} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: ESTUDIO APOCALIPSIS 18; 14-19

lunes, 30 de marzo de 2020

ESTUDIO APOCALIPSIS 18; 14-19


    
14  Y el fruto que tanto has anhelado se ha apartado de ti, y todas las cosas que eran lujosas y espléndidas se han alejado de ti, y nunca más las hallarán.
15  Los mercaderes de estas cosas que se enriquecieron a costa de ella, se pararán lejos a causa del temor de su tormento, llorando y lamentándose,
16  diciendo: "¡Ay, ay, la gran ciudad, que estaba vestida de lino fino, púrpura y escarlata, y adornada de oro, piedras preciosas y perlas!,
17  porque en una hora ha sido arrasada tanta riqueza." Y todos los capitanes, pasajeros y marineros, y todos los que viven del mar, se pararon a lo lejos,
18  y al ver el humo de su incendio gritaban, diciendo: "¿Qué ciudad es semejante a la gran ciudad?"
19  Y echaron polvo sobre sus cabezas, y gritaban, llorando y lamentándose, diciendo: "¡Ay, ay, la gran ciudad en la cual todos los que tenían naves en el mar se enriquecieron a costa de sus riquezas!, porque en una hora ha sido asolada."

    Los pecados de Babilonia (Roma), como los de Sodoma, se han ido acumulando hasta llegar al cielo, y Dios, acordándose de su justicia, se dispone a castigarlos.

Los lamentos de los reyes y de los comerciantes deberían leerse en paralelo con el lamento sobre Tiro en Ezequiel 26 y 27 con el que tienen mucho en común.
El lamento de los comerciantes es puramente egoísta. Toda su tristeza se la produce el que haya desaparecido el mercado del que sacaban tantos beneficios. Es significativo que tanto los reyes como los comerciantes se paran lejos para observar, no sea que les alcance algo de la desgracia que le ha sobrevenido a Babilonia. No le echan una mano para ayudarla en su última agonía; no sintieron nunca amor por ella; su vinculación era el lujo que ella deseaba y los negocios que les producía.
Aprenderemos todavía más del lujo de Roma o Babilonia si miramos en detalle algunos de los productos que llegaban a ella.

En el tiempo cuando Juan estaba escribiendo esto había en la Roma babilónica una pasión por las vajillas de plata. La plata llegaba especialmente de Cartagena, en España, donde había cuarenta mil hombres en las minas de plata. Platos, tazones, jarras, fruteros, estatuillas, vajillas completas se hacían de plata sólida. Lucio Craso había comprado cacharros de plata que le habían costado el equivalente de 1200€ por cada kilo de plata que había en ellos. Hasta un general guerrero como Pompeyo Paulino llevaba en sus campañas cacharros de plata que pesaban 5,000 kilos, la mayor parte de los cuales cayó en manos de los godos como botín de guerra. Plinio nos cuenta que algunas mujeres no se bañaban nada más que en baños de plata, los soldados tenían espadas con empuñaduras y vainas con cadenas de plata, aun las mujeres pobres tenían ajorcas de plata, y hasta las esclavas tenían espejos de plata. En las Saturnalias, las fiestas que caían en el tiempo que ocuparía más tarde la Navidad, y en las que se daban regalos, a menudo estos eran cucharillas de plata y cosas por el estilo, y cuanto más ricos eran los donantes más ostentosos los regalos. Roma era una ciudad de plata.

Era una época en la que gustaban apasionadamente las piedras preciosas y las perlas. Fue principalmente después de las conquistas de Alejandro Magno cuando llegaron las piedras preciosas a Occidente. Plinio decía que la fascinación de una joya consistía en que el poder mayestático de la naturaleza se cifraba en un reducido espacio.
El orden de preferencia de las piedras preciosas colocaba los diamantes en primer lugar; las esmeraldas -principalmente de Escitia- en segundo; en tercero, el berilo y el ópalo, que se usaban para adornos femeninos, y en cuarto la sardónica, que se usaba para anillos de sellar.
Una de las creencias antiguas más curiosas era que las piedras preciosas tenían propiedades curativas. La amatista se decía que era la cura del alcoholismo; es roja como el vino tinto, y su nombre deriva de la palabra griega methyskein, emborrachar, con la a inicial negativa. El jaspe, una de cuyas variedades, el heliotropo, tiene manchas del color de la sangre, se decía que era la cura para las hemorragias. El jaspe verde o plasma se decía que producía la fertilidad. El diamante se decía que neutralizaba el veneno y curaba el delirio, y el ámbar llevado al cuello era la cura de la fiebre y otros males.

