} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: LA ÚLTIMA LLAMADA DEL AMOR

sábado, 9 de octubre de 2021

LA ÚLTIMA LLAMADA DEL AMOR

 

 

Mar 14:17  Y cuando llegó la noche, vino él con los doce.

Mar 14:18  Y cuando se sentaron a la mesa, mientras comían, dijo Jesús: De cierto os digo que uno de vosotros, que come conmigo, me va a entregar.

Mar 14:19  Entonces ellos comenzaron a entristecerse, y a decirle uno por uno: ¿Seré yo? Y el otro: ¿Seré yo?

Mar 14:20  El, respondiendo, les dijo: Es uno de los doce, el que moja conmigo en el plato.

Mar 14:21  A la verdad el Hijo del Hombre va, según está escrito de él,(D) mas ¡ay de aquel hombre por quien el Hijo del Hombre es entregado! Bueno le fuera a ese hombre no haber nacido.  

           Estos versículos contienen la relación que hace S. Marcos de la institución de la Cena del Señor. Notemos especialmente lo sencillo de la narración. ¡Qué gran  bien hubiera sido para la iglesia que los hombres no se hubieran desviado de los datos sencillos que la Escritura nos suministra respecto a este bendito  sacramento! Lamentable es que se le haya corrompido con tantas falsas explicaciones y con agregados tan supersticiosos, que, en muchas partes de la  cristiandad, se ha perdido completamente su verdadero significado. Dejemos, sin embargo, a un lado por ahora toda controversia, y estudiemos las palabras de  S. Marcos para lograr nuestra edificación personal.

El nuevo día empezaba a las 6 de la tarde; y, cuando llegó la tarde de la Pascua, Jesús Se sentó a la mesa con los Doce. Sólo había un cambio en el antiguo ritual que se había instituido en Egipto hacía muchos siglos: en la primera Pascua, la cena se había tomado de pie  (Exo_12:11Y lo comeréis así: ceñidos vuestros lomos, vuestro calzado en vuestros pies, y vuestro bordón en vuestra mano; y lo comeréis apresuradamente; es la Pascua de Jehová. ), pero aquello había sido a causa de la prisa, porque eran esclavos huyendo de la esclavitud. En tiempos de Jesús la norma era tomar la cena reclinados, porque eso era una señal de que eran libres, con un hogar y un país propios.

Este es un pasaje impactante. Todo el rato había un texto desarrollándose en la mente de Jesús: " Aun el hombre de Mi paz, en quien Yo confiaba, el que de Mi pan comía, alzó el pie contra Mí» (Salmo_41:9 ). Estas palabras no se Le apartaban de la mente a Jesús. Aquí podemos ver algunas cosas importantes.

(i) Jesús sabía lo que Le iba a pasar. En eso consistió Su supremo coraje, especialmente en los últimos días. Le habría sido fácil escapar, y sin embargo siguió adelante impertérrito.  Con pleno conocimiento de lo que Le esperaba, Jesús decidió seguir adelante.

(ii) Jesús podía verle el corazón a Judas. Lo curioso es que los otros discípulos no parecen haber tenido ni la más mínima sospecha. Si hubieran sabido lo que Judas se traía entre manos, es seguro que no le habrían dejado llevarlo a cabo, aunque hubiera tenido que ser por la violencia. Aquí hay algo que vale la pena recordar. Puede que haya cosas que consigamos ocultarles a nuestros compañeros, pero no podemos ocultárselas a Jesucristo. Él es el escrutador de los corazones humanos. Sabe lo que hay en cada uno. ¡Bienaventurados los de limpio corazón!

(iii) En este pasaje vemos a Jesús ofreciéndole a Judas dos cosas:

(a) Le está haciendo la última llamada del amor. Es como si estuviera diciéndole: "Yo sé lo que piensas hacer. ¿No quieres detenerte?»

(b) Le está haciendo a Judas una última advertencia. Le está anunciando de antemano las consecuencias de lo que está pensando hacer. Pero debemos notar esto, porque pertenece a la misma esencia de la manera que tiene Dios de tratarnos: no hay obligatoriedad. No cabe duda que Jesús podría haber parado a Judas. No tenía más que decirles a los otros once lo que Judas estaba planificando, y Judas no habría salido vivo de aquella habitación.

Aquí se nos presenta toda la condición humana. Dios nos ha dado voluntades que son libres. Su amor nos invita, su verdad nos advierte, pero no hay obligatoriedad. La terrible responsabilidad del hombre es que puede desdeñar la llamada del amor de Dios y que puede desatender la advertencia de Su voz. A fin de cuentas, no habrá más responsable de nuestro pecado que nosotros mismos.

