Continuando con el tema anterior, ¿El porqué rechazamos
nuestra culpa? Con la ayuda del Señor avanzaremos en el conocimiento y
reflexión de la transformación que el Espíritu va a efectuar a lo largo de
nuestra vida. Para eso vamos a la Palabra de Dios en la Biblia en la carta de
Pablo a los cristianos romanos, en Romanos 6; 1-9:
1 ¿Qué,
pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde?
2 En ninguna manera. Porque los que hemos
muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?
3 ¿O no sabéis que todos los que hemos sido
bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte?
4 Porque somos sepultados juntamente con él
para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos
por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva.
5 Porque si fuimos plantados juntamente con él
en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección;
6 sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue
crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a
fin de que no sirvamos más al pecado.
7 Porque el que ha muerto, ha sido justificado
del pecado.
8 Y si morimos con Cristo, creemos que también
viviremos con él;
9 sabiendo que Cristo, habiendo resucitado de
los muertos, ya no muere; la muerte no se enseñorea más de él.
Jagiasmos (ἁγιασμός) «santificación»,
significa: separación para Dios o el estado que de ello resulta, la conducta
apropiada por parte de aquellos así separados.
REFLEXIÓN
La santificación del
Espíritu es asociada con la elección de Dios; es un acto divino que precede a
la aceptación del evangelio por parte del individuo. El proceso de santificación es el cambio que Dios
hace en nuestras vidas cuando crecemos en fe. Los creyentes somos libres del
control del pecado.
Por cuanto cada creyente
es santificado en Cristo Jesús así la santidad, o santificación, no es un
logro, sino el estado al que Dios, en su gracia, llama a los pecadores, y en el
que comienzan su curso como cristianos para la manifestación de la cualidad de
la santidad en la conducta personal los creyentes deben andar «perfeccionando
la santidad en el temor de Dios» (2Corintios 7:1 Así que, amados, puesto que tenemos
tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu,
perfeccionando la santidad en el temor de Dios. ), esto es, llevando la santidad a su fin
predestinado, mediante la cual puedan
ser encontrados «irreprensibles en santidad» en la parusía de Cristo (1Tesalonicenses
3:13 para que sean
afirmados vuestros corazones, irreprensibles en santidad delante de Dios
nuestro Padre, en la venida de nuestro Señor Jesucristo con todos sus santos. ).
En cada pasaje lo que está
bajo consideración es el carácter, perfecto en el caso del Señor Jesús, y
creciendo hacia la perfección en el caso nuestro. Se declara que el ejercer el amor es el medio
que utiliza Dios para desarrollar la semejanza a Cristo en sus hijos, puede parafrasearse de la siguiente manera: “Que
el Señor os capacite más y más para pasar vuestras vidas en los intereses de
otros, a fin de que él pueda así estableceros ahora en el carácter cristiano,
para que podáis ser vindicados de toda acusación que pueda ser presentada
contra vosotros en el tribunal de Cristo”
El apóstol es muy completo al enfatizar la necesidad de la santidad
cuando hemos nacido de nuevo. La libre gracia del evangelio, no la hace a un
lado, antes bien muestra que la conexión entre justificación y santidad es
inseparable.
Los creyentes verdaderos estamos
muertos al pecado, por tanto, no debemos seguir atados a sus cadenas
invisibles, que nos atenazan por el miedo. Nadie puede estar vivo y muerto al
mismo tiempo. Necio es quien, deseando estar muerto al pecado, piensa que puede
vivir en él.
El bautismo enseña la necesidad de morir al pecado y ser como haber
sido sepultado de todo pensamiento, o acto impío e inicuo y resucitar para
andar con Dios en una vida nueva. Los inconversos impíos religiosos pueden
tener la señal externa de una muerte al pecado y de un nuevo nacimiento a la
justicia, pero nunca han pasado de la familia de Satanás a la de Dios.
La naturaleza corrupta, llamada hombre viejo, porque derivó de Adán
nuestro primer padre, en todo creyente verdadero está crucificada con Cristo
por la gracia derivada de la cruz. Esa naturaleza está debilitada y en estado
moribundo, aunque todavía lucha por la vida, y hasta por la victoria; pero
nuestro triunfo está en Cristo Jesús, Él derrotó al pecado, a la muerte, y pisó
la cabeza de la serpiente. Todo nuestro cuerpo de pecado, sea lo que sea que no
concuerde con la santa ley de Dios, debe ser desechado para que el en nacido de
nuevo no sea más esclavo del pecado, sino que viva para Dios y halle dicha en
su servicio.
