Es difícil imaginarnos cómo se sentiría Adán siendo la primera y única
persona en la tierra. Pero hagamos un
esfuerzo. Una cosa es que nosotros nos sintamos solos, para Adán, que
nunca había conocido a otro ser humano, era otra cosa. El se perdió de muchas
cosas que nos hicieron como somos ahora: no tuvo niñez, ni padres, ni familia,
ni amigos. Tuvo que aprender a ser humano por su cuenta. Afortunadamente, Dios
no permitió que luchara demasiado tiempo antes de presentarle una ayuda y
compañera idónea: Eva. Formaron una unidad completa, inocente y abierta, sin
una pizca de vergüenza en nada.
Una de las primeras conversaciones de Adán con su agradabilísima y
bella compañera debieron haber sido las reglas del huerto. Antes de que Dios
creara a Eva, ya le había dado a Adán completa libertad en el huerto, junto con
la responsabilidad de vigilarlo y cuidarlo. Sin embargo, un árbol estaba fuera
de los límites: el árbol del conocimiento del bien y del mal. Adán debió haber
hablado con Eva sobre todo esto. Ella sabía, cuando Satanás se le acercó, que
el fruto de ese árbol no se debía comer. Sin embargo, decidió comer el fruto
prohibido. Más tarde se lo ofreció a Adán. En ese momento, el destino de la
creación estuvo en peligro. Tristemente, Adán no se detuvo a considerar las
consecuencias. Siguió adelante y lo comió.
En ese momento de pequeña rebelión algo grande, hermoso y puro se
resquebrajó: la perfecta creación de Dios. El hombre se vio separado de Dios
por querer actuar por su cuenta.
Sea que se lance un guijarro o una piedra grande hacia una ventana de
vidrio, el efecto es el mismo. Nunca podrán volver a reunirse los miles de
fragmentos.
Sin embargo, en el caso del pecado del hombre, Dios ya había puesto en
marcha un plan para vencer los efectos de la rebelión. La Biblia entera es la
historia de cómo se desarrolla ese plan, con la visita de Dios a la tierra a
través de su Hijo Jesús como parte esencial. La vida sin pecado de Jesús y su
muerte hicieron posible que Dios ofreciera el perdón a todos los que lo
quisieran. Nuestras acciones de rebelión, ya sean pequeñas o grandes,
demuestran que somos descendientes de Adán. Únicamente el pedir el perdón de
Jesucristo nos hace hijos de Dios.
Por lo general, la gente decide hacer cosas malas porque se ha
convencido de que esas cosas son buenas, al menos para ellos mismos. Nuestros
pecados no siempre nos parecen horribles, y los pecados que dan placer son los
que nos cuesta más trabajo evitar. Así que preparémonos para las atractivas
tentaciones que puedan surgir a nuestro paso. Aun cuando no siempre podamos
prevenir la tentación, siempre hay una salida (1Corintios 10:13 No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana;
pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir,
sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis
soportar.). Recurramos a la Palabra de Dios para permanecer firmes ante
la tentación.
¿Estamos luchando con la
tentación porque no hemos aprendido que mirar es el primer paso hacia el
pecado? Saldremos victoriosos de la tentación más a menudo si seguimos el
consejo de Pablo de huir de aquellas cosas que nos producen malos pensamientos
(2Timoteo
2:22 Huye también de las pasiones juveniles, y
sigue la justicia, la fe, el amor y la paz, con los que de corazón limpio
invocan al Señor).
Una de las realidades del pecado es que su efecto se extiende. Después
de que Eva pecase, involucró a Adán en su mala acción. Cuando hacemos algo
malo, a menudo nuestro primer alivio de la culpa viene cuando involucramos a
alguien más. Como desperdicio tóxico derramado en un río, el pecado se extiende
rápidamente. Reconozcamos y confesemos ese pecado
a Dios antes de que sea tentado y contamine a los que están a su alrededor. Una
conciencia culpable es una señal de advertencia que Dios ha colocado dentro de nosotros
que se enciende cuando hemos hecho lo malo. Lo peor que podemos hacer es
eliminar los sentimientos de culpabilidad sin eliminar la causa. Es como utilizar
un analgésico sin detectar la enfermedad. Alegrémonos de que esos sentimientos
estén ahí, nos hacen estar conscientes de nuestro pecado para que así podamos pedir
el perdón de Dios y corregir nuestras malas acciones.
El pecado había roto su comunión con Dios, así como ha roto nuestra
comunión con Dios. Pero por medio de Jesucristo, el Hijo de Dios, se ha abierto
el camino para que renovemos nuestra amistad con El. Dios desea estar con
nosotros. El nos ofrece de lleno su amor incondicional. Nuestra respuesta
natural es el temor, ya que sabemos que no podemos vivir bajo sus normas. Pero
el reconocer que El nos ama, a pesar de nuestras faltas, nos puede ayudar a
quitar ese temor.
