Jn 18;1 Habiendo dicho Jesús estas cosas, salió con sus
discípulos al otro lado del torrente de Cedrón, donde había un huerto, en el
cual entró con sus discípulos.
Jn18:2 Y también
Judas, el que le entregaba, conocía aquel lugar, porque muchas veces Jesús se había
reunido allí con sus discípulos.
Jn 18:3 Judas, pues,
tomando una compañía de soldados, y alguaciles de los principales sacerdotes y
de los fariseos, fue allí con linternas y antorchas, y con armas.
Jn 18:4 Pero Jesús,
sabiendo todas las cosas que le habían de sobrevenir, se adelantó y les dijo:
¿A quién buscáis?
Jn 18:5 Le
respondieron: A Jesús nazareno. Jesús les dijo: Yo soy. Y estaba también con
ellos Judas, el que le entregaba.
Jn 18:6 Cuando les
dijo: Yo soy, retrocedieron, y cayeron a tierra.
Jn 18:7 Volvió, pues,
a preguntarles: ¿A quién buscáis? Y ellos dijeron: A Jesús nazareno.
Jn 18:8 Respondió
Jesús: Os he dicho que yo soy; pues si me buscáis a mí, dejad ir a éstos;
Jn 18:9 para que se
cumpliese aquello que había dicho: De los que me diste, no perdí ninguno.
Jn 18:10 Entonces
Simón Pedro, que tenía una espada, la desenvainó, e hirió al siervo del sumo
sacerdote, y le cortó la oreja derecha. Y el siervo se llamaba Malco.
Jn 18:11 Jesús
entonces dijo a Pedro: Mete tu espada en la vaina; la copa(A) que el Padre me
ha dado, ¿no la he de beber?
Cuando
terminaron la última cena, y Jesús acabó de hablar con Sus discípulos y de orar
a Su Padre, salieron del aposento alto. Se dirigieron al Huerto de Getsemaní.
Saldrían por una cancela, bajarían el empinado valle y cruzarían el canal del
arroyo Cedrón. Allí tiene que haber sucedido algo simbólico. Todos los corderos
pascuales se mataban en el templo, y su sangre se derramaba sobre el altar como
ofrenda a Dios. El número de corderos que se sacrificaban en la Pascua era
inmenso. En una ocasión, treinta años después de esta escena, se hizo un censo
que dio por resultado el total de 256,000 corderos. Podemos figurarnos cómo
estarían de sangre los atrios del templo cuando se echaba toda aquella sangre
sobre el altar. Desde este había un canal hasta el torrente Cedrón, y era por
donde se drenaba la sangre. Cuando Jesús cruzó el torrente, estaría todavía
rojo de la sangre de los corderos que se habían sacrificado; y Él pensaría en
Su propio Sacrificio, que habría de consumarse a las pocas horas.
Después de cruzar el canal del Cedrón, llegaron al
Monte de los Olivos. En una de sus laderas estaba el Huerto de Getsemaní, que
quiere decir «de la almazara», donde se molerían las aceitunas que producían
los olivos del monte. Bastantes familias acomodadas tenían allí sus chalés. En
la ciudad no había sitio para casas de recreo; y, además, había prohibiciones
ceremoniales de usar estiércol en el recinto de la ciudad santa.
Hasta el día de hoy se enseña a los turistas un
jardincillo que cuidan amorosamente los franciscanos en el que hay ocho viejos
olivos de tal fuste que más parecen rocas que árboles, como decía el famoso
viajero de las Tierras de la Biblia H. V. Morton. Su edad se remonta, de
seguro, hasta antes de la conquista musulmana de Palestina, y es posible que
sean descendientes de los que presenciaron la agonía de Jesús en Getsemaní. De
todas maneras, aquellos senderos zigzagueantes fueron los que recorrió Jesús en
Sus paseos.
Así es que Jesús fue a aquel huerto. Es probable que
algún amigo de Jesús de buena posición Le diera la llave de la cancela y Le
permitiera retirarse allí cuando estaba en Jerusalén. Jesús y Sus discípulos
solían ir allí en busca de un poco de paz y tranquilidad. Judas sabía que allí
podía encontrar a Jesús y sería de lo más fácil perpetrar Su arresto.
Hay algo sorprendente acerca de la fuerza que se
movilizó para arrestar a Jesús. Juan dice que era una compañía de soldados,
además de algunos agentes de los principales sacerdotes y de los fariseos. Esos
agentes pertenecerían a la policía del templo. Las autoridades tenían una
especie de cuerpo de policía privada para mantener el orden en el templo, y el
sanedrín también tenía guardias a sus órdenes. Los agentes, por tanto, serían
policías judíos; pero también había una compañía de soldados Romanos. La
palabra es speira, que, si se usa correctamente y estamos en lo cierto, puede
tener tres significados. Es la palabra griega para designar la cohorte romana,
que solía constar de seiscientos hombres. Si era una cohorte de soldados auxiliares,
la speira tendría mil hombres, doscientos cuarenta de los cuales serían de
caballería, y los otros setecientos sesenta de infantería. A veces, en raras
ocasiones, esta palabra designa un destacamento de hombres que se solía llamar
un manípulo («cada una de las treinta unidades tácticas en que se dividía la
antigua legión romana», D R.A E.), que estaría formado por doscientos hombres.
