Salmo 90; 13-14
Vuélvete, oh Jehová; ¿hasta cuándo? Y aplácate para con tus
siervos.
De mañana sácianos de tu misericordia, Y cantaremos y nos
alegraremos todos nuestros días.
El salmista no
apela a ninguna justicia propia, reconoce que necesita la misericordia de Dios.
Pero sabe que cuando se manifieste la obra de Dios en tus siervos el resultado
será gozo, firmeza y el establecimiento de la obra de nuestras manos.
Aunque mucho del
Salmo tiene tono triste, empieza y termina con confianza en Dios. Se destaca el
contraste entre la eternidad de Dios y lo pasajero del hombre. Muy
pocos han aprendido a “contar sus días”, y no se dan cuenta de lo efímero de su
vida. Hoy pueden medir la distancia al sol y la luna y a las estrellas y la
cantidad exacta de tiempo para que la luz llegue de ellas, pero no han
aprendido a contar sus propios días. Aun si son literales las cifras de larga
vida de los prediluvianos, ninguno vivió por mil años, que para Dios no es más
significante que un día. Solamente Dios puede dar la sabiduría para contar, o
evaluar, o juzgar, nuestros días; sólo Dios puede hacernos entender la realidad.
El propósito es
que Dios tenga misericordia, que no olvide que el hombre es tan pasajero, que
actúe ahora.
La Biblia no
divide entre lo físico y lo espiritual como nosotros acostumbramos hacer. Lo
espiritual, lo físico y lo emocional forman una totalidad. También la Biblia se
mueve entre lo particular y lo general. Muchos salmos reconocen en particular
que Israel sufre por su apostasía del pacto. Aquí, el salmista seguramente
reconoce esto, pero lo relaciona con la situación universal del hombre bajo la
ira de Dios. La situación del ser humano no es la que Dios quiso; la alienación
de Dios, la caída en Génesis 3 cambió el rumbo de la humanidad. Toda la Biblia
presenta el plan de Dios para restaurar a esta humanidad. En el proceso, el
pueblo de Dios, redimido y separado por Dios para ministrar a los demás,
reconoce que también participa en los sufrimientos de toda la humanidad.
¡Maranata!¡Ven
pronto mi Señor Jesús!
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