} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: CONFÍA EN LA SOBERANÍA Y FIDELIDAD DE DIOS

jueves, 16 de abril de 2020

CONFÍA EN LA SOBERANÍA Y FIDELIDAD DE DIOS




1 Pedro 4:17  Porque es tiempo de que el juicio comience por la casa de Dios; y si primero comienza por nosotros, ¿cuál será el fin de aquellos que no obedecen al evangelio de Dios?
 18  Y: Si el justo con dificultad se salva,  ¿En dónde aparecerá el impío y el pecador?
 19  De modo que los que padecen según la voluntad de Dios, encomienden sus almas al fiel Creador, y hagan el bien.

 Hebreos 12:7  Es para vuestra corrección que sufrís; Dios os trata como a hijos; porque ¿qué hijo hay a quien su padre no discipline?
 8  Pero si estáis sin disciplina, de la cual todos han sido hechos participantes, entonces sois hijos ilegítimos y no hijos verdaderos.

  En el v.15 se encuentra el término griego άλλοτριεπίσκοπος, La traducción: “alienorum appetitor,” que es apoyada por las antiguas versiones, por Tertuliano,  tal vez se refiera a aquellos cristianos indiscretos e imprudentes que se entrometían en los asuntos de otros, con peligro de comprometer a la Iglesia.  .
Otro motivo que debe mover al cristiano a soportar con paciencia los sufrimientos es el juicio de Dios, que ya ha comenzado a ejecutarse a partir de la muerte del Salvador. Si el juicio ha comenzado primeramente por la casa de Dios (v.17), es decir, por la Iglesia, o por los miembros de la Iglesia, que sufren únicamente por el hecho de ser cristianos, y son, por lo tanto, justos, ¿cuál será el fin de los que rehusan obedecer al Evangelio? Del mismo modo argumentaba Jesús dirigiéndose a las piadosas mujeres de Jerusalén.  Pedro vuelve a ratificar la dureza del juicio sobre los justos y lo implacable que será sobre los impíos con una cita tomada del libro de los Proverbios: si el justo se salva con dificultad y a fuerza de dolorosos sacrificios, ¿qué será del impío y del pecador? (v.18). Lo que el libro de los Proverbios dice de la salud terrena lo aplica  Pedro a la salvación escatológica.

El apóstol termina esta sección sacando una conclusión general (v.19) ¿e todo lo dicho acerca de las pruebas (v.12ss): los cristianos, aun cuando padezcan, deben aceptar la prueba con paciencia, abandonándose confiadamente en manos del Creador, que es fiel a sus criaturas y está dispuesto a socorrerlas en sus necesidades . Este abandono en Dios no ha de ser, sin embargo, un abandono quietista y ocioso, sino que ha de ir acompañado de la práctica constante de las obras buenas . Lo dicho se refiere a los que padecen según la voluntad de Dios y no a los que con sus crímenes se merecen el castigo

  Pedro introduce la razón de lo que dijo en los dos versículos anteriores. Debemos hacer así y así (vers. 15, 16) porque ha llegado el tiempo de gran persecución y prueba sobre la iglesia. Tal como Pedro lo veía, era tanto más necesario el que el cristiano hiciera lo que es debido por cuanto el juicio estaba a punto de empezar.
Y empezaría por la casa de Dios. Ezequiel oyó la voz de Dios proclamando el juicio de Su pueblo: «Y comenzaréis por Mi santuario» (Eze_9:6). Donde se ha tenido el mayor privilegio, el juicio será el más severo.
Si el juicio ha de recaer sobre la casa de Dios, ¿cuál será la suerte de los que han sido totalmente desobedientes a la invitación y al mandamiento de Dios? Pedro confirma esta llamada con una cita de Prov_11:31: «Si el justo recibe su merecido en la tierra, ¡cuánto más el malvado y el pecador!»

Pedro exhorta a los suyos a confiarle sus vidas a Dios, el Creador en Quién pueden confiar de veras. La palabra que usa para confiar es paratíthesthai, que es el término técnico para depositar dinero con un amigo de confianza. En la antigüedad no había bancos, y pocos lugares realmente seguros donde uno pudiera depositar dinero. Así que, antes de emprender un largo viaje, muchos solían dejar su dinero al cuidado de un amigo de confianza. Tal depósito se consideraba una de las cosas más sagradas de la vida. El amigo estaba totalmente comprometido por su honor y su religión a devolver el depósito intacto.

Heródoto cuenta la historia de uno de esos depósitos. Cierto milesio fue a Esparta, porque había oído que los espartanos cumplían estrictamente con su honor, y le confió su dinero a un cierto Glauco. Le dijo que a su debido tiempo sus hijos lo reclamarían, presentando pruebas que identificaran su identidad sin dejar lugar a dudas. Pasó el tiempo, y los hijos se presentaron. Traicioneramente, Glauco dijo que no se acordaba de que se le confiara ningún dinero, y dijo que necesitaba cuatro meses para pensárselo. Los milesios partieron, tristes y apesadumbrados. Glauco consultó a los dioses lo que debía hacer, y le advirtieron que tenía que devolver el dinero. Así lo hizo; pero al cabo de no mucho tiempo murió, y toda su familia le siguió, y en los días de Heródoto no quedaba vivo ni un solo miembro de su familia, porque los dioses se habían ofendido que hubiera contemplado quebrantar la confianza que se había depositado en él.

Si una persona se encomienda a Dios; Dios no le fallará. Si un depósito así era sagrado para los hombres, ¡cuánto más para Dios! Esta es la misma palabra que usó Jesús cuando dijo en la. Cruz: Y Jesús, clamando a gran voz, dijo: Padre, EN TUS MANOS ENCOMIENDO MI ESPIRITU. Y habiendo dicho esto, expiró. (Lucas 23;46).  Jesús, no vaciló en confiarle Su vida a Dios, seguro de que no Le fallaría... y nosotros podemos hacer lo mismo. El añejo consejo sigue siendo un buen consejo: «confía en Dios, y obra como es debido.»

El apóstol termina esta sección sacando una conclusión general (V.19) que todo lo dicho acerca de las pruebas (v.12ss): los cristianos, aun cuando padezcan, deben aceptar la prueba con paciencia, abandonándose confiadamente en manos del Creador, que es fiel a sus criaturas y está dispuesto a socorrerlas en sus necesidades . Este abandono en Dios no ha de ser, sin embargo, un abandono quietista y ocioso, sino que ha de ir acompañado de la práctica constante de las obras buenas. Lo dicho se refiere a los que padecen según la voluntad de Dios y no a los que con sus crímenes se merecen el castigo
          
      Al estudiar este pasaje de hebreos debemos tener presente la íntima relación que existe entre las palabras disciplina y discípulo y discipulado. Su primer sentido es el de aprendizaje o educación. Es verdad que también tienen el sentido de castigo; pero, como se ve claramente por este pasaje, no es el castigo que la ley penal inflige a los malvados, sino el castigo paterno que tiene por objeto la corrección. En general podemos comprender que disciplina quiere decir educación; pero no una educación permisiva y consentidora, sino que recurre al castigo cuando es necesario para bien del hijo. Es también provechoso considerar el sentido militar y deportivo de la disciplina, que tantas veces se presenta como un ejemplo a considerar en la vida cristiana.
Un padre siempre disciplina a su hijo. No sería señal de amor dejarle hacer lo que le diera la gana sin preocuparse; más bien sería señal de que el padre no considera a esos chicos como sus propios hijos, de los que se siente responsable. Nos sometemos a la disciplina que un padre terrenal nos aplica por poco tiempo, hasta que llegamos a la mayoría de edad, y que a veces es bastante arbitraria. El padre terrenal es aquel al que le debemos nuestra vida física; pero, cuánto más debemos someternos a la disciplina de Dios, a Quien debemos nuestro espíritu, que es inmortal, y Que, en Su sabiduría, no busca sino nuestro bien supremo.

