio, cuando andabas en pos de mí en el desierto, en tierra no sembrada.» (Jeremías 2:2.) El esperar en Dios, el acordarse del Creador, y el momento oportuno para hacerlo son los días de la juventud. (Eclesiastés 12:1. Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud, antes que vengan los días malos, y lleguen los años de los cuales digas: No tengo en ellos contentamiento; ) Los que esperan en Dios bien son aquellos que han empezado a hacerlo desde muy pronto; los cortesanos más cumplidos son los que han sido criados en la corte.

¿Y podríamos eximir a los antiguos siervos de Jesús de esperar en Él? No, su dedicación es necesaria todavía, y todavía serán aceptados; no serán echados por su Maestro en la hora de la vejez, y por tanto, no se quedarán sin recibir el merecimiento de su servicio. Cuando a través de las flaquezas y achaques de la edad no pueden ser obreros activos en la familia de Dios, todavía pueden ser siervos que esperan. Son, como Barzillay, ya incapaces de gozar de los placeres de la corte de los príncipes de la tierra, con todo, disfrutando de los placeres de la corte celestial como siempre. Los levitas, pasados los cincuenta, eran eximidos de los deberes gravosos de su ministración, pero seguían esperando y sirviendo a Dios, quietamente, para darle honor y para recibir su consuelo. Aquellos que han hecho la voluntad de Dios y su obra activa ha llegado a su final tienen necesidad de paciencia para que puedan esperar a heredar la promesa, y cuanto más cerca se hallan de la felicidad que esperan, más acendradamente deben esperar, aguardando estar pronto con Él eternamente.

Hemos de esperar en nuestro Dios todo el día, morir en Él como se nos dice. Cada día, de la mañana a la noche, tenemos que continuar esperando en Dios cualesquiera que sean los cambios que haya en nuestra ocupación; ésta debe ser la constante disposición de nuestra alma, el estar esperando en Dios y tener nuestros ojos siempre dirigidos a Él; no debemos permitirnos el alejarnos de Dios, o que otras cosas tengan prelación respecto a Él; hemos de estar subordinados a su voluntad y subordinados a su gloria. Hemos de echar nuestros cuidados diarios sobre Él. Cada día trae consigo nuevos problemas. Más o menos, éstos están a nuestro lado cuando nos despertamos por la mañana, y no tenemos que apresurarnos a buscar los problemas que tendremos mañana, pues le basta al día su propio afán.

Los que tenéis grandes problemas que atender en el mundo todo el día, aunque os los guardéis para vosotros mismos, con todo, están en vuestro regazo, y con vosotros se levantan, y os siguen, y los que hablan con vosotros apenas se dan cuenta de la carga que representan para vosotros. Algunos, por la debilidad de sus espíritus, apenas pueden hacer decisiones sino con miedo y temblando.

Echad esta carga sobre el Señor creyendo que su providencia se extiende sobre todos vuestros asuntos, todos los sucesos que os afectan, y todas las circunstancias de los mismos, incluso las más pequeñas que parecen accidentales; que vuestra situación está en su mano y todos los caminos a su disposición; creed en su promesa de que todas las cosas redundarán para bien de aquellos que le aman, y presentadle a Él todas las cosas para que haga con vosotros y con los vuestros como parezca bien a sus ojos, y descansad satisfechos después de hacerlo y decidid estar tranquilos. Llevad vuestros cuidados a Dios en oración por la mañana, presentádselos a Él, y luego, que se vea durante el día, por lo compuesto y alegre de vuestro espíritu, por vuestro ánimo y sosiego, que habéis hecho como Ana, cuando después de haber orado su rostro ya no aparecía triste. (1ª Samuel 1:18. Y ella dijo: Halle tu sierva gracia delante de tus ojos. Y se fue la mujer por su camino, y comió, y no estuvo más triste) Encomienda tu camino al Señor y sométete a su disposición aunque contradiga tus expectativas, y guarda la seguridad que Dios te ha dado, que El cuidará de ti como un padre cuida a su hijo tierno.

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario