(1Pedro 1-9)
1 Pedro, apóstol de Jesucristo: A los
expatriados, de la dispersión en el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia,
elegidos
2 según el previo conocimiento de Dios Padre,
por la obra santificadora del Espíritu, para obedecer a Jesucristo y ser
rociados con su sangre: Que la gracia y la paz os sean multiplicadas.
3 Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor
Jesucristo, quien según su gran
misericordia, nos ha hecho nacer de nuevo a una esperanza viva, mediante la
resurrección de Jesucristo de entre los muertos,
1Pe 1:4 para obtener una herencia incorruptible,
inmaculada, y que no se marchitará, reservada en los cielos para vosotros,
5 que
sois protegidos por el poder de Dios mediante la fe, para la salvación que
está preparada para ser revelada en el último tiempo.
6 En lo cual os regocijáis grandemente, aunque
ahora, por un poco de tiempo si es necesario, seáis afligidos con diversas
pruebas,
7 para que la prueba de vuestra fe, más
preciosa que el oro que perece, aunque probado por fuego, sea hallada que
resulta en alabanza, gloria y honor en la revelación de Jesucristo;
8 a quien sin haberle visto, le amáis, y a
quien ahora no veis, pero creéis en El, y os regocijáis grandemente con gozo
inefable y lleno de gloria,
9 obteniendo, como resultado de vuestra fe, la
salvación de vuestras almas.
En este prólogo, el autor indica su nombre,
su categoría dentro de la Iglesia y los destinatarios. Entre todas las epístolas
universales es aquí el único lugar donde el autor hace uso de su título
apostólico. Pedro = Pétros es la forma griega del arameo Kefas-(= roca), nombre
impuesto por Jesucristo a Simón.
Y
puesto que sus lectores probablemente no le conocían personalmente, hace
mención de su categoría de apóstol de Jesucristo , a fin de que le obedezcan y
acepten sus enseñanzas.
Los
destinatarios de la epístola son los elegidos extranjeros de la dispersión
(v.1). Todos los cristianos son elegidos a la fe y a la gracia, porque han sido
objeto de una elección especial y gratuita por parte de Dios. Por este motivo, los destinatarios son
considerados por el apóstol como peregrinos, como extranjeros en este mundo. El
término griego παρεπίδημος se dice propiamente de los que habitan en un país
extranjero temporalmente, sin convertirlo en su residencia continua, fija. El
autor sagrado ve en la vida terrena una morada provisional, una especie de peregrinación
hacia la vida eterna. Los cristianos, a los cuales se dirige el apóstol, son
considerados como ciudadanos de la Jerusalén celestial. La idea de que la vida
del hombre en este mundo es como un continuo peregrinar se encuentra ya en el
Antiguo Testamento.
El
término dispersión o diáspora designa ordinariamente todas las regiones en que
vivían los judíos fuera de Palestina. En este sentido emplea diáspora Santiago
en su epístola. Sin embargo, Pedro aplica este término a los cristianos que,
como desterrados en medio de un mundo hostil, vivían dispersos entre los
paganos. Las cinco provincias romanas enumeradas: Ponto, Galacia, Capadocia,
Asia y Bitinia, representan toda el Asia Menor, excepto la Cilicia. Todas ellas
estaban situadas en la zona central y septentrional de la Anatolia actual.
Algunas de las regiones que nombra Pedro
fueron evangelizadas por Pablo y por sus discípulos. En otras, el cristianismo
debió de ser predicado por los judíos y prosélitos convertidos por Pedro el día
de Pentecostés. Por una carta de Plinio el Joven al emperador Trajano, sabemos
que el cristianismo estaba muy floreciente en Bitinia hacia el año 111.
La
carta fue llevada de Roma a Asia Menor por Silvano hacia el año 64, es decir,
en vísperas de las persecuciones de Nerón contra los cristianos. Todavía no se
ha derramado sangre, pero ya pesa sobre los cristianos la amenaza de crueles
persecuciones. Se cuenta ya con interrogatorios oficiales, con calumnias y difamaciones
privadas. La fe de los destinatarios comienza ya a ser probada como oro en el crisol.
Con tremendo presentimiento pinta Pedro el peligro amenazador del Anticristo en
la imagen de un león rugiente que «ronda buscando a quién devorar», a quién
seducir a la apostasía.
En gran
parte del primer siglo, la persecución no era la regla en todo el Imperio
Romano. Los soldados no buscaban a los cristianos para torturarlos. Los
cristianos, sin embargo, podían esperar persecución social y económica de tres
fuentes principales: los romanos, los judíos y sus propios familiares. Todos
serían mal entendidos. Algunos serían hostigados; otros serían torturados e
incluso condenados a muerte.
