La Palabra de Dios en la Biblia y mas
concretamente la carta del Apostol Pablo a los Romanos nos enseña que en Cristo
tenemos suplidas nuestras carencias. Veamos en Romanos 3; 20-26:
20
Porque por las obras de la Ley ningún ser humano será justificado
delante de El; pues por medio de la Ley viene
el conocimiento del pecado.
21
Pero ahora, aparte de la Ley, la justicia de Dios ha sido manifestada,
confirmada por la Ley y los Profetas.
22
Esta justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo es para todos los
que creen. Porque no hay distinción,
23
por cuanto todos pecaron y no alcanzan la gloria de Dios.
24
Todos son justificados
gratuitamente por Su gracia por medio de la redención que es en Cristo Jesús,
25
a quien Dios exhibió públicamente como propiciación por Su sangre a
través de la fe, como demostración de Su justicia, porque en Su tolerancia,
Dios pasó por alto los pecados cometidos anteriormente,
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para demostrar en este tiempo Su justicia, a fin de que El sea justo y sea el que justifica al que tiene fe
en Jesús.
Dikaiosis (δικαίωσις) denota
el acto de pronunciar justo, justificación, absolución; significando el establecimiento de una persona
como justa por absolución de culpa no con vistas a nuestra justificación, sino
debido a que todo lo que era necesario de parte de Dios para nuestra
justificación había sido cumplido con la muerte de Cristo. Es por ello que él
fue levantado de entre los muertos. Siendo la propiciación perfecta y completa,
su resurrección fue la contrapartida confirmatoria. . El hecho de que Dios justifica al pecador
que cree sobre la base de la muerte de Cristo involucra su libre don de la
vida.
Una
sentencia de absolución, por la cual Dios absuelve a los hombres de su culpa,
bajo las condiciones: de su gracia en Cristo, por medio de su sacrificio
expiatorio, y el recibir a Cristo por la fe como acto cumplido en
coherencia con el carácter de Dios y sus consejos.
Dikaioo (δικαιόω) Significa
ser justificado por parte de Dios con respecto a los hombres, que son
declarados ser justos ante él sobre la base de ciertas condiciones por él
establecidas.
REFLEXIÓN
Dios es, por medio de
Cristo, como «propiciación por medio de su sangre» «el que justifica al que es de la fe de Jesús»
siendo la justificación la absolución
legal y formal de toda culpa por parte de Dios como Juez, siendo el pecador
pronunciado justo al creer en el Señor Jesucristo. La justificación es presentada como «no hay
condenación». La justificación es
primaria y gratuitamente por la fe, consiguiente y evidencialmente por las
obras.
Vano es buscar la justificación por las obras de la ley, ya que todos
seremos declarados culpables. La culpa ante Dios es palabra temible, pero
ningún hombre puede ser justificado por una ley que lo condena por violarla. La
corrupción de nuestra naturaleza siempre impedirá toda justificación por
nuestras propias obras.
El pecado de desobediencia creó un abismo de separación entre Dios y
los hombres, de tal modo que era
insalvable para nosotros. ¿Está ese abismo abierto para siempre? No, bendito
sea Dios, hay un medio abierto para nosotros. Es la justicia de Dios, la
justicia en la ordenación, en la provisión y en la aceptación. Es por esa fe
que tiene el nacido de nuevo en Jesucristo; el Salvador ungido, que eso
significa el nombre Jesucristo, el ÚNICO MEDIADOR entre Dios y los hombres.
La fe justificadora respeta a Cristo como Salvador
en sus tres oficios ungidos: Profeta, Sacerdote y Rey; esa fe confía en Él, le
acepta y se aferra de Él; en todo eso los judíos y los gentiles somos, por
igual, bienvenidos a Dios por medio de Cristo. No hay diferencia, su justicia
está sobre todo aquel que cree y acepta a Jesucristo como su Salvador y Señor;
no sólo se nos ofrece, sino se nos pone como una corona, como una túnica. Es libre
gracia, pura misericordia; nada hay en nosotros que merezca tales favores. Nos
llega gratuitamente, pero Cristo la compró y pagó el precio. La fe tiene
consideración especial por la sangre de Cristo, como la que hizo la expiación.
Dios declara su justicia en todo esto. Queda claro que odia el pecado,
cuando nada inferior a la sangre de Cristo hace satisfacción por el pecado.
Cobrar la deuda al pecador no estaría en conformidad con su justicia, puesto
que el Fiador la pagó y Él aceptó ese pago a toda satisfacción.
