Para continuar con el estudio iniciado en Malaquías 6; 8, vamos a
profundizar en la parábola de Jesús en Lucas 10; 25-37:
25 Y he
aquí, cierto intérprete de la ley se levantó, y para ponerle a prueba dijo:
Maestro, ¿qué haré para heredar la vida eterna?
26 Y Él le
dijo: ¿Qué está escrito en la ley? ¿Qué lees en
ella?
27
Respondiendo él, dijo: AMARAS AL SEÑOR TU DIOS CON TODO TU CORAZON, Y
CON TODA TU ALMA, Y CON TODA TU FUERZA, Y CON TODA TU MENTE; Y A TU PROJIMO
COMO A TI MISMO.
28 Entonces Jesús
le dijo: Has respondido correctamente; HAZ ESTO Y
VIVIRAS.
29 Pero
queriendo él justificarse a sí mismo, dijo a Jesús: ¿Y quién es mi prójimo?
30
Respondiendo Jesús, dijo: Cierto hombre bajaba
de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de salteadores, los cuales después de
despojarlo y de darle golpes, se fueron, dejándolo medio muerto.
:31 Por casualidad cierto sacerdote bajaba por aquel camino, y
cuando lo vio, pasó por el otro lado del camino.
32 Del mismo modo, también un levita, cuando llegó al lugar y lo
vio, pasó por el otro lado del camino.
33 estaba; y cuando lo vio,
tuvo compasión,
34 y acercándose, le vendó sus heridas, derramando aceite y vino
sobre ellas; y poniéndolo sobre su propia cabalgadura, lo llevó a un
mesón y lo cuidó.
35 Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al
mesonero, y dijo: "Cuídalo, y todo lo demás que gastes, cuando yo regrese
te lo pagaré."
36 ¿Cuál de estos tres piensas tú que demostró ser prójimo del
que cayó en manos de los salteadores?
37 Y él
dijo: El que tuvo misericordia de él. Y Jesús le dijo: Ve
y haz tú lo mismo
Los expertos en la Ley de Moisés eran hombres
orgullosos. No querían humillarse para confesar sus pecados y ser bautizados
por Juan. “Desecharon los designios de Dios respecto de sí mismos, no siendo
bautizados por Juan”. Eran expertos en la ley de Moisés y también en las
tradiciones de los ancianos (Mat_15:2).
¡Qué bueno si en verdad hubiera querido saber la
respuesta correcta a su pregunta! Sin lugar a dudas es una de las preguntas más
importantes que el hombre puede hacer.
¿Contestó
Jesús la pregunta o no? Sí, la contestó. Más bien, dejó que el intérprete de la
ley contestara su propia pregunta.
No le pregunta, ¿Qué piensas tú? Más bien le pregunta ¿Cómo
lees (en la ley)? Era maestro de la ley y, por eso, debería conocerla a fondo.
Jesús no dijo, “¿Qué dicen las tradiciones de los ancianos?” sino “¿Qué está
escrito en la ley?” (La ley de Moisés).
¿Cómo contestamos las preguntas
bíblicas? Frecuentemente la gente nos hace preguntas para tentarnos; es decir,
no las hacen con sinceridad para aprender la verdad. Debemos seguir el ejemplo
de Jesús, dejando que el que haga la pregunta busque la respuesta en las
Escrituras.
No hay otra manera mejor de contestar
preguntas bíblicas. ¿Qué indica esto? (1) indica que cualquiera puede encontrar
en las Escrituras la verdadera respuesta de esta pregunta (“¿haciendo qué cosa
heredaré la vida eterna?”); (2) indica que todo hombre es responsable delante
de Dios de leer la respuesta él mismo; (3) indica que las Escrituras dan la
misma respuesta a todos los hombres. Es como si Jesús hubiera dicho, “Mira,
intérprete de la ley, Dios ha dicho a los hombres qué es lo que deben hacer
para ser salvos; está escrito en las Escrituras; y usted, como todos los demás
hombres, puede encontrar la respuesta. Entonces, ¿qué dicen las Escrituras?”
