} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: EPÍSTOLA DEL APÓSTOL PABLO A LOS EFESIOS 4; 25-28

jueves, 8 de agosto de 2024

EPÍSTOLA DEL APÓSTOL PABLO A LOS EFESIOS 4; 25-28

 

 

 

Efesios 4:25-28

25 Por lo cual, desechando la mentira, hablad verdad cada uno con su prójimo; porque somos miembros los unos de los otros.

26 Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo,

27 ni deis lugar al diablo.

28 El que hurtaba, no hurte más, sino trabaje, haciendo con sus manos lo que es bueno, para que tenga qué compartir con el que padece necesidad.

 

25. Por lo cual, desechando la mentira. De este principio doctrinal, es decir, de la justicia del nuevo hombre, brotan todas las exhortaciones piadosas, como arroyos de una fuente; porque si se reunieran todos los preceptos que se relacionan con la vida, sin este principio, tendrían poco valor. Los filósofos adoptan un método diferente; pero, en la doctrina de la piedad, no hay otro modo que este para regular la vida. Ahora, por tanto, viene a establecer exhortaciones particulares, extraídas de la doctrina general. Habiendo concluido de la verdad del evangelio que la justicia y la santidad deben ser verdaderas, ahora argumenta desde la declaración general hasta un caso particular, que cada hombre debe decir la verdad a su prójimo. Mentir aquí se refiere a toda clase de engaño, hipocresía o astucia; y verdad para un trato honesto. Exige que todo tipo de comunicación entre ellos sea, sincera; y lo refuerza mediante esta consideración, porque somos miembros unos de otros. Que los miembros no se pongan de acuerdo entre sí, que actúen de manera engañosa unos con otros, es una maldad prodigiosa.

Hay más de una clase de mentira en este mundo.

Existe la mentira que se dice, algunas veces deliberadamente, y otras casi sin querer. También se puede mentir guardando silencio, y puede que sea la forma más corriente. Puede ser que en una conversación una persona muestre con su silencio estar de acuerdo o dar su aprobación a alguna manera de actuar que sabe que no es como es debido. Puede ser que una persona se calle una advertencia, o una reprensión, cuando sabe muy bien que debería darlas. Cuidado con aquello de que «el que calla otorga.» Mentirle a otro quebranta la unidad, crea conflicto y destruye la confianza. Rompe las relaciones y conduce a una guerra abierta en la iglesia.

Pablo da la razón para decir la verdad: Es porque somos todos miembros del mismo Cuerpo. Podemos vivir tranquilos solamente porque los sentidos y los nervios pasan mensajes veraces al cerebro. Si se acostumbraran a enviar mensajes falsos, y, por ejemplo, le dijeran al cerebro que algo está frío y se puede tocar cuando en realidad está muy caliente y quema, la vida se acabaría muy pronto. Un cuerpo puede funcionar con salud solamente cuando cada uno de sus miembros le pasa mensajes veraces al cerebro. Así que si estamos todos incluidos en -un cuerpo, ese cuerpo podrá funcionar como es debido solamente si decimos la verdad

 

26. Airaos, pero pequéis. Es incierto si el apóstol tenía en sus ojos o no una parte del

Salmo 4; 4. Las palabras utilizadas por él (᾿Οργίζεσθε καὶ υὴ ἁμαρτάνετε) aparecen en la traducción griega, aunque algunos consideran que la palabra ὀργίζεσθε, que se traduce, airaos, significa temblar. El verbo hebreo (ragaz) significa estar agitado por la ira o temblar. En cuanto al pasaje del Salmo, la idea de temblar será muy apropiada. “Temblad, y no pequéis;  Meditad en vuestro corazón estando en vuestra cama, y callad. Selah”. La palabra a veces significa luchar o pelear, como, en ese caso, (Génesis 45:24) "Y despidió a sus hermanos, y ellos se fueron. Y él les dijo: No riñáis por el camino"; y, en consecuencia, el salmista agrega: “Meditad en vuestro corazón estando en vuestra cama”, abstente de encuentros furiosos.

Es normal que se tengan enfados en la vida cristiana, pero no se debe uno pasar. El mal genio no tiene disculpa; pero existe una indignación que muchas veces hace que el mundo no sea peor de lo que es.

