} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: EPÍSTOLA DEL APÓSTOL PABLO A LOS EFESIOS Capítulo 5; 21-27

viernes, 23 de agosto de 2024

EPÍSTOLA DEL APÓSTOL PABLO A LOS EFESIOS Capítulo 5; 21-27

 

Efesios 5:21-27

21 Someteos unos a otros en el temor de Dios.

22 Las casadas estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor;

23 porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia, la cual es su cuerpo, y él es su Salvador.

24 Así que, como la iglesia está sujeta a Cristo, así también las casadas lo estén a sus maridos en todo.

25 Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella,

26 para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra,

27 a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha.

 

21. Someteos. A menudo, la palabra sumisión se usa mal. No significa convertirse en un una persona de poco carácter. Cristo, ante quien se doblará "toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra" (Filipenses 2:10), sometió su voluntad al Padre y honramos a Cristo al seguir su ejemplo. Cuando nos sometemos a Dios, tenemos buena disposición de obedecer sus mandamientos relacionados con someternos a otros, o sea, subordinar nuestros derechos a los de ellos. En una relación conyugal, ambos esposos tienen el llamado a someterse. Para la esposa, esto significa sujetarse voluntariamente al liderazgo de su esposo en Cristo. Para el esposo significa echar a un lado sus intereses a fin de cuidar a su esposa. La sumisión rara vez es un problema en hogares en los que los esposos mantienen una sólida relación con Cristo y en el que cada uno está interesado en la felicidad del otro. Dios nos ha vinculado tan fuertemente unos a otros, que ningún hombre debería esforzarse por evitar la sujeción; y donde reine el amor, se prestarán servicios mutuos. No hago excepción ni siquiera a los reyes y gobernadores, cuya autoridad misma se ejerce para el servicio de la comunidad. Es muy apropiado que todos sean exhortados a estar sujetos unos a otros a su vez.

Pero como nada es más irritante para la mente del hombre que esta sujeción mutua, él nos dirige al temor de Cristo, quien es el único que puede dominar nuestra fiereza, para que no rechacemos el yugo, y puede humillar nuestro orgullo, para no avergonzarnos de servir a nuestro prójimo. No afecta mucho el sentido si interpretamos pasivamente el temor de Cristo, así: sometámonos a nuestro prójimo, porque tememos a Cristo; o activamente, sometámonos a ellos, porque las mentes de todas las personas piadosas deben ser influenciadas por tal temor bajo el reinado de Cristo. Algunos manuscritos griegos dicen:

"el temor de Dios". El cambio pudo haber sido introducido por alguna persona que pensó que la otra frase, el temor de Cristo, aunque con mucho la más apropiada, sonaba un poco dura.

 

22. Las casadas estén sujetas. Leyendo este pasaje en el siglo XXI uno no se puede dar cuenta plenamente de lo maravilloso que es. A lo largo de los años, el sentido cristiano del matrimonio se ha llegado a aceptar ampliamente. La mayoría todavía lo reconocen como un ideal aun en estos días permisivos. Incluso cuando en la práctica se está muy lejos de alcanzar ese ideal; siempre ha estado presente en las mentes y en los corazones de las personas que viven en un ambiente cristiano. El matrimonio se considera la unión perfecta de cuerpo, mente y espíritu entre un hombre y una mujer. Pero las cosas eran muy diferentes cuando Pablo escribía. En este pasaje Pablo estaba proponiendo un ideal que brillaba con una pureza radiante en un mundo inmoral.

Consideremos brevemente la situación en que Pablo escribió este pasaje.

Los judíos tenían una opinión baja de las mujeres. En la oración de la mañana se incluía una frase en la que el varón judío daba gracias a Dios por no haberle hecho «gentil, esclavo o mujer.» Para la ley judía una mujer no era una persona, sino una cosa. No tenía ningunos derechos legales; era posesión absoluta de su marido, que podía hacer con ella lo que quisiera.