El
estado legal de los cristianos en el Imperio Romano no era muy claro. Muchos
romanos seguían pensando que los cristianos eran una secta judía. Como la
religión judía era legal, consideraban al cristianismo también legal, siempre y
cuando los cristianos cumplieran con las leyes del imperio. Sin embargo, si los
cristianos se negaban a adorar al emperador o a inscribirse en el ejército, o
si participaban en disturbios civiles (tal como el que ocurrió en Efeso según Hechos_19:23ss),
podían ser castigados por las autoridades civiles.
A
muchos judíos no les gustaba que se les asociara en lo legal con los
cristianos. Tal como lo consigna Hechos, a menudo los judíos maltrataron a los
cristianos, los expulsaron de la ciudad o intentaron poner en su contra a los
funcionarios romanos. Saulo, más tarde el gran apóstol Pablo, fue al comienzo
un perseguidor judío de los cristianos.
Otra
fuente de persecución fueron los propios familiares de los cristianos. Bajo la
ley romana, la cabeza del hogar tenía autoridad absoluta sobre todos sus
miembros. A menos que el hombre que dirigía el hogar fuera cristiano, la
esposa, los hijos y los criados cristianos podían afrontar el sufrimiento
extremo. Si eran expulsados, no hallarían sitio adonde dirigirse salvo la
iglesia; si eran golpeados, ningún tribunal defendería sus derechos.
La
carta de 1 Pedro pudo haberse escrito sobre todo para los nuevos cristianos y
para los que planeaban bautizarse. Debía advertírseles acerca de lo que tenían
por delante y requerían las palabras de aliento de Pedro para ayudarles a
enfrentar dicha experiencia. Esta carta es todavía de ayuda para los cristianos
que enfrenten pruebas. Muchos discípulos de Cristo en todo del mundo viven bajo
gobernantes mucho más represivos que el Imperio Romano del primer siglo.
Así se
explica que esta estimulante carta pastoral, que por los años sesenta del siglo
X se escribió a cristianos probados por los sufrimientos, viniera a ser la
carta consolatoria de la Iglesia perseguida de todos los siglos. En las cartas
de despedida escritas en las cárceles y prisiones encontramos constantemente
palabras tomadas precisamente de esta carta. Su visión grandiosa, llena de fe y
de optimismo, de la historia universal, en la que las pruebas de la tierra
duran «un poco» de tiempo, ha logrado también infundir consuelo y fortaleza en
los tiempos más difíciles. Así esta carta del Apóstol de Cristo vino a ser la
carta de los mártires, de los mártires por su fe en Cristo, por su esperanza de
la vida eterna y por su fidelidad a la Dios
y Su Palabra en la Biblia .
Juntamente
con Silvano concluye Pedro esta carta, la más antigua en su género en la
historia de la Iglesia, diciendo que ha escrito exhortando y conjurando, para
asegurar a sus destinatarios de que, pese a sus tribulaciones, van
indudablemente por el recto camino y se mantienen en la gracia de Dios. ¿Qué
quiere decir este mantenerse en gracia de Dios?
En diferentes
pasajes habla de ello Pedro. Por ejemplo, si se mira con los ojos de la fe, se
mantiene en gracia de Dios un esclavo que soporta sin odio vejaciones
inmerecidas, que hace el bien y que, aunque tenga que sufrir por ello, sigue impertérrito
su camino. Esta gracia, de la que habían hablado ya anticipadamente los profetas
del Antiguo Testamento, que constituye el último fin de la vida cristiana,
significa, pues, con frecuencia sufrimientos durante la vida terrena,
sufrimientos que Dios no sólo permite, sino que hasta mira con complacencia.
Sufrir conforme a la voluntad de Dios significa mantenerse en gracia de Dios.
La
razón más honda de esta concepción de la gracia está en que en el sufrimiento
se hace el hombre semejante al Señor que cargó con la cruz, semejante a Jesús
que, «cuando lo insultaban no devolvía el insulto; cuando padecía, no
amenazaba», que nos precedió en el camino del sufrimiento, para dejarnos un
«ejemplo» conforme al cual podamos
imitarle y que nos haga más fácil seguir sus huellas. Esta vía dolorosa, llena
de gracia, de Cristo le llevó a la exaltación a la derecha del Padre. Por esto
puede decirnos Pedro: «A medida que
tomáis parte en los padecimientos de Cristo, alegraos, para que también en la
revelación de su gloria saltéis de gozo».