Una leyenda griega contaba que dos viajeros famosos habían pasado entre las rocas en las que se sentaban y cantaban las sirenas con tal dulzura que arrastraban a los marineros irresistiblemente a su propia perdición. Ulises pasó por aquéllas rocas, y su método consistió en taponarles los oídos a sus marineros para que no pudieran oír, y les mandó que le ataran a él al mástil con sogas de forma que, por mucho que se revolviera, no pudiera reaccionar a la dulzura seductora. Resistió por obligatoriedad, porque no tuvo más remedio. El otro viajero que superó la prueba fue Orfeo, el músico más dulce de todos. Su método fue tocar y cantar cuando su barco pasaba por las rocas con una dulzura tan extremada que la seducción de la canción de las sirenas ni se llegaba a sentir por la mayor atracción de la canción que él cantaba. Su método consistió en responder a la llamada de la seducción con algo todavía más atractivo.

El método de Dios es el segundo. No nos para, queramos que no, para impedirnos pecar; nos invita a amarle tanto que Su voz nos sea más atractiva que todas las voces que nos inviten a alejarnos de Él.   

Aprendamos en este pasaje de que ahora nos ocupamos, que un examen íntimo de conciencia debe preceder a la recepción de la Cena, del Señor. No podemos  dudar que este fue uno de los objetos que se propuso nuestro Señor con aquel solemne apercibimiento, "Uno de vosotros que ahora come conmigo me  entregará." Quiso excitar en el alma de sus discípulos uno de esos movimientos dolorosos y compungidos de examen personal que recuerda aquí de una  manera tan tierna: "Empezaron a entristecerse, y a preguntarle uno por uno, ¿Soy yo? y otro dijo, ¿Soy yo?" Su propósito fue enseñar a toda la iglesia  militante que al acercarnos a la mesa del Señor debemos examinarnos cuidadosamente.

Los beneficios que recabemos de la Cena del Señor dependen enteramente de la disposición y del espíritu con que la recibimos. El pan que en ella comemos, y  el vino que bebemos, no tienen ningún poder de beneficiar nuestras almas, como las medicinas nuestros cuerpos, sin la cooperación de nuestros corazones y  voluntades.  

Asegurar, como hacen algunos, que la Cena del Señor produce bien a todos los que comulgan, cualquiera sea la condición espiritual en que la reciben, es una  invención monstruosa, opuesta al espíritu de las Escrituras, y que ha dado origen a supersticiones groseras é impías.

El catecismo de la iglesia Anglicana describe bien en que condición espiritual debemos hallarnos antes de acercarnos a la mesa del Señor. Debemos  examinarnos para ver si nos arrepentimos verdaderamente de nuestros pecados, si nos decidimos a comenzar nueva vida, si tenemos una fe viva en la  misericordia de Dios por medio de Cristo, si recordamos agradecidos su muerte--y si estamos en paz con todos los hombres. “Si nuestra conciencia puede  responder estas preguntas satisfactoriamente, podemos recibir sin temor la Cena del Señor. Dios no exige más de los que van a participar, y menos no debe  satisfacernos.

Meditemos mucho sobre este punto de la Cena del Señor, porque es fácil pecar por dos extremos. No nos contentemos con alejarnos de la mesa del Señor  alegando vagamente que no nos encontramos preparados para ello; porque mientras a ella no nos acerquemos, desobedecemos un mandamiento expreso de  Cristo, y vivimos en pecado. Por otra parte, no debemos ir a la mesa del Señor por mera forma, y sin conciencia de lo que hacemos; pues si recibimos el  sacramento en ese estado, ningún bien nos resulta de ello, y somos culpables de una gran trasgresión. Terrible cosa es no estar preparados a recibir el  sacramento, porque es no estar preparados para morir; pero no menos terrible es recibirlo indignamente, pues es provocar a Dios. La única conducta segura es  decididamente ser siervos de Cristo y vivir una vida de fe en El; entonces podremos acercarnos con confianza, y tomar el sacramento para nuestro consuelo.

Aprendamos, en segundo lugar, en estos versículos, que el objeto principal de la cena del Señor es recordarnos que Cristo se sacrificó por nosotros en la cruz.

