Ezequiel 47:1 Me hizo volver luego a la entrada de la casa; y he aquí aguas que
salían de debajo del umbral de la casa hacia el oriente; porque la fachada de
la casa estaba al oriente, y las aguas descendían de debajo, hacia el lado
derecho de la casa, al sur del altar.
:2 Y me sacó por el camino de la puerta del norte, y me hizo dar
la vuelta por el camino exterior, fuera de la puerta, al camino de la que mira
al oriente; y vi que las aguas salían del lado derecho.
3 Y salió el varón hacia el oriente, llevando un cordel en su
mano; y midió mil codos, y me hizo pasar por las aguas hasta los tobillos.
4 Midió otros mil, y me hizo pasar por las aguas hasta las
rodillas. Midió luego otros mil, y me hizo pasar por las aguas hasta los lomos.
5 Midió otros mil, y era ya un río que yo no podía pasar,
porque las aguas habían crecido de manera que el río no se podía pasar sino a
nado.
REFLEXIÓN:
Este
río es similar al mencionado en Apocalipsis 22:1-2 Luego el ángel me mostró un río de agua de vida, claro como
el cristal, que salía del trono de Dios y del Cordero, y corría por el centro
de la calle principal de la ciudad. A cada lado del río estaba el árbol de la
vida, que produce doce cosechas al año, una por mes; y las hojas del árbol son
para la salud de las naciones.
El río
simboliza la vida que proviene de Dios y las bendiciones que fluyen de su
trono. Es un río manso, seguro y profundo, que se extiende a medida que fluye.
Esta
es otra ilustración de la naturaleza vivificante del agua que mana del templo
de Dios. El poder de Dios puede transformarnos, no importa cuán corruptos y
faltos de vida nos encontremos. Aún cuando nos sintamos confundidos y más allá
de toda esperanza, su poder nos puede sanar.
El fruto feliz para el mundo en general de
la morada de Dios con Israel es, que la bendición ya no está más limitada a un
solo pueblo y lugar, sino que ha de ser difundida por toda la tierra. Aun los
lugares desiertos de la tierra serán hechos fructíferos por las aguas
saludables del evangelio. Buscando en las cosas de Dios, hallamos algunas
fáciles de entender, como las aguas hasta el tobillo; otras más difíciles, como
las aguas hasta la rodilla o los lomos; aun otras fuera de nuestro alcance, de
las cuales sólo podemos pedir sabiduría para comprenderlas.
El agua es imprescindible para que haya
vida, sin ella ningún ser vivo podría habitar esta tierra. En la Biblia el agua
tiene su simbología, su significado. Simboliza la Palabra de Dios que nos da
vida, nos limpia, nos santifica, calma nuestra sed espiritual, utilizándose en
multitud de metáforas.
Así en Efesios 5:26 para hacerla santa. Él la purificó, lavándola con agua
mediante la palabra.
También
en Juan
7:37 En el último día, el más solemne de la
fiesta, Jesús se puso de pie y exclamó: — ¡Si alguno tiene sed, que venga a mí
y beba!
Jesús dice que cuando el agua nos limpia y
purifica, fluirán de nuestro interior ríos de agua viva hacia otras personas.
Esto del Espíritu que hemos recibido cuando creemos en el Señor Jesucristo.
En el río del templo vemos cuatro niveles,
fases o etapas por los que vamos a pasar llevados de la mano de Dios. Nos lleva
paso a paso para mostrarnos como debemos acercarnos a la vida que proviene de
Dios.
Si en lo natural, el agua hace que germinen
las semillas en la tierra, en lo espiritual, el agua, la Palabra de Dios
bendice al que bebe esas aguas y se sumerge en la profundidad de ellas. Es un
río donde las bendiciones se encuentran en la profundidad de la Palabra de
Dios. Lo mismo que en la naturaleza, los minerales más valiosos, como el oro o
los diamantes se encuentran y se sacan de
las profundidades de la tierra, así en la vida espiritual, lo más
preciado para nosotros se encuentra sumergiéndonos en la Biblia para adquirir
conocimiento y por ella obedecer en todo, los mandatos de Dios Padre.
La vida cristiana se desarrolla en cuatro fases,
lo mismo que la vida del hombre pasa por diferentes estados: niñez, pubertad,
adolescencia y vejez. Podemos ver a través de este pasaje de Ezequiel, como
Dios nos guiará en el aprendizaje desde que nacemos de nuevo.
Los
he llamado niveles, por la alusión que se hace del agua.
El primer nivel: Ezequiel 47:3“...y me hizo pasar por las aguas hasta los tobillos.”