La
exhortación a la imitación de Cristo, que recorre toda nuestra carta, forma
parte del núcleo de la enseñanza en la Iglesia primitiva. Pero también desde
otros puntos de vista, apenas si hay otro escrito del Nuevo Testamento que
refleje tan inmediatamente como la primera carta de Pedro el espíritu de la
comunidad primitiva. En esta carta se descubren todos los puntos esenciales del
pensar de la Iglesia primitiva. En una lectura meditada topamos siempre con
esos pensamientos con que nos ha familiarizado la oración del Señor y el
símbolo de los Apóstoles, es decir con los elementos más antiguos de la
teología cristiana.
La
imagen de mantenerse en gracia constituye la clave para la inteligencia de la
carta. Por lo demás, se trata de una imagen entre muchas, todas las cuales
tienen un mismo objeto fundamental: exhortar y consolar a los cristianos en
medio de sus sufrimientos.
Los cristianos han sido elegidos y llamados a
la fe según la presciencia de Dios Padre. El término πρόγνοοσις es una
expresión, que se encuentra sólo aquí y en Hechos_2:24. Esta presciencia no
implica únicamente un mero acto intelectual, sino que también supone el decreto
y la intención de Dios en orden a la elección y a la salud eterna de los
cristianos. La vocación o elección de los cristianos tiene por principio la
previsión de Dios Padre, el cual, en virtud de un decreto eterno, providencial
y misericordioso, nos eligió gratuitamente. Pablo insiste sobre esta misma idea en la
epístola a los Romanos y a los Efesios .
Dios Padre es, pues, la causa eficiente de nuestra elección. La ejecución en el
tiempo de la elección hecha por el Padre se cumple por medio de la
santificación (causa formal) , que obra en nosotros el Espíritu Santo
infundiendo en nuestra alma la gracia santificante. Pedro atribuye, por apropiación, la santificación
a la tercera persona de la Santísima Trinidad. Esta santificación se opera
inicialmente en el nuevo nacimiento, se va desarrollando en la vida cristiana y
terminará en la gloria del cielo.
El
efecto o el fin inmediato de la elección del cristiano es doble: los cristianos
son elegidos para que obedezcan a la fe en Jesucristo, es decir, para que le
estén sometidos y practiquen sus preceptos. El cristiano muestra su obediencia
a Dios al abrazar el Evangelio. Al mismo tiempo, los cristianos son elegidos
para recibir la aspersión de la sangre de Jesucristo, o sea para obtener la
remisión de los pecados, participando de los frutos de la muerte salvadora de
Cristo. La aspersión de la sangre de Jesucristo, que constituyó la sanción
oficial de la Nueva Alianza, recuerda la aspersión de la sangre de las víctimas
hecha por Moisés para renovar la alianza en el Sinaí. La idea de muerte
expiatoria de Cristo y de la alianza son familiares a la 1 Pedro1; 21. Por eso
parece natural ver aquí una alusión esa muerte expiatoria, y no una simple
alusión — como creen bastantes autores — a las abluciones del templo de Jerusalén
y al agua de la aspersión.
Es
digno de notarse que en este versículo 2 son mencionadas las tres divinas
personas. Al Padre se atribuye la predestinación, al Espíritu Santo, la
santificación, y al Hijo, la redención. Una fórmula trinitaria análoga la
encontramos en la 1Corintios 13:13.
Pedro
termina el saludo deseando a sus lectores que la gracia y la Paz les sean
multiplicadas. Gracia incluye todo favor y todo don divino que nos puede ayudar
a proseguir en la santificación. La paz es un efecto del amor de Dios en sus
hijos.
Lo que
el apóstol presenta como el fruto de Su gracia, es una esperanza más allá de
este mundo; no la herencia de Canaán, apropiada para el hombre que vive en la
tierra, que era la esperanza de Israel, y sigue siendo la de la nación
incrédula. La misericordia de Dios los había engendrado nuevamente para una
esperanza viva por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos. Esta
resurrección les mostró una porción en otro mundo, y el poder que atrajo al
hombre a él, aunque había sido sometido a la muerte: entraría en ella por la
resurrección, a través del glorioso triunfo del Salvador, para compartir una
herencia que es incorruptible, sin mancha, y eso no se desvanece.
