Predicadores, maestros y cualquiera que hable acerca de Jesús, deben
recordar que se hallan en la presencia de Dios, El oye cada palabra. Cuando le
hablemos a la gente acerca de Cristo, tengamos cuidado en no distorsionar el
mensaje para complacer al auditorio. Proclamemos la verdad de la Palabra de
Dios.
El
evangelio está disponible y revelado a todos, excepto a aquellos que se niegan
a creer. Satanás es el "dios de este siglo". Su trabajo es engañar y
aquellos que no creen serán enceguecidos por él. El atractivo del dinero, el poder y el placer
enceguecen a la gente para ver la luz del evangelio. Todos aquellos que
rechazan a Cristo, prefiriendo una vida mundana, convierten a Satanás en su
Dios.
Cuando testifiquemos, digámosle a la gente lo que Cristo ha hecho, no
en qué consisten nuestras habilidades y logros. Las personas deben ser
presentadas a Cristo no a nosotros. Y si oímos a alguien que predique acerca de
sí mismo o trata de expresar sus propias ideas antes que las de Cristo, tengamos
cuidado: es un falso maestro.
Cualquier servicio requiere un sacrificio de tiempo y de deseos
personales. Llegar a ser un seguidor de Cristo significa servir a otros, aun cuando
ellos no satisfagan nuestras aspiraciones.
El mensaje invalorable de salvación en Jesucristo ha sido confiado por
Dios a hombres frágiles y falibles “vasos de barro" el poder de Dios obrando en nosotros. Aun
siendo débiles, Dios nos usa para difundir las buenas nuevas y nos da poder
para cumplir con la obra. Si sabemos que el poder es suyo, no nuestro, podemos
evitar que el orgullo se apodere de nosotros y esto nos motiva a mantener un
contacto diario con Dios, nuestra fuente de poder. Nuestra responsabilidad es
dejar que la gente vea a Dios por medio nuestro.
Nuestros
cuerpos perecederos están sujetos al pecado y al sufrimiento pero Dios nunca
nos abandona. Como Cristo obtuvo la victoria sobre la muerte, tenemos vida
eterna. Todos nuestros riesgos, humillaciones y pruebas son oportunidades para
demostrar el poder y la presencia de Cristo en y a través de nosotros.
Pablo
enfrentó sufrimientos, pruebas y angustia al predicar las buenas nuevas, pero
sabía que un día terminarían y que obtendría el reposo de Dios en recompensa.
Cuando enfrentamos dificultades, es más fácil enfocar el dolor antes que la
meta final. Así como los atletas se concentran, pensando en la línea de
llegada, y pasan por alto su incomodidad, nosotros también debemos
concentrarnos en la recompensa a nuestra fe y en el gozo que permanece para
siempre. No importa qué nos suceda en esta vida, tenemos la seguridad de la
vida eterna en la que todo sufrimiento terminará y las tristezas y el gemido
huirán (Isaías
35:10 Y los redimidos de Jehová volverán, y
vendrán a Sion con alegría; y gozo perpetuo será sobre sus cabezas; y tendrán
gozo y alegría, y huirán la tristeza y el gemido.).
Es fácil
desmayar. Todos enfrentamos problemas, en nuestras relaciones o en el trabajo,
que nos inducen a pensar en echar a un lado las herramientas y abandonarlo
todo. Antes que rendirse cuando la persecución arreciaba, Pablo se concentró en
experimentar la fortaleza interior proveniente del Espíritu Santo (Efesios 3:16 para que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el
ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu). No
permitamos que la fatiga, el dolor o la crítica nos motive a abandonar la
tarea. Renovemos nuestro compromiso de servir a Cristo. No renunciemos a nuestra
recompensa eterna por causa de la intensidad del dolor actual. Nuestra
debilidad permite que el poder de la resurrección de Cristo nos fortalezca
momento a momento.
Nuestros
problemas no debieran desanimarnos o disminuir nuestra fe. En cambio, debemos
entender que hay un propósito en nuestro sufrimiento. Los problemas y las
limitaciones humanas tienen varios beneficios: nos
recuerdan los sufrimientos de Cristo por nosotros; nos
alejan del orgullo; nos ayudan a mirar más allá de esta corta
vida; prueban nuestra fe a otros; y le
dan la oportunidad a Dios para demostrar su gran poder.
¡Veamos nuestros problemas como oportunidades!
Nuestra esperanza suprema cuando experimentamos terrible enfermedad,
persecución o dolor es descubrir que esta vida no es todo lo que hay, ¡hay una
vida después de la muerte! Saber que viviremos por siempre con Dios en un lugar
sin pecado y sufrimiento puede ayudarnos a vivir sobre el dolor que enfrentamos
en esta vida.