El mayor tesoro que
poseo es poder acceder a la Palabra de Dios en la Biblia, libremente. Y sin
duda poder leer diferentes versiones es beneficioso para entender mejor el
mensaje del Señor.
Podemos comprobarlo en la versión de la Biblia Traducción
Lenguaje Actual en Efesios 6; 10-18, que
dice así:
10 Finalmente, dejen que el gran poder de Cristo
les dé las fuerzas necesarias.
11
Protéjanse con la armadura que Dios les ha dado, y así podrán resistir
los ataques del diablo.
12 Porque no luchamos contra gente como
nosotros, sino contra espíritus malvados que actúan en el cielo. Ellos imponen
su autoridad y su poder en el mundo actual.
13 Por lo tanto, ¡protéjanse con la armadura
completa! Así, cuando llegue el día malo, podrán resistir los ataques del
enemigo y se mantendrán firmes hasta el fin.
14 ¡Manténganse alerta! Que la verdad y la
justicia de Dios los vistan y protejan como una armadura.
15
Compartan la buena noticia de la paz; ¡estén siempre listos a
anunciarla!
16 Que su confianza en Dios los proteja como un
escudo, y apague las flechas encendidas que arroja el diablo.
17 Que la salvación los proteja como un casco, y
que los defienda la Palabra de Dios, que es la espada del Espíritu Santo.
18
No se olviden de orar. Y siempre que oren a Dios, dejen que los dirija
el Espíritu Santo. Manténganse en estado de alerta, y no se den por vencidos.
En sus oraciones, pidan siempre por todos los que forman parte del pueblo de
Dios.
La fuerza y el valor espiritual son necesarios
para nuestra guerra y sufrimiento espiritual, es necesario obedecer y ponerse
toda la armadura de Dios, que Él prepara y da. La armadura cristiana está hecha
para usarse y no es posible dejar la armadura hasta que hayamos terminado
nuestra guerra y finalizado nuestra carrera. El combate no es tan sólo contra
enemigos humanos, ni contra nuestra naturaleza corrupta; tenemos que vérnosla
con un enemigo que tiene miles de maneras para engañar a las almas inestables.
Los diablos nos asaltan en las cosas que corresponden a nuestras almas y se
esfuerzan por borrar la imagen celestial de nuestros corazones.
Debemos resolver, por la gracia de Dios, no rendirnos a Satanás.
Resístidle, y de vosotros huirá. Si cedemos, él se apoderará del terreno. Si
desconfiamos de nuestra causa o de nuestro Líder o de nuestra armadura, le
damos ventaja.
Podemos describir las diferentes partes de la armadura que como los
soldados bien pertrechados, ceñimos no por nosotros, ni en nuestras fuerzas,
sino por el Espìritu; como aquellos soldados que tienen que resistir los asaltos más
feroces del enemigo. No hay nada para la espalda; nada que defienda a los que
se retiran de la guerra cristiana, estos serán presa fácil de cualquier envite
en su deserción de las filas del Señor.
La verdad o la sinceridad es el cinto que nos amarra y ciñe rodeando todas
las otras partes de la armadura. No puede haber arrepentimiento, fe genuina, sin sinceridad.
La justicia de Cristo, imputada a nosotros, es una coraza contra los
dardos de la ira divina. La justicia de Cristo, implantada en nosotros,
fortifica el corazón contra los ataques de Satanás.
La valentía debe ser como las piezas de la armadura para resguardar las partes
delanteras de las piernas, y para afirmarnos en el terreno o caminar por sendas
escarpadas, los pies deben estar protegidos con la obediencia del evangelio de
la paz. Los motivos para obedecer en medio de las pruebas deben extraerse del claro
conocimiento del evangelio, sin el cual sería como dar palos de ciego en medio
de las tinieblas.
La fe
es todo en todo en la hora de la tentación. La fe, tener la certeza de lo que
no se ve, como recibir a Cristo y los beneficios de la redención, y de ese
modo, derivar gracia de Él, es como un escudo, una defensa en toda forma.
El diablo es el malo. Las tentaciones violentas, por las cuales el
alma se enciende con fuego del infierno, son dardos que Satanás nos arroja
incitando a los malos pensamientos hacia Dios y de nosotros mismos. La fe que
aplica la palabra de Dios y a la gracia de Cristo, es la que apaga los dardos
de la tentación.
La salvación debe ser nuestro yelmo. La buena esperanza de salvación,
la expectativa bíblica de la victoria, purifican el alma e impiden que sea
contaminada por Satanás.
El apóstol recomienda al cristiano armado para la defensa en la
batalla, una sola arma de ataque, la cual es suficiente, la espada del
Espíritu, que es la palabra de Dios. Somete y mortifica los malos deseos y los
pensamientos blasfemos a medida que surgen adentro; y responde a la
incredulidad y al error a medida que asaltan desde afuera. Un solo texto bien
entendido y rectamente aplicado, destruye de una sola vez la tentación o la
objeción y somete al adversario más formidable.
La oración debe asegurar todas las demás partes de nuestra armadura
cristiana. Hay otros deberes de la fe y de nuestra posición en el mundo, pero
debemos mantener el tiempo de orar. Aunque la oración solemne y estable pueda
no ser factible cuando hay otros deberes que cumplir, de todos modos las
oraciones piadosas cortas que se lancen son siempre como mensajes en espíritu,
que de forma instantanea llegan a Dios. Es un hilo conductor directo al Señor,
sin intermediarios.
Debemos usar pensamientos santos en nuestra vida corriente. El corazón
vano también será vano para orar. Debemos orar con toda clase de oración,
pública, privada y secreta; social y solitaria; solemne y súbita; con todas las
partes de la oración: confesión de pecado, petición de misericordia y acción de
gracias por los favores recibidos. Y debemos hacerlo por la gracia de Dios
Espíritu Santo, dependiendo de su enseñanza y conforme a ella. Debemos
perseverar en pedidos particulares a pesar del desánimo. Debemos orar no sólo
por nosotros sino por todos los santos. Nuestros enemigos son fuertes y
nosotros no tenemos fuerza, pero nuestro Redentor es todopoderoso, y en el
poder de su fuerza, podemos vencer. Por eso debemos animarnos a nosotros
mismos. ¿No hemos dejado de responder a menudo cuando Dios ha llamado? Pensemos
en esas cosas y sigamos orando con paciencia, el tiempo está cercano y las
señales anuncian su prxima venida, la Segunda Venida de Jesucristo.