1 Pedro
4:17 Porque es tiempo de que el juicio
comience por la casa de Dios; y si primero comienza por nosotros, ¿cuál será el
fin de aquellos que no obedecen al evangelio de Dios?
18 Y:
Si el justo con dificultad se salva, ¿En
dónde aparecerá el impío y el pecador?
19 De
modo que los que padecen según la voluntad de Dios, encomienden sus almas al
fiel Creador, y hagan el bien.
Hebreos 12:7
Es para vuestra corrección que sufrís; Dios os trata como a hijos;
porque ¿qué hijo hay a quien su padre no discipline?
8 Pero
si estáis sin disciplina, de la cual todos han sido hechos participantes,
entonces sois hijos ilegítimos y no hijos verdaderos.
En el v.15 se encuentra el término griego άλλοτριεπίσκοπος,
La traducción: “alienorum
appetitor,” que es apoyada por las antiguas versiones, por Tertuliano, tal vez se refiera a aquellos cristianos
indiscretos e imprudentes que se entrometían en los asuntos de otros, con peligro
de comprometer a la Iglesia. .
Otro
motivo que debe mover al cristiano a soportar con paciencia los sufrimientos es
el juicio de Dios, que ya ha
comenzado a ejecutarse a partir de la muerte del Salvador. Si el juicio ha
comenzado primeramente por la casa de
Dios (v.17), es decir, por la Iglesia, o por los miembros de la Iglesia,
que sufren únicamente por el hecho de ser cristianos, y son, por lo tanto,
justos, ¿cuál será el fin de los que
rehusan obedecer al Evangelio? Del mismo modo argumentaba Jesús
dirigiéndose a las piadosas mujeres de Jerusalén. Pedro vuelve a ratificar la dureza del juicio
sobre los justos y lo implacable que será sobre los impíos con una cita tomada
del libro de los Proverbios: si el justo se salva con dificultad y a fuerza de
dolorosos sacrificios, ¿qué será del
impío y del pecador? (v.18). Lo que el libro de los Proverbios dice de
la salud terrena lo aplica Pedro a la
salvación escatológica.
El
apóstol termina esta sección sacando una conclusión general (v.19) ¿e todo lo dicho acerca de las
pruebas (v.12ss): los cristianos, aun cuando padezcan, deben aceptar la prueba
con paciencia, abandonándose confiadamente en manos del Creador, que es fiel a
sus criaturas y está dispuesto a socorrerlas en sus necesidades . Este abandono
en Dios no ha de ser, sin embargo, un abandono quietista y ocioso, sino que ha
de ir acompañado de la práctica constante de las obras buenas . Lo dicho se
refiere a los que padecen según la
voluntad de Dios y no a los que con sus crímenes se merecen el castigo
Pedro introduce la razón de lo que dijo en
los dos versículos anteriores. Debemos hacer así y así (vers. 15, 16) porque ha
llegado el tiempo de gran persecución y prueba sobre la iglesia. Tal como Pedro
lo veía, era tanto más necesario el que el cristiano hiciera lo que es debido
por cuanto el juicio estaba a punto de empezar.
Y
empezaría por la casa de Dios. Ezequiel oyó la voz de Dios proclamando el
juicio de Su pueblo: «Y comenzaréis por Mi
santuario» (Eze_9:6). Donde se ha tenido el mayor privilegio, el juicio
será el más severo.
Si
el juicio ha de recaer sobre la casa de Dios, ¿cuál será la suerte de los que
han sido totalmente desobedientes a la invitación y al mandamiento de Dios?
Pedro confirma esta llamada con una cita de Prov_11:31:
«Si el justo recibe su merecido en la tierra, ¡cuánto más el malvado y el
pecador!»
Pedro
exhorta a los suyos a confiarle sus vidas a Dios, el Creador en Quién pueden
confiar de veras. La palabra que usa para confiar es paratíthesthai,
que es el término técnico para depositar dinero con un amigo de confianza. En
la antigüedad no había bancos, y pocos lugares realmente seguros donde uno
pudiera depositar dinero. Así que, antes de emprender un largo viaje, muchos
solían dejar su dinero al cuidado de un amigo de confianza. Tal depósito se consideraba
una de las cosas más sagradas de la vida. El amigo estaba totalmente
comprometido por su honor y su religión a devolver el depósito intacto.
