} EL CAMINO: LA SALVACIÓN ES POR FE EN JESUCRISTO: LA FE REFINADA POR EL FUEGO DEL SUFRIMIENTO

jueves, 2 de abril de 2020

LA FE REFINADA POR EL FUEGO DEL SUFRIMIENTO


  (1Pedro 1-9)

 1  Pedro, apóstol de Jesucristo: A los expatriados, de la dispersión en el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia, elegidos
 2  según el previo conocimiento de Dios Padre, por la obra santificadora del Espíritu, para obedecer a Jesucristo y ser rociados con su sangre: Que la gracia y la paz os sean multiplicadas.
 3  Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, quien según su gran misericordia, nos ha hecho nacer de nuevo a una esperanza viva, mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos,
 1Pe 1:4  para obtener una herencia incorruptible, inmaculada, y que no se marchitará, reservada en los cielos para vosotros,
 5  que sois protegidos por el poder de Dios mediante la fe, para la salvación que está preparada para ser revelada en el último tiempo.
 6  En lo cual os regocijáis grandemente, aunque ahora, por un poco de tiempo si es necesario, seáis afligidos con diversas pruebas,
 7  para que la prueba de vuestra fe, más preciosa que el oro que perece, aunque probado por fuego, sea hallada que resulta en alabanza, gloria y honor en la revelación de Jesucristo;
 8  a quien sin haberle visto, le amáis, y a quien ahora no veis, pero creéis en El, y os regocijáis grandemente con gozo inefable y lleno de gloria,
 9  obteniendo, como resultado de vuestra fe, la salvación de vuestras almas.

       
       En este prólogo, el autor indica su nombre, su categoría dentro de la Iglesia y los destinatarios. Entre todas las epístolas universales es aquí el único lugar donde el autor hace uso de su título apostólico. Pedro = Pétros es la forma griega del arameo Kefas-(= roca), nombre impuesto por Jesucristo a Simón.
Y puesto que sus lectores probablemente no le conocían personalmente, hace mención de su categoría de apóstol de Jesucristo , a fin de que le obedezcan y acepten sus enseñanzas.

Los destinatarios de la epístola son los elegidos extranjeros de la dispersión (v.1). Todos los cristianos son elegidos a la fe y a la gracia, porque han sido objeto de una elección especial y gratuita por parte de Dios.  Por este motivo, los destinatarios son considerados por el apóstol como peregrinos, como extranjeros en este mundo. El término griego παρεπίδημος se dice propiamente de los que habitan en un país extranjero temporalmente, sin convertirlo en su residencia continua, fija. El autor sagrado ve en la vida terrena una morada provisional, una especie de peregrinación hacia la vida eterna. Los cristianos, a los cuales se dirige el apóstol, son considerados como ciudadanos de la Jerusalén celestial. La idea de que la vida del hombre en este mundo es como un continuo peregrinar se encuentra ya en el Antiguo Testamento.

El término dispersión o diáspora designa ordinariamente todas las regiones en que vivían los judíos fuera de Palestina. En este sentido emplea diáspora Santiago en su epístola. Sin embargo, Pedro aplica este término a los cristianos que, como desterrados en medio de un mundo hostil, vivían dispersos entre los paganos. Las cinco provincias romanas enumeradas: Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia, representan toda el Asia Menor, excepto la Cilicia. Todas ellas estaban situadas en la zona central y septentrional de la Anatolia actual. Algunas de las regiones que nombra  Pedro fueron evangelizadas por Pablo y por sus discípulos. En otras, el cristianismo debió de ser predicado por los judíos y prosélitos convertidos por Pedro el día de Pentecostés. Por una carta de Plinio el Joven al emperador Trajano, sabemos que el cristianismo estaba muy floreciente en Bitinia hacia el año 111. 

La carta fue llevada de Roma a Asia Menor por Silvano hacia el año 64, es decir, en vísperas de las persecuciones de Nerón contra los cristianos. Todavía no se ha derramado sangre, pero ya pesa sobre los cristianos la amenaza de crueles persecuciones. Se cuenta ya con interrogatorios oficiales, con calumnias y difamaciones privadas. La fe de los destinatarios comienza ya a ser probada como oro en el crisol. Con tremendo presentimiento pinta Pedro el peligro amenazador del Anticristo en la imagen de un león rugiente que «ronda buscando a quién devorar», a quién seducir a la apostasía.