Esta es la única manera de encontrar la respuesta correcta de esta pregunta tan
importante.
Marcos
12:28-34, en esta ocasión un escriba “le preguntó: ¿Cuál es el primer
mandamiento de todos?” Pero el escriba no le preguntó para atraparle. Jesús le
contesta citando estos mismos textos (Deu_6:5; Lev_19:18). El escriba le
contestó diciendo, “Bien, Maestro, verdad has dicho”, y “Jesús viendo que había
respondido sabiamente, le dijo: No estás lejos del reino de Dios”.
Según el relato de Mateo (22:40) Jesús
agrega las siguientes palabras muy significativas: “De estos dos mandamientos
depende toda la ley de los profetas”. Lacueva dice que depende (pende)
significa que “estos dos son como el soporte de todos los demás mandamientos”.
La versión inglesa dice que la ley y los profetas “cuelgan” de estos dos
mandamientos. Están colgados sobre ellos como una puerta cuelga de sus quicios
o como unos artículos cuelgan de un clavo.
En este texto sobresalen las palabras
“con todo… con toda … con todas … con toda …” Deu_6:5 dice, “Y amarás a Jehová
tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas”. “Dios
debe ser amado con todas las cuatro capacidades del hombre (corazón, alma,
fuerza, mente)”.
Resta preguntarnos “¿Cómo leemos?”
¿Cómo contestamos esta pregunta? Desde luego, debemos contestar con Mar_16:16;
Hch_2:38, etc., pero no debemos omitir este texto sumamente importante y básico
citado por el intérprete de la ley, porque todavía es cierto que “estos dos son
como el soporte de todos de los demás mandamientos” (Lacueva). Esto se afirma
también del Nuevo Testamento (Rom_13:10).
Todo hombre normal se ama a sí mismo.
Entonces debe medir su amor por su prójimo por ese amor.
Para
muchos de estos líderes de los judíos era necesario discutir la ley, pero no se
preocupaban tanto por hacer lo que la ley decía (Mat_23:3-4).
El
doctor de la ley hace una pregunta que no había hallado todavía una solución
clara y decisiva. ¿Quién es mi prójimo? ¿Dónde están los límites del precepto
del amor? La ley extiende el amor a los compatriotas y a los extranjeros que
viven en Israel (Lev_19:34). En el judaísmo tardío se restringió el amor de los
extranjeros a los verdaderos prosélitos (gentiles que habían aceptado la fe en
un solo Dios, se circuncidaban y observaban la ley). Los fariseos excluían
también del amor al pueblo ignorante de la ley. Se negaba el amor a los
contrarios al partido. La ley de Dios deja por tanto cuestiones pendientes.
Sólo el espíritu de Dios puede resolverlas en la debida forma. Y ¿para
nosotros? ¿Quién es nuestro prójimo? ¿Solamente nuestros hermanos en Cristo?
Jesús
cuenta un relato. El Evangelio de Lucas narra cuatro más de este estilo. Las
parábolas comparan el obrar divino con el humano. La acción de Dios se hace
comprensible a partir de lo que hace el hombre. En cambio, en estos relatos se
presenta el hombre a los hombres para que examinen su comportamiento tomando
como norma al hombre mostrado por Jesús.
Jericó
(350 m bajo el nivel del mar) está mil metros más bajo que Jerusalén (740
metros sobre el nivel del mar). El camino solitario y rocoso (unos 27
kilómetros) va por una región en que abundan los barrancos. Asaltos de ladrones
se refieren desde la antigüedad hasta la edad moderna. En el siglo xix todavía
había que pagar dinero de seguridad a los jeques locales para usar esa
carretera. Hasta el principio de la década de los 30, el famoso autor de libros
de viaje H. V. Morton nos dice que le advirtieron que llegara a su destino antes
de que se hiciera oscuro, porque un cierto Abu Yildah acostumbraba detener los
coches y robar a los viajeros o turistas, escapándose a las montañas antes de
que la policía pudiera llegar. Cuando Jesús contó esta historia, hablaba de
algo que sucedía con frecuencia en la carretera de Jerusalén a Jericó.