Esta es la primera etapa de nuestra vida
cristiana, cuando “nacimos de nuevo” nos convertimos en niños espirituales en
la fe. Recibimos los cuidados del Padre, nos abraza, Dios nos muestra su amor;
pedimos y Él nos da. Es el tiempo del primer amor. Este nivel se caracteriza por la inmadurez,
por los pensamientos superficiales, la mente carnal domina esta etapa; se toman
decisiones muy emocionales basadas en los sentimientos; hablamos como niños, nos
portamos como niños, pensamos como niños... ser niño no tiene nada de malo, no
es pecado ser un niño en Cristo. El
problema radica, que si has nacido de nuevo hace cinco, diez o más años y
sigues comportándote como un niño, algo va mal.
En este ciclo, con el agua en los tobillos,
nos sentimos seguros porque pisamos firme en la arena de la orilla, confiamos
en nuestras propias fuerzas; nos sentimos muy seguros de nosotros mismos;
creemos tenerlo todo bajo control; nos fiamos de nuestros recursos, de nuestros
logros, de nuestros talentos naturales. Reaccionamos con nuestra mente carnal,
los celos y la envidia se hacen notorios. Las preocupaciones por las
necesidades materiales son patentes y se manifiestan en el día a día. La fe aun
no está sólida. Si, ya creemos en el Señor, pero nuestra mente no ha sido
renovada, nuestra actitud y conducta no han sido transformadas de esa aptitud
natural.
Tenemos un ejemplo muy claro de esta etapa
en 1Corintios
3:1 Yo, hermanos, no pude dirigirme a ustedes
como a espirituales sino como a inmaduros, apenas niños en Cristo. Si
permanecemos en este nivel cedemos a nuestra mente carnal. En 1Corintios 3:3
pues aún son inmaduros. Mientras haya entre
ustedes celos y contiendas, ¿no serán inmaduros? ¿Acaso no se están comportando
según criterios meramente humanos?
Las personas que se han estancado en este
nivel, se distinguen porque no entienden que lo importante es el mensaje del
Evangelio de Jesús, la Palabra de Dios y no el mensajero, ya que éste es sólo
un instrumento del cual Dios se vale. La Gloria es del y para el Señor, de
nadie más.
Dios Padre, a un hijo, jamás lo dejará en
ese nivel. Él hará lo que tenga que hacer para llevarlo a otro nivel superior,
a su debido tiempo, cuando Él estime que ha llegado nuestra hora, según su
Tiempo y Soberanía. Dios no necesita reloj.
En Hebreos 6:1 Por tanto, dejando ya
los rudimentos de la doctrina de Cristo, vamos adelante a la perfección; no
echando otra vez el fundamento del arrepentimiento de obras muertas, de la fe
en Dios.
En el segundo nivel: Ezequiel 47:4..., y me hizo pasar por las
aguas hasta las rodillas.
En esta fase de nuestra vida espiritual,
todavía llevamos el control de todo en nuestras fuerzas, vamos a nuestro aire.
Conocemos un poco más de la escritura, es normal, hemos leído y escuchado
acerca de ella, lo anormal sería lo contrario; pero sin embargo seguimos
reaccionando guiados por la mente carnal. Nuestra conducta no guarda el
equilibrio con el conocimiento
adquirido. Corremos el peligro de envanecernos por lo poco que hemos conocido
de Dios, presumiendo ante los demás y podamos desviarnos de la sana doctrina en
pos de sutiles enseñanzas cuyo fin es muerte. Nuestras reacciones siguen siendo
de muchachos engreídos que todo lo saben. No se ha perfeccionado en nosotros la
obediencia, la humildad, la mansedumbre. El orgullo espiritual comienza a
manifestarse, señal inequívoca de que los conocimientos adquiridos no forman
parte de la vida. El equilibrio sería vivir y obedecer a medida que
conocemos la Palabra. En esta segunda
fase, todos los que nos rodean ven ese orgullo espiritual que nos envanece,
menos nosotros.
-El
orgullo es como el mal aliento, todos lo notan menos el que lo tiene-.
Reaccionamos
con soberbia, somos impulsivos. Este nivel destaca, porque damos una de cal y
otra de arena. Así como Pedro, que inspirado por el Espíritu, declaró que Jesús
era el Hijo de Dios, y más tarde quiso impedir que Jesús llegara a la cruz.
Tenemos
el Espíritu Santo que mora en nosotros, si, es cierto; pero éste no hace que
automáticamente pasemos de recién nacidos en Cristo a una madurez espiritual
sólida, al instante.