El objeto del pan es evocar el recuerdo del "cuerpo" de Cristo que fue lacerado por nuestras transgresiones, y el del vino recordarnos la "sangre" de Cristo, que  fue derramada para lavarnos de todos nuestros pecados. La expiación y propiciación que nuestro Señor hizo con su muerte como Substituto y Fiador nuestro,  es lo que más en relieve se presenta en esta institución.

La falsa doctrina que algunos propalan, que su muerte fue tan solo la de un santo, que nos dio el  ejemplo de cómo se deba morir, convierte la Cena del Señor en una ceremonia sin significación de ninguna especie, y no puede reconciliarse con las palabras  de nuestro Señor al instituir el sacramento.

De gran importancia es que comprendamos claramente este punto; de ello depende que tengamos una idea exacta de la Cena del Señor, y que sepamos que  debemos creer y sentir cuando nos acercamos a la santa mesa. Despertará en nosotros el sentimiento de la verdadera humildad espiritual. El pan y el vino nos  recordarán cuan grave debía ser, el pecado que solo la muerte de Cristo podía expiar. Desarrollará en nosotros la esperanza respecto a nuestras almas. El pan y  el vino nos recordarán que aunque nuestros pecados son enormes, un gran precio se ha pagado por nuestra redención. No menos despertará en nosotros la  gratitud. El pan y el vino nos recordarán cuán grande es nuestra deuda a Cristo, y cuan obligados estamos á glorificarlo en nuestras ideas. Sean estos los  sentimientos que experimentemos, siempre que participemos de la Cena del Señor.

Aprendemos, finalmente, en estos versículos, cual es la naturaleza de los beneficios espirituales que la Cena del Señor tiene por objeto transmitir, y que  personas tienen derecho a esperarlos. Recibimos esta lección de los actos tan significativos que se ejecutan al recibir el sacramento. Nuestro Señor nos manda  que "comamos " el pan, y que "bebamos " el vino; pero solo una persona viva puede comer y beber, y el objeto de esas operaciones es robustecer y refrigerar.

Las conclusiones, pues, que debemos deducir, son manifiestamente estas, que la Cena del Señor se instituyó para "fortalecer y refrigerar nuestras almas,y que  solo deben participar de ella los que son cristianos vivos y reales. Para los que así son, este sacramento será canal de gracias; los ayudará a descansar en Cristo  con más sencillez, y a confiar más enteramente en El. Los símbolos visibles de pan y vino ayudarán, vivificarán, y confirmarán su fe.

Una opinión exacta respecto a estos particulares es muy importante en nuestra época. Debemos guardarnos de la idea que hay otro modo- de comer el cuerpo  de Cristo y de beber su sangre, que no sea la fe; o que el recibir la Cena del Señor puede despertar un interés más grande en el sacrificio de Cristo en la cruz  que el que la fe despierta. La fe es el gran medio de comunicación entre el alma y Cristo. La Cena del Señor puede ayudar, vivificar y confirmar la fe, pero  nunca suplantarla, ni suplir su ausencia. No nos olvidemos de esta verdad; un error en este particular es una ilusión fatal y engendra muchas supersticiones.

Sea un principio firme de nuestro Cristianismo, que ningún incrédulo debe acercarse a la mesa del Señor, y que el sacramento en nada beneficiará nuestras  almas, si no lo recibimos con arrepentimiento y fe. La Cena del Señor no es una institución ordenada para convertir o justificar, y los que a ella se acerquen  inconfesos o no justificados, no saldrán mejores que lo que fueron, sino más bien peores. Es una institución para los creyentes, no para los incrédulos, para  los vivos y no para los muertos. Fue ordenada para sostener la vida, no para comunicarla, para robustecer y aumentar la gracia, no para darla; para fomentar el  crecimiento de la fe, no para sembrarla ni plantarla. Fijemos estos principios en nuestros corazones y no los olvidemos nunca.

¿Estamos vivos en Dios? Esta es la gran cuestión. Si lo estamos, acerquémonos a la Cena del Señor, y recibámosla llenos de agradecimiento, y no volvamos  nunca la espalda á a mesa del Señor, pues si a ella no nos dirigimos, cometemos un grave pecado.

¿Estamos aún muertos en pecados y en mundanalidad? Si lo estamos, no tenemos que ocuparnos de la comunión. Nos  encontramos en la vía espaciosa que guía a la perdición. Arrepintámonos, pues que tenemos que nacer de nuevo. Debemos  unirnos a Cristo por la fe, y entonces, y solo entonces, estaremos aptos a participar de la comunión.

 

 

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