Sin duda este pasaje produciría un doble impacto a los que lo leyeran por primera vez, porque todo el mundo conocía esa cosa tan importante que era la patria potestas, el poder del padre. El padre romano tenía por ley un poder absoluto sobre su familia. Si el hijo se casaba, el padre seguía teniendo poder absoluto sobre él y sobre los nietos que nacieran. Esto empezaba desde el principio: un padre romano podía quedarse con el hijo recién nacido o rechazarle si quería. Podía atar y apalear a su hijo; o venderle como esclavo; o hasta quitarle la vida. Es verdad que, cuando un padre estaba a punto de adoptar serias medidas contra un miembro de su familia, normalmente convocaba una reunión de todos los miembros adultos varones; pero no tenía por qué hacerlo. También es verdad que, más adelante, la opinión pública no permitía que un padre ejecutara a su hijo; pero eso sucedió ya en los tiempos de Augusto. Salustio, el historiador latino, nos cuenta un incidente durante la conspiración de Catilina. Catilina se rebeló contra Roma, y entre los que salieron para unirse a sus fuerzas estaba Aulo Fulvio, hijo de un senador romano. A Aulo Fulvio le arrestaron y trajeron a Roma, y su propio padre le juzgó y condenó a muerte. Para la patria potestas un hijo no alcanzaba nunca la independencia; podía haberse dedicado a la carrera política, estar a cargo de altas magistraturas, ser honrado por todo el país... pero, nada de eso le hacía estar fuera, ni siquiera en parte, de la autoridad de su padre mientras éste viviera. Si ha habido un pueblo que supiera lo que era la disciplina paterna, eran los romanos; y cuando el autor de hebreos escribía acerca de la disciplina de un padre terrenal, los destinatarios de su carta sabían muy bien de lo que estaba hablando.

Así que el autor insiste en que debemos ver las pruebas de la vida como la disciplina de Dios, y como enviadas, no para nuestro daño, sino para nuestro bien supremo y último. Para demostrar su argumento cita Prov_3:11-12 Hijo mío, no rechaces la disciplina del SEÑOR ni aborrezcas su reprensión, porque el SEÑOR a quien ama reprende, como un padre al hijo en quien se deleita. . La disciplina que Dios nos manda se puede considerar de muchas maneras:

(i) Se puede aceptar resignadamente. Eso era lo que decían los estoicos. Mantenían que absolutamente nada sucede en el mundo fuera de la voluntad de Dios; por tanto, inferían, no podemos hacer más que aceptarla. Hacer otra cosa sería machacarse la cabeza contra los muros del universo. Es posible que sea ésta la decisión más sabia; pero no se puede negar que se trata de aceptar el poder, y no el amor, del Padre.

(ii) Se puede aceptar la disciplina con el sentido ceñudo de acabar con ella lo más pronto posible. Cierto famoso romano decía: «No voy a dejar que nada me interrumpa la vida.» Si se acepta así la disciplina, se la considera una imposición que hay que pasar a regañadientes, pero no con agradecimiento.

(iii) Se puede aceptar la disciplina con un complejo de víctima que conduce al derrumbamiento final. Hay personas que, cuando se encuentran en una situación difícil, dan la impresión de ser los únicos a los que la vida trata con dureza. Sólo piensan en compadecerse a sí mismos.

(iv) Uno puede aceptar la disciplina como un castigo que se le impone. Es curioso que, por aquel tiempo, los Romanos veían en los desastres personales y nacionales simplemente la venganza de los dioses. Lucano escribió: "¡Feliz sería Roma, y benditos serían sus habitantes, si los dioses estuvieran tan interesados en cuidar de los humanos como parecen estarlo en infligir venganza!» Tácito mantenía que los desastres de la nación eran prueba de que los dioses estaban más interesados en el castigo que en la seguridad de los humanos. Todavía hay quienes consideran vengativo a Dios. Cuando les sucede algo a ellos o a sus seres queridos, se preguntan: «¿Qué he hecho yo para merecer esto?» Y hacen la pregunta en un tono que delata su convicción de que Dios se ha equivocado o pasado en el castigo. Nunca se les ocurre preguntar: "¿Qué está enseñándome Dios mediante esta experiencia?»

(v) Hemos llegado a la última actitud. Se puede aceptar la disciplina porque nos viene de un Padre amoroso. Jerónimo dijo una paradoja que encierra un gran verdad: "La peor ira de Dios sería que dejara de enfadarse con nosotros cuando pecamos.» Quería decir que el supremo castigo sería que Dios nos dejara por imposibles. El cristiano sabe que "la mano del Padre nunca causará a Su hijo una lágrima innecesaria», y que todo vale para hacerle a uno más sabio y mejor persona.

Dejaremos de compadecernos de nosotros mismos si recordamos que no hay disciplina de Dios que no venga del manantial de Su amor y que no sea para nuestro bien.

 


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