-Es
un proceso en el que depende nuestro progreso de la obediencia y confianza
absoluta en los planes de Dios para nosotros.-
Es típico en este nivel, que nuestro ego
enfoca nuestra mirada hacia las cosas materiales, hacia la vida terrenal. Nos
preocupamos por nuestro bienestar, nuestros interese y nos esforzamos lo más
mínimo en la vida espiritual. Somos incapaces de abogar por los demás y su
bienestar, queriendo ser destacados e importantes. El Señor Jesús nos ubica
enseguida, como a los discípulos cuando querían saber quién sería el mayor
entre ellos. Creyendo por nuestra soberbia que debemos ser servidos, vivimos
con arrogancia, según nos convenga, haciendo distinción a quien saludamos. Los
creyentes de este nivel son conocidos porque escuchan de la Palabra de Dios
aquello que les conviene y lo adaptan a su religiosidad; se envanecen de lo
poco que saben y no quieren entender aquello que va contra sus intereses.
Su
compromiso y aportación para el sostén
de la obra del Señor, es muy escasa y en su tacañería regatean con Dios. Ven
todos los defectos del mundo en los demás, no así los propios. En este nivel,
muchos creyentes, se ahogan en un vaso de agua; no porque no sepan nadar, sino
porque el agua se les atraganta y se alejan de ella.
Quedarse
estancado aquí puede llegar a convertir
a ese cristiano en un potencial fariseo, que se cree muy santo hablando de las
cosas de Dios, da consejos a todo el mundo, pero él en nada se corrige, es como
candil de la calle y oscuridad de su casa. Si no salieras de esta etapa, la
hipocresía comenzaría a moldear la máscara de la piedad.
Pero
en el tiempo y Soberanía de Dios, nos conduce a otro nivel, el tercero.
En
Ezequiel
47:4... y me hizo pasar por las aguas, que me llegaban hasta la cintura.
Aquí,
ya has avanzado un poco más en el conocimiento de la Palabra de Dios en la
Biblia; ya cada vez nuestra resistencia, al agua de vida, va menguando;
perdemos la adherencia de nuestros pies en la arena y el agua nos mueve con
mayor facilidad. Comienzas a sentir cierta impotencia al perder el control sobre todo lo que nos rodea y que en otros niveles
creíamos tener. Nuestra mente carnal aun se debate y lucha por no perder ese
control y nos recuerda el pasado una y otra vez, para seguir dominando y
decidiendo.
Aprendes
a confiar en Dios y a entender que Él es Soberano, que todo está bajo su
supervisión y control. Sabes que Dios todo lo ve, todo lo escudriña. Comienzas
a preocuparte por los demás, pero sólo por aquellos que te caen bien. El “yo
creo, yo pienso” sigue dominando nuestras vidas. Dedicas más tiempo a
reflexionar en las equivocaciones propias, admitiendo los errores, reconociendo
que no eres infalible y que fallas como los demás. Es ahí cuando comienza a
desarrollarse cierta humildad y mansedumbre. Pero en esta etapa se busca la
alabanza de los hombres; todavía te preocupa quedar bien con quienes tienes más
contacto personal, aunque sabes en lo más profundo de tu corazón, que eso está
mal; que toda la gloria le corresponde a Nuestro Señor Jesús, pues suya es la
obra que se está realizando en ti, pero ansias quedar con una poquita para
alimentar tu ego.
Es
la etapa donde corres el riesgo de convertirte en un cristiano manipulador.
Las
aguas del río, nos mueven con facilidad perdiendo el control de la situación,
recuperando el sosiego al afirmarnos sobre nuestros pies.
Comprendemos qué Dios tiene el poder y
nuestros recursos se vuelven endebles; el quebrantamiento del Espíritu Santo
comienza a trabajar en nuestras vidas, para formar nuestro carácter. Es cuando
Dios permite la humillación para doblegar nuestro orgullo y quitarnos la corona
de la soberbia. Resistimos a la
obediencia y a los mandatos que la Palabra de Dios nos exige. Los demás ven
como recibimos la reprimenda de Dios y disimulamos, el espíritu sigue
resistiéndose.
No
contento Dios con nuestro avance, va a llevarnos de su mano a cruzar de otro
modo las aguas saludables, las aguas de Vida, a un cuarto nivel.
En
Ezequiel 47:5
Midió otros mil, y era ya un río que yo no podía
pasar, porque las aguas habían crecido de manera que el río no se podía pasar
sino a nado.