En gran parte del primer siglo, la persecución no era la regla en todo el Imperio Romano. Los soldados no buscaban a los cristianos para torturarlos. Los cristianos, sin embargo, podían esperar persecución social y económica de tres fuentes principales: los romanos, los judíos y sus propios familiares. Todos serían mal entendidos. Algunos serían hostigados; otros serían torturados e incluso condenados a muerte.

El estado legal de los cristianos en el Imperio Romano no era muy claro. Muchos romanos seguían pensando que los cristianos eran una secta judía. Como la religión judía era legal, consideraban al cristianismo también legal, siempre y cuando los cristianos cumplieran con las leyes del imperio. Sin embargo, si los cristianos se negaban a adorar al emperador o a inscribirse en el ejército, o si participaban en disturbios civiles (tal como el que ocurrió en Efeso según Hechos_19:23ss), podían ser castigados por las autoridades civiles.

A muchos judíos no les gustaba que se les asociara en lo legal con los cristianos. Tal como lo consigna Hechos, a menudo los judíos maltrataron a los cristianos, los expulsaron de la ciudad o intentaron poner en su contra a los funcionarios romanos. Saulo, más tarde el gran apóstol Pablo, fue al comienzo un perseguidor judío de los cristianos.

Otra fuente de persecución fueron los propios familiares de los cristianos. Bajo la ley romana, la cabeza del hogar tenía autoridad absoluta sobre todos sus miembros. A menos que el hombre que dirigía el hogar fuera cristiano, la esposa, los hijos y los criados cristianos podían afrontar el sufrimiento extremo. Si eran expulsados, no hallarían sitio adonde dirigirse salvo la iglesia; si eran golpeados, ningún tribunal defendería sus derechos.
La carta de 1 Pedro pudo haberse escrito sobre todo para los nuevos cristianos y para los que planeaban bautizarse. Debía advertírseles acerca de lo que tenían por delante y requerían las palabras de aliento de Pedro para ayudarles a enfrentar dicha experiencia. Esta carta es todavía de ayuda para los cristianos que enfrenten pruebas. Muchos discípulos de Cristo en todo del mundo viven bajo gobernantes mucho más represivos que el Imperio Romano del primer siglo.

Así se explica que esta estimulante carta pastoral, que por los años sesenta del siglo X se escribió a cristianos probados por los sufrimientos, viniera a ser la carta consolatoria de la Iglesia perseguida de todos los siglos. En las cartas de despedida escritas en las cárceles y prisiones encontramos constantemente palabras tomadas precisamente de esta carta. Su visión grandiosa, llena de fe y de optimismo, de la historia universal, en la que las pruebas de la tierra duran «un poco» de tiempo, ha logrado también infundir consuelo y fortaleza en los tiempos más difíciles. Así esta carta del Apóstol de Cristo vino a ser la carta de los mártires, de los mártires por su fe en Cristo, por su esperanza de la vida eterna  y por su fidelidad a la Dios y Su Palabra en la Biblia .

Juntamente con Silvano concluye Pedro esta carta, la más antigua en su género en la historia de la Iglesia, diciendo que ha escrito exhortando y conjurando, para asegurar a sus destinatarios de que, pese a sus tribulaciones, van indudablemente por el recto camino y se mantienen en la gracia de Dios. ¿Qué quiere decir este mantenerse en gracia de Dios?

En diferentes pasajes habla de ello Pedro. Por ejemplo, si se mira con los ojos de la fe, se mantiene en gracia de Dios un esclavo que soporta sin odio vejaciones inmerecidas, que hace el bien y que, aunque tenga que sufrir por ello, sigue impertérrito su camino. Esta gracia, de la que habían hablado ya anticipadamente los profetas del Antiguo Testamento, que constituye el último fin de la vida cristiana, significa, pues, con frecuencia sufrimientos durante la vida terrena, sufrimientos que Dios no sólo permite, sino que hasta mira con complacencia. Sufrir conforme a la voluntad de Dios significa mantenerse en gracia de Dios.

La razón más honda de esta concepción de la gracia está en que en el sufrimiento se hace el hombre semejante al Señor que cargó con la cruz, semejante a Jesús que, «cuando lo insultaban no devolvía el insulto; cuando padecía, no amenazaba», que nos precedió en el camino del sufrimiento, para dejarnos un «ejemplo»  conforme al cual podamos imitarle y que nos haga más fácil seguir sus huellas. Esta vía dolorosa, llena de gracia, de Cristo le llevó a la exaltación a la derecha del Padre. Por esto puede decirnos  Pedro: «A medida que tomáis parte en los padecimientos de Cristo, alegraos, para que también en la revelación de su gloria saltéis de gozo».