Hubo momentos cuando Jesús se enfadó terrible y majestuosamente. Se enfadó cuando los escribas y los fariseos Le estaban observando para ver si curaba al hombre del brazo seco en sábado (Marcos 3:5 Entonces, mirándolos alrededor con enojo, entristecido por la dureza de sus corazones, dijo al hombre: Extiende tu mano. Y él la extendió, y la mano le fue restaurada sana.). No fue el que Le criticaran lo que Le molestó; se enfadó porque la ortodoxia rígida de ellos quería imponerle a un semejante un sufrimiento innecesario. Estaba enfadado cuando hizo el azote de cuerdas y echó de los atrios del templo a los cambistas de dinero y a los vendedores de animales para los sacrificios (Juan 2:13-17 Estaba cerca la pascua de los judíos; y subió Jesús a Jerusalén, 14  y halló en el templo a los que vendían bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas allí sentados. 15  Y haciendo un azote de cuerdas, echó fuera del templo a todos, y las ovejas y los bueyes; y esparció las monedas de los cambistas, y volcó las mesas; 16  y dijo a los que vendían palomas: Quitad de aquí esto, y no hagáis de la casa de mi Padre casa de mercado. 17  Entonces se acordaron sus discípulos que está escrito: El celo de tu casa me consume) La ira egoísta y desatada es cosa peligrosa que debe desterrarse de la vida cristiana. Pero la indignación generosa que se mantiene en la disciplina del servicio de Cristo y de nuestros semejantes es una de las grandes fuerzas bienhechoras.

En mi opinión, Pablo simplemente alude al pasaje con la siguiente opinión. Hay tres faltas por las cuales ofendemos a Dios al estar enojados. La primera es cuando nuestra ira surge de causas leves y, a menudo, sin causa alguna, o al menos de injurias u ofensas privadas. La segunda es cuando vamos más allá de los límites apropiados y nos apresuramos a cometer excesos intemperantes. La tercera es cuando nuestra ira, que debería haber estado dirigida contra nosotros mismos o contra los pecados, se vuelve contra nuestros hermanos. Por lo tanto, lo más apropiado fue que Pablo, cuando deseaba describir la limitación adecuada de la ira, empleara el conocido pasaje: Airaos, pero no pequéis.

Cumplimos con este mandato si los objetos de nuestra ira no se buscan en los demás, sino en nosotros mismos, si derramamos nuestra indignación contra nuestras propias faltas. Con respecto a los demás, debemos enojarnos, no por sus personas, sino por sus faltas; ni debemos enojarnos por ofensas privadas, sino por el celo por la gloria del Señor. Por último, se debe permitir que nuestra ira, después de un tiempo razonable, se calme, sin mezclarse con la violencia de las pasiones carnales.

 

No se ponga el sol sobre vuestro enojo. Pablo sigue diciendo que el cristiano no debe dejar que se ponga el sol sobre su indignación. Plutarco decía que los discípulos de Pitágoras tenían entre las reglas de su sociedad que si durante el día la ira les había hecho hablarse despectivamente, antes de que se pusiera el sol se daban las manos, se besaban y se reconciliaban. Hubo un rabino judío que Le pedía a Dios que no le permitiera acostarse nunca con ningún pensamiento negativo contra un semejante en su mente.

Sin embargo, es casi imposible que a veces cedamos a pasiones impropias y pecaminosas: tan fuerte es la tendencia de la mente humana hacia el mal. Por lo tanto, Pablo sugiere un segundo remedio: suprimir rápidamente nuestra ira y no permitir que se fortalezca con la continuidad. El primer remedio fue: Airaos, pero no pequéis; pero, como la gran debilidad de la naturaleza humana hace que esto sea sumamente difícil, lo siguiente es no atesorar la ira en nuestras mentes por mucho tiempo, ni darle tiempo suficiente para que se fortalezca. Él ordena en consecuencia: no se ponga el sol sobre vuestro enojo. Si en algún momento estamos enojados, tratemos de apaciguarnos antes de que se ponga el sol. El consejo de Pablo es sano, porque cuanto más aplazarnos el zanjar nuestras diferencias, menos probable es que lleguemos a remediarlas. Si hay un disgusto entre nosotros y otra persona, si hay problemas en una iglesia o en una sociedad en la que se reúne la gente, la mejor manera de resolverlos es en seguida. Cuanto más se deje crecer, más amarga se hará. Si no hemos tenido razón, debemos pedirle a Dios que nos dé la gracia de reconocerlo; y aunque hayamos tenido razón, debemos pedirle a Dios que nos dé la gracia que nos permita dar el primer paso para remediar las cosas.

