} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: FE EN JESUCRISTO

sábado, 21 de marzo de 2020

FE EN JESUCRISTO



“Hermanos míos, que vuestra fe en nuestro glorioso Señor Jesucristo sea sin acepción de personas." - Santiago 2; 1

        Santiago censura los actos de favoritismos. La frase «hacer acepción de personas» se encuentra frecuentemente en muchas biblias; quiere decir obrar con parcialidad a favor de alguien porque es rico o influyente -o popular. Es una falta que toda la Biblia condena insistentemente. Los líderes ortodoxos judíos no. tuvieron más remedio que admitir que Jesús no hacía acepción de personas (Luc_20:21 ; Mar_12:14 ; Mat_22:16 ). Después de la visión del lienzo con animales limpios e inmundos, Pedro aprendió que Dios no hace acepción de personas (Hec_10:34 ). Pablo estaba convencido de que los judíos y los gentiles reciben el mismo juicio de Dios, porque Dios no tiene favoritos (Rom_2:11 ). Esta es una verdad en la que Pablo insiste a menudo (Efe_6:9 ; Col_3:25 ).

La palabra original es curiosa: prosópolémpsía. El nombre viene de la expresión prosópon lambánein. Prosópon es la cara; y lambánein quiere decir aquí levantar. La expresión griega es una traducción literal de la hebrea nasá panim, que quiere decir exactamente lo mismo. El levantar la cara de alguien, en lugar de hacer que bajara la cabeza o que se le cayera la cara de vergüenza, era tratarle favorablemente.
En su origen no era una expresión mala. Simplemente quería decir aceptar a una persona como buena. Malaquías pregunta si al gobernador le caerán bien y aceptará las personas de los que le traigan regalos indignos (Mal_1:8 s). Pero la expresión adquirió rápidamente un sentido malo. Pronto llegó a significar, no tanto el favorecer a una persona como el mostrar favoritismo, dejarse uno influir indebidamente por la posición social, el prestigio, el poder o la riqueza de una persona. Malaquías pasa a condenar ese mismo pecado cuando Dios acusa a Su pueblo de no cumplir Sus leyes y de ser parciales en sus juicios (Mal_2:9 ). La gran característica de Dios es Su absoluta imparcialidad. En la ley estaba escrito: «No cometerás injusticia, en el juicio, ni favoreciendo al pobre ni complaciendo al  grande; con justicia juzgarás a tu prójimo» (Lev_19:15 ). Aquí se hace hincapié en algo que es de capital importancia. Un juez puede ser injusto, tanto por someterse al poderoso, como para presumir de, favorecer al pobre. «El- Señor -decía Ben Sirá- es Juez, y no hace acepción de personas»

Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento condenan la parcialidad en el juicio y el favoritismo en el trato que proviene de darle una importancia indebida a la posición social, riqueza o influencia. Y es una falta a la que todos somos más o menos propensos. «El rico y el pobre se encontraron; a ambos los hizo el Señor» (Pro_22:2 ). "No está bien -dice Ben Sirá- despreciar al pobre que tiene entendimiento; ni tampoco engrandecer al pecador porque tiene dinero»   Haremos bien en recordar que es tan discriminatorio consentir a la multitud como doblegarse al tirano.
 A menudo tratamos a una persona bien vestida y de aspecto imponente mejor de lo que tratamos a alguien que da la impresión de pobreza. Actuamos así porque preferimos identificarnos con las personas que han tenido éxito y no con quienes han tenido un aparente fracaso. Lo irónico, como dice Santiago, es que los supuestos triunfadores pudieron haber obtenido su estilo de vida ostentoso a nuestras expensas. Además, el rico halla dificultad para identificarse con el Señor Jesús, pues El vino como un humilde siervo. ¿Se impresiona con facilidad por el nivel social, la riqueza o la fama? ¿Se parcializa con los que "tienen" y desprecia a los que "no tienen"? Ese prejuicio es pecaminoso. Dios ve a todos como iguales, y si favorece a alguien, es al pobre y al indefenso. Debemos seguir ese ejemplo.