Para alcanzar, digamos esta fase espiritual,
hemos necesitado zambullirnos en las aguas del conocimiento con la ayuda del
Espíritu, para saciar la sed con más frecuencia en todo momento. Ahora confiamos
totalmente en Dios, sabiendo que el cumplirá todas sus promesas. La fidelidad
de Dios es el cimiento de nuestra confianza. La confianza en el Señor nos hace
descansar agotados espiritualmente, sabiendo que por nosotros mismos nada es
posible lograr; que todo el cambio operado en nosotros es obra de su Espíritu,
y de nadie más; que sólo Cristo puede cambiarnos, a nuestros hijos, a nuestra
esposa y a todos los que nos rodean. Nos damos cuenta que sin Jesús en nuestras
vidas nada somos. Es en este nivel cuando nos gozamos en nuestra debilidad, en
nuestra flaqueza, en nuestra impotencia y aflicciones porque sabemos que es ahí
donde reposa y se manifiesta el poder de Cristo, cuando como Pablo, nos
conformamos con su gracia.
Al llegar a este grado, es cuando el
contentamiento aflora en nuestra vida, en cualquiera que sea nuestra situación
porque sabemos que Dios Padre está al corriente de nuestra situación y Él
suplirá primero para nuestras necesidades espirituales y después para las
cotidianas, las vitales, según Su Voluntad.
Nuestro orgullo, está maltratado como gallo de pelea desplumado; aunque
sigue vivo, su altanería casi ha desaparecido. Nuestro ego, no ha muerto pero
se sujeta la mayor parte de las veces a las riendas de la obediencia por la Palabra de Dios. Damos gracias en todo y
por todo al Señor, aceptando las situaciones, las pruebas que vienen en el día
a día porque sabemos que siempre viene después el milagro.
En este ciclo, nos damos cuenta cuan
imperfectos somos y cuantas veces fallamos, pecamos. Vemos los pies llenos de
polvo por el caminar diario y al llegar la noche nos acercamos al Señor a
limpiarnos para descansar en Él.
Ya
nos hemos dado cuenta que nuestros logros, nuestros planes, nuestros anhelos no
sirven para nada y nuestra mirada se dirige hacia los cielos, ansiando llegar a
nuestra morada celestial. Ahora entendemos por la Palabra que somos peregrinos,
forasteros como extranjeros en esta tierra y en este tiempo que nos toca vivir.
Nos damos cuenta que en medio del agua, debemos seguir las instrucciones de
Dios para nadar, dejándonos llevar por su corriente salvífica; no tenemos donde
asirnos más que de la mano del Señor Jesús, que como Pedro extendemos
diciéndole “¡Sálvame Señor!
Al llegar a este nivel te despreocupas de lo
que murmuran de ti; de las miradas elocuentes que se burlan o desprecian por
seguir obediente a Cristo. Cuando te maldicen, tú bendices; cuando te
calumnian, pones todo en manos del Juez Supremo, suya es la venganza y dará el
pago a cada uno. Es en este nivel, cuando puedes seguir las pisadas de Cristo
Jesús, como siguiendo las pisadas en la arena de la playa. Es en tiempo cuando
has comenzado, más que a nadar en el agua, a bucear bajo el agua. Aspirando
para, con una buena bocanada de aire, sumergirte bajo el agua, para escarbar
con la ayuda del Espíritu, en los tesoros que encierra la Palabra de Dios en la
Biblia, para adquirir el conocimiento, la sabiduría necesaria para obedecer a
Dios en todo lo posible que nuestra imperfección nos permita. Para servir de
testimonio fiel a Cristo y por medio de Él alabar y glorificar a Dios Padre.
Busquemos siempre y en todo momento estudiar la Palabra de Dios. Nada hay que
nos pueda impedir hacerlo; las aguas del Señor son de bendición cuando nadas en
medio de ellas. Quedarse en la orilla o estancarse en otros niveles, impiden el
desarrollo de la madurez espiritual necesaria para conocer un poco más acerca
del carácter de Cristo, al que debemos ansiar imitar, dentro de nuestras
limitaciones.
En
el cuarto nivel no hay perfección absoluta, pero si hemos aprendido a mirar en
una única dirección, a Jesucristo nuestro Señor y Salvador. Si hemos
experimentado la paz y el gozo que el conocimiento de la Palabra de Dios
produce en nuestros corazones, a pesar de pasar por circunstancias difíciles. Tratando
de no desviarnos, y cuando lo hacemos pedirle perdón por lo tropiezos. Hemos
aprendido a dar nuestra vida a los demás, cuando les dedicamos tiempo, somos
serviciales, compartimos lo que tenemos, damos de lo que tenemos, apoyamos la
obra del Señor, hablamos del Evangelio de Jesús sea por el medio que sea.
Después
de lo dicho, en mi corazón he guardado dos principios:
Cuando,
por poco que sea, le damos todo a Dios confiando en Él, el Señor pondrá el
resto por mucho que pueda ser.
Y
que lo más valioso para Dios no es el milagro que nos da, sino que el Señor vea
que confiamos totalmente en Él.
Que
así sea. Amén.