} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: SANTIFICACIÓN, SALVACIÓN DE LA ESCLAVITUD DEL PECADO PRESENTE

viernes, 12 de diciembre de 2014

SANTIFICACIÓN, SALVACIÓN DE LA ESCLAVITUD DEL PECADO PRESENTE




Continuando con el tema anterior, ¿El porqué rechazamos nuestra culpa? Con la ayuda del Señor avanzaremos en el conocimiento y reflexión de la transformación que el Espíritu va a efectuar a lo largo de nuestra vida. Para eso vamos a la Palabra de Dios en la Biblia en la carta de Pablo a los cristianos romanos, en Romanos 6; 1-9:

 1   ¿Qué, pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde?
 2  En ninguna manera. Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?
 3  ¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte?
 4  Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva.
 5  Porque si fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección;
 6  sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado.
 7  Porque el que ha muerto, ha sido justificado del pecado.
 8  Y si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con él;
 9  sabiendo que Cristo, habiendo resucitado de los muertos, ya no muere; la muerte no se enseñorea más de él.

Jagiasmos (γιασμός) «santificación», significa: separación para Dios o el estado que de ello resulta, la conducta apropiada por parte de aquellos así separados.



REFLEXIÓN


La santificación del Espíritu es asociada con la elección de Dios; es un acto divino que precede a la aceptación del evangelio por parte del individuo. El proceso de santificación es el cambio que Dios hace en nuestras vidas cuando crecemos en fe. Los creyentes somos libres del control del pecado.  
Por cuanto cada creyente es santificado en Cristo Jesús así la santidad, o santificación, no es un logro, sino el estado al que Dios, en su gracia, llama a los pecadores, y en el que comienzan su curso como cristianos para la manifestación de la cualidad de la santidad en la conducta personal los creyentes deben andar «perfeccionando la santidad en el temor de Dios» (2Corintios 7:1 Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios. ), esto es, llevando la santidad a su fin predestinado, mediante la cual  puedan ser encontrados «irreprensibles en santidad» en la parusía de Cristo (1Tesalonicenses 3:13 para que sean afirmados vuestros corazones, irreprensibles en santidad delante de Dios nuestro Padre, en la venida de nuestro Señor Jesucristo con todos sus santos. ).
En cada pasaje lo que está bajo consideración es el carácter, perfecto en el caso del Señor Jesús, y creciendo hacia la perfección en el caso nuestro.  Se declara que el ejercer el amor es el medio que utiliza Dios para desarrollar la semejanza a Cristo en sus hijos,  puede parafrasearse de la siguiente manera: “Que el Señor os capacite más y más para pasar vuestras vidas en los intereses de otros, a fin de que él pueda así estableceros ahora en el carácter cristiano, para que podáis ser vindicados de toda acusación que pueda ser presentada contra vosotros en el tribunal de Cristo”
El apóstol es muy completo al enfatizar la necesidad de la santidad cuando hemos nacido de nuevo.   La libre gracia del evangelio, no la hace a un lado, antes bien muestra que la conexión entre justificación y santidad es inseparable.    
 Los creyentes verdaderos estamos muertos al pecado, por tanto, no debemos seguir atados a sus cadenas invisibles, que nos atenazan por el miedo. Nadie puede estar vivo y muerto al mismo tiempo. Necio es quien, deseando estar muerto al pecado, piensa que puede vivir en él.
El bautismo enseña la necesidad de morir al pecado y ser como haber sido sepultado de todo pensamiento, o acto impío e inicuo y resucitar para andar con Dios en una vida nueva. Los inconversos impíos religiosos pueden tener la señal externa de una muerte al pecado y de un nuevo nacimiento a la justicia, pero nunca han pasado de la familia de Satanás a la de Dios.
La naturaleza corrupta, llamada hombre viejo, porque derivó de Adán nuestro primer padre, en todo creyente verdadero está crucificada con Cristo por la gracia derivada de la cruz. Esa naturaleza está debilitada y en estado moribundo, aunque todavía lucha por la vida, y hasta por la victoria; pero nuestro triunfo está en Cristo Jesús, Él derrotó al pecado, a la muerte, y pisó la cabeza de la serpiente.   Todo nuestro  cuerpo de pecado, sea lo que sea que no concuerde con la santa ley de Dios, debe ser desechado para que el en nacido de nuevo no sea más esclavo del pecado, sino que viva para Dios y halle dicha en su servicio.