La fe en Cristo, en el Señor, que se encuentra en la gloria de Dios, libera al cristiano de todo servilismo medroso o interesado ante otros poderes, cualesquiera que sean. No podemos seguir usando en el trato con los demás hombres las antiguas normas mundanas, porque son falsas. No hay que juzgar al prójimo por su posición social o por su apariencia, por la estima que de él tienen los hombres, sino por lo que es ante Dios, Y ante Dios todos somos iguales, tanto por nuestra condición de criaturas como por ser pecadores llamados a la salvación. Dios no mira las apariencias; Dios ve los corazones. No pueden seguir utilizándose en las relaciones cotidianas las normas dictadas por puntos de vista terrenos, con frecuencia injustos y poco caritativos, ni siquiera cuando se trata de relaciones con no cristianos. En este ejemplo, que Santiago lleva al límite conscientemente, habla de gente que no tiene sitio fijo en la asamblea. Lo que dice más adeIante (Stg2,6-8; Stg. 5,1-6) indica que el rico es un no cristiano que un día entra a participar en el culto divino cristiano porque se siente interesado. Lo mismo puede decirse, probablemente, del visitante pobre. Mientras al rico se le asigna, en seguida, un sitio honorífico, que sea lo más cómodo posible, al visitante pobre se le concede poca atención. Nadie le cede el asiento. Por tanto, ha de quedarse de pie o sentarse en el suelo. Ni es cristiana la preferencia otorgada al rico, que seguramente está influida por la intención de ganarle para la comunidad cristiana, ni es cristiano el menosprecio mostrado al pobre. Estas distinciones en la manera de tratar a las personas convierten a tales cristianos en jueces inicuos, parciales y llenos de prejuicios. Obrando así, traicionan su vocación.

Ya en el Antiguo Testamento se amenaza a tales acepciones de personas con la rigurosas justicia de Dios. ¿Cómo podrán resistir ante quien, según palabras de Jesús, ha de medir al hombre con la misma medida con que el hombre haya medido (Mat_7:1s)? ¿Y cómo puede atraer y persuadir la fe del cristiano, si las normas que sigue en su vida contradicen por completo las normas de la fe? Esta forma práctica de vivir de muchos cristianos, adaptada a los criterios mundanos, ¿no constituye uno de los principales escándalos para los que están fuera de la Iglesia? ¿No hay que preguntarse si no se siguen con frecuencia tales normas erróneas en la vida de los cristianos y dentro de las comunidades, y si nosotros mismos no tenemos que contarnos entre Ios que consideran normal y natural tal forma de proceder?
La rareza de la mención de Jesús en esta Epístola debe golpear a todo lector atento; pero el carácter de las referencias que son hecho es igualmente notable, y pone más allá de toda duda que, cualquiera que sea la explicación de su escasez, pensamientos más bajos de Jesús, o menos devoción a Él que la que pertenecían a los otros escritores del Nuevo Testamento, no son la explicación. Santiago menciona a Cristo inequívocamente solo tres veces. La primera ocasión es en su saludo introductorio, donde, como los otros escritores del Nuevo Testamento, se describe a sí mismo como "el esclavo de Dios y del Señor Jesucristo"; vinculando así los dos nombres en la unión más cercana, y ofreciendo obediencia ilimitada a su Maestro. El segundo caso es el de éste versículo, en el cual nuestro Señor se expone mediante esta designación solemne, y se declara que es el objeto de la fe. El último es una exhortación a la paciencia en vista de la venida del Señor para ser nuestro Juez.

Así que Santiago, como Pedro, Pablo y Juan, miró a Jesús, quien probablemente era el hermano de Jacobo de nacimiento, como el Señor, a quien no fue blasfemia ni idolatría nombrar en el mismo aliento que Dios, y a quien el mismo se debía rendir obediencia absoluta; quién iba a ser el objeto de la confianza ilimitada de los hombres y quién volvería a ser nuestro juez.

Aquí tenemos, en este enunciado notable, cuatro designaciones distintas de ese Salvador, una constelación de glorias reunidas; y deseo ahora en algunas observaciones, aislar y mirar las varias estrellas: "la fe de nuestro Señor, Jesús, Cristo, el Señor de la gloria".

I. La fe cristiana es fe en Jesús.

A menudo olvidamos que ese nombre era común, totalmente indiferente y llevado por muchos de los contemporáneos de nuestro Señor. La había llevado el gran soldado a quien conocemos como Joshua; y sabemos que era el nombre de al menos uno de los discípulos de nuestro Maestro. Su desuso después de Él, tanto por judíos como cristianos, es fácilmente inteligible. Pero aunque lo soportó con especial referencia a su obra de salvar a su pueblo de sus pecados, lo compartió, como compartió la virilidad, con muchos otros de los hijos de Abraham. Por supuesto, Jesús es el nombre que generalmente se emplea en los Evangelios. Pero cuando recurrimos a las Epístolas, encontramos que es relativamente raro que se quede solo, y que en casi todos los casos de su empleo por sí solo, trae consigo la nota especial de señalar la atención a la virilidad de nuestro Señor Jesús.