La exhortación a la imitación de Cristo, que recorre toda nuestra carta, forma parte del núcleo de la enseñanza en la Iglesia primitiva. Pero también desde otros puntos de vista, apenas si hay otro escrito del Nuevo Testamento que refleje tan inmediatamente como la primera carta de Pedro el espíritu de la comunidad primitiva. En esta carta se descubren todos los puntos esenciales del pensar de la Iglesia primitiva. En una lectura meditada topamos siempre con esos pensamientos con que nos ha familiarizado la oración del Señor y el símbolo de los Apóstoles, es decir con los elementos más antiguos de la teología cristiana.

La imagen de mantenerse en gracia constituye la clave para la inteligencia de la carta. Por lo demás, se trata de una imagen entre muchas, todas las cuales tienen un mismo objeto fundamental: exhortar y consolar a los cristianos en medio de sus sufrimientos.

 Los cristianos han sido elegidos y llamados a la fe según la presciencia de Dios Padre. El término πρόγνοοσις es una expresión, que se encuentra sólo aquí y en Hechos_2:24. Esta presciencia no implica únicamente un mero acto intelectual, sino que también supone el decreto y la intención de Dios en orden a la elección y a la salud eterna de los cristianos. La vocación o elección de los cristianos tiene por principio la previsión de Dios Padre, el cual, en virtud de un decreto eterno, providencial y misericordioso, nos eligió gratuitamente.  Pablo insiste sobre esta misma idea en la epístola a los Romanos  y a los Efesios . 

Dios Padre es, pues, la causa eficiente de nuestra elección. La ejecución en el tiempo de la elección hecha por el Padre se cumple por medio de la santificación (causa formal) , que obra en nosotros el Espíritu Santo infundiendo en nuestra alma la gracia santificante.  Pedro atribuye, por apropiación, la santificación a la tercera persona de la Santísima Trinidad. Esta santificación se opera inicialmente en el nuevo nacimiento, se va desarrollando en la vida cristiana y terminará en la gloria del cielo.

El efecto o el fin inmediato de la elección del cristiano es doble: los cristianos son elegidos para que obedezcan a la fe en Jesucristo, es decir, para que le estén sometidos y practiquen sus preceptos. El cristiano muestra su obediencia a Dios al abrazar el Evangelio. Al mismo tiempo, los cristianos son elegidos para recibir la aspersión de la sangre de Jesucristo, o sea para obtener la remisión de los pecados, participando de los frutos de la muerte salvadora de Cristo. La aspersión de la sangre de Jesucristo, que constituyó la sanción oficial de la Nueva Alianza, recuerda la aspersión de la sangre de las víctimas hecha por Moisés para renovar la alianza en el Sinaí. La idea de muerte expiatoria de Cristo y de la alianza son familiares a la 1 Pedro1; 21. Por eso parece natural ver aquí una alusión esa muerte expiatoria, y no una simple alusión — como creen bastantes autores — a las abluciones del templo de Jerusalén y al agua de la aspersión.

Es digno de notarse que en este versículo 2 son mencionadas las tres divinas personas. Al Padre se atribuye la predestinación, al Espíritu Santo, la santificación, y al Hijo, la redención. Una fórmula trinitaria análoga la encontramos en la 1Corintios 13:13.

  Pedro termina el saludo deseando a sus lectores que la gracia y la Paz les sean multiplicadas. Gracia incluye todo favor y todo don divino que nos puede ayudar a proseguir en la santificación. La paz es un efecto del amor de Dios en sus hijos.
Lo que el apóstol presenta como el fruto de Su gracia, es una esperanza más allá de este mundo; no la herencia de Canaán, apropiada para el hombre que vive en la tierra, que era la esperanza de Israel, y sigue siendo la de la nación incrédula. La misericordia de Dios los había engendrado nuevamente para una esperanza viva por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos. Esta resurrección les mostró una porción en otro mundo, y el poder que atrajo al hombre a él, aunque había sido sometido a la muerte: entraría en ella por la resurrección, a través del glorioso triunfo del Salvador, para compartir una herencia que es incorruptible, sin mancha, y eso no se desvanece.