Las joyas que más les gustaban a los romanos eran las perlas. Como ya hemos visto, se las bebían disueltas en vino. Un cierto Struma Nonius tenía un anillo con un ópalo tan grande como una nuez, pero eso no era nada comparado con la perla que le dio Julio César a Servilia, que costó el equivalente de 90.000€. Plinio dice que vio a Lolia Paulina, una de las mujeres de Calígula, en una fiesta de desposorios, con joyas de esmeraldas y perlas que le cubrían la cabeza, el pelo, las orejas, cuello y los dedos, que valían 600,000€

El lino fino procedía de Egipto. Era la tela de las vestiduras de los reyes y de los sacerdotes. Era muy caro; una túnica de sacerdote podía costar el equivalente de 6000€

La púrpura venía principalmente de Fenicia. El mismo nombre de Fenicia es probable que se derivara de foinos, que quiere decir rojo de sangre, y puede que se conociera a los fenicios como " los hombres púrpura», porque comerciaban esa sustancia. La púrpura antigua era mucho más roja que la moderna. Era el color regio por excelencia y el ropaje de la nobleza. El tinte de la púrpura se extraía de un molusco de su nombre llamado en latín murex. Solo se extraía una gota de cada animal; y había que abrir la concha tan pronto como muriera el animal, porque la púrpura venía de una venilla que se secaba casi inmediatamente cuando moría. Un kilo de lana teñida doblemente de púrpura costaba el equivalente de 600€, y una chaqueta corta el doble. Plinio nos dice que por entonces había en Roma «una manía apasionada de púrpura.»

La seda puede que sea ahora bastante corriente, pero en la Roma del Apocalipsis tenía un precio incalculable, porque había que importarla de la lejana China. Tal era su precio que una kilo de seda costaba el peso de un kilo de oro. Bajo Tiberio se aprobó una ley prohibiendo el uso de cacharros de oro macizo para servir las comidas, y "el que los varones se deshonraran poniéndose ropa de seda» (Tácito, Anales 2:23).

La escarlata o grana, como la púrpura, se buscaba mucho por el tinte que se le extraía. Cuando pensamos en estas fábricas puede que advirtamos que uno de los muebles ostentosos de Roma eran las tapaderas para los canapés de los banquetes. Tales cubiertas costaban a menudo tanto como 9000€, y Nerón tenía cubiertas para sus canapés que habían costado más de 60000€ cada una.
La más interesante de las maderas mencionadas en este pasaje es la de thuia o árbol de la vida. En latín se la llamaba madera de cítrico; su nombre botánico es thuia articulata. Procedía del Norte de Africa, de la región del Atlas, olía muy bien y tenía una textura muy bonita. Se usaba especialmente para cubrir las mesas; pero, como los cítricos son rara vez grandes, era difícil conseguir piezas para cubiertas de mesa. Una mesa hecha de madera de thuia articulata podía costar de 100.000 a 300.000€. Se dice que Séneca, el primer ministro de Nerón, tenía trescientas de esas mesas con las patas de mármol.

El marfil se usaba mucho en decoración, especialmente entre los que querían hacer alarde de riqueza. Se usaba en escultura, estatuas, empuñaduras de espadas, muebles incrustados, sillas de ceremonia, puertas y hasta para muebles de casa. Juvenal nos describe a un rico: «Hoy en día un rico no disfruta de la comida -el rodaballo y el venado no le saben a nada, los perfumes y las rosas le huelen a podrido- a menos que las anchas tablas de su mesa de comedor descansen sobre leopardos rampantes boquiabiertos de marfil macizo.»

Las estatuillas de bronce corintio eran famosas y fabulosamente caras. El hierro venía del Mar Negro y de España. Hacía mucho que se había usado el mármol en Babilonia en edificios, pero no en Roma. Sin embargo, Augusto podía presumir de haber encontrado una Roma de ladrillo y haberla dejado de mármol. Acabó por haber una agencia que se llamaba ratio marmorum cuya misión era buscar por todo el mundo dónde hubiera buenos mármoles para traérselos para decorar los edificios de Roma.

La canela era un artículo de lujo procedente de la India y de cerca de Zanzíbar, y alcanzaba unos precios en Roma de 280€ el kilo.

Las especias despistan un poco aquí. La palabra griega es ámómon; Casiodoro de Reina pone sencillamente olores. Ámómon era un bálsamo de olor que se usaba especialmente para ciertos peinados y como óleo para ritos funerales.

En el Antiguo Testamento el incienso tenía un uso exclusivamente religioso para acompañar a los sacrificios del Templo. Según Exo_30:34-38  el incienso del Templo se hacía de estacte, uña aromática, gálbano aromático e incienso puro, que son todos resinas olorosas o balsámicas. Según el Talmud, se le añadían siete ingredientes más: mirra, casia, nardo, azafrán, costus, macis y canela. En Roma se usaba el incienso como perfume con el que se daba la bienvenida a los invitados y se perfumaba el salón después de las comidas.