Heródoto
cuenta la historia de uno de esos depósitos. Cierto milesio fue a Esparta,
porque había oído que los espartanos cumplían estrictamente con su honor, y le
confió su dinero a un cierto Glauco. Le dijo que a su debido tiempo sus hijos
lo reclamarían, presentando pruebas que identificaran su identidad sin dejar
lugar a dudas. Pasó el tiempo, y los hijos se presentaron. Traicioneramente,
Glauco dijo que no se acordaba de que se le confiara ningún dinero, y dijo que
necesitaba cuatro meses para pensárselo. Los milesios partieron, tristes y
apesadumbrados. Glauco consultó a los dioses lo que debía hacer, y le
advirtieron que tenía que devolver el dinero. Así lo hizo; pero al cabo de no
mucho tiempo murió, y toda su familia le siguió, y en los días de Heródoto no
quedaba vivo ni un solo miembro de su familia, porque los dioses se habían
ofendido que hubiera contemplado quebrantar la confianza que se había
depositado en él.
Si
una persona se encomienda a Dios; Dios no le fallará. Si un depósito así era
sagrado para los hombres, ¡cuánto más para Dios! Esta es la misma palabra que
usó Jesús cuando dijo en la. Cruz: Y Jesús, clamando a
gran voz, dijo: Padre, EN TUS MANOS ENCOMIENDO MI ESPIRITU. Y habiendo dicho
esto, expiró. (Lucas 23;46).
Jesús, no vaciló en confiarle Su vida a Dios, seguro de que no Le
fallaría... y nosotros podemos hacer lo mismo. El añejo consejo sigue siendo un
buen consejo: «confía en Dios, y obra como es debido.»
El
apóstol termina esta sección sacando una conclusión general (V.19) que todo lo
dicho acerca de las pruebas (v.12ss): los cristianos, aun cuando padezcan,
deben aceptar la prueba con paciencia, abandonándose confiadamente en manos del
Creador, que es fiel a sus criaturas y está dispuesto a socorrerlas en sus
necesidades . Este abandono en Dios no ha de ser, sin embargo, un abandono
quietista y ocioso, sino que ha de ir acompañado de la práctica constante de
las obras buenas. Lo dicho se refiere a los que padecen según la voluntad de
Dios y no a los que con sus crímenes se merecen el castigo
Al estudiar este pasaje de hebreos
debemos tener presente la íntima relación que existe entre las palabras
disciplina y discípulo y discipulado. Su primer sentido es el de aprendizaje o
educación. Es verdad que también tienen el sentido de castigo; pero, como se ve
claramente por este pasaje, no es el castigo que la ley penal inflige a los
malvados, sino el castigo paterno que tiene por objeto la corrección. En
general podemos comprender que disciplina quiere decir educación; pero no una
educación permisiva y consentidora, sino que recurre al castigo cuando es
necesario para bien del hijo. Es también provechoso considerar el sentido
militar y deportivo de la disciplina, que tantas veces se presenta como un
ejemplo a considerar en la vida cristiana.
Un
padre siempre disciplina a su hijo. No sería señal de amor dejarle hacer lo que
le diera la gana sin preocuparse; más bien sería señal de que el padre no
considera a esos chicos como sus propios hijos, de los que se siente
responsable. Nos sometemos a la disciplina que un padre terrenal nos aplica por
poco tiempo, hasta que llegamos a la mayoría de edad, y que a veces es bastante
arbitraria. El padre terrenal es aquel al que le debemos nuestra vida física;
pero, cuánto más debemos someternos a la disciplina de Dios, a Quien debemos
nuestro espíritu, que es inmortal, y Que, en Su sabiduría, no busca sino
nuestro bien supremo.
Sin
duda este pasaje produciría un doble impacto a los que lo leyeran por primera
vez, porque todo el mundo conocía esa cosa tan importante que era la patria
potestas, el poder del padre. El padre romano tenía por ley un poder absoluto
sobre su familia. Si el hijo se casaba, el padre seguía teniendo poder absoluto
sobre él y sobre los nietos que nacieran. Esto empezaba desde el principio: un
padre romano podía quedarse con el hijo recién nacido o rechazarle si quería.