Dios ejecutará la gran obra de la justificación y salvación de
pecadores desde el primero al último, para acallar nuestra jactancia. Ahora, si
fuésemos salvados por nuestras obras, no se excluiría la jactancia, pero el
camino de la justificación por la fe excluye por siempre toda jactancia. Sin
embargo, los creyentes no somos dejados con autorización para transgredir la
ley; la fe es una ley, es una gracia que obra dondequiera obre en verdad. Por
fe, que en esta materia no es un acto de obediencia o una buena obra, sino la
formación de una relación entre Cristo y el pecador, que considera adecuado que
el creyente sea perdonado y justificado por amor del Salvador, y que el
incrédulo, que no está unido o relacionado de este modo con Él, permanezca
sometido a condenación. La ley todavía es útil para convencernos de lo que es
pasado, y para dirigirnos hacia el futuro. Aunque no podemos ser salvos por
ella como un pacto, sin embargo la reconocemos y nos sometemos a ella, como
regla en la mano del Mediador.
En estos
versículos, Pablo afirma todos somos culpables ante Dios. Pablo desmantela la
excusa común de la gente que no quiere reconocerse pecadora diciendo:
"Dios no existe" o "Sigo mi conciencia" "No le hago
mal a nadie" "Soy miembro de una iglesia" o "Soy una
persona religiosa". Nadie está exento del juicio de Dios por el pecado.
Cada persona debe aceptar que es pecadora y por lo tanto culpable ante Dios.
Solo así puede comprenderse y aceptarse ese regalo maravilloso de Dios que es
la salvación.
Todos,
gentiles paganos, gente humanitaria o religiosa, estamos condenados por
nuestras acciones. La Ley, que el Señor dio para mostrar el camino a la vida,
saca a la luz nuestras obras malignas. ¿Hay alguna esperanza? Sí, dice Pablo.
La Ley nos condena, esto es cierto, pero la Ley no es la base de nuestra
esperanza. Dios mismo lo es. El en su justicia y amor maravilloso nos brinda
vida eterna. Recibimos salvación no a través de la Ley, sino mediante la fe en
Jesucristo. No podemos ganarla, pero debemos aceptarla como un regalo de
nuestro amoroso Padre celestial.
La nación judía
recibió muchos beneficios: Se le confió las leyes de Dios; fue la nación a través
de la cual el Mesías vino la tierra; fue beneficiaria de los pactos con Dios
mismo, pero estos privilegios no la hicieron mejor que las demás naciones. Pero
debido a estos, los judíos tuvieron siempre una mayor responsabilidad en cuanto
al cumplimiento de los requisitos de Dios.
Algunos
quizás piensen que el pecado no es preocupante porque: Dios está para perdonar;
Dios es amor y no castiga; el pecado no es tan malo, nos enseña lecciones
valiosas, o debemos mantenernos dentro
de la cultura que nos rodea. Es cierto que la gracia de Dios es inmensa, pero
Dios no puede pasar por alto el pecado. Los pecadores, sin importar las excusas
que expongamos, tendremos que responder ante Dios por nuestros pecados.
Pablo hace referencia al Salmo 14; 1-3:
1
Dice el necio en su corazón:
No hay Dios.
Se han corrompido, hacen
obras abominables;
No hay quien haga el bien.
2 Jehová miró desde los cielos
sobre los hijos de los hombres,
Para ver si había algún
entendido,
Que buscara a Dios.
3 Todos se desviaron, a una se
han corrompido;
No hay quien haga lo
bueno, no hay ni siquiera uno.
"No hay justo"
significa "nadie es inocente". Cada persona es valiosa ante los ojos
de Dios porque El nos ha creado a su imagen y nos ama, pero no hay un solo
justo (o sea, no hay persona que se haya ganado el estar a bien con Dios). A
pesar de ser valiosos, hemos caído en pecado. Pero Dios, a través de Jesús su
Hijo, nos ha redimido y nos ofrece perdón si nos volvemos a El en fe.
Pablo usa
estas referencias del Antiguo Testamento para mostrar que la humanidad en
general, en su actual condición pecadora, es inaceptable ante Dios. ¿Hemos
dicho alguna vez: "No soy tan malo. Soy buena persona"? Meditemos
estos versículos y veamos si se ajustan a nosotros. ¿Hemos mentido alguna vez?
¿Hemos herido los sentimientos de alguien a través de nuestras palabras o el
tono de nuestra voz? ¿Somos rudos con alguien? ¿Nos enfurecemos con nuestros
más duros contrarios? En pensamientos, palabra y obra, como cualquier persona
en este mundo, tenemos culpa delante de Dios. Debemos recordar lo que somos ante
El: pecadores alejados. No neguemos que somos pecadores. Más bien permitamos
que nuestra gran necesidad nos guíe a Cristo.