Un
hombre bajaba a Jericó. No se menciona su nacionalidad ni su religión. Era un
hombre. Esto basta para el amor. Es posible que los ladrones fueran
guerrilleros celotes fanáticos que se ocultaban en las grutas y escondrijos de
aquella región y vivían de la rapiña, pero que no quitaban a sus compatriotas
más que lo que necesitaban para vivir y, sobre todo, no atentaban contra la
vida si ellos mismos no se veían atacados. Aquí aparece la víctima de los
ladrones en un estado lastimoso: despojado de todo, molido a golpes, medio
muerto. El hombre debió sin duda defenderse cuando se vio asaltado por los ladrones.
Jericó
era una ciudad sacerdotal. Sacerdotes y levitas (servidores del templo,
cantores) habían desempeñado su ministerio en el templo y volvían a casa. Con
gran efecto se repite: Al verlo cruzó al otro lado y pasó de largo. Por qué
pasaron de largo sacerdotes y levitas no se dice en la narración. Quizá porque
les pareció que el hombre tan malherido estaba muerto y no quisieron tocarlo,
pues el contacto con un cadáver causaba impureza legal (Lev_21:1). ¿Quizá
porque temían caer también en manos de los ladrones? ¿O porque no querían
detenerse? En todo caso les movía más su propio interés que la compasión por el
miserable, si es que la sentían. En su calidad de sacerdotes y levitas servían
a Dios. Eran personas que encarnaban el precepto del amor a Dios. Pero ¿el amor
al prójimo? Se establecía separación entre culto y misericordia
De este pastor de Israel el herido
tenía el derecho de esperar asistencia, pero “pasó de largo” (al lado opuesto).
Desde luego, los sacerdotes eran conocedores de la ley (por ej., Deu_22:2),
pero esta parábola indica que ellos no practicaban estos preceptos. Sin duda se
justificaba de alguna manera pensando en el peligro (los asaltadores bien
podrían estar cerca todavía), tenía mucha prisa, había peligro de contaminarse
ceremonialmente (si ya estuviera muerto), habría gastos, no tenía tiempo, etc.
La realidad del caso fue que para muchos judíos la “religión” (los ritos, las
ceremonias, etc.) estaba divorciada de la misericordia y la justicia
(Mat_23:23).
De
este samaritano el herido no tenía derecho de esperar ayuda. Los samaritanos
eran despreciados por los judíos. Jn_4:9. “Jesús no pierde ninguna ocasión de
reaccionar contra los prejuicios que dividían a judíos y samaritanos. Existía
un odio profundo entre judíos y samaritanos. Los judíos se veían como
descendientes puros de Abraham, mientras que los samaritanos eran una raza
mezclada cuyo origen se debió al casamiento de judíos del norte con gente de
otros pueblos después del exilio de Israel. Para este experto en leyes judías,
la persona que parecía actuar como se debía era el samaritano. En realidad, no
podía ni siquiera pronunciar la palabra samaritano cuando contestaba la
pregunta de Jesús. Su actitud de experto traicionó su falta de amor, lo que
antes manifestó que la Ley mandaba.
En
esta parábola Jesús se presenta a sí mismo como samaritano o, mejor dicho, el
buen samaritano se presenta como un verdadero imitador de Jesús.
Miq_6:8;
Lev_19:34; Éxo_23:4-5. El sacerdote y el levita descuidaron estos textos, pero
el odiado samaritano los cumplió al pie de la letra. “No
sólo llegándose a él - sino que, con costo, inconveniencia y demora en su
viaje, le prestó al hombre herido toda forma y grados de atención y ayuda, como
los que serían apropiados por parte de un amigo muy personal, con toda
liberalidad, y con holgura completa”.