Podía atar y apalear a su hijo; o venderle como esclavo; o hasta quitarle la
vida. Es verdad que, cuando un padre estaba a punto de adoptar serias medidas
contra un miembro de su familia, normalmente convocaba una reunión de todos los
miembros adultos varones; pero no tenía por qué hacerlo. También es verdad que,
más adelante, la opinión pública no permitía que un padre ejecutara a su hijo;
pero eso sucedió ya en los tiempos de Augusto. Salustio, el historiador latino,
nos cuenta un incidente durante la conspiración de Catilina. Catilina se rebeló
contra Roma, y entre los que salieron para unirse a sus fuerzas estaba Aulo
Fulvio, hijo de un senador romano. A Aulo Fulvio le arrestaron y trajeron a
Roma, y su propio padre le juzgó y condenó a muerte. Para la patria potestas un
hijo no alcanzaba nunca la independencia; podía haberse dedicado a la carrera
política, estar a cargo de altas magistraturas, ser honrado por todo el país...
pero, nada de eso le hacía estar fuera, ni siquiera en parte, de la autoridad
de su padre mientras éste viviera. Si ha habido un pueblo que supiera lo que
era la disciplina paterna, eran los romanos; y cuando el autor de hebreos
escribía acerca de la disciplina de un padre terrenal, los destinatarios de su
carta sabían muy bien de lo que estaba hablando.
Así
que el autor insiste en que debemos ver las pruebas de la vida como la
disciplina de Dios, y como enviadas, no para nuestro daño, sino para nuestro
bien supremo y último. Para demostrar su argumento cita Prov_3:11-12 Hijo mío, no rechaces la disciplina del SEÑOR ni aborrezcas
su reprensión, porque el SEÑOR a quien ama reprende, como un padre al hijo en
quien se deleita. . La disciplina que Dios nos manda se puede considerar
de muchas maneras:
(i)
Se puede aceptar resignadamente. Eso
era lo que decían los estoicos. Mantenían que absolutamente nada sucede en el
mundo fuera de la voluntad de Dios; por tanto, inferían, no podemos hacer más
que aceptarla. Hacer otra cosa sería machacarse la cabeza contra los muros del
universo. Es posible que sea ésta la decisión más sabia; pero no se puede negar
que se trata de aceptar el poder, y no el amor, del Padre.
(ii)
Se puede aceptar la disciplina con el
sentido ceñudo de acabar con ella lo más pronto posible. Cierto famoso
romano decía: «No voy a dejar que nada me interrumpa la vida.» Si se acepta así
la disciplina, se la considera una imposición que hay que pasar a
regañadientes, pero no con agradecimiento.
(iii)
Se puede aceptar la disciplina con un
complejo de víctima que conduce al derrumbamiento final. Hay personas que,
cuando se encuentran en una situación difícil, dan la impresión de ser los
únicos a los que la vida trata con dureza. Sólo piensan en compadecerse a sí
mismos.
(iv)
Uno puede aceptar la disciplina como un
castigo que se le impone. Es curioso que, por aquel tiempo, los Romanos
veían en los desastres personales y nacionales simplemente la venganza de los
dioses. Lucano escribió: "¡Feliz sería Roma, y benditos serían sus
habitantes, si los dioses estuvieran tan interesados en cuidar de los humanos
como parecen estarlo en infligir venganza!» Tácito mantenía que los desastres
de la nación eran prueba de que los dioses estaban más interesados en el
castigo que en la seguridad de los humanos. Todavía hay quienes consideran
vengativo a Dios. Cuando les sucede algo a ellos o a sus seres queridos, se
preguntan: «¿Qué he hecho yo para merecer esto?» Y hacen la pregunta en un tono
que delata su convicción de que Dios se ha equivocado o pasado en el castigo.
Nunca se les ocurre preguntar: "¿Qué está enseñándome Dios mediante esta
experiencia?»
(v)
Hemos llegado a la última actitud. Se puede aceptar la disciplina porque nos viene de un Padre
amoroso. Jerónimo dijo una paradoja que encierra un gran verdad:
"La peor ira de Dios sería que dejara de enfadarse con nosotros cuando
pecamos.» Quería decir que el supremo castigo sería que Dios nos dejara por
imposibles. El cristiano sabe que "la mano del Padre nunca causará a Su
hijo una lágrima innecesaria», y que todo vale para hacerle a uno más sabio y
mejor persona.
Dejaremos
de compadecernos de nosotros mismos si recordamos que no hay disciplina de Dios
que no venga del manantial de Su amor y que no sea para nuestro bien.
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