Los judíos tenían en teoría el ideal más alto del matrimonio. Los rabinos tenían algunos dichos como estos. «Un judío debe entregar su vida antes que cometer idolatría, asesinato o adulterio.» "El mismo altar vierte lágrimas cuando un hombre se divorcia de la mujer de su juventud.» Pero en los días de Pablo el divorcio se había generalizado trágicamente.

La ley del divorcio se resume en Deuteronomio 24:1 . «Cuando alguien toma una mujer y se casa con ella, si no le agrada por haber hallado en ella alguna cosa indecente, le escribirá carta de divorcio, se la entregará en mano y la despedirá de su casa.» Está claro que todo dependía de cómo se interpretara la frase alguna cosa indecente. Los rabinos más estrictos, siguiendo al famoso Shammay, mantenían que quería decir adulterio, y nada más; y declaraban que, aunque la mujer fuera tan malvada como Jezabel, su marido no se podía divorciar de ella nada más que por adulterio. Los rabinos más liberales, siguiendo al igualmente famoso Hillel, interpretaban la frase de la manera más amplia posible. Decían que quería decir que un hombre se podía divorciar de su mujer si ella le echaba a perder la comida poniendo demasiada sal, o si salía a la calle con la cabeza descubierta, o si hablaba con otros hombres en la calle, o si hablaba mal de los padres de su marido, o si era alborotadora o rencillosa o pendenciera. Un cierto Rabí Aqiba interpretaba la frase si ella no encuentra gracia en sus ojos en el sentido de que el marido podía divorciarse de su mujer simplemente porque había encontrado otra más atractiva. Es fácil suponer cuál de las dos escuelas de pensamiento tuvo mayor seguimiento.

Dos hechos ponían las cosas peor en la ley judía. El primero, que la mujer no tenía posibilidad legal de divorciarse, excepto si su marido contraía la lepra, o era apóstata, o se dedicaba a un negocio repugnante, como el de curtidor, que conllevaba el recoger y usar excremento de perro. Hablando en general, el marido, bajo la ley judía, podía divorciarse de su mujer por cualquier razón, pero la esposa no podía divorciarse de su marido por ninguna razón. Segundo, el procedimiento del divorcio era desastrosamente fácil. La ley de Moisés decía que el hombre que quisiera divorciarse de su mujer no tenía que hacer más que entregarle una notificación escrita que dijera: «Que esto sea la nota de divorcio y la carta de despedida y el documento de liberación para que puedas casarte con quien quieras.» Todo lo que el marido tenía que hacer era entregarle en mano a su mujer en presencia de dos testigos esa nota de divorcio, y el divorcio quedaba consumado. La otra única condición era que tenía que devolver la dote de su mujer.

En el tiempo de Jesucristo, el vínculo matrimonial estaba en peligro hasta entre los judíos hasta tal punto que la misma institución del matrimonio estaba amenazada, porque las jóvenes judías se negaban a casarse, ya que su posición como esposas era tan incierta.

 

Las cosas estaban todavía peor en Roma; la degeneración era trágica. Durante los primeros quinientos años de la república romana no se había dado ni un solo caso de divorcio. El primero del que se tiene noticia fue el de Spurius Carvilius Ruga, el año 234 a C. Pero en los días de Pablo la vida romana de familia estaba deshecha. Séneca escribe que  las mujeres se casaban para divorciarse y se divorciaban para casarse. Los habitantes de Roma no fechaban los años con Números, sino con los nombres de los cónsules. Séneca dice que las mujeres fechaban los años por los nombres de sus maridos. Marcial cuenta que una mujer había tenido diez maridos; Juvenal refiere que una había tenido ocho maridos en cinco años; Jerónimo dice que era verdad que en Roma había una mujer que se había casado con su vigésimo tercer marido, y ella era su vigésima primera esposa. Nos encontramos con que una mujer le pedía al emperador romano Augusto que se divorciara de Livia porque ella iba a tener un hijo suyo. Encontramos que hasta Cicerón, en su ancianidad, se divorció de su mujer Terencia para casarse con una heredera joven cuyo albacea era él mismo, para disponer de la herencia de ella para pagar sus propias deudas.