 El apóstol no está hablando de nuestra resurrección con Cristo; él ve al cristiano como un peregrino aquí, animado por el triunfo de Cristo mismo en la resurrección, que lo animó por la conciencia de que había un mundo de luz y felicidad ante él, y un poder que lo traería a este mundo. En consecuencia, se dice que la herencia está "reservada en el cielo". En la Epístola a los Efesios estamos sentados en los lugares celestiales en Cristo, y la herencia es la de todas las cosas de las cuales Cristo mismo es heredero. Pero el cristiano también es de hecho, un peregrino y un extraño en la tierra; y es un gran consuelo para nosotros, en nuestra peregrinación, ver esta herencia celestial delante de nosotros, como una cierta promesa de nuestra propia entrada en ella.  

Se agrega otro inestimable consuelo. Si la herencia es preservada en el cielo para nosotros, el poder de Dios nos mantiene durante toda nuestra peregrinación para que podamos disfrutarla al final. ¡Dulce pensamiento! -Nos mantenemos aquí abajo a través de todos nuestros peligros y dificultades; y, por otro lado, la herencia allí, donde no hay contaminación ni posibilidad de descomposición.

Pero es por medios morales que este poder nos preserva (y es de esta manera que Pedro siempre habla), por la operación en nosotros de la gracia, que fija el corazón en los objetos que lo mantienen en conexión con Dios y con Su promesa.  Somos guardados por el poder de Dios a través de la fe. Es, alabado sea Dios, el poder de Dios mismo; pero actúa manteniendo la fe en el corazón, manteniéndolo a pesar de todas las tentaciones por encima de toda la contaminación del mundo, y llenando el afecto con cosas celestiales. Sin embargo, Pedro, siempre ocupado con los caminos de Dios respetando este mundo, solo mira la parte que los creyentes tendrán en esta salvación, esta gloria celestial, cuando se manifieste; cuando Dios, por esta gloria, establezca su autoridad para bendecir en la tierra. Es de hecho la gloria celestial.

Es la salvación lista para ser revelada en los últimos tiempos. Esta palabra "listo" es importante. Nuestro apóstol también dice que el juicio está listo para ser revelado, Cristo es glorificado personalmente, ha vencido a todos Sus enemigos, ha logrado la redención. Solo espera una cosa, a saber, que Dios haga de sus enemigos el estrado de sus pies. Él ha tomado su asiento a la diestra de la Majestad en las alturas, porque ha logrado todo en cuanto a glorificar a Dios donde estaba el pecado. Es la salvación real de las almas: la reunión de los suyos, que aún no está terminada; pero cuando todos los que van a compartirlo son traídos, no hay nada que esperar con respecto a la salvación, es decir, la gloria en la que aparecerán los redimidos; ni, en consecuencia, en lo que respecta al juicio de los impíos en la tierra que se consumará por la manifestación de Cristo.  Todo está listo. Este pensamiento es dulce para nosotros en nuestros días de paciencia, pero lleno de solemnidad cuando reflexionamos sobre el juicio. Sí, como dice el apóstol, nos regocijamos mucho en esta salvación, que está lista para ser revelada en los últimos tiempos. Lo estamos esperando. Es un tiempo de descanso, de bendición de la tierra, de la plena manifestación de su gloria, quien es digno de él, quien fue humillado y sufrió por nosotros; el tiempo cuando la luz y la gloria de Dios en Cristo iluminarán el mundo y primero atarán y luego ahuyentarán todo su mal.

Esta es nuestra porción: abundante gozo en la salvación a punto de ser revelada y en la que siempre podemos regocijarnos; aunque, si es necesario para nuestro bien, podemos estar tristes por diversas tentaciones. Pero es solo por muy poco tiempo, solo una leve aflicción que desaparece y que solo nos sobreviene si es necesario para que la preciosa prueba de fe pueda tener como resultado la alabanza, el honor y la gloria ante la aparición de Jesús. Cristo a quien estamos esperando. Ese es el final de todas nuestras penas y pruebas; transitorios y ligeros, ya que son en comparación con el vasto resultado de la excelente y eterna gloria hacia la cual nos conducen de acuerdo con la sabiduría de Dios y la necesidad de nuestras almas. El corazón se adhiere a Jesús: Él aparecerá.

