Romanos 8:14 Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios,
éstos son hijos de Dios.
Ago (ἄγω) traer,
llevar, conducir, guiar la bondad de Dios, del Espíritu de Dios.
REFLEXIÓN:
Si el Espíritu está en nosotros, Cristo está en nosotros. Él habita en
el corazón por fe. La gracia en el alma es nuestra nueva naturaleza; el alma
está viva para Dios y ha comenzado su santa felicidad que durará para siempre.
La justicia imputada de Cristo asegura al alma, la mejor parte, de la muerte.
De esto vemos cuán grande es nuestro deber de andar, no en busca de la carne,
sino en pos del Espíritu. Si alguien vive habitualmente conforme a las lujurias
corruptas, ciertamente perecerá en sus pecados, profese lo que profese.
¿Y puede una vida mundana presente, digna por un momento, ser
comparada con el premio noble de nuestro supremo llamamiento?
Entonces, por el Espíritu esforcémonos más y más en mortificar la
carne.
La regeneración por el Espíritu Santo trae al alma una vida nueva y
divina, aunque su estado sea débil. Los hijos de Dios tenemos al Espíritu para
que obre en nosotros la disposición de hijos; no tenemos el espíritu de
servidumbre, bajo el cual estaba la Iglesia del Antiguo Testamento, por la
oscuridad de esa dispensación. El Espíritu de adopción no estaba, entonces,
plenamente derramado.
Muchos se jactan de tener paz en sí mismos, a quienes Dios no les ha
dado paz; pero los santificados, tenemos el Espíritu de Dios que da testimonio
a nuestros espíritus que les da paz a nuestra alma.
Aunque ahora podemos parecer perdedores por Cristo, al final no seremos, no podemos ser, perdedores para Él.
La frase, todos los que son
guiados por el Espíritu de Dios, es más que una alusión para designarnos
a los cristianos que hemos nacido de nuevo. Describe el estilo de vida de
aquellos que somos hijos de Dios.
Pablo nos está alentando a vivir, no de acuerdo a la carne, sino para
hacer morir las obras de la carne. Por lo tanto, ser guiado «por el Espíritu de
Dios» supone hacer morir progresivamente los apetitos pecaminosos de la
naturaleza carnal. Esto implica que aunque todos los cristianos somos de alguna
manera guiados «por el Espíritu de Dios», hay diversos grados en la actitud de
aceptar la dirección del Espíritu. Mientras más plenamente seamos guiados por
el Espíritu, más obedeceremos la voluntad de Dios y mejor sujetaremos nuestra
voluntad a la Suya.
Esta guía divina no se reduce al conocimiento
objetivo de los mandamientos de la Escritura y al esfuerzo consciente por
obedecerlos. Por el contrario, más bien se refiere al factor subjetivo de ser
receptivos a los impulsos del Espíritu Santo a lo largo del día, impulsos que
si de verdad vienen del Espíritu Santo nunca nos inducirán a actuar en contra
de lo que enseña la Escritura.
Lo que se percibe como la dirección subjetiva del Espíritu Santo,
especialmente en las decisiones más importantes, o en los impulsos para hacer
algo poco usual, debe ser sometido a la confirmación de varios consejeros (Proverbios 11:14 Donde no hay dirección sabia, caerá el pueblo; Mas en la
multitud de consejeros hay seguridad; Proverbios
24:6 Porque con ingenio harás la guerra, Y en la
multitud de consejeros está la victoria )
para que nos ayuden a protegernos de errores y a mantener una clara visión de
las normas objetivas de la Escritura.
¿Nos hemos preguntado alguna vez si somos cristianos de verdad o no?
Cristiano es todo el que tiene el Espíritu de Dios morando en El. Si hemos
confiado sinceramente en Cristo como Salvador y lo hemos reconocido como Señor,
el Espíritu Santo ha entrado a nuestra vida y ya somos cristianos. Uno no sabe
que ha recibido el Espíritu Santo porque haya sentido ciertas emociones, sino
porque Jesús lo ha prometido. Cuando el Espíritu Santo obra en nosotros, creemos
que Jesús es el Hijo de Dios y que la vida eterna se obtiene a través de El (1 Juan 5:5 ¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es
el Hijo de Dios?); empezamos a actuar bajo la dirección de Cristo (Romanos 8:5 Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la
carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu. ; Galatas 5:22-23 Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia,
benignidad, bondad, fe, 23 mansedumbre,
templanza; contra tales cosas no hay ley. ); encontramos ayuda en los
problemas cotidianos y en la oración (Romanos 8:26-27 Y de igual manera el
Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene,
no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos
indecibles. 27 Mas el que escudriña
los corazones sabe cuál es la intención del Espíritu, porque conforme a la
voluntad de Dios intercede por los santos.); podemos servir a Dios y
hacer su voluntad (Hechos 1:8 pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el
Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y
hasta lo último de la tierra); y somos parte del plan de Dios para la
edificación de su Iglesia (Efesios 4:12-13 a fin de perfeccionar a los
santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, 13 hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del
conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura
de la plenitud de Cristo;).
Pablo divide a la gente en dos categorías: los que son de la carne y
los que son del Espíritu Santo. Todos estaríamos en la primera categoría si
Jesús no nos hubiera ofrecido una vía de escape. Una vez que aceptamos a Jesús,
le seguimos porque su senda nos brinda vida y paz. Cada día debemos decidir a
conciencia centrar nuestras vidas en Dios. Usemos la Palabra de Dios en Biblia
para ver los mandatos del Señor y sigamoslos. Preguntémonos en cada situación
dudosa: "¿Qué quiere Jesús que hagamos?" Cuando el Espíritu Santo nos
muestre lo que es bueno, hagámoslo con entusiasmo.
La voluntad sin renovar es incapaz de obedecer por completo ningún
mandamiento. La ley, además de los deberes externos, requiere obediencia
interna. Dios muestra su aborrecimiento del pecado por los sufrimientos de su Hijo
en la carne, para que la persona del creyente fuera perdonada y justificada.
Así, se satisfizo la justicia divina y se abrió el camino de la salvación para nosotros
todos los pecadores. El Espíritu escribe la ley del amor en el corazón, y
aunque la justicia de la ley no sea cumplida por nosotros, de todos modos, bendito sea Dios, se cumple en nosotros; en todos los creyentes
hay quienes responden a la intención de la ley.
El favor de Dios, el bienestar del alma, los intereses de la
eternidad, son las cosas del Espíritu que importan a quienes son según el
Espíritu.
¿Por cuál camino se mueven con más deleite nuestros pensamientos? ¿Por
cuál camino van nuestros planes e ingenios? ¿Somos más sabios para el mundo o
para nuestras almas?
Los que viven en el placer están muertos. El alma
santificada es un alma viva, y esa vida es paz. La mente carnal no es sólo
enemiga de Dios, sino la enemistad misma. El hombre carnal puede, por el poder de la gracia divina, ser
sometido a la ley de Dios, pero la mente
carnal, nunca; esta debe ser quebrantada y expulsada. Debe ser coronada
con espinas.
Podemos conocer nuestro estado y carácter verdadero cuando nos
preguntamos si tenemos o no el Espíritu de Dios y de Cristo. Tener el Espíritu
de Cristo significa haber cambiado el designio en cierto grado al sentir que
había en Cristo Jesús, y eso tiene que notarse en una vida y una conversación
que corresponda a sus preceptos y a su ejemplo.