Eso no es decir que no existiera la fidelidad. Suetonio cuenta que una dama romana llamada Mallonia se suicidó antes que rendirse al emperador Tiberio. Pero no es demasiado decir que el ambiente general era de adulterio. El vínculo matrimonial estaba en vías de desaparecer.

Ese era el trasfondo cuando Pablo escribía. En este precioso pasaje no estaba exponiendo ideas que todo el mundo aceptara. Estaba llamando a las personas a una nueva pureza y a una relación nueva en su vida matrimonial. No se puede exagerar el efecto purificador del Cristianismo en el hogar en el mundo antiguo, ni los beneficios que trajo a las mujeres.

 

La situación era todavía mucho peor en el mundo griego La prostitución era una parte esencial de la vida griega. Demóstenes había establecido lo que era una norma de vida aceptada por todos: " Tenemos cortesanas para el placer, concubinas para la cohabitación diaria, y esposas para tener hijos legítimos y una guardiana en los asuntos de nuestro hogar.» La mujer llevaba una vida totalmente reclusa en las clases respetables. No tomaba parte en la vida pública; no salía nunca sola a la calle; no aparecía en banquetes o en ocasiones sociales; tenía sus habitaciones privadas a las que no tenía acceso nada más que su marido. Y todo esto, como decía Jenofonte, " para que viera lo menos posible, oyera lo menos posible y preguntara lo menos posible.»

Una mujer griega respetable estaba educada de tal manera que resultaban, imposibles la compañía y la conversación en el matrimonio con ella. Sócrates decía: " ¿Hay alguien a quien le confíes cuestiones más serias que a tu mujer? ¿Y hay alguien con quien hables menos?» Vero fue el colega imperial del gran Marco Aurelio. Su mujer le echaba en cara el que se relacionara con otras mujeres, y la respuesta de él era que ella tenía que darse cuenta de que la posición de esposa tenía que ver con el honor, no con el placer. Los griegos esperaban que la esposa gobernara el hogar y se cuidara de los hijos legítimos, pero ellos se buscaban el placer y la compañía en otro sitio.

Lo que ponía las cosas todavía peor era que no había en Grecia un procedimiento legal de divorcio. Como decía alguien, el divorcio era cuestión de capricho. La única seguridad que tenía la esposa era que había que devolver la dote. La vida de hogar y de familia estaba a punto de extinguirse, y la fidelidad ya no existía.

 

Entre 1 Corintios y Efesios hay un espacio de tiempo de unos nueve años. En esos años, Pablo se dio cuenta de que la Segunda Venida no iba a ser tan pronto como él había creído, que de hecho él y su pueblo estaban viviendo, no en una situación temporal, sino en una situación más o menos permanente. Y es en Efesios donde encontramos la auténtica enseñanza de Pablo sobre el matrimonio: que el matrimonio cristiano es la relación más preciosa de la vida, cuyo único paralelo es la relación entre Cristo y la Iglesia.

 

23. Porque el marido es cabeza de la mujer. Ésta es la razón dada por la cual las esposas deben ser obedientes. Cristo ha dispuesto que exista la misma relación entre un marido y una esposa, que entre él y su iglesia. Esta comparación debería producir una impresión más fuerte en sus mentes que la mera declaración de que tal es el nombramiento de Dios. Aquí se afirman dos cosas. Dios le ha dado al marido autoridad sobre la esposa; y una semejanza de esta autoridad se encuentra en Cristo, quien es la cabeza de la iglesia, como el marido lo es de la esposa.

Algunas veces se descoloca totalmente el énfasis de este pasaje, y se ve como si su esencia fuera la subordinación de la mujer al marido. La frase: "El marido es el cabeza de la mujer,» se cita a menudo aisladamente. Pero la base del pasaje no es el dominio, sino el amor. Pablo dice ciertas cosas acerca del amor que debe tenerle un marido a su mujer.