Es nuestra obligación ser diligentes con nuestra
vida, lo que miramos, lo que decimos, lo que pensamos, lo que sentimos sea
acorde con la enseñaznza que recibimos de la Palabra de Dios en la Biblia. Los
motivos más fuertes contra el pecado nos sirven para poner en vigencia la
obediencia. Siendo liberados del reinado del pecado, hechos vivos para Dios, y
teniendo la perspectiva de la vida eterna, nos corresponde a nosotros, los
creyentes interesarnos mucho por hacer progresos a ella, pero como las lujurias
impías no han sido totalmente desarraigadas en esta vida, la preocupación del
cristiano debe ser la de resistir sus indicaciones, luchando con fervor para
que, por medio de la gracia divina, no prevalezcan en este estado mortal. Alentemonos
los cristianos verdaderos el pensamiento
de que este estado pronto terminará, en cuanto a la seducción de las lujurias
que, tan a menudo, nos dejan confundidos y nos inquietan. Presentemos todos
nuestros poderes como armas o instrumentos a Dios, listos para la guerra y para
la obra de justicia a su servicio.
Hay poder para nosotros en el pacto de gracia. El pecado no tendrá
dominio. Las promesas de Dios para nosotros son más poderosas y eficaces para
mortificar el pecado que nuestras promesas a Dios. El pecado puede luchar en un
creyente real y crearle una gran cantidad de trastornos, pero no le dominará;
puede que lo angustie, pero no lo dominará.
Si a Dios le encanta perdonar,
¿por qué no darle más para perdonar? Si el perdón está garantizado, ¿podemos
pecar tanto como queramos? ¡La respuesta categórica de Pablo es: ¡En ninguna manera! Tal actitud,
planear de antemano aprovecharse de Dios, es no entender la seriedad del
pecado. El perdón de Dios no convierte en menos serio el pecado. Por el
contrario, la muerte de su Hijo por el pecad, nuestros pecados, muestra cuán serio es. Jesús pagó con su vida
nuestro perdón. La misericordia de Dios no debe convertirse en excusa para un
estilo de vida negligente con laxitud moral.
En la
iglesia de la época de Pablo, la inmersión era la forma usual de bautismo. Los
nuevos cristianos se "sepultaban" por completo en el agua. Comprendían
que esta forma de bautismo simbolizaba la muerte y sepultura de la vieja manera
de vivir, seguida por una resurrección a la vida con Cristo. Si pensamos que
nuestra antigua vida pecaminosa está muerta y sepultada, tenemos un motivo
poderoso para resistir al pecado. Podemos decidir conscientemente tratarla como
si estuviera muerta. Luego podemos continuar disfrutando nuestra nueva vida con
Cristo. Es decir, fuimos sellados con el
sello del cielo, y como si hubiera sido formalmente pactado y contratado,
sellados para todos los beneficios
y todas las obligaciones del
discipulado cristiano en general, y para su muerte en particular. Y puesto que
Cristo fué hecho pecado y una maldición en bien nuestro (2Corintios 5:21 Al que no conoció pecado, por nosotros
lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él.; Gálatas 5:13 Porque vosotros, hermanos, a libertad
fuisteis llamados; solamente que no uséis la libertad como ocasión para la
carne, sino servíos por amor los unos a los otros.), llevando
nuestros pecados en su cuerpo sobre el árbol, y resucitado
de nuevo a causa de nuestra justificación (1Pedro 2:24 quien
llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que
nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya
herida fuisteis sanados), toda nuestra
condición pecaminosa, habiendo sido sumida en su persona, se ha dado por
terminada en su muerte. Aquel, pues, que ha sido bautizado en la muerte de Cristo
ha abandonado simbólicamente toda su vida y condición de pecado, considerando
estas cosas como muertas en Cristo. Ha sido sellado para ser no sólo la justicia de Dios en él, si no también una nueva criatura; y como no puede ser en Cristo una cosa y no la
otra, pues ambas cosas son una, ha abandonado por su bautismo en la muerte de
Cristo, toda su conexión con el pecado. ¿Cómo,
pues, puede vivir aún en el pecado? Las
dos cosas son contradictorias tanto en el hecho como en la terminología.
Continúa...