Obviamente
el samaritano era cliente del mesonero y había confianza en él. Jesús no sólo
dice que “fue movido a misericordia”, sino que explica los detalles de cómo la
mostró: se detuvo, se acercó al herido, vendó sus heridas, echándoles aceite y
vino, lo puso sobre su animal, lo llevó al mesón, cuidó de él y al despedirse
pagó por el cuidado adicional que necesitaría. Hizo todo esto por un enemigo
sin esperar remuneración.
Su
ojo y corazón y mano y pie y dinero todos estaban subordinados a la ley de
Dios”. El hombre ayudado podría haber salido antes del regreso del samaritano,
tal vez sin saber su identidad, pero el samaritano no buscaba gratitud, sino la
oportunidad de aliviar el sufrimiento humano.
Ahora
Jesús permite que el intérprete de la ley conteste su propia pregunta y de esa
manera juzgarse a sí mismo.
Aunque
el intérprete de la ley no quería decir, “el samaritano”, no podía menos que
contestar correctamente la pregunta y de esa manera fue obligado a reconocer
que un samaritano, tan odiado por los judíos, había mostrado la bondad que la
ley demandaba, mientras que un sacerdote y un levita (pastor, anciano o diacono
evangélico) la habían negado a otro de su propia nación.
Si
Jesús hubiera contestado su pregunta directamente, diciendo “Todo necesitado -
aunque sea samaritano - es su prójimo”, el intérprete de la ley se habría
disgustado mucho, pero ¿qué podría contestar cuando Jesús le propuso esta
pregunta?
No
debería simplemente discutir la ley; más bien, debería practicarla. Este
mandamiento es para nosotros también (Mat_5:44-48; Mat_7:21-27). Requiere el
vencimiento de todo prejuicio (racial). Requiere la abnegación de sí. Requiere
servicio personal y aun sacrificial. 1Jn_3:18.
Esta parábola no enseña que los
inconversos que son muy humanitarios son superiores a los religiosos que no
practican la caridad. Esto no es el punto de esta parábola. Jesús no está
enseñando que los humanitarios heredarán la vida eterna. La respuesta de la
pregunta ya fue dada antes de hablar del buen samaritano; es decir, el
intérprete de la ley la contestó diciendo, “Amarás al Señor tu Dios con todo tu
corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a
tu prójimo como a ti mismo”. La persona que ama a Dios con todo tu corazón,
etc., guarda sus mandamientos (Jua_14:15; Jua_14:23-24). Los únicos que serán
salvos serán los que hacen la voluntad de Dios (Mat_7:21; Mat_12:50).
Desde luego, los que profesan ser
cristianos y no son como el buen samaritano, sino que imitan al sacerdote y al
levita, no serán salvos, pero el punto es que el humanitario que depende de sus
obras caritativas tampoco será salvo.
Es interesante notar que muchos
hospitales se identifican como “Hospital el Buen Samaritano”. Se puede decir
que esta parábola ha edificado muchos hospitales y muchas clínicas. Ha
promovido toda clase de obras caritativas.
En esta parábola observamos diferentes
actitudes o filosofías de vida. La actitud de los bandidos se expresa así: “lo
que es tuyo es mío y con fuerza te lo voy a quitar”. Esta es la regla de
hierro. La actitud del sacerdote y del levita es: me quedaré con lo mío. Pero
la actitud correcta, la que Jesús enseña y que es ejemplificada por el buen
samaritana es lo siguiente: “lo que es mío es tuyo, y con toda bondad te lo
doy.” Esta es la regla de oro.
En
esta parábola, la fuente de asistencia no fue un pariente o un conciudadano de
Israel, sino un despreciado samaritano. Se nos recuerda que una de las grandes
tragedias del prejuicio es que nos separa de quienes pueden eventualmente
ofrecernos ayuda. La compasión del samaritano merece el mayor de los elogios,
porque la persona a la que asistió, bajo circunstancias normales, probablemente
ni siquiera le habría dirigido la palabra. Cristo ha venido a romper una
separación semejante entre los seres humanos.
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