Romanos
6; 23
Porque
la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo
Jesús Señor nuestro.
Pablo usa dos palabras militares: Para paga
usa la palabra opsónia, que quiere decir literalmente la paga del soldado -la
soldada -, lo que se ha ganado arriesgando la vida y con mucho sudor y dolor,
algo que se le debe y que no se le debe escatimar; y para regalo usa járisma
-en latín donativum-, que es algo que no se ha ganado, que el ejército recibía
a veces. En ocasiones especiales -por ejemplo, en su cumpleaños, el día que
ascendía al puesto supremo o en el aniversario-, el emperador les repartía a
los soldados un regalo en dinero. No se había ganado, sino que el emperador lo
daba por generosidad y gracia. Así que, parafraseando a Pablo dice: " Si
se nos da lo que nos hemos ganado, no vamos a recibir nada más que la muerte;
pero Dios nos da la Vida eterna por pura Gracia y generosidad.»
El creyente es
puesto en libertad de esta condenación, cuando es hecho libre del pecado. Si el
fruto es para santidad, si hay un principio activo de gracia verdadera y en
crecimiento, el final será la vida eterna, ¡un final muy feliz! Aunque el
camino es cuesta arriba, aunque es estrecho, espinoso y tentador, no obstante,
la vida eterna en su final está asegurada. La dádiva de Dios es la vida eterna.
Y este don es por medio de Jesucristo nuestro Señor. Cristo la compró, la
preparó, nos prepara para ella, nos preserva para ella; Él es el todo en todo
de nuestra salvación.
Romanos
8; 1
Ahora,
pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no
andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.
Este versículo
presenta la gran conclusión de todo lo
dicho anteriormente sobre el tema del evangelio, introducido en Romanos1:16. La
ley no salvaba sino condenaba, dejando al pecador a decir, “¿quién me librará
de este cuerpo de muerte?” (Romanos 7:24). Esa liberación viene por Jesucristo.
Estando uno en él, pues, no se encuentra bajo la sentencia de condenación.
Los creyentes
pueden ser castigados por el Señor, pero no serán condenados con el mundo. Por
su unión con Cristo por medio de la fe, están seguros. ¿Cuál es el principio de
su andar: la carne o el Espíritu, la naturaleza vieja o la nueva, la corrupción
o la gracia? ¿Para cuál de estos hacemos provisión, por cuál somos gobernados?
La voluntad sin renovar es incapaz de obedecer por completo ningún mandamiento.
La ley, además de los deberes externos, requiere obediencia interna. Dios
muestra su aborrecimiento del pecado por los sufrimientos de su Hijo en la
carne, para que la persona del creyente fuera perdonada y justificada. Así, se
satisfizo la justicia divina y se abrió el camino de la salvación para el
pecador. El Espíritu escribe la ley del amor en el corazón, y aunque la
justicia de la ley no sea cumplida por nosotros, de todos modos, bendito sea
Dios, se cumple en nosotros; en todos los creyentes hay quienes responden a la
intención de la ley.
El favor de
Dios, el bienestar del alma, los intereses de la eternidad, son las cosas del
Espíritu que importan a quienes son según el Espíritu. ¿Por cuál camino se
mueven con más deleite nuestros pensamientos? ¿Por cuál camino van nuestros
planes e ingenios? ¿Somos más sabios para el mundo o para nuestras almas? Los
que viven en el placer están muertos, 1 Timoteo 5, 6. El alma santificada es un
alma viva, y esa vida es paz. La mente carnal no es sólo enemiga de Dios, sino
la enemistad misma. El hombre carnal puede, por el poder de la gracia divina,
ser sometido a la ley de Dios, pero la mente carnal, nunca; esta debe ser
quebrantada y expulsada.
Podemos conocer
nuestro estado y carácter verdadero cuando nos preguntamos si tenemos o no el
Espíritu de Dios y de Cristo. Vosotros no estáis en la carne, sino en el
Espíritu. Tener el Espíritu de Cristo significa haber cambiado el designio en
cierto grado al sentir que había en Cristo Jesús, y eso tiene que notarse en
una vida y una conversación que corresponda a sus preceptos y a su ejemplo.
¡Maranata!¡Ven
pronto mi Señor Jesús!
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