Quien no siente, por ejemplo, que cuando leemos "corramos con paciencia la carrera que se nos presenta, mirando a Jesús, el autor y consumador de la fe", el hecho de que nuestro hermano Hombre ha recorrido el mismo camino, y siendo el patrón de nuestra paciencia y perseverancia, ¿se deposita tiernamente en nuestros corazones? Una vez más, cuando leemos de la simpatía que nos siente el gran Sumo Sacerdote que puede ser "tocado con un sentimiento de nuestras enfermedades, incluso Jesús", creo que no podemos sino reconocer que Su humanidad está presionada sobre nuestros pensamientos, como garantía para nosotros que tenemos no solo la piedad de un Dios, sino la compasión de un Hombre, que conoce por experiencia la amargura de nuestros dolores.

De la misma manera, leemos a veces que " Jesús murió por nosotros", a veces que " Cristo murió por nosotros"; y, aunque las dos formas de la declaración presentan el mismo hecho, lo presentan, por así decirlo, desde un ángulo de visión diferente, y nos sugieren diferentes pensamientos. "Cuando Pablo, por ejemplo, nos dice:" Si creemos que Jesúsmurió y resucitó, "no podemos dejar de sentir que nos está presionando el pensamiento de la verdadera virilidad de ese Salvador que, en Su muerte, como en Su resurrección, es el Precursor de los que creen en Él, y cuya muerte será sean más pacíficos y su ascenso más seguros, porque Él, quien "por cuanto los niños fueron participantes de carne y hueso también tomó parte de lo mismo", ha destruido la muerte y los libró de su esclavitud. con menos énfasis y fortaleciendo la fuerza triunfante, ¿leemos que este mismo Jesús,el Hombre que llevó nuestra naturaleza en su plenitud y nos es afín en carne y espíritu, ha resucitado de entre los muertos, ha ascendido a lo alto, y es el Precursor, quien para nosotros, en virtud de Su humanidad, ha entrado allí . Seguramente el oído más insensible debe captar la música y el profundo significado de la palabra que dice: " Aún no vemos todas las cosas sometidas a él (es decir, el hombre), pero vemos a Jesús coronado de gloria y honor.

Entonces, entonces, la fe cristiana primero se apodera de esa virilidad, se da cuenta del sufrimiento y la muerte como los de una verdadera humanidad, reconoce que llevó en su naturaleza "todos los males de los que la carne es heredera", y que su vida humana es un patrón de hermano para el nuestro; que, habiendo muerto, la muerte no tiene más terrores ni dominio sobre nosotros, y que a donde haya ido el Hombre Jesús, nosotros los hombres pecaminosos nunca debemos temer entrar, ni dudar de que nosotros también entremos.

Si nuestra fe se aferra a Jesús el Hombre, seremos liberados de la miseria de desperdiciar nuestros afectos terrenales en criaturas que pueden ser falsas, que pueden cambiar, que deben ser débiles y seguramente morirán. Si nuestra fe se aferra al Hombre Jesús, todos los tesoros del amor humano, la confianza y la obediencia, que a menudo se desperdician, y vuelven como dolor en nuestros corazones engañados y heridos, encontrarán su objeto seguro, dulce y estable en Él. . El amor humano es a veces falso y voluble, siempre débil y frágil; la sabiduría humana tiene sus límites, y la perfección humana sus defectos; pero el Hombre Jesús es el objeto perfecto, todo lo suficiente e inmutable para todo el amor, la confianza y la obediencia que el corazón humano puede derramar ante Él.

II La fe cristiana es fe en Jesucristo.

La primera confesión cristiana, el credo más simple y suficiente, fue que Jesús es el Cristo. ¿A qué nos referimos con eso? Queremos decir, primero y claramente, que Él es la realización de la figura oscura que surgió, majestuosa y enigmática, a través de las brumas de una revelación parcial. Queremos decir que Él es, como la palabra significa etimológicamente, "ungidos" con el Espíritu Divino, para el desempeño de todos los oficios que, en los viejos tiempos, estaban ocupados por hombres que estaban equipados y designados para ellos por unción externa: profeta, sacerdote y rey. Queremos decir que Él es la sustancia de la cual el antiguo ritual era la sombra. Queremos decir que Él es la meta a la que todo ese descubrimiento parcial anterior de la mente y la voluntad de Dios señalaron firmemente. Esto, y nada menos, es el significado de la declaración de que Jesús es el Cristo; y esa creencia es la marca distintiva de la fe que este hebreo de los hebreos, escribiendo a los hebreos, declara ser la fe cristiana.