En el mundo antiguo se bebía vino en general en todas partes, pero la borrachera se consideraba una deshonra grave. El vino se tomaba generalmente diluido, dos partes de vino para cinco de agua. Se pisaban las uvas para extraer el mosto, una parte del cual se bebía así, sin fermentar. Otra parte se cocía para hacer gelatina que se usaba para dar cuerpo y sabor a vinos más flojos. El resto se metía en tinajas grandes y se dejaba fermentar nueve días, luego se tapaba, y se abría mensualmente para comprobar la fermentación. Hasta los esclavos tenían suficiente vino como parte de su ración diaria, porque era muy barato, a 0.05€ el litro.

La mirra era la resina de un arbusto que crecía principalmente en el Yemen y el Norte de África. Se usaba medicinalmente como astringente, estimulante y antiséptico. También se usaba como perfume, como anodino por las mujeres en el tiempo de su purificación, y para embalsamar los cadáveres.

El incienso era una resina gomosa producida por un árbol del genus Boswellia. Se le hacía una incisión al árbol y se le quitaba una tira de corteza por debajo. La resina que exudaba el árbol era como leche. En cosa de diez o doce semanas se coagulaba en terrones, que era como se vendía. Se usaba como perfume para el cuerpo, para endulzar o aromar el vino, como aceite para las lámparas y como incienso sacrificial.

Las carrozas que se mencionan aquí -la palabra es redé no eran las militares ni las de las carreras. Eran carrozas privadas de cuatro ruedas, y los aristócratas ricos de Roma a menudo las chapaban de plata.

La lista se cierra con la mención de esclavos y almas de hombres. La palabra para esclavo es soma, que quiere decir literalmente cuerpo. El mercado de esclavos se llamaba el sómatémporos, el lugar donde se venden cuerpos. La idea era que se vendían los esclavos en cuerpo y alma a sus amos.

Nos es casi imposible entender hasta qué punto la civilización romana se basaba en los esclavos. Había 60,000,000 de esclavos en el Imperio Romano. No era raro que uno tuviera cuatrocientos esclavos. «Usa tus esclavos como los miembros de tu cuerpo -dice un escritor latino-, cada uno para su propio uso.» Había, por supuesto, esclavos para las labores domésticas; y había un esclavo para cada servicio en particular. Leemos de los portadores de antorchas, de linternas, de sillas de ruedas, asistentes en la calle, encargados de la ropa de calle. Había esclavos que eran secretarios, otros para leer en voz alta, y hasta esclavos que le buscaban los datos a uno que estuviera escribiendo un libro o un tratado. Los esclavos hasta pensaban por algunos amos. ¡Había esclavos llamados nomenclatores cuyo deber era recordarle al amo los nombres de sus clientes y dependientes! «Recordamos por medio de otros,» dice un escritor latino. ¡Había hasta esclavos que le recordaban al amo que comiera o que se acostara! " 


Los hombres eran tan perezosos que hasta se olvidaban de que tenían hambre.» Había esclavos que iban delante de su amo y cuya misión era devolver el saludo de los amigos de este, que su amo estaba demasiado cansado o distraído para devolver por sí mismo. Un cierto ignorante incapaz de aprender o de recordar nada se hizo con una compañía de esclavos: uno se aprendía de memoria a Homero, otro a Hesíodo, otros a los poetas líricos. Era su deber estar detrás de su amo en las comidas y apuntarle las citas convenientes. Él pagaba 1200€ por cada una. Algunos esclavos eran jóvenes hermosos, " la flor de Asia,» que no hacían más que estar dando vueltas -por el salón eran los banquetes para placer de la vista. Algunos eran coperos. Algunos eran alejandrinos, habilidosos en decir cosas graciosas y hasta obscenas. Los invitados querían a veces limpiarse las manos en el pelo de los esclavos. Tales esclavos hermosos costaban por lo menos de 2000 a 3000€. Algunos esclavos eran fenómenos -enanos, gigantes, cretinos, hermafroditas. De hecho había un mercado de monstruos -«hombres sin piernas, con los brazos cortos, con tres ojos, con cabezas puntiagudas.» Algunas veces se producían esas deformidades aposta para la venta.
Es un cuadro triste el de seres humanos que se usaban en cuerpo y alma para el servicio y el entretenimiento de otros.
Este era el mundo por el que los comerciantes hacían duelo. Lo que lamentaban eran los mercados y las ganancias que habían perdido. Esta era la Roma o Babilonia cuyo fin estaba anunciando Juan. 

Y tenía razón -porque una sociedad construida sobre el lujo, el desenfreno, el orgullo, la insensibilidad para la vida y la personalidad humana está condenada por fuerza, hasta desde el punto de vista humano.