Lo amamos aunque nunca lo hemos visto. En Él, aunque ahora no lo vemos, nos regocijamos con una alegría indescriptible y llena de gloria. Es esto lo que decide y forma el corazón, lo que lo arregla y lo llena de alegría como quiera que esté con nosotros en esta vida. Para nuestros corazones es Él quien llena toda la gloria. Por gracia seré glorificado, tendré la gloria; pero amo a Jesús, mi corazón jadea por su presencia, deseos de verlo. Además, seremos como Él y Él glorificará perfectamente. El apóstol bien puede decir "indescriptible y lleno de gloria". El corazón no puede desear nada más: y si algunas aflicciones leves son necesarias para nosotros, las soportamos con gusto, ya que son un medio para formarnos para la gloria. Y podemos regocijarnos ante el pensamiento de la aparición de Cristo; porque al recibirlo sin ser visto en nuestro corazón, recibimos la salvación de nuestra alma. Este es el objeto y el fin de la fe; mucho más valioso que las liberaciones temporales que Israel disfrutó, aunque estas últimas eran muestras del favor de Dios.

El apóstol continúa desarrollando los tres pasos sucesivos de la revelación de esta gracia de salvación: la liberación total y completa de las consecuencias, los frutos y la miseria del pecado: las profecías; el testimonio del Espíritu Santo enviado del cielo; la manifestación de Jesucristo mismo cuando la liberación que ya había sido anunciada debería realizarse por completo.

Es interesante ver aquí cómo el rechazo del Mesías según las esperanzas judías, ya anticipadas y anunciadas en los profetas, necesariamente dio paso a una salvación que trajo consigo la del alma de la misma manera. Jesús ya no fue visto; la porción terrenal no se realizó por su primera venida; la salvación debía ser revelada en los últimos tiempos. Pero así se desplegó una salvación del alma, cuya extensión total se realizaría en la gloria a punto de ser revelada; porque era la alegría espiritual del alma en un Jesús celestial que no fue visto y que en su muerte había logrado la expiación por el pecado y en su resurrección, de acuerdo con el poder de la vida del Hijo de Dios, había engendrado nuevamente a un esperanza viva Por fe, entonces, esta salvación fue recibida, esta verdadera liberación.  

Ahora los profetas habían anunciado la gracia de Dios que debía realizarse para los creyentes y que incluso ahora imparte al alma el disfrute de esa salvación; y habían buscado en sus propias profecías que habían recibido por inspiración de Dios, tratando de entender a qué hora, y qué clase de tiempo, indicó el Espíritu, cuando testificó de antemano de los sufrimientos de Cristo y las glorias que deberían seguir. Porque el Espíritu habló de los dos por los profetas, y en consecuencia significó más que una liberación temporal en Israel; porque el Mesías iba a sufrir. Y descubrieron que no era para ellos ni para sus propios tiempos, que el Espíritu de Cristo anunciaba estas verdades con respecto al Mesías, sino a los cristianos. Pero los cristianos mientras recibían la salvación del alma por la revelación de un Cristo sentado en el cielo después de sus sufrimientos y regresaba en gloria, no han recibido esas glorias que fueron reveladas a los profetas. Estas cosas han sido reportadas con gran claridad divina por el Espíritu Santo enviado del cielo después de la muerte de Jesús: pero el Espíritu no otorga la gloria misma en la cual el Señor aparecerá; Él solo lo ha declarado. Por lo tanto, los cristianos deben ceñirse los lomos de sus mentes, estar sobrios y esperar hasta el final la gracia que (en efecto) les será traída en la revelación de Jesucristo; Tales son los tres pasos sucesivos en los tratos de Dios: la predicción de los eventos relacionados con Cristo, que fueron más allá de las bendiciones judías; las cosas reportadas por el Espíritu.

Eso, que el apóstol presenta, es una participación en la gloria de Cristo cuando sea revelado; esa salvación, de la cual los profetas habían hablado, que debía ser revelada en los últimos días. Pero mientras tanto, Dios había engendrado nuevamente a los judíos creyentes a una esperanza viva por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos; y por medio de sus sufrimientos les hizo comprender que incluso ahora, mientras esperaban la revelación de la gloria, dándose cuenta en la Persona de Jesús, disfrutaron de la salvación del alma ante la cual las liberaciones de Israel se desvanecieron y podrían ser olvidadas. . De hecho, fue la salvación "lista para ser revelada" en toda su plenitud; pero hasta ahora solo lo poseían con respecto al alma. Pero, al estar separado de la manifestación de la gloria terrenal, esta salvación tenía un carácter aún más espiritual. Por lo tanto, debían ceñirse el lomo, mientras esperaban la revelación de Jesús, y reconocer con acción de gracias que estaban en posesión del fin de su fe. Estaban en relación con Dios.

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