Ahora, sé, y estoy agradecido de saber, que hay muchos hombres que admiran y obedecen sinceramente y con reverencia a Jesús, pero piensan que no tienen nada que ver con estas viejas ideas hebreas de un Cristo. No me corresponde a mí decidir qué individuo es su seguidor y cuál no; pero esto digo, que la confesión cristiana primitiva era precisamente que Jesús era el Cristo, y que yo, por mi parte, no sé por qué los términos de la confesión deberían ser alterados. Ah! estas viejas ideas judías no son, como las ha llamado un gran hombre, "ropa antigua hebrea"; y me aventuro a afirmar que no deben ser descartados sin estropear totalmente la integridad de la fe cristiana.

La fe en Jesús debe pasar a la fe en Cristo; porque es la oficina descrita en ese nombre, que le da toda su virtud a la virilidad. Eche un vistazo atrás por un momento a las instancias que ya he citado del uso del nombre que sugiere humanidad simple, y observe cómo todas ellas requieren estar asociadas con este otro pensamiento de la función de Cristo, y su designación especial por la unción de Dios, para que su valor total se manifieste.

Por ejemplo, "Jesús murió". Sí, eso es un hecho de la historia. El hombre fue crucificado. ¿Qué es eso para mí más que cualquier otro martirio y su historia, a menos que derive su significado del claro entendimiento de quién fue el que murió en la Cruz? Entonces, podemos entender la selección significativa de términos, cuando el mismo Apóstol, cuyas declaraciones ya he estado citando en la parte anterior de este sermón, varía el nombre y dice: "Este es el evangelio que les dije, cómo que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras ".

Nuevamente, supongamos que pensamos en el ejemplo de Jesús como el ideal perfecto realizado de la vida humana. Eso puede volverse, y creo que a menudo se vuelve, tan impotente y tan paralizante como cualquier otro espécimen sin defecto, que pueda concebirse o presentarse al hombre. Pero si escuchamos la enseñanza que nos dice: " Cristo murió por nosotros, dejándonos un ejemplo de que debemos seguir Sus pasos", entonces el ideal no es como una estatua fría que se ve repelente incluso en su belleza, sino que es una persona viva que nos acerca una mano para elevarnos a Su propio nivel, y pondrá Su espíritu dentro de nosotros, de modo que, como el Maestro es, así también pueden ser los sirvientes.

Nuevamente, si nos limitamos a la creencia de que el Hombre llamado Jesús ha resucitado y ha sido exaltado a la gloria, entonces, de hecho, la fe en Su Resurrección y Ascensión no coexistirá por mucho tiempo con el rechazo de cualquier cosa más allá de la simple humanidad en su persona. Sin embargo, si esa fe pudiera durar, entonces Él podría ser concebido como un trono solitario, y podría no haber victoria sobre la muerte para el resto de nosotros en Su triunfo. Pero cuando podemos sonar como lo hizo el Apóstol, "Ahora Cristo ha resucitado de los muertos", entonces también podemos decir, "y se ha convertido en los primeros frutos de los que durmieron".

Entonces, hermanos, levanten su fe en Jesús, y que se sublimen en fe en Cristo. "¿Quién dice que soy yo?" La respuesta es: ¡que todos lo hagamos desde nuestros corazones y desde nuestras mentes! "Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente".

III. La fe cristiana es fe en Jesucristo el Señor.

Ahora, supongo que ese nombre no se usa aquí en su sentido más bajo, como una mera designación de cortesía, ya que empleamos "señor", ni en su sentido más alto en el que, en referencia a Jesucristo, no se usa con poca frecuencia en el Nuevo Testamento como equivalente al "Jehová" del Antiguo; pero que se emplea en un sentido medio como expresivo de dignidad y soberanía.

Jesús es el señor. Nuestro hermano, un hombre, es el rey del universo. Lo nuevo en el regreso de Cristo a "la gloria que tuvo con el Padre antes que el mundo fuera" es que llevó a la virilidad con Él a una unión indisoluble con la Divinidad, y que un hombre es Señor. Para que tú y yo podamos tener esa maravillosa esperanza: "Le daré al que venza a sentarse conmigo en mi trono". Tampoco debemos temer nunca, pero todas las cosas que nos conciernen a nosotros mismos y a nuestros seres queridos, y a la Iglesia y al mundo, se ordenarán correctamente; porque la mano que mueve el universo es la mano que muchas veces fue bendecida sobre los enfermos y los mutilados, y que reunió a los niños pequeños en su seno.