(i) Debe ser un amor sacrificial. Debe amarla como Cristo amó a la Iglesia y Se dio a Sí mismo por ella. No debe ser nunca un amor egoísta. Cristo amó a la Iglesia, no para que la Iglesia hiciera cosas por Él, sino para hacer Él cosas por ella. Crisóstomo hace un desarrollo maravilloso de este pasaje: «¿Te has dado cuenta de cuál es la medida de la obediencia? Presta atención también a la medida del amor. ¿Te gustaría que tu mujer te obedeciera como obedece la Iglesia a Cristo? Ten de ella el mismo cuidado que tiene Cristo de la Iglesia. Y, si fuera necesario que dieras tu vida por ella, o que se te descuartizara mil veces, o sufrir lo que fuera por ella, no lo rechaces... Cristo trajo a la Iglesia a Sus pies por medio del gran cuidado que tuvo de ella, no con amenazas ni con temor ni con cosas parecidas; compórtate tú así con tu mujer.»

El marido es el cabeza de la mujer -cierto, Pablo lo dice; pero también dice que el marido debe amar a su mujer como Cristo amó a la Iglesia, con un amor que nunca ejerce una tiranía de control sino que está dispuesto a hacer cualquier sacrificio por el bien de la esposa.

(ii) Debe ser un amor purificador. Cristo limpió y consagró a la Iglesia por medio del agua del Bautismo el día en que cada miembro de la Iglesia hizo su confesión de fe. Bien puede ser que Pablo tuviera en mente una costumbre griega. Una de las costumbres griegas del matrimonio era que, antes de que la esposa fuera llevada a su marido, se bañaba en el agua de una corriente consagrada a algún dios o diosa. En Atenas, por ejemplo, la novia se bañaba en las aguas del Calirroe, que estaba consagrado a la diosa Atenea. Pablo está pensando en el Bautismo. Mediante el agua del Bautismo y la confesión de fe, Cristo buscó hacer una Iglesia para Sí, limpia y consagrada, de tal manera que no le quedara ninguna mancha que la ensuciara ni arruga que la afeara. Cualquier amor que arrastra a una persona .hacia abajo es falso. Cualquier amor que insensibiliza en lugar de suavizar el carácter, que recurre al engaño, que debilita la fibra moral, no es amor. El verdadero amor es el gran purificador de la vida.

(iii) Debe ser un amor que cuida. Un hombre debe amar a su mujer como ama su propio cuerpo. El verdadero amor no ama para obtener servicios, ni para asegurarse la satisfacción de sus necesidades físicas; se preocupa de la persona amada. Hay algo que no es como es debido cuando un hombre considera a su mujer, consciente o inconscientemente, simplemente como la que le hace la comida y le lava la ropa y le limpia la casa y le cuida a los hijos.

(iv) Es un amor inquebrantable. Por este amor un hombre deja padre y madre y se une a su mujer. Ambos llegan a ser una cola carne. Él está unido a ella como los miembros del cuerpo están unidos entre sí; y el separarse de ella sería para él como el desgarrar los miembros de su cuerpo. Aquí tenemos sin duda un ideal para una edad en la que se cambiaba -ose cambia- de cónyuge tan fácilmente como se cambia de ropa.

(v) Toda la relación se realiza en el Señor. En el hogar cristiano Jesús es el Huésped siempre presente, aunque invisible. En un matrimonio cristiano no están implicadas dos personas, sino tres y la tercera es Cristo.

 

Y él es su salvador. Algunos suponen que el pronombre ÉL (αὐτός) se refiere a Cristo; y, por otros, al marido. En mi opinión, se aplica más naturalmente a Cristo, pero aún con miras al presente tema. En este punto, así como en otros, la semejanza debería mantenerse.

Así como Cristo gobierna su iglesia para su salvación, nada produce más ventaja o consuelo para la esposa que estar sujeta a su marido. Rechazar esa sujeción, mediante la cual podrían salvarse, es elegir la destrucción.