Aunque tomemos la palabra en este último sentido,
¡qué expedición se mandó para arrestar a un carpintero galileo desarmado! En
los días de la Pascua siempre había soldados extra en Jerusalén, acuartelados
en la Torre Antonia que daba al templo, así es que habría hombres disponibles.
¡Qué importancia le daban al poder de Jesús! Cuando las autoridades decidieron
arrestarle, mandaron casi un ejército.
Pocas escenas evangélicas nos revelan las cualidades
de Jesús tan bien como la de Su arresto en el huerto.
(i) Nos
muestra Su valor. En la Pascua había luna llena, y se veía de noche casi
como de día, pero los enemigos de Jesús habían venido con teas y antorchas.
¿Por qué? No las necesitaban. Tienen que haber pensado que tal vez tendrían que
buscar entre los árboles o por las cuevas del monte. Pero, lejos de esconderse,
Jesús les salió al encuentro. «¿A quién estáis buscando?» -les preguntó.
"¡A Jesús de Nazaret!» -Le contestaron. Y Jesús a ellos: "¡Yo soy!»
El que pensaban que tendrían que buscar entre los árboles y por las cuevas
estaba delante de ellos. Aquí tenemos el valor de un Hombre que da la cara.
Durante la Guerra Civil española, una ciudad estaba
sitiada. Había algunos que se querían rendir; pero surgió un líder que dijo:
"Es mejor morir de pie que vivir de rodillas.»
(ii) Nos
muestra Su autoridad. Allí estaba un Hombre solo y desarmado. Tenía
enfrente centenares de hombres de guerra, armados y equipados. Sin embargo,
cara a cara con Él, retrocedieron y cayeron por tierra. Fluía de Jesús una
autoridad que Le hacía más fuerte que el poder de los ejércitos.
(iii) Nos
muestra que Jesús eligió morir. De nuevo está claro que podría haber
conservado la vida si hubiera querido. Podría haber pasado por en medio de
ellos y haberse marchado, pero no lo hizo. Hasta ayudó a Sus enemigos a que Le
arrestaran. No rehuyó, sino eligió morir.
(iv) Nos
muestra Su amor protector. No pensó en Sí mismo, sino en Sus amigos. "
Aquí Me tenéis. Yo soy el que buscáis. Así que prendedme a Mí, y dejad que
estos se vayan.» Entre las muchas historias inmortales de la Segunda Guerra
Mundial resalta la del misionero Tarrawa, Alfred Sadd. Cuando llegaron los
japoneses a su isla, le pusieron en una fila con otros veinte, casi todos
soldados de Nueva Zelanda que había formado parte de la guarnición. Los
japoneses pusieron la bandera británica en el suelo y mandaron a Sadd que la
pisoteara. Él marchó hacia la bandera y, al llegar, dio media vuelta a la
derecha. Le mandaron otra vez que la pisara, y esta vez torció hacia la
izquierda. La tercera vez le obligaron a llegar a la bandera, y él cuando
llegó, la tomó en sus brazos y la besó. Cuando los japoneses los sacaron a
todos para fusilarlos, muchos eran muy jóvenes y tenían miedo, pero Alfred Sadd
les dio ánimo. Se pusieron en fila, con él en medio; pero, de pronto, él salió
de la fila, se puso delante de los demás y les dirigió palabras de aliento.
Cuando terminó, volvió atrás, pero se quedó un poco por delante de los demás, para
ser el primero en morir. Alfred Sadd tenía más presentes los problemas de los
otros que los suyos. El amor protector de Jesús abrazó a Sus discípulos hasta
en Getsemaní.
(v) Nos
muestra Su total obediencia. " ¿Es que no voy a beber el cáliz que Me
ha asignado el Padre?» Esa era la voluntad de Su Padre, y con eso bastaba.
Jesús fue fiel hasta la muerte a Su misión y al Que Le había enviado.
Hay un personaje en esta escena al que tenemos que
hacer justicia, y es Pedro. Él, uno solo, desenvainó la espada contra
centenares. Muy pronto Pedro había de negar a Su Maestro; pero en aquel momento
estaba dispuesto a enfrentarse solo contra centenares por Cristo. Es muy fácil
hablar de la cobardía y del fallo de Pedro; pero no debemos olvidar el sublime
valor que desplegó en este momento.
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