Cristo es el señor. Es decir, el dominio supremo se basa en el sufrimiento. Debido a que la vestimenta que usa está bañada en sangre, por lo tanto, está escrito en ella, "Rey de reyes y Señor de señores". La cruz se ha convertido en el trono. Existe la base de toda regla verdadera, y existe la seguridad de que Su dominio es un dominio eterno. Entonces nuestra fe es resucitar de la tierra y, como el mártir moribundo, ver al Hijo del hombre a la diestra de la majestad de los cielos.

IV. Por último, la fe cristiana es la fe en Jesucristo, "el Señor de la gloria".

Ahora, las últimas palabras de mi texto han causado grandes problemas a los comentaristas. Se han sugerido muchas explicaciones con las cuales no necesito molestarlos. Una vieja explicación ha sido relativamente descuidada; y, sin embargo, me parece el verdadero. "El Señor" es un suplemento que trata de ganarse un significado, pero, como pienso, oscurece el significado. Supongamos que lo tachamos y seguimos leyendo. "¿Qué obtenemos?" La fe de nuestro Señor Jesucristo, la Gloria ".

¿Y eso no es inteligible? Recuerda a quien James estaba escribiendo: judíos. ¿No sabían todos los judíos qué era la Shekinah, la luz que solía brillar entre los Querubines, como el símbolo manifiesto de la presencia Divina, pero que había estado ausente por mucho tiempo del Templo? Y cuando James recurre a esa familiar expresión hebrea, y recuerda el brillo desaparecido que yacía en el propiciatorio, seguramente sus lectores hebreos lo entenderían, y nosotros deberíamos entenderlo, como diciendo nada más y nada menos que otro. de los escritores del Nuevo Testamento ha dicho con referencia a la misma manifestación simbólica, a saber, "La Palabra se hizo carne y tabernáculo entre nosotros; y vimos Su gloria, la gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y verdad ". La oración de Santiago sigue exactamente las mismas líneas que otras oraciones del Nuevo Testamento. Por ejemplo, el Apóstol Pablo, en un lugar, habla de "Nuestro Señor Jesucristo, nuestra esperanza". Y esta declaración se construye exactamente de la misma manera, con el apellido puesto en aposición a los demás, "El Señor Jesucristo, la Gloria".

Ahora, ¿qué significa eso? Esto, que la verdadera presencia de Dios, la verdadera emanación lustrosa y la manifestación del brillo abismal, está en Jesucristo, "la refulgencia de su gloria y la imagen expresa de su persona". Porque el fuego central de la gloria de Dios es el amor de Dios, y eso se eleva a su grado más alto en el nombre y la misión de Jesucristo nuestro Salvador. Los hombres conciben la gloria de la naturaleza Divina como algo que se encuentra en los atributos que la separan más ampliamente de nuestro ser impotente, limitado, cambiante y fugaz. Dios concibe su gloria más alta como estar en ese amor, del cual el amor de la tierra es una chispa afín; y cualquier otra cosa que pueda ser majestuosa y magnífica en Él, el corazón de la Divinidad es un corazón de amor.

Hermanos, si queremos ver a Dios, nuestra fe debe comprender al Hombre, al Cristo, al Señor y, como clímax de todos los nombres, al Dios encarnado, la Palabra eterna, que ha venido entre nosotros para revelarnos a los hombres la gloria de El Señor.

Entonces, hermanos, asegurémonos de que las mesas carnosas de nuestros corazones no sean como las piedras de piedra que los anticuarios excavan en algún sitio histórico, con inscripciones medio borradas y nombres fragmentarios de reyes poderosos de hace mucho tiempo, pero con los muchos ... sílaba Nombre escrito firme, claro, legible, completo sobre ellos, como en un bloque de granito recién salido del cincel del cortador de piedra. Permítanos, mientras nos aferramos con amor humano al Hombre que nació en Belén, discernir el Cristo que fue profetizado desde la antigüedad, a quien apuntan todos los altares, de quien todos los profetas hablaron, quién fue el tema y el fin de todo el Revelación anterior. Coronémosle Señor de todos en nuestros propios corazones, y contemplemos en Él la gloria del Padre, descansemos en Su Luz hasta que seamos transformados en la misma imagen.   Salgamos a la vida por el Nombre, y, hagamos lo que hagamos en palabras o hechos, hagamos todo en el nombre del Señor Jesucristo, la Gloria.



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