 

24. Así que, como la iglesia está sujeta a Cristo. La partícula, pero, puede llevar a algunos a creer que las palabras él es su Salvador pretenden anticipar una objeción. Cristo tiene, sin duda, este reclamo peculiar de ser el Salvador de la Iglesia; sin embargo, que las esposas sepan que sus maridos, aunque no pueden presentar reclamos iguales, tienen autoridad sobre ellas, según el ejemplo de Cristo. Prefiero la primera interpretación; porque el argumento derivado de la palabra, pero, (ἀλλά,) no me parece que tenga mucho peso.

 

25. Maridos, amad a vuestras mujeres. De los maridos, por otra parte, el apóstol exige que no aprecien hacia sus esposas un amor ordinario; porque también a ellos les ofrece el ejemplo de Cristo, así como Cristo amó a la iglesia. Si tienen el honor de llevar su imagen y ser, en cierta medida, sus representantes, deben parecerse a él también en el cumplimiento de su deber.

 

Y se entregó así mismo por ella. Con esto se pretende expresar el fuerte afecto que los maridos deben tener por sus esposas, aunque aprovecha, inmediatamente después, para elogiar la gracia de Cristo. Que los maridos imiten a Cristo en este sentido, que él no tuvo escrúpulos en morir por su iglesia. De hecho, una consecuencia peculiar que resultó de su muerte, es decir, que con ella redimió a su iglesia, está completamente más allá del poder de los hombres para imitarla.

 

26. Para santificarla, o para separarla para sí mismo; porque así considero que es el significado de la palabra santificar. Esto se logra mediante el perdón de los pecados y la regeneración del Espíritu.

 

Habiéndola purificado en el lavamiento de agua. Habiendo mencionado la santificación interior y oculta, ahora añade el símbolo exterior, mediante el cual se confirma visiblemente; como si hubiera dicho que el bautismo nos ofrece una promesa de esa santificación. Aquí es necesario cuidarse de interpretaciones erróneas, no sea que la perversa superstición de los hombres, como ha sucedido frecuentemente, convierta un sacramento en un ídolo. Cuando Pablo dice que somos lavados por el bautismo, lo que quiere decir es que Dios lo emplea para declararnos que somos lavados y al mismo tiempo realiza lo que representa. Si la verdad (o, lo que es lo mismo, la manifestación de la verdad) no estuviera relacionada con el bautismo, sería impropio decir que el bautismo es el lavamiento del alma. Al mismo tiempo, debemos tener cuidado de atribuir al signo o al ministro lo que pertenece sólo a Dios. No debemos imaginar que el lavado lo realiza el ministro, o que el agua limpia las contaminaciones del alma, algo que nada más que la sangre de Cristo puede lograr. En resumen, debemos tener cuidado de no dar ninguna parte de nuestra confianza al elemento o al hombre; porque el uso verdadero y apropiado del sacramento es conducirnos directamente a Cristo y poner toda nuestra dependencia de él.

Otros suponen también que se da demasiada importancia al signo, diciendo que el bautismo es el lavamiento del alma. Bajo la influencia de este miedo, se esfuerzan excesivamente por disminuir la fuerza del elogio que aquí se pronuncia sobre el bautismo.

Pero están manifiestamente equivocados; porque, en primer lugar, el apóstol no dice que sea la señal que lava, sino que declara que es obra exclusiva de Dios. Es Dios quien lava, y el honor de realizarlo no puede ser quitado lícitamente a su Autor y entregado al signo.

Pero no es absurdo decir que Dios emplea una señal como medio externo. No es que el poder de Dios esté limitado por el signo, sino que esta asistencia se acomoda a la debilidad de nuestra capacidad. Algunos se sienten ofendidos por este punto de vista, imaginando que toma del Espíritu Santo una obra que es peculiarmente suya y que se le atribuye en todas partes en las Escrituras. Pero están equivocados; porque Dios actúa mediante la señal de tal manera que toda su eficacia depende de su Espíritu. Al signo no se le atribuye nada más que ser un órgano inferior, completamente inútil en sí mismo, salvo en la medida en que obtiene su poder de otra fuente.