El apóstol no está hablando de nuestra
resurrección con Cristo; él ve al cristiano como un peregrino aquí, animado por
el triunfo de Cristo mismo en la resurrección, que lo animó por la conciencia
de que había un mundo de luz y felicidad ante él, y un poder que lo traería a
este mundo. En consecuencia, se dice que la herencia está "reservada en el
cielo". En la Epístola a los Efesios estamos sentados en los lugares
celestiales en Cristo, y la herencia es la de todas las cosas de las cuales
Cristo mismo es heredero. Pero el cristiano también es de hecho, un peregrino y
un extraño en la tierra; y es un gran consuelo para nosotros, en nuestra
peregrinación, ver esta herencia celestial delante de nosotros, como una cierta
promesa de nuestra propia entrada en ella.
Se
agrega otro inestimable consuelo. Si la herencia es preservada en el cielo para
nosotros, el poder de Dios nos mantiene durante toda nuestra peregrinación para
que podamos disfrutarla al final. ¡Dulce pensamiento! -Nos mantenemos aquí
abajo a través de todos nuestros peligros y dificultades; y, por otro lado, la
herencia allí, donde no hay contaminación ni posibilidad de descomposición.
Pero es
por medios morales que este poder nos preserva (y es de esta manera que Pedro
siempre habla), por la operación en nosotros de la gracia, que fija el corazón
en los objetos que lo mantienen en conexión con Dios y con Su promesa. Somos guardados por el poder de Dios a través
de la fe. Es, alabado sea Dios, el poder de Dios mismo; pero actúa manteniendo
la fe en el corazón, manteniéndolo a pesar de todas las tentaciones por encima
de toda la contaminación del mundo, y llenando el afecto con cosas celestiales.
Sin embargo, Pedro, siempre ocupado con los caminos de Dios respetando este
mundo, solo mira la parte que los creyentes tendrán en esta salvación, esta
gloria celestial, cuando se manifieste; cuando Dios, por esta gloria,
establezca su autoridad para bendecir en la tierra. Es de hecho la gloria
celestial.
Es la
salvación lista para ser revelada en los últimos tiempos. Esta palabra
"listo" es importante. Nuestro apóstol también dice que el juicio
está listo para ser revelado, Cristo es glorificado personalmente, ha vencido a
todos Sus enemigos, ha logrado la redención. Solo espera una cosa, a saber, que
Dios haga de sus enemigos el estrado de sus pies. Él ha tomado su asiento a la
diestra de la Majestad en las alturas, porque ha logrado todo en cuanto a
glorificar a Dios donde estaba el pecado. Es la salvación real de las almas: la
reunión de los suyos, que aún no está terminada; pero cuando todos los que van
a compartirlo son traídos, no hay nada que esperar con respecto a la salvación,
es decir, la gloria en la que aparecerán los redimidos; ni, en consecuencia, en
lo que respecta al juicio de los impíos en la tierra que se consumará por la
manifestación de Cristo. Todo está
listo. Este pensamiento es dulce para nosotros en nuestros días de paciencia,
pero lleno de solemnidad cuando reflexionamos sobre el juicio. Sí, como dice el
apóstol, nos regocijamos mucho en esta salvación, que está lista para ser
revelada en los últimos tiempos. Lo estamos esperando. Es un tiempo de
descanso, de bendición de la tierra, de la plena manifestación de su gloria,
quien es digno de él, quien fue humillado y sufrió por nosotros; el tiempo
cuando la luz y la gloria de Dios en Cristo iluminarán el mundo y primero
atarán y luego ahuyentarán todo su mal.
Esta es
nuestra porción: abundante gozo en la salvación a punto de ser revelada y en la
que siempre podemos regocijarnos; aunque, si es necesario para nuestro bien,
podemos estar tristes por diversas tentaciones. Pero es solo por muy poco
tiempo, solo una leve aflicción que desaparece y que solo nos sobreviene si es
necesario para que la preciosa prueba de fe pueda tener como resultado la
alabanza, el honor y la gloria ante la aparición de Jesús. Cristo a quien
estamos esperando. Ese es el final de todas nuestras penas y pruebas;
transitorios y ligeros, ya que son en comparación con el vasto resultado de la
excelente y eterna gloria hacia la cual nos conducen de acuerdo con la
sabiduría de Dios y la necesidad de nuestras almas. El corazón se adhiere a
Jesús: Él aparecerá.