 Es nuestra obligación ser diligentes con nuestra vida, lo que miramos, lo que decimos, lo que pensamos, lo que sentimos sea acorde con la enseñaznza que recibimos de la Palabra de Dios en la Biblia. Los motivos más fuertes contra el pecado nos sirven para poner en vigencia la obediencia. Siendo liberados del reinado del pecado, hechos vivos para Dios, y teniendo la perspectiva de la vida eterna, nos corresponde a nosotros, los creyentes interesarnos mucho por hacer progresos a ella, pero como las lujurias impías no han sido totalmente desarraigadas en esta vida, la preocupación del cristiano debe ser la de resistir sus indicaciones, luchando con fervor para que, por medio de la gracia divina, no prevalezcan en este estado mortal. Alentemonos  los cristianos verdaderos el pensamiento de que este estado pronto terminará, en cuanto a la seducción de las lujurias que, tan a menudo, nos dejan confundidos y nos inquietan. Presentemos todos nuestros poderes como armas o instrumentos a Dios, listos para la guerra y para la obra de justicia a su servicio.
Hay poder para nosotros en el pacto de gracia. El pecado no tendrá dominio. Las promesas de Dios para nosotros son más poderosas y eficaces para mortificar el pecado que nuestras promesas a Dios. El pecado puede luchar en un creyente real y crearle una gran cantidad de trastornos, pero no le dominará; puede que lo angustie, pero no lo dominará.

 Si a Dios le encanta perdonar, ¿por qué no darle más para perdonar? Si el perdón está garantizado, ¿podemos pecar tanto como queramos? ¡La respuesta categórica de Pablo es: ¡En ninguna manera! Tal actitud, planear de antemano aprovecharse de Dios, es no entender la seriedad del pecado. El perdón de Dios no convierte en menos serio el pecado. Por el contrario, la muerte de su Hijo por el pecad, nuestros pecados,  muestra cuán serio es. Jesús pagó con su vida nuestro perdón. La misericordia de Dios no debe convertirse en excusa para un estilo de vida negligente con laxitud moral.
  En la iglesia de la época de Pablo, la inmersión era la forma usual de bautismo. Los nuevos cristianos se "sepultaban" por completo en el agua. Comprendían que esta forma de bautismo simbolizaba la muerte y sepultura de la vieja manera de vivir, seguida por una resurrección a la vida con Cristo. Si pensamos que nuestra antigua vida pecaminosa está muerta y sepultada, tenemos un motivo poderoso para resistir al pecado. Podemos decidir conscientemente tratarla como si estuviera muerta. Luego podemos continuar disfrutando nuestra nueva vida con Cristo.  Es decir, fuimos sellados con el sello del cielo, y como si hubiera sido formalmente pactado y contratado, sellados para todos los beneficios y todas las obligaciones del discipulado cristiano en general, y para su muerte en particular. Y puesto que Cristo  fué hecho pecado y  una maldición  en bien nuestro (2Corintios 5:21 Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él.; Gálatas 5:13 Porque vosotros, hermanos, a libertad fuisteis llamados; solamente que no uséis la libertad como ocasión para la carne, sino servíos por amor los unos a los otros.),  llevando nuestros pecados en su cuerpo sobre el árbol,  y  resucitado de nuevo a causa de nuestra justificación  (1Pedro 2:24 quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados), toda nuestra condición pecaminosa, habiendo sido sumida en su persona, se ha dado por terminada en su muerte. Aquel, pues, que ha sido bautizado en la muerte de Cristo ha abandonado simbólicamente toda su vida y condición de pecado, considerando estas cosas como muertas en Cristo. Ha sido sellado para ser no sólo  la justicia de Dios en él,  si no también una nueva criatura;  y como no puede ser en Cristo una cosa y no la otra, pues ambas cosas son una, ha abandonado por su bautismo en la muerte de Cristo, toda su conexión con el pecado.  ¿Cómo, pues, puede vivir aún en el pecado?  Las dos cosas son contradictorias tanto en el hecho como en la terminología.
 Continúa...