Adán y Eva no hicieron caso a la advertencia de
Dios Ellos no entendieron las razones de
este mandamiento, así que decidieron actuar de la forma que les parecía más
apropiada. Todos los mandamientos de Dios son obviamente para nuestro propio
beneficio, pero puede que no siempre entendamos las razones. El pueblo que
confía en Dios le obedecerá porque Dios lo pide, sea que entienda o no el
porqué de sus mandamientos.
Cuando Dios le preguntó a Adán sobre su pecado, Adán culpó a Eva.
Luego Eva culpó a la serpiente. Cuán fácil es disculpar nuestros pecados
culpando a otra persona o a las circunstancias. Pero Dios sabe la verdad. Y El
nos hace responsables a cada uno de nosotros por lo que hacemos Admitamos
nuestros pecados y pidamos disculpas a Dios. No tratemos de escapar de nuestros
pecados culpando a otros.
Adán y Eva eligieron su curso de acción (desobediencia) y luego Dios
eligió el suyo. Como Dios santo sólo podía responder de una manera coherente
con su naturaleza moral perfecta. No podía permitir pasar por alto el pecado,
debía castigarlo. Si las consecuencias del pecado de Adán y Eva nos parecen
extremas, recordemos que el pecado que cometieron puso en acción la tendencia
del mundo a la desobediencia a Dios. Este es el motivo por el cual todavía
pecamos hoy: Todo ser humano que jamás haya nacido, con la excepción de Jesús,
posee la herencia de la naturaleza pecaminosa de Adán y Eva. El castigo de Adán
y Eva refleja con qué seriedad Dios ve el pecado de cualquier clase.
Adán y Eva aprendieron por medio de una experiencia dolorosa que, ya
que Dios es justo y odia el pecado, debe castigar a los pecadores. El resto del
libro de Génesis relata historias dolorosas de vidas arruinadas por la caída.
La desobediencia es pecado y rompe nuestra relación con Dios. Afortunadamente,
cuando desobedecemos, la voluntad de Dios es perdonarnos y restaurar nuestra
relación con El.
Satanás es nuestro enemigo, él
hará todo lo posible para hacer que sigamos su camino de maldad y muerte. La
frase "Tú le herirás en el calcañar" se refiere a los intentos
constantes de Satanás de derrotar a Cristo durante su vida en la tierra.
"Esta te herirá en la cabeza", anuncia la derrota de Satanás cuando
Cristo se levantó de la muerte. Un golpe al talón no es mortal, pero uno
asestado en la cabeza sí. Ya Dios estaba revelando su plan para derrotar a Satanás
y ofrecer salvación al mundo por medio de su Hijo Jesucristo.
La
desobediencia y caida de Adán y Eva, de la gracia de Dios, la imposibilidad de
llegar al árbol de la vida hace efectivo el castigo afectando a toda la
creación, incluyendo al medio ambiente. El destino
original de la humanidad era la vida, pero al desobedecer el mandamiento divino
se apartó de Dios, fuente de toda vida, y junto con el pecado entró la muerte
en el mundo.
Años atrás la gente no se
preocupaba de la contaminación de los ríos con desperdicios químicos y basura.
Esto parecía tan insignificante, tan trivial. Ahora sabemos que sólo dos o tres
partes por millón de ciertas sustancias químicas pueden dañar la salud humana.
El pecado en nuestras vidas es extrañamente similar a los desperdicios tóxicos.
Hasta las cantidades más pequeñas son letales.
Desde la perspectiva de su
papel estratégico, debemos asumir que la humanidad es más valiosa que cualquier
otra cosa en la tierra. Ninguna otra forma de vida terrenal Creada por Dios, desempeña
un papel cósmico tan importante como la humanidad. Literalmente, el mundo se
sostiene o se cae por las acciones humanas. Sólo los humanos tienen el poder de
agotar los recursos de la tierra y de contaminar la atmósfera. El pecado de un
ser humano, Adán, corrompió el mundo. La continua pecaminosidad de la humanidad
causó el diluvio. En contraste con esto, la obediencia de Jesucristo trajo
justificación y justicia a muchos (Romanos 5:18-19 18 Así
que, como por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres,
de la misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la
justificación de vida.
19 Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos
fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos
serán constituidos justos.). Si los hombres y las mujeres redimidos
anduvieramos en esa justificación y justicia, ¿no podríamos hacer florecer al
mundo? Dios desea revelar su verdad y su gracia al mundo sólo por medio de su
Hijo Jesucristo; Cristo nos encargó la gran comisión Mateo 28:19 Id, pues, y haced discípulos de todas las naciones,
bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Cada uno de nosotros como creyentes
tenemos un significado estratégico en nuestra propia esfera; todos debemos
tratar de presentar la Palabra de Dios en nuestro entorno cercano, ampliando
ese círculo a medida que el Espíritu así nos lo indica.
Tenemos una lámpara que ilumina nuestro caminar: la Palabra de Dios;
una meta para alcanzar: semejarnos lo máximo posible a nuestro Salvador y Señor
Jesucristo; y una victoria asegurada por Cristo, la Vida Eterna.
Es
cuestión de prioridades. La mía es seguir a Cristo. ¿Cuál es la tuya?