Igualmente, infundado es su temor de que con esta interpretación se restrinja la libertad de Dios. La gracia de Dios no se limita al signo; para que Dios, si quiere, no lo conceda sin la ayuda del signo. Además, reciben la señal muchos que no son partícipes de la gracia; porque el signo es común a todos, tanto a los buenos como a los malos; pero el Espíritu sólo se concede a los elegidos, y la señal, como hemos dicho, no tiene eficacia sin el Espíritu. El participio griego καθαρίσας, está en tiempo pasado, como si hubiera dicho: "Después de haber lavado". Pero como la lengua latina no tiene participio activo en tiempo pasado, prefiero ignorar esto y traducirlo (mundans) lavando, en lugar de (mundatam) habiendo sido lavado; lo cual habría mantenido fuera de la vista un asunto de mucha mayor importancia, a saber, que sólo a Dios pertenece la obra de limpieza.

 

Por la palabra. Esto está muy lejos de ser una adición superflua; porque, si se quita la palabra, se pierde todo el poder de los sacramentos. ¿Qué más son los sacramentos sino los sellos de la palabra? Esta sola consideración ahuyentará la superstición. ¿Cómo es posible que los hombres supersticiosos se sientan confundidos por las señales, sino porque sus mentes no están dirigidas a la Palabra que los conduciría a Dios? Ciertamente, cuando miramos a otra cosa que, a la palabra, no hay nada sano, nada puro; pero un absurdo surge de otro, hasta que finalmente las señales que fueron designadas por Dios para la salvación de los hombres se vuelven profanas y degeneran en flagrante idolatría. La única diferencia, por tanto, entre los sacramentos de los piadosos y los inventos de los incrédulos se encuentra en la Palabra.

Por la Palabra se entiende aquí la promesa, que explica el valor y uso de las señales.

De aquí parece que los papistas no observan las señales de manera adecuada. De hecho, se jactan de tener "la Palabra", pero parecen considerarla como una especie de encantamiento; porque lo murmuran en lengua desconocida; como si estuviera dirigido a la materia muerta y no a los hombres. No se da ninguna explicación del misterio al pueblo; y en este sentido, si no hubiera otro, el sacramento comienza a ser nada más que el elemento muerto del agua.

En la palabra equivale a “Por la palabra”.

 

27. A fin de presentársela a sí mismo. Él declara cuál es el diseño del bautismo y de nuestro lavamiento. Es para que podamos vivir de manera santa e irreprochable ante Dios.

Somos lavados por Cristo, no para que volvamos a nuestra contaminación, sino para que retengamos a lo largo de nuestra vida la pureza que una vez hemos recibido. Esto se describe en un lenguaje metafórico apropiado a su argumento.

 

No tuviese mancha ni arruga. Así como la belleza de la esposa produce amor en el marido, así Cristo adorna a la Iglesia, su esposa, con santidad como prueba de su consideración. Esta metáfora contiene una alusión al matrimonio; pero luego deja a un lado la figura y dice claramente que Cristo ha reconciliado a la iglesia, para que sea santa y sin mancha. La verdadera belleza de la Iglesia consiste en esta castidad conyugal, es decir, en la santidad y la pureza.

La palabra presentársela (παραστήσ) implica que la iglesia debe ser santa, no sólo a la vista de los hombres, sino a los ojos del Señor; porque Pablo dice a fin de presentársela a sí mismo, no para mostrarla a otros, aunque los frutos de esa pureza oculta se vuelven evidentes después en las obras externas. Los pelagianos solían citar este pasaje para demostrar la perfección de la justicia en esta vida, pero Agustín les respondió con éxito.

Pablo no declara lo que se ha hecho, sino con qué propósito Cristo limpió su iglesia. Ahora bien, cuando se dice que se ha hecho una cosa que después puede seguir otra, es inútil concluir que esta última cosa, que debería seguir, ya se ha hecho. No negamos que la santidad de la iglesia ya ha comenzado; pero mientras haya progreso diario, no puede haber perfección.

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