 

27. Ni deis lugar (τῷ διαβόλῳ) al diablo. Soy consciente de la interpretación que algunos dan de este pasaje. Erasmo, que lo traduce “ni deis lugar al calumniador” (calumniatori), muestra claramente que lo entendió como una referencia a hombres maliciosos. Muchas veces una iglesia se ha desgarrado en grupitos porque dos personas se pelearon, y dejaron que se pusiera el sol sobre su ira. Pero esta frase puede tener otro sentido. La palabra para diablo en griego es diábolos. Pero diábolos es también la palabra normal para calumniador. Lutero, por ejemplo, consideraba que esto quería decir: "No le hagáis sitio en vuestra vida al calumniador.» Puede ser que ese sea el verdadero sentido de lo que Pablo quiere decir. No hay persona en este mundo que pueda causar más males que un calumniador correveidile. Muchas buenas famas se han asesinado mientras se bebían unas cañas o cafés. Cuando veas venir al correveidile, lo mejor que puedes hacer es cerrarle la puerta en las narices.

Pero no tengo ninguna duda de que la intención de Pablo era protegernos de permitir que Satanás tomara posesión de nuestras mentes y, manteniendo en sus manos esta ciudadela, hacer lo que quisiera. Todos los días sentimos lo imposible o, al menos, lo difícil que es curar el odio prolongado. ¿Cuál es la causa de esto, sino que, en lugar de resistir al diablo, le entregamos la posesión de nuestro corazón? Antes de que el veneno del odio haya llegado al corazón, es necesario expulsar por completo la ira.

 

28. El que hurtaba, no hurte más. Esto incluye no sólo los robos más graves que son castigados por las leyes humanas, sino también aquellos de naturaleza más oculta, que no caen bajo el conocimiento de los hombres, todo tipo de depredación mediante la cual nos apoderamos de la propiedad de otros. Pero no nos prohíbe simplemente tomar esa propiedad de manera injusta o ilegal. Nos ordena que ayudemos a nuestros hermanos en la medida de nuestras posibilidades.

Este era un consejo muy necesario, porque en el mundo antiguo el latrocinio estaba a la orden del día. Era especialmente corriente en dos sitios: en los puertos y, sobre todo, en los baños públicos. Los baños públicos eran los clubes de entonces, y el robar las pertenencias de los que se estaban bañando era uno de los crímenes más corrientes en cualquier ciudad griega.

Lo más interesante de este dicho es la razón que da Pablo para ser un honrado trabajador. No dice: «Vuélvete un honrado trabajador para que puedas mantener tu casa;» dice: "Conviértete en un honrado trabajador para que puedas tener algo que darles a los que son más pobres que tú.» Aquí tenemos una idea nueva y un nuevo ideal: el de trabajar para poder ayudar a otros.

En la sociedad moderna nadie tiene demasiado para dar; pero haremos bien en recordar que el ideal cristiano es el trabajar, no para amasar riquezas, sino para compartir con los menos afortunados.

 

Para que tenga que compartir con el que padece necesidad. “Tú, que antes robabas, no sólo debes obtener tu subsistencia mediante un trabajo lícito e inofensivo, sino que debes ayudar a los demás”. Primero se le exige que trabaje, haciendo con sus manos lo que es bueno, no para suplir sus necesidades a expensas de sus hermanos, sino para sustentar la vida mediante un trabajo honorable. Pero el amor que debemos al prójimo nos lleva mucho más lejos. Nadie debe vivir sólo para sí mismo y descuidar a los demás. Todos deben trabajar para satisfacer las necesidades de los demás.

Pero surge una pregunta: ¿Obliga Pablo a todos los hombres a trabajar con sus manos? Esto sería excesivamente difícil. Respondo, el significado es claro, si se considera debidamente. Todo hombre tiene prohibido robar. Pero muchas personas tienen la costumbre de alegar necesidad, y esa excusa se evita mandándoles más bien a trabajar (μᾶλλον δε κοπιάτω) con sus manos. Como si hubiera dicho: “Ninguna condición, por dura o desagradable que sea, puede facultar a un hombre a dañar a otro, o incluso a abstenerse de contribuir a las necesidades de sus hermanos.

 

Lo que es bueno. Esta última cláusula, que contiene un argumento de mayor a menor, da no poca fuerza adicional a la exhortación. Como hay muchas ocupaciones que contribuyen poco a promover los disfrutes legítimos de los hombres, les recomienda que elijan aquellos empleos que proporcionen la mayor ventaja a sus vecinos. No debemos sorprendernos de esto. Si esos oficios que no pueden tener otro efecto que llevar a los hombres a la inmoralidad fueran denunciados por los paganos (y Cicerón entre ellos) como sumamente vergonzosos, ¿los consideraría un apóstol de Cristo entre los llamamientos legítimos de Dios?

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