Lo
amamos aunque nunca lo hemos visto. En Él, aunque ahora no lo vemos, nos
regocijamos con una alegría indescriptible y llena de gloria. Es esto lo que
decide y forma el corazón, lo que lo arregla y lo llena de alegría como quiera
que esté con nosotros en esta vida. Para nuestros corazones es Él quien llena
toda la gloria. Por gracia seré glorificado, tendré la gloria; pero amo a
Jesús, mi corazón jadea por su presencia, deseos de verlo. Además, seremos como
Él y Él glorificará perfectamente. El apóstol bien puede decir
"indescriptible y lleno de gloria". El corazón no puede desear nada
más: y si algunas aflicciones leves son necesarias para nosotros, las
soportamos con gusto, ya que son un medio para formarnos para la gloria. Y
podemos regocijarnos ante el pensamiento de la aparición de Cristo; porque al
recibirlo sin ser visto en nuestro corazón, recibimos la salvación de nuestra
alma. Este es el objeto y el fin de la fe; mucho más valioso que las
liberaciones temporales que Israel disfrutó, aunque estas últimas eran muestras
del favor de Dios.
El
apóstol continúa desarrollando los tres pasos sucesivos de la revelación de
esta gracia de salvación: la liberación total y completa de las consecuencias,
los frutos y la miseria del pecado: las profecías; el testimonio del Espíritu
Santo enviado del cielo; la manifestación de Jesucristo mismo cuando la
liberación que ya había sido anunciada debería realizarse por completo.
Es
interesante ver aquí cómo el rechazo del Mesías según las esperanzas judías, ya
anticipadas y anunciadas en los profetas, necesariamente dio paso a una
salvación que trajo consigo la del alma de la misma manera. Jesús ya no fue
visto; la porción terrenal no se realizó por su primera venida; la salvación
debía ser revelada en los últimos tiempos. Pero así se desplegó una salvación
del alma, cuya extensión total se realizaría en la gloria a punto de ser
revelada; porque era la alegría espiritual del alma en un Jesús celestial que
no fue visto y que en su muerte había logrado la expiación por el pecado y en
su resurrección, de acuerdo con el poder de la vida del Hijo de Dios, había
engendrado nuevamente a un esperanza viva Por fe, entonces, esta salvación fue
recibida, esta verdadera liberación.
Ahora
los profetas habían anunciado la gracia de Dios que debía realizarse para los
creyentes y que incluso ahora imparte al alma el disfrute de esa salvación; y
habían buscado en sus propias profecías que habían recibido por inspiración de
Dios, tratando de entender a qué hora, y qué clase de tiempo, indicó el
Espíritu, cuando testificó de antemano de los sufrimientos de Cristo y las
glorias que deberían seguir. Porque el Espíritu habló de los dos por los
profetas, y en consecuencia significó más que una liberación temporal en
Israel; porque el Mesías iba a sufrir. Y descubrieron que no era para ellos ni
para sus propios tiempos, que el Espíritu de Cristo anunciaba estas verdades
con respecto al Mesías, sino a los cristianos. Pero los cristianos mientras recibían
la salvación del alma por la revelación de un Cristo sentado en el cielo
después de sus sufrimientos y regresaba en gloria, no han recibido esas glorias
que fueron reveladas a los profetas. Estas cosas han sido reportadas con gran
claridad divina por el Espíritu Santo enviado del cielo después de la muerte de
Jesús: pero el Espíritu no otorga la gloria misma en la cual el Señor
aparecerá; Él solo lo ha declarado. Por lo tanto, los cristianos deben ceñirse
los lomos de sus mentes, estar sobrios y esperar hasta el final la gracia que
(en efecto) les será traída en la revelación de Jesucristo; Tales son los tres
pasos sucesivos en los tratos de Dios: la predicción de los eventos
relacionados con Cristo, que fueron más allá de las bendiciones judías; las cosas
reportadas por el Espíritu.
Eso,
que el apóstol presenta, es una participación en la gloria de Cristo cuando sea
revelado; esa salvación, de la cual los profetas habían hablado, que debía ser
revelada en los últimos días. Pero mientras tanto, Dios había engendrado
nuevamente a los judíos creyentes a una esperanza viva por la resurrección de
Jesucristo de entre los muertos; y por medio de sus sufrimientos les hizo comprender
que incluso ahora, mientras esperaban la revelación de la gloria, dándose
cuenta en la Persona de Jesús, disfrutaron de la salvación del alma ante la
cual las liberaciones de Israel se desvanecieron y podrían ser olvidadas. . De
hecho, fue la salvación "lista para ser revelada" en toda su
plenitud; pero hasta ahora solo lo poseían con respecto al alma. Pero, al estar
separado de la manifestación de la gloria terrenal, esta salvación tenía un
carácter aún más espiritual. Por lo tanto, debían ceñirse el lomo, mientras
esperaban la revelación de Jesús, y reconocer con acción de gracias que estaban
en posesión del fin de su fe. Estaban en relación con Dios.
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