Como en una tragedia de la antigüedad clásica expresan en tres coros su estremecimiento. Las lamentaciones públicas eran muy ordinarias en Oriente con ocasión de alguna calamidad, fuera nacional o particular. Solían ir acompañadas con muestras exteriores de dolor: con gritos angustiosos, alaridos, llantos y diversos gestos. Cuanto mayores y más intensas eran esas muestras exteriores de dolor, tanto más grave era la calamidad que se lloraba. Esta costumbre dio origen entre los hebreos a un nuevo género poético llamado Qinah, lamentación o elegía. Jeremías nos ha dejado sus lamentaciones sobre Egipto, y en modo especial sus lamentaciones sobre la ruina de Jerusalén. Muchos otros profetas emplean igualmente la Qinah para expresar su dolor en momentos difíciles.

En primer lugar claman: «¡Ay, ay!», por una destrucción tan de raíz los reyes de la tierra, que al abrigo del favor de la dominadora del mundo se le habían entregado en cuerpo y alma y como compensación les había sido dado tener participación en su poderío y en su fasto. En realidad, tampoco pueden menos de reconocer que son testigos de un juicio de Dios, en el que sucumbe una potencia que en su descomunal frenesí había llegado hasta los límites más extremos.

El segundo coro lo forman los mercaderes de la tierra, que se habían enriquecido con sus engañosas riquezas y ahora lamentan la pérdida de aquel importante mercado de consumo. Ella les había comprado no sólo objetos de uso en la vida cotidiana, sino que, en un bienestar rebosante de prodigalidad, les había encargado los más costosos artículos de lujo destinados a una vida en medio de la molicie. La lista de artículos de importación en materia de indumentaria y de adornos, de cosméticos y mobiliario, de manjares y bebidas selectas, es característica de la sociedad altamente civilizada de la antigüedad. No sólo mercancías, animales y utensilios que hacían la vida agradable, cómoda y placentera, sino también personas, de las que se podía disponer libremente como de cosas y que se podían emplear en toda clase de servicios: todo esto se ponía allí a la venta; el tráfico de esclavos había venido a ser una buena fuente de ingresos en aquella tan grande y opulenta ciudad. Babilonia o Roma -piensan los comerciantes -habría podido ahora, en el apogeo de su poderío político y económico, gozar de los frutos de su posición tan desahogada; pero este cálculo no resultó. Como el abuso del poder, venga Dios también el abuso de la riqueza; ambos son igualmente engañosos en manos de los hombres.

El tercer grupo que se lamenta por la ruina de la ciudad lo forma la gente de mar: armadores y capitanes, pilotos y marineros; todos los que vivían de la navegación y del trabajo en los puertos. La soberbia ciudad, en cuyos puertos entraban y salían cantidad de embarcaciones grandes y pequeñas con abundante cargamento, ha desaparecido. Cierto que su duelo, como el de los comerciantes, no es propiamente desinteresado; como éstos, lamentan la pérdida de la fuente de su propio bienestar.

La lamentación de las gentes del mar viene a ser una réplica de un pasaje de Ezequiel 34 en donde los marineros fenicios también se lamentan de la ruina de Tiro. “Al estrépito de los gritos de tus marineros — dice Ezequiel — temblarán las playas. Bajarán de tus naves cuantos manejan el remo, y todos, marineros y pilotos del mar, se quedarán en tierra. Alzarán a ti sus clamores y darán amargos gritos; echarán polvo sobre sus cabezas y se revolverán en la tierra. Se raerán por ti los cabellos en torno y se vestirán de saco; te llorarán en la amargura de su alma con amarga aflicción; te lamentarán con elegías y dirán de ti: ¿Quién había que fuera como Tiro, ahora silenciosa en medio del mar?”

Los tres grupos están especialmente afectados, y cada uno lo recalca al final de su lamentación, por el hecho de que tal fatalidad irrumpiera de manera tan brusca e imprevista sobre la metrópoli mundial y en un abrir y cerrar de ojos la redujera a escombros y cenizas.

 La seguridad es una de las primeras y más acuciantes aspiraciones de los hombres; la mayor seguridad posible contra todos los avatares de la existencia caracteriza el pensar moderno, y no poco se paga por ella. Pero así sólo la existencia misma queda a fin de cuentas en constante peligro, dependiendo de un factor que se substrae a todo cálculo; Dios es «en quien vivimos, nos movemos y somos» (Hech_17:28). 

El espíritu de Babilonia, con el exclusivismo de su existencia meramente horizontal y la divinización de los valores de lo perecedero, viene juzgado en cada caso, pese a su negación, desde la vertical, y una vez lo será por fin definitivamente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario